miércoles, 12 de marzo de 2014

EL DEMONIO, EL MUNDO Y LA CARNE… Por Joaquín Manuel Serrano Vila




A riesgo de prematura “crucifixión” (camino vamos en este mundo y en riesgo estamos) y al hilo del evangelio del Primer Domingo de Cuaresma -no sin medir las palabras y aún a expensas de alguna demagoga carta al director de l.n.e.-  les hablaba yo a los niños “del cate” en su misa dominical del demonio, tentador de Cristo en desierto.

Atendían ellos y sus padres como si estuviera hablando de marcianos. Y es que nos hemos olvidado de que el demonio forma parte de nuestro mundo y está en él de múltiples formas, y, como al mismísimo Jesucristo, nos “ataca” en nuestros puntos más débiles y cuando más vulnerables somos.

No es que “el diablo”, “Lucifer”, “Satanás”, “el demonio”, “el anticristo”…etc, sea el personaje que han proyectado (nunca mejor dicho) algunos “garrapatas” de la industria cinematográfica que a costa de la Iglesia, a la que critican, han forrado sus bolsillos. Ni que este temido personaje se presente como individuo personal (¡o sí!...) ni sea tan feo y horripilante como la diversa iconografía artística nos presenta (¡o más!)

Lo ciertamente feo y horroroso del demonio es que se presente como se presente (normalmente muy sibilino él) representa las fuerzas del mal en el mundo y se vale de nosotros mismos y de nuestras propias debilidades, miedos y pequeñeces para su pretendido dominio y hegemonía, y -no tengan la menor duda- que  ¡haberlo, hailo!, que dirían sus amigas “las meigas”.

Y, tengo para mí, que el Satanás del evangelio de San Mateo nunca lo tuvo más fácil que en nuestro tiempo, pues, a fuerza de ignorarlo, se destornilla de la risa de todos nosotros -incrédulos, soberbios y prepotentes- y se sienta a tomar café en el salón de nuestra casa frente al televisor; maneja dedo sobre el ratón del ordenador; nos acompaña a la peluquería y comparte el sillón contiguo o incluso nos peina; nos acompaña a la compra de la fruta o el pescado, al tanatorio, al notario -¡o a misa!-; va con nosotros a inglés, a la facultad o al trabajo; se sienta en el asiento del copiloto de nuestro coche, etc… mientras nosotros, gallasperos y seguros, nos creemos dueños del mundo…

Hemos comenzado la Cuaresma y con ella nuestro particular desierto de la vida que no estará exento de las visitas del maligno, del bochorno, el frío y la aridez; de las tentaciones de serpientes, alacranes y alimañas que han de presentarse bien vestidas, amistosas, atractivas y de buen ver pero que al final seguirán siendo las portadoras de las mismas armas y tentaciones con las que el mismísimo demonio desafió a Jesús.

El itinerario de nuestro desierto cuaresmal pasa por tener firme el timón y programado nuestro “GPS” hacia el Oasis al que nos llama el vencedor de todas las trampas y emboscadas de este mundo y que es Cristo, nuestra Pascua.
¡Feliz y Santa travesía!


Joaquín, Párroco

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