sábado, 16 de abril de 2022

Esta es la Noche. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

No ha habido ni habrá en la historia de la humanidad muchas noches dignas de ser recordadas; sin embargo, nosotros que evocamos la más importante de todas. posiblemente no diga nada a nuestro mundo materialista, hedonista, egoísta, descreído e indiferente, pero esta es una gran noche de convite a lo grande, para hacer los cristianos incluso más fiesta que en Nochebuena. Pues nacer, aunque es algo grande, es algo que la mayoría celebramos -a otros por desgracia se les priva de ello con forceps y soluciones salinas; qué eufemismo para describir un asesinato cruel y cobarde- más sólo uno ha resucitado... Un comentario típico entre personas sin fe en las salas de los tanatorios es: ''A saber qué habrá después, y si hay algo... Nadie de allá ha vuelto para contárnoslo'': ¿Cómo que nó? ¡Cristo, ha vuelto! -y nadie puede rebatirlo ni científicamente- para decirnos que no hay razón para la desesperanza ante el futuro. Sólo Jesucristo Resucitado nos hace partícipes de su triunfo, por eso al terminar la Vigila y durante la Octava de Pascua los cristianos nos saludamos con un: "¡Feliz Pascua!", conscientes de que el triunfo de Jesús sobre la muerte es nuestro propio triunfo personal adheridos a Él por la fe.

¡¡Cristo ha resucitado!! Resucitemos nosotros con Él. El primer compromiso al celebrar la Pascua lo tenemos que hacer los que peregrinamos aún por este mundo pidiendo al Señor la gracia de morir al pecado viviendo sólo para Dios en Cristo Jesús, como nos recuerda San Pablo. En esta noche actualizamos aquella noche santa, única e irrepetible, como nunca más otra habrá en la historia de la humanidad, donde nuestro Redentor abandonó el sepulcro rompiendo las cadenas de la muerte y del pecado. Así nos lo ha recordado también el canto del Pregón Pascual al afirmar: ''¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos. Ésta es la noche de la que estaba escrito: «Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo''. Si Cristo ha resucitado y se nos aparece "dando numerosas muestras de que estaba vivo", ¿vamos a ser tan ciegos para no unirnos a Él, para no vivir asociados a su Pasión -en la que se cristifican las nuestras- hasta que nos llegue el mismo paso -la Pascua- que Él dio?... He aquí el pilar central de nuestro "credo" y que afirmamos en cada eucaristía: ''anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección''... Sólo la Resurrección de Cristo da sentido a todo, y sin ésta, nada tendría sentido alguno, ya que -como diría Saramago- “Sin muerte no hay resurrección, y sin resurrección no hay iglesia.”

Otro pensamiento en esta celebración es para los difuntos; no sólo los nuestros, todos los que ha fallecido a los largo de los siglos. Qué mejor fecha que este tiempo de Pascua para ir a nuestros cementerios no con el corazón encogido, sino con él esponjado para hacer una breve pero solemne profesión de fe: "Señor, yo creo que tú vives, yo creo que tú has resucitado, y contigo los míos que te quisieron y buscaron"... El ser humano siempre aspiró a lograr la inmortalidad, a encontrar la fuente de la eterna juventud -la cantidad de dinero que se gasta en pociones y cremas "mágicas" para estar joven- y nuestros mayores la descubrieron aquí, en la pila del bautismo donde somos asociados a Cristo para siempre. Es cierto que igual que Él vamos a sufrir en este mundo y probablemente en nuestro final para morir a él, pero sólo sufriendo y muriendo con Cristo viviremos y reinaremos eternamente con Él. 

En una fiesta de liberación para los judíos, es aquella en la que Dios pasó por sus casas en Egipto para seguidamente pasarlos de la vida de la esclavitud, a la libertad aspirando y caminando por el desierto hacia la Tierra de Promisión. El "paso" (la Pascua) de Cristo es el mayor paso de la humanidad. Parece que nos hemos acostumbrado a escuchar algo similar cada año por Pascua, pero hemos de abrir bien los ojos y oídos, pues lo que se nos está diciendo no es cualquier cosa. Es exactamente lo contrario de lo que escuchamos o vemos cada día en personas que estaban vivas y que ahora ya no están entre nosotros; ahora están en la muerte, como también nosotros yaceremos en el sepulcro. Aquí, en la Parroquia, lo hemos experimentado directamente esta Cuaresma de forma llamativa con nuestro querido hermano sacerdote Don Luis Marino, el cual vino a verme y a cenar conmigo aquí mismo, en "El Villoria", y a la noche siguiente el Señor lo llamaba a su presencia. Cuando en televisión vemos esas escenas tan dramáticas de cadáveres sepultados entre los escombros de un país invadido como Ucrania, o vemos esas imágenes de los grandes cementerios tras las guerras mundiales, a uno le viene a la cabeza las palabras de la Carta de San Pedro: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos” (1 Pe 1,3). 

Pero no basta decir: "yo creo en Él y en su Resurrección pero vivo mi vida a mi manera". Es una contradicción decirse discípulo del resucitado y andar en caminos oscuros; sólo un verdadero seguidor de Jesús, una vez que le descubre vivo y glorioso, piensa únicamente en cómo dar la espalda a todo aquello que en su vida es tiniebla, pecado y muerte. Qué mejor fecha que la Pascua para volver a empezar, para dejar atrás lo malo y renacer a nuestras promesas bautismales. Los católicos tenemos la obligación de confesarnos como mínimo una vez al año; lo que nuestros mayores llamaban ''cumplir con la Pascua''. Muchos nos hemos confesado esta Semana Santa, los que no lo hayan hecho animaros a hacerlo en estos primeros días de la Pascua, conscientes de que cuando volvemos a Dios reconociendo nuestros fallos Él nos "apunta" para la resurrección. La confesión -sacramento de la reconciliación- es la mejor experiencia y prefiguración de la resurrección, de levantarnos de la fosa en que nos hundimos por la miseria y el pecado, y renacer para volver a empezar.

Noche de luz, y noche de agua bendita. Podéis llevarla a vuestros hogares; es un signo sacramental hermoso, pero no lo uséis para la brujería y el esperpento. "Pasar el agua" y cosas similares, es pecado  y devalúa nuestra fe y compromiso cristiano, y le hace mucho mal al alma creyente. Cuando yo era niño, mi madre lo llevaba, y un poquito lo gastaba en rociar todas las habitaciones de la casa y el resto lo guardaba con cariño para nuestras necesidades cristianas. Al llevar el agua de la noche de Pascua para bendecir (bien decir) nuestros hogares, personas, animales y objetos de piedad, estamos explícitamente haciéndole al Señor una petición: ''llena mi hogar, mi familia y nuestras vidas con tu luz, aparta todo mal de nuestra casa, de nosotros y los nuestros''. 

Felicitémonos: Verdaderamente ha resucitado el Señor, seamos testigos de su Pascua; ¡Aleluya!  

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