Avanzando hacia el ocaso del año litúrgico nos encontramos ya en el domingo XXXI del Tiempo Ordinario; provenientes cada uno de nuestro hogar y entorno, somos convocados una vez más por el Señor haciendo una única familia, un sólo espíritu y un sólo corazón en torno a su mesa. La alegría de la resurrección del Señor es el eco que resuena en nosotros cada semana y nos llama a vivir la alegría de de la actualización de su Pascua. En este domingo el Señor nos llama a tomar conciencia de que somos invitados con nuestras indignidades y virtudes a sentarnos con Él a la mesa; quiere venir y hospedarse en nuestra casa buscando estar cerca de nosotros para sacar de cada uno lo mejor que llevamos dentro.
I. Llamados a algo muy grande
Ahora que nos vemos en vísperas de los primeros días de noviembre en los que celebraremos la Solemnidad de Todos los Santos el día primero y la memoria de fieles el segundo, nos viene muy bien este fragmento de la epístola de la Segunda Carta a los Tesalonicenses para interiorizar el sentido que para el creyente tiene mirar al mañana. Este texto se escribe en un momento preciso para orientar a una comunidad cristiana que estaba pasando una fuerte crisis de identidad dado que no habían comprendido ni el sentido de la muerte, ni el significado de la segunda venida de Cristo, ni las profecías sobre el fin del mundo. Por desgracia, también en nuestras comunidades parroquiales experimentamos hoy cómo se está diluyendo profundamente el sentido cristiano para afrontar el final. Nuestra sociedad no piensa ni aspira al cielo, pues ha sacado a Dios de sus vidas y por ende, no tiene deseo de conocerle, de vivir para siempre en su presencia gozando de su Reino. Todos tenemos una vocación particular a un estado de vida, pero una vocación común que jamás hemos de perder de vista es que estamos llamados al cielo, a vivir en gracia con Dios y con los hermanos, y a mejorar cada día preparándonos para como diría San Juan de la Cruz: "el día en que seremos examinados del amor". Si vivimos vigilantes preparándonos en conciencia para ese momento se hará verdad en nosotros lo que se nos ha dicho en esta segunda lectura: ''De este modo, el nombre de nuestro Señor Jesús será glorificado en vosotros y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo''. A aquella comunidad de Tesalónica le ocurría que no entendían la sustancial diferencia entre que vivir alarmados pensando en un final inmediato, y como nosotros ahora, pensando que la muerte está aún muy lejos y que ya habrá tiempo de ser buenos, de confesar y estar a bien con todos... No nos dejemos engañar por el maligno que busca nuestra condena; dejemos actuar a la gracia en nosotros y a Dios ser el Señor de nuestra vida de forma que Él nos ''haga dignos de la vocación y con su poder lleve a término todo propósito de hacer el bien y la tarea de la fe''.
II. El creado llamado a ser salvado
La primera lectura tomada del Libro de la Sabiduría, nos habla precisamente de ésto: la sabiduría en mayúsculas, que no es otra que la de Dios. Qué pequeña es la criatura mirando al Creador: ''el mundo entero es ante ti como un grano en la balanza, como gota de rocío mañanero sobre la tierra''. Nuestro acierto parte de sabernos reconocer pequeños delante del Altísimo, al tiempo que le damos gracias por siempre de compadecerse de nosotros. Así nos lo dice el texto: el Señor pasa por alto nuestro defectos no para que sigamos actuando mal y nos regodeemos de ellos, sino para que cambiemos. Dios nunca quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. No somos fruto de un azar, ni somos cacharros inservibles; somos criaturas creadas con y por amor, con sentido y para un destino. Dios no defrauda, no toma venganza, no guarda rencor por grandes que hayan sido a lo largo de la historia nuestras afrentas y pecados contra Él. Al contrario, no sólo no nos da la espalda, sino que como afirma el autor del texto: ''¿Cómo subsistiría algo, si tú no lo quisieras?,o ¿cómo se conservaría, si tú no lo hubieras llamado? Pero tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amigo de la vida''. Dios no opta por la destrucción, por el descarte, por quitarse de delante a alguien; en contraposición, no se cansa de dar oportunidades, de derrochar misericordia, de permitirnos una y mil veces volver a empezar de nuevo. Dios vive en nosotros, nos da fuerza para levantarnos de nuestras caídas, pues su deseo es que todo lo por Él creado camine por el buen camino para poder ser así salvado.
III. En Jericó
San Lucas nos presenta este pasaje tomado del capítulo 19 de su evangelio, donde nos relata la visita de Jesús a la ciudad de Jericó. Así como en otros relatos es insignificante donde tienen lugar la escena, aquí el evangelista tiene interés en decirnos dónde ocurre: ¿por qué? Jericó es considerada una de las ciudades más antiguas del mundo, y por ello que Jesús realice el gesto que realiza en ella para muchos biblistas viene a suponer una alegoría de cómo el Señor quiere que la salvación llegue a todos: antiguos o nuevos. Era una ciudad famosa por sus murallas, lo que muchos exégetas interpretan como que no hay muros para el evangelio, y tantísimas comparaciones más como ser una ciudad de frontera, un punto estratégico en el camino a Jerusalén... Pero vayamos al meollo del evangelio de este día: Jesús atraviesa aquella localidad despertando el interés de sus gentes curiosas por ver al renombrado nazareno. Entra en juego el personaje protagonista de este relato: Zaqueo, que sabemos que era un pecador público; es decir, era un publicano rico mal visto por los puritanos y fariseos. El texto nos dice que como era pequeño de estatura se subió a un sicomoro -una especie de higuera- para ver pasar a Jesús. Y el Señor vuelve a dejar desconcertados a todos, pues Jesús se detiene junto al árbol, se queda mirado a Zaqueo y le dice que baje con prisa, que quiere hospedarse en su casa... La primera pregunta: ¿puede un rico ir al cielo? es difícil, pero no imposible. Los publicanos estaban muy cuestionados en la sociedad del tiempo de Jesús, se les tenía por traidores en sus tratos con los romanos, incluso hablar con uno de ellos suponía hasta casi contaminarse socialmente. El Señor rompe con todo eso, no sólo habla con Zaqueo, sino que se autoinvita a su casa: ¿por qué? Pues porque quiere llevar a todos la salvación. Sólo podemos ser del Señor si no nos dejamos esclavizar por los bienes terrenales. Y si caemos en esa tentación viene el Señor a decirnos: ''deja eso que no te lleva a ningún lado''. Esto vemos en Zaqueo: la conversión al descubrir que sólo el Señor le ofrecía una vida nueva y eterna, por eso afirma: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». Esto es lo que pasa cuando alguien roba algo; no basta con confesar el apropio, sino que se debe restituir por completo éste para alcanzar el perdón. Imaginemos que hoy Jesús entra en Lugones por la venida de Oviedo y todos salimos a verlo -aunque también lo dudo- y resulta que Él quiere hospedarse en la casa que menos hubiéramos imaginado; es verdad que el Señor tiene predilección por los pobres, sin embargo en este pasaje va a la casa de uno de los más ricos del lugar: ¿Qué diríamos!... Y es que el Señor siempre nos desconcierta. Qué daño nos hace para vivir la fe apegarnos al tener y poseer; nos endurece el corazón y nos conduce a la codicia y la insensibilidad... Abramos nuestro corazón al Señor que hoy quiere también hospedarse en nuestra casa e invitarnos a la conversión. Ojalá también pueda decir de nosotros: ''Hoy ha sido la salvación de esta casa''.
No hay comentarios:
Publicar un comentario