domingo, 15 de noviembre de 2020

''Fiel y cumplidor''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Continuamos el domingo XXXIII del Tiempo Ordinario en el ocaso del año litúrgico donde el Señor nos habla de nuevo del final de nuestra existencia terrenal. Si la semana pasada nos recordaba estar vigilantes, hoy su palabra se centra en la actitud de revisar en ese camino nuestra "productividad" para el Reino, dándole cuentas en ese umbral de uso que hicimos de nuestros "talentos". Lo hemos cantado en el salmo: ''Dichoso el que teme al Señor''. Es sin duda uno de los dones del Espíritu Santo que no acabamos de comprender: ''el temor de Dios'' no es miedo físico a Dios -sería terrible- sino el respeto reverencial que le debemos como Creador y Señor de cielo y tierra. Dios no es un justiciero, pero exige correspondencia al amor que nos ha dado primero y que llevó a su Hijo a una cruz por nuestra Redención.

La primera lectura del Libro de los Proverbios nos pone de modelo la figura de la mujer. Hemos de tener cuidado con los que afirman que la Biblia es "machista", pues sin perder de vista el contexto histórico en que fue escrito éste -dentro de una sociedad judía patriarcal y cerrada- descubrimos en estos pasajes cómo es ensalzada la figura de la mujer, y donde pese a esa sociedad y contexto es puesta en valor y como ejemplo. La mujer siempre ha sido más religiosa que el hombre; es antropológicamente más cercana al misterio, a la piedad, y por ello ya en la cultura judía las mujeres no se limitaban únicamente a las labores domésticas, sino que por esta inclinación especial a las cosas de Dios se les encomendaba en tiempos donde no eran tenidas prácticamente en cuenta, encender las luces del "shabat". Realmente es un reconocimiento explícito de su proximidad con Dios, pues luz juega un papel muy destacado en la preparación "final", como estamos viendo en los textos del fin del año litúrgico, y como veremos -como un horizonte de esperanza- en las primeras semanas del nuevo año cristiano. 

Continuamos interiorizando el mensaje de San Pablo a los tesalonicenses que ya abordamos la pasada semana. El apóstol sigue introduciéndonos en el campo de la escatología que estos días aparecerá reiteradamente en el trasfondo de nuestras celebraciones. Pablo es claro: ''Sabéis perfectamente que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche''. Es la eterna incertidumbre: ¿Cuándo será mi hora? ¿Cuál será el día en que Cristo volverá? ¿Qué obras le presentaré?... Pero no veamos esto con angustia, sino con gozo... Qué alegría sabernos encaminados hacia la meta de vivir por siempre con Dios teniendo en el camino la única preocupación sincera de estar preparados, arrepentidos de nuestros errores y en paz con los hermanos, con nosotros mismos y, sobre todo, con el Creador que por Cristo nos otorga y ofrece una vida nueva que supera y trasciende este "valle de lágrimas". Es triste y muy duro ver a menudo a personas que nos rodean afrontar su final, su enfermedad o su agonía sin mirar "más allá", sino creyendo que todo termina ahí; que todo acaba en una oscuridad sin fin, en una vida que concluye sin un sentido de origen ni destino. El apóstol afirma: ''no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados''. Esto no quiere decir que dejemos descansar por las noches, sino que no seamos insensatos, que no dejemos el arrepentimiento y la conversión para el último momento, pues aunque Dios es infinitamente misericordioso, también nos recordará las posibilidades que hayamos desaprovechado para la reconciliación con Él y con los hermanos, pues esta misma noche nos puede pedir la vida... 

Por último, la parábola de "los talentos" tiene como todos los textos proclamados este domingo una esperanzada mirada de futuro. Es un símil de nuestra propia existencia en la que hemos recibido unas capacidades -talentos- con las que podemos hacer como consideremos oportuno, pero también cuando el Señor vuelva a juzgar a vivos y muertos seremos felicitados o reprendidos por su uso y "productividad". El Señor nos ha dado a todos unas cualidades, unas valías y destrezas que hemos de  poner al servicio de la comunidad, de la familia y de la sociedad. Nos reclama esa productividad como verdaderos trabajadores del Reino, nos pide no cruzarnos de brazos enterrando los talentos por miedo, sino arriesgarlos, testimoniarlos y ponerlos en movimiento. Quien es productivo para el Evangelio lo es para sí mismo, para la familia, para la comunidad y para la sociedad... Lo es para Dios.

En realidad este evangelio nos habla de la "parusía", del momento final en que seremos examinados del amor; quien por su necedad no acepte la mano tendida del Creador por medio de la redención en la sangre de su Hijo, vivirá la distancia y vaciedad donde sólo será "el llanto y rechinar de dientes". Recuerda que el pecado, la soberbia, el orgullo y el empecinamiento en el rechazo de Dios, hará que podamos perder hasta lo último de nuestra dignidad en la rechazada oportunidad, comprobando que al que fue fiel en lo poco como "empleado fiel y cumplidor" recibirá el ciento por uno participando del gozo de su Señor, y al que no valora lo que tiene y se le ofrece, se le quitará hasta lo que tiene.

También este domingo celebramos junto a toda la Iglesia Universal la "IV Jornada Mundial de los Pobres", instituida por el Papa Francisco. Este año lo afrontamos de una forma más peculiar, pues en estos momentos el mundo vive la fragilidad y la pobreza en sus más crueles formas a consecuencia de la crisis económica que está causando la pandemia. Por tanto ''no amemos de palabra, sino con obras''...

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