lunes, 23 de noviembre de 2020

''Heredad el reino''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

 

Concluimos este domingo el año litúrgico con la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Vivimos nuestro tiempo acompasado con la historia de la salvación que hacemos nuestra año tras año. Lo comenzamos con el Adviento interiorizando la primera venida del Señor, y lo concluimos aspirando a la segunda venida de Cristo que será la definitiva: la Parusía. Si el pasado año proclamábamos en esta celebración el interrogatorio de Jesús ante el sanedrín: Cristo camino a la cruz; este año la palabra de Dios nos presenta dos facetas de la realeza del Señor: Pastor solícito y Juez misericordioso.

En el fondo, al encontrarnos en el final de un ciclo, la invitación pese a todo es para mirar esperanzados al futuro, y lo que encontramos en él los creyentes con los ojos de la fe es el triunfo del bien, del amor, y de unos cielos nuevos y una tierra nueva que no pasarán... Hubo un tiempo no  muy lejano en que casi todos los hogares de España tenían una imagen entronizada de Cristo Rey o del Corazón de Jesús, reinando en majestad. Era un gesto hermoso de nuestros mayores para con sus descendientes generacionales, heredado a la vez de sus antepasados y que daba seguridad y cohesión al hogar como recordatorio de que Él era el rey de todos; de toda la familia en su anhelo de ser algún día invitados a participar juntos del banquete celestial. Hoy parece que no sólo hemos olvidado el mandamiento primero de la ley amando a Dios sobre toda las cosas, sino que nos hemos olvidado también unos de otros, olvidándonos hasta de amar.

El principal enemigo de la fe sigue siendo la ignorancia; fe y razón se complementan y no se excluyen para nada, pero un ignorante suele ser además de atrevido, muy manipulable; y, sin duda, vivimos tiempos de ignorancia y manipulación. Nuestro Rey no tiene corona de oro, ni centro, ni tropas, ni palacio; es un humilde pastor que vive pendiente de guiar, cuidar y curar a sus ovejas... ¿Pero qué tendrá este humilde Nazareno que sigue poniendo nerviosos a los reyezuelos y mandamases de este mundo?... Seguimos viendo a muchos Herodes pedir la muerte del hijo de un carpintero.

Jesús es buen pastor, el manso cordero llevado al matadero, el rey de unos súbditos libres y voluntarios que no destaca por su ostentación sino por su humildad, que propone el mundo diferente que nos hace tanta falta, sin imponer nada a nadie. En la profecía de Ezequiel vemos la perfecta definición de cómo es nuestro Rey: ‘’Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones’’.

Jesús es el pastor bueno que busca a las ovejas perdidas, que salva a la descarriada y cura a las enfermas.  No es un monarca sentado en un trono, sino un pastor que sube a los riscos sin miedo al peligro en busca de las torpes y las rezagadas, y las carga sobre sus hombros de vuelta a casa... El salmo 22 que hemos cantado es la definición más exacta del tipo de rey que tenemos los cristianos...

San Pablo en su epístola a los Corintios nos dice que Cristo será el primero: ‘’después, cuando él vuelva, todos los que son de Cristo; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies’’. Aquí tenemos la segunda idea que podemos entresacar. Será ‘’juez misericordioso’’, conocedor de la frágil condición humana que tiene tendencia a la imperfección, a la necedad y al pecado. La carta de Pablo es realmente una exhortación escatológica del que conoce también a Cristo y la condición humana, enfocada al día en que regresará el Señor a juzgarnos a todos, vivos y muertos.

El evangelio es igualmente muy catequético y directo, vemos a Cristo que regresa, algo que esperamos desde el día de su Ascensión. Vuelve glorioso y viene como juez. Pero no se nos presenta como un justiciero terrible, injusto o rencoroso, sino que su juicio será todo sobre un sólo aspecto: ''el amor'' ¿hemos amado? ¿cómo he sido para con Dios y con mis hermanos? ¿He sabido descubrir a Cristo en el hambriento, sediento, forastero, desnudo, encarcelado...?. No será Él quien nos apruebe o suspenda, la nota dependerá de nosotros mismos. Cuando separe cabras y ovejas, ¿cúal será mi lugar?... Ojalá podamos escuchar orgullosos una sentencia merecida: "Venid benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo..." En nuestra mano, en nuestros actos y libertad está formar parte de su reino de vida. Ojalá devolvamos al Redentor el lugar que le corresponde en nuestra vida y en este mundo tan absolutamente necesitado de Él...

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