Ahí, en estos hermanos nuestros cristianos eliminados, se está repitiendo el anuncio de Cristo de la destrucción de su Cuerpo que nos dice el Evangelio de la expulsión de los mercaderes del templo. Estos cristianos, hermanos nuestros, son Cuerpo de Cristo, que está siendo destruido hoy, pero esta destrucción no tiene la última palabra: ese cuerpo destruido, templo y morada de Dios –Jesús se identifica con estos hermanos nuestros, crucifi ca- dos, mártires, de nuestros días–. El, Jesús, levantará
este templo; la sangre de los mártires será semilla de nuevos y valientes cristianos que den testimonio de la verdadera sabiduría, la sabiduría de Dios que es su querer, manifestado en la Cruz de Cristo, que renueva al hombre. Necesitamos esta sabiduría, es la verdadera y la única, donde está el futuro y la esperanza del hombre, su salvación.
En todo caso no podemos cerrar nuestros ojos a lo que está aconteciendo. Es tan terrible saber de tal genocidio de cristianos, que no debería haber entraña humana que no se conmueva en los más vivo y verdadero del hombre ante el dolor inmenso de aquellas gentes, tan perseguidas y masacradas, solo por el hecho de ser cristianos. ¿Qué dolor puede haber como aquel? ¡Qué impotencia ante tanto mal! Contemplamos tal vez
cabizbajos e indignados, las patéticas escenas que nos llegan de aquellos lugares de martirio de cristianos en pleno siglo XXI. No podemos permanecer como espectadores pasivos. Son hombres, hermanos nuestros, que están sufriendo injustamente lo indecible, que están siendo sometidos a tan horribles crímenes. Son hermanos nuestros. Nuestros hermanos están ahí: sufriendo y muriendo. Hemos de acercarnos solidarios ante tanto dolor e injusticia, ante tan tamaña violación de derechos fundamentalísimos. Como buenos samaritanos, como cirineos de nuestro tiempo nos están mostrando donde está Dios: está donde los hombres son vejados, perseguidos, eliminados por ser cristianos, fieles seguidores de Jesucristo, sufren desolación y no tienen lo mínimo necesario ni la defensa que les corresponde.
Nosotros no podemos pasar de largo. No podemos cerrar nuestras entrañas. Somos guardianes de nuestros hermanos; debemos cuidarnos de ellos. El clamor de nuestros hermanos llega a nosotros. No permanezcamos cruzados de brazos ante esta violencia. Cooperemos en su liberación, aliviemos su dolor!
© La Razón
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