Por D. Jorge Gonzalez Guadalix
Más facilidad tenemos para aprender vicios que para mantener lo correcto en una celebración. Lo que yo llamo “vicios litúrgicos” surgen porque a alguien en una ocasión se lo ocurrió hacer una cosa mal, no fue corregido y otros entendieron que debía ser así. Podría señalar multitud de ellos en sacerdotes y laicos, algunos los compartimos, pero hoy quería señalar tres en la liturgia de la palabra, sea en la celebración de la Eucaristía, sea en cualquier otra ocasión. Vamos a ello.
“PRIMERA LECTURA”. Vaya. Empezamos bien. Es la primera porque antes no ha habido otra, y lo obvio no debe señalarse. Pues anda que no es frecuente que el lector empiece así: “Primera lectura”. Lo evidente es que el siguiente comenzara el salmo diciendo “Salmo responsorial” y lo mismo en la segunda lectura. Cualquier día el sacerdote se acercará al ambón diciendo “Evangelio. Lectura del santo evangelio…”
Lo de “primera lectura”, “salmo responsorial” y “segunda lectura” no viene a cuento. Se comienza, hoy por ejemplo con “Lectura del libro del Génesis”, luego proclamando el versículo del salmo “El Señor es mi luz y mi salvación”, y posteriormente “Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Filipenses”. Por favor, eso de “primera”, “salmo”, “segunda” nunca más.
“ES PALABRA DE DIOS”. También se ha puesto de moda añadir ese “es”, como si uno quisiera enfatizar más lo que ya se enfatiza bastante: que es la palabra de Dios. Los profetas nunca dicen “es oráculo del Señor”. Siempre se expresan sin el “es”: oráculo del Señor. En esto también picamos los curas, que al final del evangelio hasta a veces nos animamos y llegamos a soltar “esto es la Palabra del Señor”. Si es que cuando nos da por ponernos barrocos… Quiten el “es”, que hace daño a los oídos. ¿Quieren más rotundidad que proclamar después de una lectura “palabra de Dios”?
¿PALABRA DE DIOS? Hay gente que juega a preguntas y respuestas en la liturgia, y por eso lo de palabra de Dios lo dice con interrogante buscando la respuesta rápida, de la misma forma que se pregunta a los niños la tabla de multiplicar. A ver, guapo, ¿siete por ocho? ¡Cincuenta y seis! El lector no pregunta si lo que ha leído es la palabra de Dios. El lector lo afirma con contundencia: ¡Palabra de Dios! Y el pueblo lo reconoce y lo aclama con un respuesta: te alabamos Señor. Hacerlo con interrogante es como mostrar dudas de que lo sea, e interactuar con los fieles igual que con un niño: ¿dos por dos? ¡cuatro! Insisto, el lector no pregunta, AFIRMA.
Y esto de hacerlo con interrogante pasa también mucho en la oración de los fieles. El lector expone una intención: “Por la Iglesia, para que… etc.”. A continuación pide la oración por la intención misma: roguemos al Señor. El pueblo responde: te rogamos, óyenos. Hacerlo también como interrogante queda raro, se vacía de todo: ¿Roguemos al Señor?
Tres pequeños vicios de la liturgia de cada día. Seguro que hay muchas más. Pero a mí estos me siguen pareciendo los más frecuentes.
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