El Domingo II de Adviento nos lleva al desierto, como nos ocurre en la Iglesia siempre que nos disponemos a vivir algo importante y necesitamos huir del mundanal ruido para mirar en nuestro interior y prepararnos al encuentro del Señor que viene a nosotros.
En la primera lectura, Isaías vuelve a maravillarnos con su palabra profética y siempre tan actual para nosotros: ''Consolad, consolad a mi pueblo –dice vuestro Dios–; hablad al corazón''... Es una invitación para nosotros en este adviento del año 2021 ante un mundo desconsolado. El profeta alude al destierro del pueblo de Israel en Babilonia, pero nosotros podemos aplicarlo a la crisis sanitaria, económica y social que estamos padeciendo, y el mismo autor nos da la respuesta y la esperanza: ''Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede''. En estos días que se respira desesperanza y angustia pues parece que no habrá ni navidad. He aquí el problema de nuestro tiempo, que hemos olvidado que es Navidad, porque hemos reducido esta fiesta a lo material, gastronómico y las reuniones familiares sin más; y en cuanto nos quitan esto todo se nos desmonta como un castillo de naipes.
Nuestro Dios no es ajeno a nuestro sufrimientos, sino que ''Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres''. El misterio que celebramos en Navidad es tan grande que necesitamos cuatro semanas para prepararnos a vivir algo que nos supera y nos cuesta comprender. Sin embargo, el Señor pone de manifiesto como lo humano no es contrario a lo divino, pues sólo en el camino de Dios con el nacimiento de su Hijo cobra sentido nuestra humanidad. Dios nos demuestra en Navidad que no es justiciero, sino misericordioso, y así así se lo pedimos en el salmo: ''Muéstranos Señor tu tu misericordia y danos tu salvación''; su misericordia es Él mismo, el único justo y el que habríamos de esperar.
El fragmento de la carta de San Pedro vuelve a incidir en la segunda venida de Cristo de la que ya hemos hablado. ¿Por qué aborda Pedro este tema tan reiterativo en el Nuevo Testamento? Muy sencillo, los primeros cristianos pensaban que Jesús había ascendido a los cielos para regresar en breve, creían que el fin del mundo era inminente y que Cristo estaba a punto de volver. Apareció en aquellas primeras comunidades cristianas la impaciencia, la desesperación y el desencanto. Por eso San Pedro sale al paso para decir: El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. ''Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan''. Tan malo es esperar de brazos cruzados como no esperar y vivir despreocupados, por eso el autor emplea el símil con el que Cristo habló a sus discípulos: ''llegará como un ladrón en la noche''. No es “meter miedo”, es una recomendación a integrar la espera en todos los ámbitos de nuestra vida: ''Esperad y apresurad la venida del Señor''. El tiempo para Dios es relativo y para nosotros desconocido; no tenemos las claves de nuestro tiempo, de lo que vamos a vivir, de cuando será la Parusía. He aquí la pista que nos presenta hoy Pedro: ''queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables''.
El evangelio de este Domingo son los ocho primeros versículos del evangelio de San Marcos, el cual nos presenta la figura de este segundo domingo de Adviento: ''Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino'': San Juan Bautista; en él se entrelazan el pasaje del evangelio y la profecía de Isaías, cuyo paralelismo nos hace el propio evangelista: ''Una voz grita: En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios''. San Marcos pone nombre a esa voz, pues tras citar el pasaje de Isaías comienza diciendo: ''Juan bautizaba en el desierto, predicaba que se convirtieran y se bautizaran''. El bautista no habla desde teorías o ideologías, él mismo experimentó ya en el seno de su madre la vivencia de la venida del Mesías. En su vida se hace verdad las palabras del salmo 115: ''Creí; por esto hablé''. Juan era considerado por sus coetáneos como un hombre de Dios, como un profeta y un santo que vivía de forma tan austera y modélica como nos ha descrito el evangelio; corrió el rumor de que el mesías esperado era él, por eso fue rápido en aclarar: ''Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalia''. El bautista nos regala esta semana las claves para nuestra vivencia del adviento: la conversión, que es la mejor predisposición para recibir al que viene y allanarle el sendero sin olvidar que nosotros podemos ser en el “desierto” de nuestra sociedad la voz que clame: “preparad el camino al Señor''!...
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