domingo, 27 de marzo de 2022

''No merezco llamarme hijo tuyo''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Continuando nuestra peregrinación cuaresmal, la palabra de Dios sale este domingo nuevamente a nuestro encuentro poniendo ante nuestros ojos uno de los temas clave de este tiempo: la conversión, el cambio, la vuelta a Dios. Un cristiano que no camina aspirando a ser mejor, a estar más cerca de Dios, que no tiene necesidad de pedir perdón y de perdonar ha fracasado en su peregrinación, pues sólo nuestra fe tendrá sentido cuando recorremos la carrera hacia la vida plena y beatífica esquivando los obstáculos del maligno que nos pone en el camino para conquistarnos, deseando que no logremos nuestro objetivo de alcanzar la meta que es Cristo y nos aguarda con la corona de gloria que no se marchita.

1º Meta Pascual:

La cuaresma es preparación para vivir la Pascua, como toda nuestra vida es una preparación ininterrumpida para cuando nos llegue la hora de nuestra pasión, cruz, muerte y resurrección. La cruz de una enfermedad, de una desgracia o de un grave problema familiar, es donde se demuestra el tamaño de nuestra fe. No hace falta poner muchos ejemplos, todos conocemos personas que han tenido una vida desgraciada, han sufrido lo indecible y han sabido atravesar todas esas tormentas abrazados a su fe. Como por el contrario hay personas también que ante la primera dificultad han preferido tirar la toalla porque carecen de fe,  incluso culpan a Dios de sus males. Esa es la diferencia entre quien tiene puesta la mirada en la cima de la escalada, y el que avanza sin un horizonte claro ni un destino concreto. 

Es pues, que la primera lectura de este domingo nos habla del destino; el relato del Libro de Josué nos explica cómo fue aquella primera pascua ya en la tierra prometida. Es muy importante ver la valoración que el pueblo de Israel hace de esa fiesta; no celebran haber llegado, sino que Dios les ha liberado y les ha permitido llegar hasta allí. En nuestra forma de hablar autosuficiente, decimos muchas veces: ''yo he conseguido'', ''me he curado'', ''he logrado''... en lugar de decir: ''Dios me permitido, bendecido o ayudado para...'' La Pascua judía es "fiesta de liberación", pues pasan de la esclavitud a la libertad, de no tener tierra y vivir en la de otros a tenerla propia con un vínculo de proyección de futuro. Algo ocurre también en nuestra fe y expectativas: gracias a la muerte y resurrección de Cristo, a la que somos incorporados por el bautismo, renacemos y morimos al pecado para vivir en la gracia, como también moriremos a este mundo para ser ya sólo ciudadanos del cielo. 

Se termina el desierto y empieza la tierra soñada, y con ello se acaban los portentos, ya no habrá "maná", codornices ni agua de roca de pedernal; ya no tendrá Dios que sacarles las castañas del fuego, sino que serán ellos quienes trabajen su tierra y se alimente con sus cosechas. Esta es una lección en la que los sacerdotes insistimos mucho a lo largo del año, sobre todo cuando se acaba el tiempo de Navidad o Pascua y pasamos de éstos al Tiempo Ordinario. Insistimos: ''dejamos atrás lo bueno, pero ahora viene lo mejor''. Es esto lo que nos está diciendo la lectura, que no podemos vivir siempre de lo extraordinario, sino que hemos de maravillarnos de las pequeñas cosas y grandezas que cada día Dios obra en lo más ordinario. En esos pequeños y grandes milagros de cada día con los que el salmista nos invita a cantar: ''gustad y ved que bueno es el Señor''.

