domingo, 29 de noviembre de 2020

''Mirad, vigilad''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila











Con las Vísperas solemnes de este primer domingo de adviento iniciamos el nuevo año litúrgico a la vez que bendecimos la corona del Adviento, cuyo primer cirio nos recuerda el comienzo de esta preparación espiritual para la Navidad. Si el pasado año que concluimos el domingo anterior con la Solemnidad de "Cristo Rey del Universo" nos acompañó el evangelista San Mateo, éste será San Marcos quién nos ayudará cada domingo a hacer nuestra la Palabra que Dios.

El adviento ha de ser una "Escuela de Posaderos", pues nos preparamos para dar alojamiento entre nosotros a Cristo que viene en la humildad de un niño recién nacido, vulnerable e indefenso. Nace en un establo por que no había sitio en la posada. Ya sabemos que hay muchísimas personas en este mundo y en nuestra Patria que no tienen sitio en su vida para el Señor, lo preocupante es que nosotros, los que nos decimos sus amigos y que le reconocemos y amamos, a menudo tampoco parece que le esperemos; le negamos muchas veces igualmente el cobijo en nuestro corazón y le obligamos a marchar y seguir buscando sitio en la frialdad de la noche en otro pesebre...

La primera lectura del profeta Isaías es -valga la redundancia- ¡profética!; actual y demoledoramente descriptiva de nuestro tiempo: ''Ojalá rasgases el cielo y bajases'' -¡ya!-. Es el sentir unánime de la Iglesia Universal que se encamina a las Pascua definitiva: ¡Que el cielo llueva su justicia, que venga a nosotros el único justo y santo: el Emmanuel!. Pero no vendrá sin más, sino tal y como nos dice este texto: ''Sales al encuentro del que practica la justicia''. Adviento no esperar de brazos cruzados a que llegue el día de Navidad o la Pascua eterna, es la oportunidad para que el Salvador nos encuentre mejores por nuestros propios actos. Para recibir al Justo, hemos de intentar ser nosotros previamente justos.  Necesitamos arreglar aquello que no va bien en nuestra vida y encauzarlo hacia el único que puede recapitularlo todo. He aquí el sentir unánime para este tiempo y que proclama el salmista: ''Oh Dios restáuranos, que brille tu rostro y nos salve''. 

Si la lectura del profeta se centraba ya en tiempos críticos hacia la primera venida de Cristo -con una apabullante aplicación comparativa a nuestro tiempo actual por las circunstancias similares que nos rodean) la epístola de San Pablo a la comunidad de Corinto está enfocada más bien a la segunda venida del Señor, que aún no ha tenido lugar: ''vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusaros en el día de Jesucristo, Señor nuestro. Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo''. Es este un matiz que no hemos de pasar por alto, pues el adviento no se limita tan sólo a vivir la preparación de la Navidad, sino que es un recordatorio de que nuestra existencia terrenal es un constante vivir en vela y en espera de que llegue la hora que no conocemos. Estas cuatro semanas son un recordatorio de que toda nuestra vida ha de caracterizarse por la espera atenta y vigilante en la que cuando menos lo esperemos ''vendrá el Hijo del Hombre''.

El evangelio es igualmente una llamada de atención a la constancia y una advertencia para no bajar la guardia en nuestra espera del Señor. Jesús exhorta a sus discípulos para que vigilen, y les pone el ejemplo del hombre que partió de viaje dejando el encargo de vigilar la espera de su retorno. Nosotros lo tenemos ahora más fácil dado que sabemos qué día es la Natividad del Señor, y afrontamos estas cuatro etapas del adviento aumentando la intensidad de la vigilia según nos acercamos a la fecha. Pero no olvidemos que en cualquier momento de nuestra vida pueden llamar a nuestra puerta San José con la Virgen María a punto de dar a luz y pedirnos cobijo. Hagamos nuestro el imperativo de evangelio: ''mirad; vigilaz'', pues como el mismo Jesús nos ha recordado ''no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!''...

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