domingo, 7 de agosto de 2022

''No temas, pequeño rebaño''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Celebramos el día del Señor ya en el domingo XIX del Tiempo ordinario, donde la palabra de Dios nos hace una llamada especial a vivir en clave de eternidad. Es cierto que los cristianos no somos ajenos al mundo, vivimos en él y participamos de sus sufrimientos y alegrías; sin embargo, nuestra preocupación principal ha de ser vivir encaminados al cielo, enfocar nuestro esfuerzo a la salvación de nuestra alma, sin perder nunca de vista que aquí tan sólo somos unos pobres peregrinos que estamos de paso. Días pasados en mi pueblo natal un vecino tuvo la trágica experiencia de tener que enterrar a una hija, y mi Párroco recordaba cómo cuando le fue a dar el pésame al tener noticia del fallecimiento éste con la mayor tranquilidad le dijo: ''señor cura, que chollo es tener fe''... He aquí la diferencia entre sobrevivir con fe, a vivir desde la fe.

Fundamentados en la fe por encima de todo

La fe no es algo secundario que podamos dejar para lo último, pues sólo con ella logramos responder a los grandes interrogantes de nuestra existencia. San Pablo en la lectura que hemos escuchado de su Carta a los Hebreos nos lo deja bien claro: ''La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve''. El Apóstol nos hace una catequesis a partir de figuras clave de la historia sagrada: Abrahán, Isaac, Jacob... que supieron despojarse de lo que les apegaba a lo terreno para acercarse a lo trascendente: ¡Cuántos a lo largo de los siglos han sabido descubrir la gracia de estar unidos al Señor! Nos maravilla lo que vemos y tocamos, lo que podemos percibir, pero es que lo que ni vemos ni tocamos es aún mucho mejor de lo que tenemos a mano. El autor del texto nos está haciendo una invitación, un reto para que nuestros corazones se muevan por el camino de la fe y no de la pura mundanidad. Y para esto el mejor ejemplo es nuestro Señor Jesucristo, el cual siendo hombre nos mostró cómo oraba con el Padre, cómo aún tentado tantas veces permanecía fiel, y cómo pasó haciendo el bien, curando y amando a todos a su paso sin perder nunca de vista ''que su reino no era de este mundo''. Él comprende que somos débiles, pero eso no es excusa para tirar la toalla, sino para seguir trabajando por mejorar nuestras pobrezas. 

Aquella libertad pascual

El libro de la sabiduría nos ha dicho: ''La noche de la liberación les fue preanunciada a nuestros antepasados, para que, sabiendo con certeza en qué promesas creían, tuvieran buen ánimo''. A lo largo de toda la escritura vemos como una y otra vez la mirada se vuelve hacia aquella noche de la Pascua en que el Señor sacó al pueblo de Egipto liberándonos de la esclavitud. Desde aquel momento en su Pueblo se formó una certeza indudable: ''Dios es nuestro único libertador''. Ante cualquier esclavitud física o espiritual, el corazón del creyente se vuelve al Creador implorando su auxilio. La memoria del creyente no es mera nostalgia fría, es recordar y actualizar que el Señor no nos deja en la oscuridad, sino que siempre enciende la luz de nuestra esperanza. No nos quedemos sólo en recordar a Dios cuando nos vemos en apuros, sino sintiéndonos necesitados de Él siempre, acudamos con fe sabiendo que su esperanza no defrauda. Como os ha recordado el texto de la sabiduría: ''nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti''.

Si somos sabios, estaremos vigilantes 

San Lucas nos presenta en este día un texto muy interesante donde nos hace una llamada a la fidelidad y la vigilancia en nuestra vida con dos escenas bien conocidas: la de los criados que aguardaban el retorno del amo de unas bodas, y el caso del administrador fiel a quien se le ha confiado el reparto de la cosecha. Este pasaje es una continuación del que hemos meditado el domingo pasado sobre el tema de la avaricia, por ello el Señor nos deja ahora esta máxima sobre la que reflexionar: “donde está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón”: ¿Dónde tenemos puesto nuestro tesoro; en las cosas de aquí o en las de allá?. No vivamos pensando sólo en disfrutar, en exprimir la vida, en actuar como si nunca nos fuéramos a morir. Además Jesús nos tranquiliza: ''No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino''. Pero, ¿ha llegado el reino de Dios en nuestra vida; vivimos conscientes de que sólo siendo coherentes con Evangelio podremos participar de ese Reino?. Por eso Jesús nos exige aquí en la tierra, y nos advierte de la trampa que supone acumular tesoro y riquezas: ''Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acercan los ladrones ni roe la polilla''. Un cristiano indiferente al sufrimiento y a los problemas sociales no es un buen cristiano, como tampoco lo es el que se deja engañar en esa sensibilidad ideologizando la caridad y la religiosidad. Somos llamados a ir al pobre, y éste no es sólo el que está en la cola de "Cáritas" o de la cocina económica, o a la puerta del supermercado... La Madre Teresa de Calcuta decía que ''pobre es todo aquel carente de amor'', y también con nuestros bienes podemos ayudar a esos otros pobres: invitando a comer al vecino que necesita desahogar sus penas, teniendo un gesto con un conocido que está pasando por la cruz de la enfermedad, visitando a esa amiga que aguarda en soledad en un asilo, o haciéndole una llamada. Nuestra vida en la tierra es como la de los criados cuyo Señor ha de volver, por eso hemos de pensar cómo nos encontrará a nosotros cuando vuelva, qué hemos hecho y qué cuentas de nuestras obras hemos de presentar. Debemos aspirar a esa fidelidad de cara a Dios, a los hermanos y a nuestro mañana de forma que cuando nos presentemos ante Él terminado nuestro periplo temporal pueda decirnos de sus labios que hemos sido administradores fieles y prudentes de aquello que se nos ha confiado. No dejemos para el final del camino la caridad, la misericordia, ni la vigilancia en la observancia de nuestras obligaciones con Él y con el prójimo, no vaya a ser que venga el Amo de las viñas cuando menos lo esperamos y prescinda de nosotros. Tengamos bien presente la advertencia que nos ha dado Jesús en este domingo: ''Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá''.

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