2º No hay salvación sin reconciliación

La epístola Segunda de San Pablo a los Corintios, a la cual pertenece el fragmento que hemos escuchado, nos presenta la reconciliación desde la convicción que el Apóstol tiene de esta realidad. No olvidemos que el mismo San Pablo vivió en sus carnes lo que fue cambiar de vida, dejar de perseguir a los cristianos para ser el gran predicador y Apóstol de los sencillos. La idea que Pablo tiene es totalmente pasional, es una vivencia en clave de amor: si descubres a Cristo no podrás vivir de otra forma que deseando estar muy cerca de Él -por tanto, buscando continuamente la reconciliación-. Ya en aquellos momentos del siglo I había opiniones de todo tipo entre los cristianos, y había quienes pensaban que con decir que uno era cristiano estaba todo hecho sin falta de reconciliación. Por eso San Pablo sale al paso de estos errores para evitar que se propaguen, y afirma que la reconciliación no es un invento suyo o de los apóstoles, sino que Dios mismo inició su reconciliación con el mundo por medio de Cristo. Y dice más, les recuerda algo esencial: ''y nos encargó el ministerio de la reconciliación''. También hoy hay quienes dicen que la confesión la hemos inventado los curas para enterarnos de todo (...) cuando en realidad, como el Apóstol, la Iglesia cumple con el mandato del Señor: ''a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados''... He aquí la misión del pontífice, del que construye puentes entre Dios y los hombres: el ministro sagrado. Es igualmente firme la exhortación de Pablo: ''Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios''.

Si en la lectura anterior veíamos un cambio entre el tiempo del desierto y el tiempo una vez ya en la tierra prometida, aquí también el autor de la carta nos habla del antes y el después de la muerte y resurrección de Cristo. Atrás queda el tiempo de la oscuridad y el pecado, ahora es el de la luz y la reconciliación: ¿Cómo no vamos nosotros a tener que pedir perdón, acudir a la reconciliación y vernos necesitados de confesión?: ''Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios''. No hay salvación sin reconciliación, sería quedarnos a medio camino al decir aceptar el evangelio y negar la reconciliación, cuando todo el evangelio se resume en cómo Cristo nos reconcilia con el Padre por su muerte y resurrección. 

3º Como hijos pródigos volvamos a Dios

El evangelio de este domingo tiene un peligro, que como nos lo conocemos tan bien lo demos por sabido y no nos detengamos en la riqueza de su contenido. Jesús pone ante nuestros ojos esta parábola del "hijo pródigo". Es un texto de corazón a corazón, no sólo por estar tomado del capítulo 15 del evangelio de San Lucas -el centro de ese libro- sino, principalmente, por ser un relato "muy actual" que nos ha de tocar muy dentro. El culmen de todo lo que las lecturas nos han tratado de decir hoy sobre liberación, conversión, reconciliación tiene aquí la explicación más clara y directa. Todos somos esos hijos pródigos (los del texto, el uno de una forma, y el otro de otra) y Dios es ese Padre que está esperando con los brazos abiertos a que volvamos a Él por el sacramento de la reconciliación...

Os invito a hacer esa contemplación ignaciana de sumergirnos en el texto, como si hubiéramos estado "in situ", y tratemos de interiorizar estos días cuánto tenemos de cada personaje de la Parábola. Igual me identifico con el Padre, viendo a personas que quiero alejarse de mí y de Dios; quizá soy como el hermano celoso que prefiero la justicia a la misericordia; tal vez como los cerdos de la piara que sólo piensan en comer sus bellotas, indiferentes, teniendo al lado alguien que lo pasa mal, o puede que me identifique plenamente con el hijo menor, el cual exige lo que no ha ganado despreciando a los demás, pero que al menos tras el fracaso se arrepiente y vuelve al Padre... Cuando estemos terminando esta cuaresma, entrando ya en la Semana Santa tendremos la celebración penitencial, las confesiones o como decía la gente antes: ''el cumplimiento pascual''. Ese día como lo son todos los del año, nuestra iglesia será la Casa del Padre bueno que no reprocha ni lleva cuentas, sino que nos abraza, nos levanta, nos viste con la mejor túnica y nos pone el más brillante anillo. Cuando acudo al confesionario estoy diciendo: ''No merezco llamarme hijo tuyo''... pero Él te abraza y besa.

El Papa Francisco en su homilía de este viernes lo explicaba de una forma muy concisa: ''Confesarse es dar al Padre la alegría de volver a levantarnos". En el centro de lo que experimentaremos no están nuestros pecados, sino su perdón. Imaginemos que en el centro del sacramento estuvieran sólo nuestros pecados, casi todo dependería de nosotros, de nuestro arrepentimiento, de nuestros esfuerzos, de nuestros afanes de recuperación. Pero no; en el centro está Él que nos libera y vuelve a ponernos en pie.

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