sábado, 9 de mayo de 2020

Piedras Vivas. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Avanzando en el camino Pascual nos encontramos ya en el V Domingo, el último que celebraremos de esta manera, pues (D.m.) este lunes reabriremos de nuevo las puertas del templo al culto tratando de retomar poco a poco la normalidad de la vida litúrgica y pastoral de la Parroquia, en la medida que nos permitan las normas y que habremos de cumplir para seguir velando por la salud, en bien de todos. 


En este quinto domingo de la Pascua, la Palabra de Dios vuelve a acercarse de manera diáfana a nuestras vidas. La primera lectura es un fragmento del Libro de los Hechos de los Apóstoles, en el que vamos descubriendo cómo fueron los comienzos de la Iglesia y, en concreto, en el texto de hoy nos presenta algo fundamental en la vida de los creyentes. Si nos ceñimos exclusivamente a la cuestión histórica, nos quedaríamos tan sólo en la referencia de la institución diaconal, pero esta lectura nos dice mucho más. Pone de manifiesto el problema que los cristianos de lengua griega reprochaban a los de lengua hebrea, el cual más allá de predicaciones y catequesis, obviaba a los pobres; y los últimos de aquella sociedad eran los niños y las viudas. Una mujer en aquel tiempo no era nada casada con un hombre, pero como viuda era aún mucho menos todavía, sólo le quedaba la mendicidad. Por eso, y de esta realidad tan dura e inmisericorde nace el diaconado, la vocación de servicio que ha de ser en el fondo la vocación de todo creyente. 

En tal sentido y en nuestras actuales circunstancias, nos disponemos a recorrer un camino muy duro en el que a todos se nos exige generosidad: generosidad para cumplir las indicaciones sanitarias, para ayudar al comercio local, la hostelería de la localidad o a las empresas de nuestra zona, vapuleadas por la incipiente crisis económica.  Tocan -vuelven a tocar aunque nunca se hayan ido del todo- tiempos de vacas flacas, por eso no podemos instalarnos en el "sálvese quien pueda", sino que los cristianos católicos tenemos la obligación moral de partir nuestra capa con el necesitado. San Vicente de Paúl decía que ''ningún pobre era tan pobre para no poder ayudar a otro pobre'', pues eso mismo es lo que hemos de tratar de hacer ahora; poner en práctica nuestra caridad, pues ésta es una prueba también de nuestra fe. El amor que profesamos a Dios se articula desde lo que nuestros padres llamaban ''el santo temor'', que no es tenerle "miedo" a Dios, sino respeto reverencial. El respeto lleva siempre aparejado el compromiso tras el reconocimiento de la Providencia en nuestras vidas. Así nos lo canta el salmista: ''Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre''. Ojalá haya soluciones también para este tiempo de hambre; hambre de trabajo, de salud y de Cristo. Su "expulsión" de la vida del hombre acarrea la precariedad que conduce a la miseria en todo lo anterior.

El pasado domingo después de celebrar "nuestra" eucaristía, Don Serrano y yo estuvimos viendo por televisión la Misa-Funeral de la Catedral de Alcalá de Henares que se organizó en sufragio por todas las víctimas en España del COVID- . Algunos calificaron el evento como el funeral más grande de la historia de España al rondar los 70.000 espectadores. Pues bien, en la homilía de la celebración, Monseñor Reig Pla, dijo: ''Sobre la roca que es Cristo, se puede poner en pie a España''. Esta pandemia nos ha vuelto a recordar que "no somos nada", que no somos dioses y que un virus invisible es capaz de truncarlo todo y de matarnos. Estamos caídos y necesitamos levantarnos, convertinos y tener "temor de Dios". San Pedro en su carta así nos invita: ''Acercándoos al Señor, piedra viva rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa para Dios''. No hemos aprendido la lección; a lo largo de estos dos mil años hemos visto la suerte de los que se apoyaban en el Señor y la tortuosa senda de los que le despreciaban, y aún así, el pecado nos empuja constantemente a ser esos arquitectos necios que desprecian "la piedra angular". 

En estas semanas hemos experimentado en la práctica la teoría que habíamos escuchado mil veces, que la Iglesia no es sólo el edificio, que la Parroquia no son sólo las piedras que componen la estructura del templo, sino que todos; las piedras vivas que entramos en la construcción de una casa espiritual. Todas las parroquias de Asturias han estado vivas y abiertas, todos los sacerdotes celebrando a puerta cerrada, ofreciendo lo mejor que nuestras manos pueden hacer, celebrar el sacrificio eucarístico. En este diez de Mayo los sacerdotes diocesanos celebramos la fiesta de nuestro Patrono San Juan de Ávila, cuyas reliquias tuvimos la dicha de recibir y venerar en nuestra Parroquia en nueve y diez de Mayo de 2013. En esta jornada peculiar de nuestro querido Apóstol de Andalucía, quiero tener y pedir mi oración y la vuestra para todos los sacerdotes, el aplauso silencioso y la eficaz labor en el día día. Todos han estado al pie del cañón, muchos son mayores o están enfermos, atienden muchísimas parroquias o tienen diferentes cargos y múltiples obligaciones... Y ahí están; dando su vida cada día gratuitamente al Señor y a sus fieles en silencio y desde su trabajo. En este domingo os pido una oración por todos aquellos que nos aportaron su tiempo y ministerio, en especial por los enfermos y difuntos. A pesar de nuestras flaquezas y errores queremos dar lo mejor de nosotros mismos respondiendo con nuestro sí al Señor, que nos llamó a seguirle.

Finalmente, el Evangelio de este día nos llena de esperanza, igualmente muy apropiado para el momento particular en el que nos encontramos. Lo primero que a uno constantemente se le viene a la cabeza respecto de esta tragedia, son los difuntos, qué, como ya he repetido muchas veces no son simples números de cansinas y frívolas estadísticas; son personas con su historia, su familia y su dolor. Pues bien, la primera palabra que Jesús es para sus familiares: «No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros''. El Señor consuela, anima, tranquiliza... No nos engaña, sus promesas no son mentira, y nos asegura que donde Él esté, tendremos siempre sitio los que le seguimos, confiamos y creemos en sus palabras. 

Tomás, por su parte, duda; no entiende dónde dice Jesús que va a ir y dónde está ese Lugar, cómo llegar sin ninguna referencia... Jesús le responde en clave trinitaria: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto». Aún así, no habían entendido que Jesús era el Hijo de Dios, más ahora será Felipe quién lo ponga de manifiesto al pedirle que les muestre al Padre. Por eso el Señor se lamenta de que aún no hayan entendido nada cuando lo ha explicado tantas veces. Es evidente que no eran los apóstoles los mejores, pero eligió los que Él quiso: ''no elige a los capaces, sino que capacita a los que elige'', que dirá San Agustín. 

Jesús se nos presenta este domingo como ''camino, verdad y vida''; Él es nuestro mejor camino, nuestra única verdad y una auténtica vida. El Señor nos llama a la aventura de la fe, a resucitar con Él ya aquí en nuestro ahora, pues la fe es capaz de cambiar el corazón del hombre y transformar el mundo. Creer no es algo baladí, la fe "mueve montañas" y así nos lo recuerda hoy nuestro Salvador: ''En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores''. Y nos anticipa ya lo que celebraremos el próximo Domingo, su Ascensión: ''porque yo me voy al Padre''...

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