Metidos de lleno en el mes de noviembre nos encaminamos al final del año litúrgico, el cual concluiremos el próximo domingo día 29 con la festividad de "Cristo Rey". Por este motivo la Palabra de Dios que meditaremos en los próximos días como ya lo son los textos de este domingo, nos presentan el final del mundo y de la vida terrena y, por ende, el comienzo de la vida eterna. Además, para los cristianos este mes siempre ha sido de forma especialísima un mes del recuerdo de esa realidad a la que somos llamados; ojalá las lecturas de estas semanas nos ayuden a vivir el enfoque cristiano de nuestro final cargados de esperanza.
Así hoy la primera lectura del Libro de la sabiduría nos habla en este domingo XXXII del Tiempo Ordinario de la sabiduría que buscamos en nuestra vida y a la que pretendemos acceder; se refiere la capacidad del discernimiento inteligente a la luz de la Palabra de Dios para acertar en nuestros pasos cotidianos y objetivar nuestras metas. Como nos refiere el Libro: ''Quien madruga por ella no se cansa: la encuentra sentada a la puerta. Meditar en ella es prudencia consumada, el que vela por ella pronto se ve libre de preocupaciones''. Necesitamos saber -de aquí parte la idea central de este domingo- ''el destino de la vida del hombre''. No podemos omitir que la verdad de nuestro ser y el sentido de la vida se descubre desde la realidad de la muerte, verdad última y definitiva, pues sólo desde esa frontera iniciamos verdaderamente nuestra peregrinación última a la presencia real con el Creador.
La epístola de este día está tomada de la carta de San Pablo a los Tesalonicenses y nos es más que familiar; este fragmento del capítulo cuarto de la carta lo utilizamos a menudo en celebraciones exequiales: ''Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos''... El Apóstol les dice a los cristianos de Tesalónica lo que verdaderamente es que para los creyentes la muerte de los seres queridos, dándoles ánimos y a que la vivan en clave de esperanza con los ojos de la fe puestos en Cristo resucitado.Y les da una certeza: ''si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él''. Qué duda cabe que la separación nos puede doler, entristecer y costar aceptarlo, pero San Pablo afirma: ''no aventajaremos a los difuntos''. Se refiere a que nuestros difuntos -con más o menos faltas- ya nos llevan ventaja, ya estás más cerca del Señor que nosotros, pues han dejado "la prisión del mundo" (que decía Santa Teresa) para encaminarse a la Casa del Padre. Desde este punto de vista, son los difuntos los que habrán de tener pena por nosotros que aún somos esclavos de las cosas temporales y terrenas.
En esta línea, el evangelio también nos predispone para ese momento y nos invita a prepararnos para el en un doble paralelismo sobre el final del año litúrgico y la predisposición para el adviento como simil igualmente preparatorio de la partida de este mundo estando siempre vigilantes y con las lámparas encendidas para cuando llegue "el Esposo".
Hay personas que viven como si nunca se fueran a morir, quizá porque la llamada a la trascendencia no les dice nada pues viven la vida "a galope" sin reflexión ni preparación alguna y al margen de la fe. Lo grave es cuando somos los creyentes los gastamos igualmente nuestra existencia del mismo modo. No deberíamos dejar pasar los días pensando que el final está muy lejos, tal vez pensando que tenemos tiempo de sobra para arreglar las cosas con Dios; a eso se refiere parábola de las vírgenes prudentes y las necias, las cuales se vieron desprevenidas, y a las que el esposo encontró en vela.
Ante este hecho hemos de preguntarnos a qué grupo pertenecemos. Si somos previsores de cara al futuro inapelable de que no conocemos e día y la hora, y si el Señor nos encontrará con la lámpara apagada o encendida. Los seres humanos parece que no acabamos de hacer nuestra esta evidencia inexorable de la muerte, y así nuestra sociedad rechaza, esconde y hasta parece actuar ignorando esta realidad. Al hombre hedonista y materialista de hoy día no le interesa hacerse las últimas preguntas sobre llamada a la vida que trasciende ésta, pues en la respuesta a la interpelación Dios sigue estando presente en la conjugación y a muchos les incomoda responderle sobre su itinerario terrenal.
También celebramos hoy el día de la Iglesia Diocesana, que como bien dijo nuestro Arzobispo es un día que tiene trescientos sesenta y cinco al año. De forma concisa dedicamos este día a tomar conciencia de nuestra ''diocesaneidad'', de nuestro ser Iglesia no de forma individual sino en comunión con toda la diócesis por medio de la cual nos unimos igualmente a nuestro Obispo y al Papa como cabeza visible de toda la Iglesia Universal. Es un día para orar por nuestra diócesis y todas la parroquias que la componen, y donde las colectas de este fin de semana se destinan a ayudar a las más necesitadas. La Iglesia que peregrina en Asturias tiene más de novecientas parroquias, la mayoría rurales, humildes y muchas en estado de precariedad. Nuestra colaboración recíproca y solidaria entre las que más pueden y las más lo necesitan se expresa en este día en la llamada "comunicación cristiana de bienes". La Iglesia también está siendo golpeada por esta crisis del COVID-19, pues los ingresos han caído en más del 75% y los gastos no han cesado, por eso la Iglesia en España dedica hoy este domingo a sentirnos más que nunca una Iglesia Universal que trasciende muros y kilómetros.
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