domingo, 4 de septiembre de 2022

''Si alguno viene a mí''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Comenzamos el mes de Septiembre, un mes para mirar a la Cruz y cuya devoción está íntimamente unida a la historia de nuestra tierra; es también un mes de especial carácter mariano donde igualmente celebramos a Nuestra Señora en tantas advocaciones queridas en torno a la liturgia de su natividad y de su santo nombre. Como María, queremos ser seguidores del crucificado, y el Señor en este domingo XXIII del Tiempo Ordinario nos convoca a seguirle sin dudas ni titubeos. Estemos atentos a la voz de su llamada: 

I. Vivamos la libertad de ser de Cristo

La epístola que escuchamos en este domingo es diferente a la que estamos acostumbrados, no es una carta a una comunidad, sino a una persona en concreto. San Pablo se encuentra prisionero en la cárcel en tierras de Éfeso (actual Turquía), y es ahí donde conoce a Onésimo, el que hablando con el Apóstol descubre a Jesús, se convierte y pide el bautismo. Qué paradoja tan grande, estando preso obtiene la libertad; no la física, sino la espiritual de saberse hijo de Dios. Onésimo era un esclavo que había escapado de casa de su amo, y temía que una vez fuera de la cárcel la venganza o castigo de su "señor" fuera terrible. Es por eso que el ya anciano Pablo decide escribir al "dueño" de Onésimo para informarle de que su esclavo goza de la libertad de los bautizados, y decirle que saldrá de la cárcel para volver a él, pero igual de libre que su amo: ‘’Te lo envío como a hijo’’, esperando que seas comprensivo con él: ‘’Quizá se apartó de ti por breve tiempo para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido’’. Sólo a través de la libertad espiritual, uno puede aspirar a la libertad social. Y es que nuestro mundo está lleno de prisioneros; prisioneros que vive libres supuestamente pero que son esclavos de sí mismos, pues han dado prioridad a los instintos del cuerpo por delante de los del alma. Esclavos de las tecnologías, la droga, el alcohol, el sexo, el poder, el dinero… La carta a Filemón nos sirve para preguntarnos ¿quiénes son nuestros amos? ¿Quiénes son nuestros esclavos? ¿a quién trato más como esclavo que como hermano?.

II. Sólo Dios

Seguimos haciendo nuestras las enseñanzas del Libro de la Sabiduría, cuya profundidad filosófica y teológica son bien valiosas para la reflexión. El pasaje de este día tomado del capítulo 9 del Libro nos presenta al hombre frente a Dios. He aquí el gran enigma que el ser humano siempre ha querido descifrar: ¿Qué planes tiene Dios para nosotros? ¿Cómo nuestra existencia tan fugaz, tiene sin embargo sentido de eternidad cuando nos imbuimos en el misterio del Creador? Al respecto y  lo largo de los siglos, ha habido tres tipos de personas: los que se han conformado con lo que les ha tocado, los que han querido vivir de espaldas a Dios, y los que han vivido incansablemente buscando de Dios. Comenzaba la lectura cuestionando: ‘’¿Qué hombre conocerá el designio de Dios?, o ¿quién se imaginará lo que el Señor quiere?’’. No es tan difícil descubrirlo, pero para ello hace falta abandonarse verdaderamente en las manos del Señor, venir a su encuentro, tener momentos largos de silencio, crecer en la oración, dejar de hablarle nosotros -pedir, negociar, rogar- a todas horas para empezar a escucharle a Él. Esta lectura nos resulta familiar con el salmo 8: ‘’¿Qué es el hombre para que te acuerdes de Él?... Cuando uno viaja por el mundo o sencillamente por Asturias y contempla las maravillas naturales que nos rodean, le brotan las palabras del salmista: ‘’Señor Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra’’... Nunca vamos a conocer ni una cuarta parte de nuestro mundo, pero podemos conocer a Dios que es el dueño de todo. Nuestra existencia pasa por una única clave que está por descubrir en el interior de cada cual: ‘’Sólo Dios’’; con Él lo tendremos todo, sin Él nada.

