Es frecuente en estos días
reptimos aquello de Año nuevo, vida nueva. Pero tengo mis dudas. ¿Por qué hay
que hacer todo nuevo, cambiar y cambiar y cambiar? Parece que, al empezar el
año, tenemos que hacer “borrón y cuenta nueva”, olvidar lo que habíamos hecho y
optar por lo nuevo. La novedad no siempre significa avance, mejora,
evolución.
Los fanáticos evolucionistas olvidan un dato de sentido común:
¿por qué las mutaciones, siempre y de modo tan teledirigido, van hacia el bien?
¿No puede haber, y de hecho lo constatamos, un cambio a peor? Los
anticonservadores a ultranza olvidan que hay muchas cosas que no cambiamos:
conservamos la costumbre de comer todos los días, aunque vamos cambiando lo que
comemos. Conservamos la costumbre de beber con frecuencia, aunque según las
horas, necesidades y situaciones cambiamos el agua por el vino o un licor o un
refresco. Conservamos la costumbre de dormir varias horas al día, aunque varía
su núemro según la edad, la época del año o la situación anímica. Cambiar no
implica mejorar, ni las mejoras no se derivan simplemente de no
cambiar.
¿Qué sería de la física si se tomase al pie de la letra eso de
Año nuevo, vida nueva? Cada año tendría que empezar a demostrar, desde cero,
axiomas tan básicos como la ley de la gravedad o la relación entre el espacio,
el tiempo y la velocidad. ¿Qué haría el investigador químico si cada año, el 1
de enero, tuviese que empezar a describir, uno por uno, la particularidad y
complejidad de cada elemento de la tabla periódica? Poco podríamos avanzar y
mejorar a lo largo del año.
En el hablar popular de muchas zonas de
hispanoamérica se usa muy poco el término “viejo” para referirse a las personas.
A los 80 o 90 años una persona no es vieja, algo que está mal y necesita ser
cambiado. Es “mayor”, mayor en edad, en experiencia, en la sabiduría de la vida.
Y un año nuevo significa un año más, en la sabiduría de las canas, o de la
ausencia de canas por falta de pelo..
Ante los próximos 365 días prefiero
hablar de Año nuevo, vida renovada. No es olvido por el año que pasa, sino
actitud renovada, ilusión renovada, ante el año que empieza. Ese renovar implica
tres momentos, que no surgen tan espontáneos con la velocidad de crucero que va
adquiriendo la sociedad actual, que vamos tomando cada uno de
nosotros.
Primero, pararse, detenerse, y pensar qué hemos vivido y hacia
dónde vamos. Las empresas realizan, al menos a fin de año, un balance de su
funcionamiento: ganancias, pérdidas, beneficios, costes... Una fotografía de la
situación económica. No hay que temer este freno. El que corre en una carrera
tiene que ver hacia dónde está la meta, so pena de alejarse con cada paso que
da.
El siguiente peldaño es examinarse. Algunos universitarios tienen a
la vuelta de la esquina los exámenes de la primera mitad del curso. Además del
temido “momento – nota”, el examen pone delante del examinado la meta que
debería haber conseguido y la situación actual, de proximidad o lejanía, en
referencia a ese destino. ¿Cerca? ¿Lejos? ¿a años luz? Es el momento de evaluar
los conocimientos de la asignatura. Y en la carrera de la vida, el momento de
evaluar el corazón y la esperanza. ¿Está más cerca de la meta de todo hombre,
amar, a los demás, repartir esperanza y sonrisas, dar lo que antes hemos
recibido de Dios?
El último peldaño, el más alto y difícil, pero también
el más importante, es ponerse a pedalear. Por la experiencia de los años
pasados, sabemos que una cosa es el camino que pensamos para nosotros durante
este año, y otra el que nos tocará recorrer. Entre tantas felicitaciones del
2014, una decía, recordando un refrán mexicano: “Si quieres hacer reír a Dios,
cuéntale tus planes”. Una esbelta niña , con su coleta y su sonrisa, piensa en
la línea recta y tranquila de este año. Abajo, encontramos “los planes de Dios
para ti”, y un camino que parece una etapa de la Vuelta o el Giro, con 3 ó 4
puertos de primera, subidas, bajadas, y hasta nieve o agua.
¿Qué nos
espera este año? Cosas nuevas, cosas viejas (léase que no cambian), y sobre todo
una vida que crece, que sube, que avanza. El Papa Francisco nos dejó dos regalos
en el primer año de su pontificados: la luz y la alegría, la luz de la fe, que
ilumina el camino aunque no apabulla ni obliga, y la alegría del evangelio, de
esa Buena Noticia que todos esperamos: Alguien, con mayúscula, te ama y acompaña
en el pedaleo de este 2014.
José F. Vaquero
No hay comentarios:
Publicar un comentario