lunes, 24 de diciembre de 2018

NOSTALGIAS DE NAVIDAD. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


      Son éstas unas fiestas entrañables que desde un ambiente que sensibiliza el corazón  hace que nos miremos al espejo comprobando el paso del tiempo, y nos remiten también a otras navidades y personas que nos acompañaron en otros años...

            Mis más tiernos recuerdos infantiles de estas fechas actualizan y rememoran un ambiente un tanto desaparecido. Un venir a Oviedo desde mi pueblo (que era toda una aventura deseada y una excursión en toda regla) entre trenes y “alsas”, y observar las calles de “la gran ciudad” engalanadas de luces por todo lo alto con villancicos sonando en todas ellas. Una “calle Uría” con una vida trepidante de sonidos, anuncios, luces y gentes abrigadas y con bufandas, sonrientes y amables que, cargadas de regalos, se iban esquivando unos a otros en una marea humana. Charcos y nieve; sí, nieve, porque en Oviedo nevaba mucho y a mí me encantaba ver nevar, pisarla y ver el blanco del Naranco. ¡Olía a Navidad!...

            Yo siempre iba con alguien de la mano, casi siempre de una jovencísima tía sonriente, con una mirada contagiada de ese ambiente y que hacía -que siempre hizo- de madre común de sus sobrinos, mientras la mía acompañaba (yo eso lógicamente no lo sabía) a su esposo que se le "iba" poco a poco en la entonces llamada “Residencia Sanitaria”. Una tía y una familia que se preocupaba muy mucho de que aquel niño viviera feliz la Navidad, ajeno a otra realidad inevitable.

            Quizá me equivoque y la nostalgia embote un poco mi preponderante racionalismo en ocasiones, pero yo creo que la gente de aquella época era “más buena”. No se percibían  preocupaciones ni conflictos políticos o sociales más allá de tener un trabajo estable (que lo había), de vivir en armonía familiar y vecinal (que en general también era la tónica) y tener salud para disfrutar de todo ello sin radicalismo alguno. Donde la delincuencia común era prácticamente inexistente, las llaves de las puertas de las casa estaban siempre puestas por fuera, y donde los niños jugábamos solos en la calle y nos íbamos en bici al fin del mundo sin más riesgos que una caída de ésta.

            Tanto en el pueblo como en la ciudad la gente iba a misa multitudinariamente a celebrar el nacimiento del Niño Jesús, y los belenes y árboles de navidad estaban por todas partes sin que nadie nos obligara ni a ponerlos ni a quitarlos. La gente tenía menor “calidad de vida” -dicen ahora- pero también tenía menores necesidades y exigencias, y era un tiempo donde  cualquiera podía aceptar sin temor alguno en su mesa de Navidad a un pobre indigente.

            “Papa Noel” era algo de los americanos o de los finlandeses todo lo más, y "eso" estaba muy lejos… Nosotros sabíamos que la noche mágica era la de unos reyes venidos del lejano oriente que se presentaban el día anterior con una cabalgata de caballos y dromedarios que portaban los regalos y tiraban de los cortejos reales. No eran tractores arrastrando carrozas multicolor y luces “fashion” con reyes extraños y séquitos tipo “Drag-queen”; o personajes escapados de “la Guerra de las Galaxias” que confunden a los niños considerando, torpemente, que por serlo no se enteran…

            En fin, que hoy he tenido nostalgia de unas navidades pasadas y de las personas que desde el corazón me vienen al pensamiento, y, aunque pasen los años, como ninguna navidad es igual a otra deberíamos pensar que cada año podría ser la última. No perdamos, pues, la oportunidad de ser felices y hacer felices a los demás en éstas, quién sabe si generando en ellos en el futuro otras nostalgias de Navidad.
¡Feliz Navidad, feliz año nuevo y ¡salud!
Joaquín, Párroco

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