A riesgo de
prematura “crucifixión” (camino vamos en
este mundo y en riesgo estamos) y al hilo del evangelio del Primer Domingo
de Cuaresma -no sin medir las palabras y
aún a expensas de alguna demagoga carta al director de l.n.e.- les hablaba yo a los niños “del cate” en
su misa dominical del demonio, tentador de Cristo en desierto.
Atendían ellos
y sus padres como si estuviera hablando de marcianos. Y es que nos hemos
olvidado de que el demonio forma parte de nuestro mundo y está en él de
múltiples formas, y, como al mismísimo Jesucristo, nos “ataca” en nuestros
puntos más débiles y cuando más vulnerables somos.
No es que “el
diablo”, “Lucifer”, “Satanás”, “el demonio”, “el anticristo”…etc, sea el
personaje que han proyectado (nunca mejor
dicho) algunos “garrapatas” de la industria cinematográfica que a costa de
la Iglesia, a la que critican, han forrado sus bolsillos. Ni que este temido
personaje se presente como individuo personal (¡o sí!...) ni sea tan feo y horripilante como la diversa
iconografía artística nos presenta (¡o
más!)
Lo ciertamente
feo y horroroso del demonio es que se presente como se presente (normalmente muy sibilino él) representa
las fuerzas del mal en el mundo y se vale de nosotros mismos y de nuestras
propias debilidades, miedos y pequeñeces para su pretendido dominio y
hegemonía, y -no tengan la menor duda-
que ¡haberlo,
hailo!, que dirían sus amigas “las meigas”.
Y, tengo para
mí, que el Satanás del evangelio de San Mateo nunca lo tuvo más fácil que en
nuestro tiempo, pues, a fuerza de ignorarlo, se destornilla de la risa de todos
nosotros -incrédulos, soberbios y
prepotentes- y se sienta a tomar café en el salón de nuestra casa frente al
televisor; maneja dedo sobre el ratón del ordenador; nos acompaña a la
peluquería y comparte el sillón contiguo o incluso nos peina; nos acompaña a la
compra de la fruta o el pescado, al tanatorio, al notario -¡o a misa!-; va con nosotros a inglés, a la facultad o al trabajo;
se sienta en el asiento del copiloto de nuestro coche, etc… mientras nosotros,
gallasperos y seguros, nos creemos dueños del mundo…
Hemos comenzado
la Cuaresma y con ella nuestro particular desierto de la vida que no estará
exento de las visitas del maligno, del bochorno, el frío y la aridez; de las
tentaciones de serpientes, alacranes y alimañas que han de presentarse bien
vestidas, amistosas, atractivas y de buen ver pero que al final seguirán siendo
las portadoras de las mismas armas y tentaciones con las que el mismísimo
demonio desafió a Jesús.
El itinerario
de nuestro desierto cuaresmal pasa por tener firme el timón y programado
nuestro “GPS” hacia el Oasis al que nos llama el vencedor de todas las trampas
y emboscadas de este mundo y que es Cristo, nuestra Pascua.
¡Feliz y Santa travesía!
Joaquín,
Párroco
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