III. Para vivir la radicalidad del evangelio, se requiere un seguimiento radical

Jesús sigue su camino hacia Jerusalén y continúa abordando la importancia de una vivencia radical de la Buena Nueva para ser dignos herederos del Reino de Dios. Nos encontramos al Mesías que no camina sólo, sino como apunta San Lucas en el evangelio: ''mucha gente acompañaba a Jesús''... Y el Señor se vuelve y mira cara a cara a aquellos: ''Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío''. Es una frase tremendamente dura y tajante que implica renuncia, pero tampoco era una novedad especial en Él, ya que el mandamiento primero de la ley de Moisés era precisamente ese: ''Amar a Dios sobre todas las cosas''. Es una buena forma de preparar nuestro examen de conciencia antes de pasar por la obligada reconciliación y penitencia antes de comulgar dignamente: repasar los mandamientos a modo de cuestionario y auto-preguntarnos: ¿amo a Dios sobre todas las cosas? ¿O mis dioses son otros?... No se nos está pidiendo no querer a la familia, sino no idealizarla y tenerla como refugio de nuestras inseguridades, fruto muchas veces de la inmadurez humana y espiritual; no tenerla por lo absoluto, pues la familia nos fallará en el propio devenir biológico, mientras que nosotros fallamos al único que jamás nos deja ni traiciona. Como aquellos que seguían a Jesús queremos la luz, queremos llegar al banquete celestial, pero se nos olvida siempre que primero toca pasar por la cruz: ''Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío''. Evidentemente es contrario interpretar en este texto que el Señor nos pida rechazar a los nuestros, cuando nos pide amar a los enemigos; en realidad lo que el Señor nos dice es que no nos apeguemos a lo mundano para poder encaminarnos a lo divino. Y esto pasa por el sufrimiento; un dolor no de masoquistas voluntarios, sino de creyentes que saben ofrecer sus padecimientos y pedir fuerza al Señor -como Él al Padre estando en la cruz-  y vivir testimonialmente como creyentes creíbles. Tomar la cruz, cargarla y hacer el camino del crucificado es ir en la dirección opuesta de nuestra manipulada y manipulable sociedad; que nuestra preocupación primera no sea la herencia familiar, el dinero, la fama o el estatus social. Que nuestros pasos se encaminen a la senda que lleva al cielo. Cargar la cruz implica una ruptura, pues alguien que sigue a Jesucristo no puede hacer lo que es contrario. Sobre esto hacía una magnífica reflexión estos días un sacerdote latinoamericano: ''De nada sirve vivir como cristiano pero votar como un ateo, orar por la vida, pero votar a favor de candidatos que están a favor del aborto, orar para que Dios libre a la Iglesia de la persecución en muchos países, pero votan por candidatos que lo hacen o que apoyan esa persecución, orar pidiendo a Dios por la expansión del evangelio, pero votan por candidatos que quieren cerrar iglesias, oran por la familia, pero votan por candidatos que defienden ideologías destructoras de la familia...''. En definitiva, somos llamados a la coherencia de vida. Por eso seguidamente Jesús pregunta: "¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?". A veces en la vida actuamos como si lo que aquí hiciéramos no hubiera de tener consecuencias el día de mañana cuando seamos juzgados; no calculemos mal de modo que nos quedemos a medio camino como aquel hombre que ''empezó a construir y no pudo acabar''. La fe también se edifica calculando prudentemente, con empeño y constancia, cuando apetece y cuando no, pues llegará el día en que la construcción deberá de estar terminada y no a la mitad. Remata el Señor volviendo al aspecto de la riqueza, en lo cual es muy tajante siempre: ''todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío''. 
P.D.: Si cuando te mueras dejas mucho dinero y bienes, no has hecho bien los cálculos para el Señor.

El Señor nos llama a seguirle en radicalidad y fidelidad personal: ¡vayamos tras Él!

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