domingo, 22 de mayo de 2022

''El que me ama guardará mi palabra''. Por Joaquín M. Serrano Vila

Enfocando ya las últimas semanas de este Tiempo Pascual, celebramos hoy el VI domingo. Dentro de dos semanas, con la Solemnidad de Pentecostés, viviremos el broche de oro con la Pascua del Espíritu, es por esto que la liturgia de la Palabra nos está preparando ya para ello como vemos en los textos que hoy nos ocupan. No perdamos de vista que el próximo domingo: celebraremos la Ascensión del Señor a los cielos; no es un dato baladí, sino que hemos de tenerlo en cuenta de cara a la palabra de Dios de este día que llega como su mensaje último antes de volver al Padre. Nos deja por tanto el Señor hoy, no sólo sus últimos deseos, sino además una promesa. 

Así actúa el Espíritu en la Iglesia

La primera lectura nos presenta uno de los problemas que los apóstoles se encontraron al comienzo de su predicación con el aumento de los paganos que se unían a Jesucristo; hasta entonces la mayoría de los que decidían bautizarse provenían de la religión judía, pero el dilema llegó ante la predicación de los discípulos que pedían a éstos circuncidarse (costumbre religiosa judía) y los que no lo veían necesario. Ante este primer dilema serio que tiene lugar en torno al año 50 d.C. es por el que se organiza una reunión con los apóstoles para dirimir si mantener o no esa ley dada por Moisés y que afectaba a los hombres. A esta reflexión y acercamiento  de posturas se le denominaría "Concilio de Jerusalén", y la enseñanza que nos deja éste es precisamente la presencia de Cristo entre los suyos cuando ya no estará entre ellos. Y es que: "donde dos o más se reúnen en mí nombre, allí estoy yo en medio de ellos". Unidos rezan, debaten y se abren a la acción del Espíritu Santo que es el motor que siempre ha empujado y empuja el caminar de la Iglesia. Finalmente, la decisión es que nó: ''Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables''. Es un gesto de integración y avance, pues el Espíritu de Dios nunca nos hace esclavos, sino libres, pues la salvación no viene de Moisés, sino de Jesucristo que murió y resucitó por todos nosotros. 

La novedad estará en el Creador 

Retomamos las visión que Juan relata en el Apocalipsis; en concreto, el texto de hoy es la segunda parte del que hemos interiorizado el pasado domingo sobre la nueva Jerusalén; hoy no la vemos como ''novia'', sino como la enviada que trae la gloria de Dios. Y esta nueva Jerusalén ya no tiene ni necesita templo, pues el nuevo templo es Jesucristo al que vemos como ''morada de Dios entre los hombres''. Es por tanto, un canto a la felicidad que ha de venir, al mañana soñado sin dolor ni llanto, pues quien goza de la presencia misma del Señor ya no necesita más nada más y donde todo luto es superado. Un futuro como deseamos el nuestro en esa morada del cielo donde los cristianos vislumbramos nuestro futuro, en una realidad con Dios y por ende absoluta y eterna. Pero para llegar a ese mañana no podemos omitir tampoco nuestro ayer ni nuestro hoy que no hemos de pretender modificar, pues sólo en Dios todo será transformado y todo tiene sentido. No es un futuro a ciegas, insospechado ni casual, sino como Dios lo había previsto y soñado para cada uno de nosotros. El hombre a menudo se equivoca cuando piensa que es más libre cuando más lejos de Dios se encuentra,  pero sólo cuando nos encaminamos a las manos de Dios estamos avanzando realmente hacia nuestro verdadero futuro y verificando nuestro personal plan de salvación eterna.

Sólo el amor lo cambiará todo

El pasado domingo empezamos a hacer nuestros los últimos deseos de Jesús antes de su pasión y muerte, y hoy continuamos con este pasaje que nos sirve para actualizar ese testamento que son los deseos que fue manifestando a sus discípulos y que nos ayudan a prepararnos espiritualmente para la despedida física que vivirán los discípulos perdiendo de nuevo al Maestro en su ascensión al cielo. Así empieza este evangelio insistiendo en ese mandato nuevo del amor expresado de una forma más teológica en este texto joánico: ''El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él''... Sólo será posible esto cuando vivamos la radicalidad del amor sin excepciones, cuando seamos capaces de querer y perdonar a los que nos han hecho daño, incluso a los que no nos caen bien. Entonces el corazón estará limpio de lastres y ataduras para que el Señor more en él. A Jesús le quedaban muchas cosas por decirles y explicarles, de eso eran conscientes él mismo y los suyos, por ello les remite directamente a la esperanza con la promesa del Espíritu Santo. El adiós de Jesucristo es un gesto de fidelidad al Padre, al tiempo que un canto de paz, consciente de que el mundo no ama, y por tanto se encuentra necesitado de apóstoles misioneros del amor de Dios: ''La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde''. Jesucristo no remite cumplir la norma por la norma muchas veces en un sinsentido como exigían los fariseos; no se queda en circuncisión sí o no, sino que lo resume todo en la nueva ley: el Amor. El que ama a Dios ama a los demás. Jesús cumple la voluntad del Padre después de entregarse a su plan de salvación por nosotros, volviendo a Él, pero no nos deja solos: "Me voy y vuelvo a vuestro lado". Nos emplaza a esperar al Paráclito... En estas dos semanas camino de Pentecostés invoquemos de forma especial la venida del Espíritu Santo sobre su Iglesia y sobre todos nosotros; que venga y haga morada en nuestras almas. 

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