domingo, 17 de mayo de 2020

''Si me amáis, guardaréis mis mandamientos''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Con el sexto domingo de Pascua, nos vamos acercando a las últimas semanas de este Tiempo que concluiremos dentro de quince días con la Solemnidad de Pentecostés, por ello la Palabra de Dios centra ya nuestra atención en la venida del Paráclito. Finalizaremos la Cincuentena Pascual con una celebración que no es de la vida de Cristo, sino de la Iglesia que recibe el Espíritu Santo prometido por nuestro Salvador. 


En la primera lectura de hoy se nos habla de cómo se hacía visible el crecimiento de los seguidores de Jesús en torno a los apóstoles, que no se limitaban a predicar sino qué, además, hacían signos a la vista de todos. ¿Cómo traducir esto que experimentó Felipe en nuestras vidas? ¿Podemos nosotros hacer signos que cambien el corazón de los demás? Los poseídos quedaban liberados de sus demonios, los paralíticos volvían a caminar... Pero la ciudad de Samaría no se llenó de alegría porque las desgracias físicas o psíquicas de las personas desaparecieran, sino por que su vida cambiaba por descubrir a Jesús. Sólo así se corrigen nuestras cojeras, huyen nuestros demonios y nos llenamos de alegría. Cuando Cristo no tiene algo de tiempo en mi agenda, sino que vivo teniéndole a Él permanentemente en medio de mi existir, cuando viene conmigo al trabajo, al colegio, a la universidad; cuando está conmigo en casa, en el hospital, en el tanatorio, y cuando estoy unido a Él en lo bueno y sobretodo en lo malo, mi vida siente y expresa la alegría.

Los apóstoles ''oraron por ellos, para que recibieran el Espíritu Santo'', y es que sin Él no podremos cambiar nuestra vida. Igual que el sacerdote invoca en la eucaristía al Espíritu Santo para que transforme el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, así hemos de invocar al Espíritu Santo para que venga también a convertir nuestras flaquezas en fortaleza; que nos ayude en el camino de la santidad al que todos estamos llamados que es, en definitiva, el camino del que sigue las huellas del Resucitado.


La epístola de San Pedro que también hemos escuchado, nos llama a interiorizar la forma de ser del Señor y nos estimula a imitarle en nuestro obrar hacia todos, así le damos gloria, tratando de vivir el ejemplo que nos dejó, librando y venciendo nuestras batallas interiores y exteriores no con armas, fuerza o malas palabras, sino con amor. El Apóstol nos pide dar razón de nuestra esperanza, y la damos de veras cuando vienen los momentos de prueba; si cuando nos critican, calumnian o dañan respondemos con el bien, entonces estamos viviendo en toda su hondura nuestra pertenencia a Cristo. Ahí se evidencia que nuestro corazón late aspirando a tener los sentimientos de nuestro Redentor, el cual también respondió con mansedumbre a los que en las horas de su pasión se burlaban o le maltrataban para finalmente matarlo. 

En palabras del propio San Pedro: ''es mejor sufrir haciendo el bien, si así lo quiere Dios, que sufrir haciendo el mal''; algo que tenemos claro, pero que nos cuesta interiorizar y poner en práctica. Jesús lo hizo, y este ejemplo lo han seguido miles de creyentes Santos que perdonaron a sus propios verdugos. Que se haga verdad en nuestra vida el amor incondicional a todos, pues ya sabemos que no hay gloria sin Cruz. Sólo así nosotros moriremos a la carne para ser vivificados en el Espíritu como Cristo.

También el Evangelio de este día aunque breve en tamaño, es muy extenso en contenido: ''Si me amáis, guardaréis mis mandamientos''. Muchos hablan de amor libre, pero la verdadera libertad del amor surge del cumplimiento y la reciprocidad de la entrega. El cónyuge es buen esposo cuando guarda las promesas de fidelidad matrimonial a su esposa; el sacerdote es buen sacerdote cuando vive con normalidad y fidelidad su ministerio obedeciendo a su obispo; la religiosa cuando cumple con sus votos y las exigencias de su Orden... Todos tenemos una vocación, y toda vocación se vive en clave de amor y entrega; el amor implica cumplir con lo exigido. Toda infidelidad es ruptura, por mucho que el mundo nos quiera convencer de que ''todo vale''. La forma por tanto de manifestarle a Cristo nuestro amor es llevando a cumplimiento sus enseñanzas. ''El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él''.

Igualmente, nos recuerda el Señor: ''Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros''. Jesús nos está revelando varias cosas, por un lado se reconoce a sí mismo como ''Paráclito'' -consolador-; no les habla de algo ajeno a Él, sino que forma parte de su unión trinitaria. Jesús es consciente de que no entienden el significado de sus palabras, pero les alienta y les asegura que cuando reciban el Espíritu Santo comprenderán a qué se refería: ''Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros''.

Por otro lado, al desear que ''esté siempre con vosotros'', Jesús está reconociendo que se irá pronto de su lado, algo que se hace más evidente en medio de este fragmento de San Juan cuando el Señor afirma: ''No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo''. Nos predispone ya a su Ascensión, que la liturgia celebra el próximo domingo. 

Por último, el Señor no sólo les anuncia y promete ese Espíritu de la verdad que es el Espíritu Santo, sino que les vuelve a dejar descolocados al decirles al mismo tiempo que ''El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce'', algo que podrían entender como una alusión a los que no le reconocieron como Mesías, pero la complicación viene cuando Jesús añade: ''vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros''. Seguramente los apóstoles se quedaron desconcertados: ¿nos dices que vas a enviarnos al Espíritu Santo y ahora que ya lo tenemos? ¿Qué significa eso?. Pues que el mundo no tiene, conoce ni espera el Espíritu porque vive al margen; ya ha optado por el camino de las tinieblas, por tanto esto no tiene que ver con los que han tomado ese camino. Sin embargo, Jesús pretende hacerles ver a los suyos es que ya tienen en su interior el Espíritu, pero a menudo se olvidan de que mora en ellos. El domingo de Pentecostés abordaremos por qué tiene lugar la venida del Espíritu Santo cuando "ya está en nosotros". Más hoy quedémonos con el deseo del Señor, que guardemos sus mandatos donde todo se resume en el amor; el mandato nuevo de la última cena. El Espíritu que es amor trinitario -unión de tres en uno- es la llamada a la comunión -común unión-. San Juan Pablo II -cuyo centenario de su nacimiento celebraremos mañana- recuerda: “El amor verdadero es exigente. Su belleza está precisamente en su exigencia. Sólo quien, en nombre del amor, sabe ser exigente consigo mismo, puede exigir amor a los demás”.

Y por ese amor celebra la Iglesia española también este domingo la Pascua del enfermo, que este año cobra mayor sentido con motivo de pandemia que nos asola. Hoy que el evangelio nos ha hablado del espíritu consolador, es lo que se traduce en las obras de la Iglesia por medio de sacerdotes, religiosas y laicos que trabajan en el campo de la pastoral sanitaria. Llevar el consuelo del mismo Consolador a los desconsolados por la enfermedad. Ha sido un testimonio sobrecogedor ver cómo los capellanes y religiosas que trabajan en hospitales y residencias, así como en dispensarios de comida y caridad cómo estuvieron y están al pie del cañón hasta enfermar y morir muchos de ellos por estar al lado del que sufre y los necesita. No se conoce ni una cuarta parte de lo que la Iglesia ha hecho y se ha dado en España  y en el mundo en estos meses; no es propaganda ni proselitismo, es una verdad que nos hace estar orgullos de la fidelidad a nuestra misión, amándole a Él y guardando su palabra. 

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