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viernes, 14 de octubre de 2016
Don Manuel González, santo, con otros cuatro más. Por Demetrio Fernández
Cuando la Iglesia eleva a los altares a alguno de sus hijos, y más declarándolo santo, hacemos fiesta grande. Pues cinco beatos son canonizados hoy en Roma: Don Manuel González, obispo español, el jovencito mexicano José Sánchez del Río, el sacerdote argentino José Gabriel Brochero, el mártir de Lasalle francés Hno. Salomone Leclerq, y sor Isabel de la Trinidad, carmelita descalza de Dijon (Francia). Cada uno presenta su propia biografía con características propias, pero todos ellos son un anuncio explícito de la vocación a la que todos estamos llamados, la santidad. Ellos, cada uno a su manera, han respondido generosamente a esa vocación del Señor y han pasado de pecadores a santos. Dios se la lucido en la vida de cada uno de ellos y ha manifestado su gloria. Que todos sintamos la alegría de Dios y de la Iglesia en este día tan bonito.
D. Manuel González nos toca más de cerca por razones históricas y geográficas. Sor Isabel de la Trinidad viene a sumarse en la rica tradición carmelitana con aportaciones propias en sus elevaciones a la Stma. Trinidad. El jovencito José Sánchez del Río, con 14 años, dio un testimonio de gran valentía, gritando ¡Viva Cristo Rey! mientras lo martirizaban en México. El cura Brochero es un sacerdote diocesano de Córdoba /Argentina, entregado a su ministerio y amigo de los pobres, que muere leproso por atenderlos. El Hno. Salomone es mártir de la revolución francesa.
D. Manuel González nació en Sevilla, fue niño Seise en su catedral, ordenado sacerdote por el beato cardenal Espínola, arzobispo de Sevilla. Fue obispo auxiliar de Málaga y después obispo residencial de Málaga. Es conocido como el «apóstol de los Sagrarios abandonados», y trabajó para fomentar la devoción eucarística, fundando la Congregación de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret (Nazarenas), la Unión Eucarística Reparadora, el Granito de Arena, etc. En 1935 fue nombrado obispo de Palencia, donde está su sepulcro. Murió en 1940.
Me llamó mucho la atención leer su epitafio: «Pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejéis abandonado!». Y allí se encuentra en la capilla del Sagrario de la Catedral de Palencia. Ante un misterio tan grande, como es la Eucaristía, corremos el riesgo de acostumbrarnos a ello y no caer en la cuenta de la grandeza de esta presencia, que es prolongación del sacrificio del Calvario, que es comunión del Cordero, que es presencia del Resucitado en medio de nosotros. La canonización de este apóstol de la Eucaristía nos despierte ante tan gran misterio.
Los dos mártires, el jovencito y el hermano de la Salle, nos recuerdan que en tiempos revueltos no hay que amilanarse o encogerse, sino estar dispuesto a dar la vida proclamando a Jesucristo, nuestro único Rey, pasando todas la penalidades que vengan por su causa. El cura Brochero fue un cura ejemplar en el ejercicio de su ministerio sacerdotal y en su desbordamiento de amor a los pobres. Sor Isabel de la Trinidad, carmelita descalza, muere jovencita (a los 26 años), encendida de amor a la Santísima Trinidad, dejándonos escritos preciosos sobre el tema.
Los santos son los mejores hijos de la Iglesia. Y la Iglesia los tiene por miles, de todas las edades, de todas las épocas, de todos los estados de vida. Constituyen un catálogo precioso y riquísimo. En esa familia de santos hemos sido incorporados nosotros por el bautismo para llegar a ser santos también nosotros. Que los santos que hoy son canonizados nos alcancen la santidad que Dios nos tiene preparada, y a la que queremos responder generosamente, cada uno desde su propia situación.
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