En este Domingo XX del tiempo ordinario los textos de la palabra de Dios nos invita a contemplar dos realidades que son elementales en nuestra vida de fe, como es la relación entre Dios Padre y Dios Hijo, así como la encarnación del hijo de Dios. Esto es algo que a veces damos por sabido, que parece que sólo hablamos de ello el día de la Anunciación y el domingo de la Trinidad, pero el evangelio de este día nos lo presenta de una forma clara. Llevamos todo un mes con este discurso de San Juan sobre el Pan de vida, y podríamos caer en el error de decir que es un fragmento más de lo mismo que poco más nos aporta, o limitarnos a decir que es una alusión eucarística más.
A menudo con la teología profunda de San Juan nos pasa esto, que como no le entendemos nos quedamos en la epidermis. Pero si nos fijamos, Jesús no sólo hace lo que podríamos llamar una predicación eucarística, sino también trinitaria, dado que alude a su unión con el Padre cuyo nexo es el Espíritu Santo y, cómo no, al misterio de ser la palabra que habita entre nosotros. Cuando Jesús afirma "Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí" causa escándalo al estar reconociéndose públicamente hijo de Dios, su Palabra enviada a la tierra... Casi les sonaba peor eso, lo cual consideraban blasfemia, que afirmara que iba a darles a comer su carne: ¿qué está realmente que está anunciando Jesucristo aquí? Pues que con su muerte en la cruz seríamos salvados; por su carne triturada y su sangre derramada alcanzaríamos la gloria del cielo. También en ello hace referencia directa a la eucaristía, no podemos olvidar que ésta es precisamente la actualización del calvario, del sacrificio y entrega del Señor por nosotros.
Jesús estaba hablando a judíos, el evangelista nos lo aclara cuando alude: "Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?»". Aquí no era tanto que pensarán que Jesús hablaba de antropofagia o canibalismo, lo que no les entraba en la cabeza era que se revelara como el que iba a salvar la humanidad al darse por entero: "el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». El Señor también toca una fibra sensible de aquellos hebreos cuando les asegura: "Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre". Les recuerda el pasado de sus ancestros peregrinos por el desierto con miedo a morir de hambre y sed física, y el Maestro en este discurso se lees presenta como el nuevo y definitivo maná, el pan que baja del cielo no para morir o sobrevivir pues el maná era apenas un pobre sustento, más el cuerpo y la sangre de Cristo como nos ha dicho es "verdadera" comida y bebida.
Y hay una tercera realidad a tener en cuenta como es preguntarnos cómo se encarna esta realidad en mi vida, cómo es mi relación en oración con el Padre y el Hijo, cómo me doy a los demás como el Hijo de Dios se parte y se reparte en la eucaristía. Esto es muy serio, y nos lo dice el propio Señor. No es un invento de los curas; Jesús es el que nos dice que para salvarnos necesitamos acudir a la Santa Misa cada domingo y a poder ser cada día, pues solo "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día". Es el hijo de Dios el que pone esta condición, por eso la Iglesia trata de hacer presente el sacramento de la reconciliación y la eucaristía en todos los barrios y pueblos del mundo para que ningún discípulo se quede sin habitar en el Maestro, y Él en cada uno de nosotros, siempre que lo hagamos en gracia con el corazón y alma dispuestas.
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