1. Acostumbrados a la muerte de Cristo
Se nos insiste a menudo en la
preparación interior, el cuidado y la piedad con que debemos vivir estos días.
Y esto no nos lo dicen por decir, sino porque uno ha de ir creciendo de año en
año lo que supone celebrar estos días santos. Con tantas Semanas Santas a nuestras espaldas parece que
uno se acostumbra y familiariza tanto con el misterio de la pasión y muerte del
Señor, que casi ya no nos afecta escuchar el relato de su entrega. Es como si
nos acostumbráramos a matar cada año al Señor; acudimos a los Oficios dónde se
nos dice y decimos que Cristo murió por
nosotros, y nada más. Suena a hueco nuestro interior, rezuma frialdad, sin
detenernos en analizar que estamos hablando de algo real . Un hombre inocente
maltratado por nuestras faltas. No es un personaje mitológico ni de leyenda.
Pues el hijo del carpintero era de carne y hueso.
A veces hace falta darnos un pellizco
para caer en la cuenta de que estamos hablando de algo muy grande, estamos
hablando del Amor, del amor con mayúscula.
Mira tú mano, ¿qué sentirías si un
clavo atravesará tu piel, rasgara tus tendones y desgarrase tus músculos?; ¿Te
imaginas el calvario?, ¿te ves allí?...
Es curioso sin duda con qué facilidad
nos familiarizamos con la muerte de Cristo y lo imposible que nos resulta
familiarizarnos con nuestra propia muerte o la muerte de los nuestros.
2 Jesús está sediento
Jesús dijo: tengo sed. No sólo
manifestó esta necesidad a la samaritana del pozo, sino también a los soldados
que contemplaban su agonía en la cruz.
Quiero ahora ayudarme de una exquisita
reflexión tomada del libreto que Caritas
española publica en esta Cuaresma -Pascua 2014- por tratarse del último que
escribe el Rvdo. D. Rafael Prieto Ramiro, entregado sacerdote que durante 32
años nos ha ayudado a acercarnos al sentido espiritual y que lo deja ya por su
avanzada edad. Estos libretos por todos conocidos y que hoy invaden tantas
sacristías, despachos y casa rectorales, lejos de sus propuestas
litúrgicas, a mi modo de ver son un tesoro por sus profundas
meditaciones, textos y versos .
La Madre Teresa y la sed del Señor
Todos conocemos la obra de Madre Teresa, una de las mujeres más grandes de
todo el siglo XX , pero ¿Cómo empezó la historia de esa mujer? . Esta albanesa
de nombre, ingresó muy joven en la Congregación de Loreto, apoyada por su párroco. Con el tiempo fue destinada a
un Colegio de "niñas bien" en Calcuta (la India). Allí, la joven monja, se
relacionó con la alta sociedad del lugar, en su mayoría nobleza inglesa. El Colegio era grande y los
jardines espaciosos, por lo que apenas tenían necesidad de salir del recinto. Un
día la religiosa tuvo que salir para coger el tren. Por el camino fue
cruzándose con la cruda realidad de Calcuta: el pestilente olor, cadáveres, leprosos …
Llegando ya a la estación no pudo
evitar fijarse en un moribundo que yacía en un charco de barro, en medio de su
agonía, enfermo y deshidratado sólo tenía fuerzas para decir: "tengo sed,
tengo sed". El bullicio de la calle parecía querer tapar su gemido; era algo
habitual, cada día morían más de veinte de la misma forma, pero a esta mujer
algo le cambió la vida . Ahí fue realmente cuando decidió dejar su vida en el
colegio de ricos para dedicarse a otros ricos, los ricos para el Señor.
Tiempo después su ejemplo causó tanto impacto que se vio obligada a fundar una
congregación dónde bajo la tutela de la Madre Iglesia poder perpetuar una obra de
Caridad. Sus monjas, las "Misioneras de la Caridad" (reconocidas por su habito
de velo blanco y rayas azules) están ya por más de medio mundo. En la misma
plaza del Vaticano atienden un comedor para los pobres y transeúntes de la
ciudad. Cada casa tiene una realidad de pobreza diferente, sin embargo, todas
sus capillas tienen lo mismo: el sagrario, la virgen y un Cristo con un
cartel que reza: "TENGO SED ."
3 De nuevo en brazos de la Madre
Jesús vino al mundo a las afueras de
la ciudad de Belén y fue a morir a extramuros de Jerusalén. Del mundo se fue
como al mundo vino, desnudo. Cómo dice ese pasaje del profeta Job: desnudó
salí del vientre de mí madre, desnudo volveré a él . El Señor me lo dio, el
Señor me lo quitó. ¡Bendito sea! He aquí como tanto en la gruta del establo
como en el Gólgota, la Madre se convierte en relicario para la veneración
de todos. Si al nacer lo tomó en brazos y lo mostró a los pastores y magos que
se rindieron ante él, hoy vuelve hacerlo al abrazar el cadáver de su joven
hijo recién desenclavado de la cruz. También esta vez hubo adoradores: Juan,
las tres Marías, Longinos (el soldado arrepentido que le atravesó con su lanza) y tantos otros que por curiosidad o fidelidad a
quién tenían por Mesías, no dejaron de subir la vía dolorosa. Allí, a la hora de
Nona, presenciaron en primera persona la humildad de un Dios que se abajó hasta
el punto de someterse a la muerte, y una muerte de Cruz.
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