domingo, 28 de agosto de 2022

“Amigo, sube más arriba”. Por Joaquin Manuel Serrano Vila

El mes de agosto va llegando a su fin, y con éste el estío vacacional. Los cristianos seguimos caminando de la mano de Jesús, que continúa enriqueciéndose cada domingo con su doctrina y enseñanza, con su Palabra. Hoy en el XXII del Tiempo Ordinario nos llama a vivir sin apariencias ni trepar hacia puestos principales, a saber imitar la bondad de Dios que "preparó una casa para los pobres". Nuestro Dios ensalza al humilde y al desvalido, que se pone del lado del débil, al que sus predilectos son los desheredados de este mundo a los que está reservado su reino. 

 I. Os habéis acercado al monte Sión 

El fragmento de la epístola a los Hebreos proclamado en la segunda lectura es de los pasajes más bellos de esta carta de San Pablo, que tan a menudo utiliza la "liturgia de las horas" para nuestra reflexión. Es un texto que nos obliga a profundizar en cuestiones teológicas un tanto elevadas respecto a la fe, más nos limitaremos a detenernos en algunos sencillos detalles. Pablo de Tarso nos hace una llamada a vivir con fervor; este era su deseo con el que buscaba transmitir a los destinatarios, los cuales  se encontraban viviendo problemas serios tanto dentro como fuera de la Comunidad. Cuántas veces dentro o fuera de la parroquia cuando los problemas se presentan parece que nos ahogamos en un vaso de agua; esa no es la actitud de persona de fe, estamos llamados a vivir los problemas en clave de confianza, conscientes de que sabemos bien de quién nos hemos fiado, de quién está con nosotros y no nos deja: Jesucristo es el amigo que nunca falla: ''No os habéis acercado a un fuego tangible y encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta''; es decir, no vamos a la iglesia a presenciar un espectáculo, a pasar el rato... Nosotros en verdad nos acercamos "al monte Sion, ciudad del Dios vivo; Jerusalén del cielo, a las miríadas de ángeles, a la asamblea festiva de los primogénitos inscritos en el cielo: a Dios, juez de todos; a las almas de los justos que han llegado a la perfección, y al Mediador de la nueva alianza: Jesús''. Seguimos a Cristo, a Él vivimos unidos, anhelando sentarnos un día en el banquete de su reino. Este texto es una alegoría de la liturgia que celebramos sobre al altar, y la que esperamos unirnos algún día en la gloria, en la liturgia del cielo. 

II. El grande siempre es humilde

El libro del Eclesiástico nos expone una reflexión o recomendación con matices penitenciales, y es que nuestra humanidad en su propia condición tiende al pecado, y éste nos aleja de Dios acercándonos al maligno: ''La desgracia del orgulloso no tiene remedio, pues la planta del mal ha echado en él sus raíces''. El autor se centra en recomendar la práctica de la humildad para facilitar la vida entre unos y otros, huyendo de las peleas por los primeros lugares. Nuestro comportamiento no puede ni debe ser arrogante ni prepotente, sino vivir una propia y auténtica humildad para poder dar fruto. Todo este Libro tomado del "Sirácida" viene a ser una recopilación de enseñanzas y dichos que invitan a vivir delante de Dios en clave de virtud: ''Cuanto más grande seas, más debes humillarte, y así alcanzarás el favor del Señor''... Cuando veamos a alguien vanidoso y arrogante, piensa: pobre hombre, pues las personas verdaderamente grandes son aquellas que pasan por la vida sin hacer ruído, las que su existencia se caracteriza por la humildad. A mayor humildad, mayor grandeza para Dios y los hombres.

III. La dignidad que da la humildad

El evangelio de este domingo es de esos donde el Señor nos muestra que rompe moldes -¡sorprende!- y lo hace entrando en casa de uno de los fariseos principales para comer; va a territorio enemigo y el mismo evangelista nos dice cómo lo estaban espiando. Jesús observa el comportamiento de los invitados a la comida, y ante ello pronuncia dos parábolas para interiorizar en relación con el comportamiento en la mesa, y a quién invitar. Es un mensaje para los convidados y para el anfitrión que nos sirve a nosotros, que a menudo invitamos o nos invitan, dado que la vida social se nutre de estas actuaciones. Lección primera: los invitados se pelean por ocupar los mejores puestos, y Jesús dice que lo inteligente no es buscar el mejor puesto, sino el peor, pues poniéndote en entre los últimos podrán mandarte pasar a los primeros, pero poniendote primero igual logras solamente el bochorno y la vergüenza de que te manden quitarte del lugar. Respecto al anfitrión el Señor reflexiona: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos». Ambas parábola viene unidas a enseñarnos lo mismo: ni esperemos ser los primeros invitados, ni invitemos sólo a los de primera clase. Jesús está hablando a fariseos, y para ellos el compartir la mesa era algo sagrado; no compartían la mesa con aquellos que no cumplian la ley, con los impuros, con los que no estaban a su altura social... El Señor rompe siempre sus -nuestros- esquemas. La mesa que Jesús quiere es la de los humildes, donde el anfitrión prefiere invitar a los últimos y donde los invitados se sientan en los puestos últimos, donde se vive la radicalidad del servicio como premisa evangélica. Cristo pobre que no deja de recordarnos que no ha venido a ser servido, sino a servir, y a esto mismo también nosotros llamados. 

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