domingo, 2 de febrero de 2020

Presentación del Señor. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Aunque correspondería celebrar el IV Domingo del Tiempo Ordinario, al coincidir en éste 2 de Febrero la liturgia propia de la Presentación del Señor, ésta eclipsa de nuevo nuestra rutina dejando lo "Ordinario" del fin de semana para adentrarnos en toda una fiesta.

Los antiguos decían que la Navidad se alargaba hasta este día por ser cuando oficialmente se quitaban los belenes. ¿Y por qué esta fiesta aquí y ahora, si pusimos fin al Tiempo de Navidad con el Bautismo del Señor? Es verdad; parece que retrocedemos para volver a mirar a Jesús como niño y, sin embargo, ya le veíamos mayor predicando. El dos de Febrero toma su sentido al cumplirse cuarenta días desde el veinticinco de Diciembre, día mandado por la ley judía para presentar al recién nacido en el templo.

Celebramos en esta Fiesta la alegría de la luz; fiesta las candelas que son bendecidas, de Nuestra Señora de Candelaria, y vemos a María como Virgen de la Luz, como Candela maternal que presenta en sus brazos al que es  "luz de luz": Jesucristo, a cuya luz nos adherimos portando y bendiciendo en nuestras manos las candelas, al igual que María portó en su seno y en sus brazos la Luz del mundo.

La Palabra de Dios nos remite igualmente a esta realidad, así en la primera lectura del profeta Malaquías se nos dice nada menos que el Mesías será Será "un fuego de fundidor"; es decir, esa luz cuyo calor es tal que hasta el metal más duro somete. Viene buscando ablandar los corazones más endurecidos al calor de su Palabra.

Si en la primera lectura se nos habla de cómo será el que funde en Él nuestros corazones, en la epístola de San pablo se nos narra cómo iremos nosotros en búsqueda necesitada de su misericordia. Se nos presenta a Jesús como el sacerdote bueno que no reserva su mano para los que están a la altura de poder tocarla, sino para los pecadores que, como Abraham, esperamos la promesa de una tierra prometida en un reino que no es de este mundo, que ya ha comenzado y que no tiene fin. En este texto visualizamos esa hermosa representación que la tradición cristiana oriental ha extendido catequética y pedagógicamente de Cristo glorioso y resucitado, sacando del abismo las almas de sus fieles y tendiéndoles su mano. Es la gran llamada a la luz; aspirar a vivir con Él para siempre en su Gloria.

Pero tampoco el ofrecimiento es un "todo vale", una salvación general con entrada libre; ni siquiera podemos limitarlo a ser más creyentes o menos, sino que la diferencia real radica entre ser buenos o malos creyentes. El Papa Francisco en una de sus homilías durante la misa diaria en Santa Marta, denunciaba -en líneas generales- que hay un elevado número de fieles que participa de la eucaristía con asiduidad pero con el sinsentido de vivir sin conciencia de pecado.

El demonio nos susurra por boca de amigos, familiares y personas que se dicen entendidas, e incluso sacerdotes que nos dicen que "basta con ser bueno" y que eso de confesarse es cosa del pasado. Jamás creamos esto; no anulemos nuestra conciencia, pues es ésta una trampa del maligno que celebra que vivamos en pecado, que comulguemos en pecado y que lleguemos a la muerte estando en pecado. Hoy, que ya no hay distancias y que las ciudades ofrecen diversos horarios de confesiones en sus templos, acudamos a cualquiera o al que menos incómodo nos resulte; hagámoslo con el sacerdote que sea pero sepamos que esas afirmaciones que están fuera de la fé católica como confesarse uno mismo o con Dios o suplirlo todo en una "absolución comunitaria" es un fraude que, finalmente, no nos satisfará porque conocemos nuestro barro y necesitamos lavarlo a la luz honesta, íntima e individual de un sacramento peculiar que por él y por nosotros mismos hace que no valga de manera general.

El Evangelio nos presenta la escena de aquel momento de la vida del Señor donde dos ancianos justos y buenos -Simeón y Ana- esperaban por el Mesías, la cual fue premiada concediéndoles ver y tocar al Salvador del mundo. Es a lo que hemos de aspirar nosotros mismos conduciendo nuestra vida en esa dirección, alejándonos de las tinieblas y acercándonos al fuego del amor que es Jesús mismo.

Nadie nos promete una vida mejor que al resto por ser creyentes, casi todo lo contrario; tenemos garantizada en cierta medida la cruz. Así se lo profetizó Simeon a Nuestra Señora al decirle "y a ti una espada te atravesará el alma". Preparémonos, pues, con la fuerza que el Señor nos dará para poder asumir las espadas que han de atravesar nuestras almas, más no dejemos que nada nos devuelva a la oscuridad en la que vivíamos cuando ya hemos sido rescatados por el que es "luz del mundo".

En este contexto litúrgico también celebramos el "Día de la Vida Consagrada"; encomendemos también a las religiosas y religiosos, en concreto nosotros hacemos memoria agradecida del testimonio de vida que dan en nuestra Comunidad las Hermanas del Santo Ángel de la Guarda, las cuales hacen verdad con su servicio en la Parroquia lo que reza el lema de este año: ''La vida consagrada con María, esperanza de un mundo sufriente". Ojalá la vida consagrada masculina y femenina sean bendecidas con muchas y santas vocaciones para seguir llevando a Cristo a este mundo tan descreído y tan de espaldas a Dios que vive y genera tanto sufrimiento en sí mimo y para sí mismo.

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