viernes, 14 de enero de 2022

Beato Luis Ormieres, el pequeño con los pequeños. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


El 16 de enero es el día en que celebramos la Fiesta del Beato Luis Antonio Rose Ormieres, fundador de las Hermanas del Santo Ángel. Aunque francés de nacimiento, sentía un gran amor por España y especialmente por nuestra tierra de Asturias en la que vivió los últimos meses de su vida en el Colegio del Santo Ángel de Gijón, a orillas del Cantábrico y al lado de la iglesia de San Pedro. Allí, en aquella casona del Campo Valdés, atendido por sus hijas religiosas, entregó su vida el 16 de enero de 1890. Como los grandes educadores, el P. Luis no podía cerrar sus ojos en mejor lugar, mecido por las olas del mar y la alegría de los niños como música de fondo.

Para su beatificación se realizó un cuadro que le representa joven y rodeado de pequeños; antes de la beatificación se le representaba en las estampas y litografías con el pelo totalmente canoso y con rasgos de anciano. Y es que el Beato Luis fue un hombre longevo, morirá a finales del siglo XIX con nada menos que 80 años, lo cual era muy poco habitual. Muy atrás quedaba su nacimiento en Quillán (Francia) un 14 de julio de 1809 donde surgirá la fe y la vocación, y donde el comienza la aventura de la Fundación de la familia del Santo Ángel: colegios, parroquias, misiones, residencias... A partir de que logró ser un buen discípulo, tomó conciencia de que Dios le llamaba a algo muy concreto y "grande": la formación de verdaderos discípulos, partiendo de la enseñanza. 

Para el Beato Luis la docencia no era una pastoral cualquiera, lo consideraba algo sagrado y vital, consciente de que es mucho lo que nos jugamos en saber dar a conocer a Jesucristo y que nuestros mayores nos transmitieron. Sobre esta cuestión afirmaba él: "Destinados a educar a la juventud y a formar miembros vivos de este cuerpo místico, cuyo jefe está coronado de gloria en los cielos, debemos estar penetrados de la importancia de nuestra misión y pensar en los medios para cumplir bien.. La enseñanza es un verdadero apostolado, un segundo sacerdocio. Nadie, se atribuya a sí mismo este honor. Es preciso ser llamado por Dios''.

Ante la proximidad de esta querida celebración quisiéramos detenernos en tres rasgos que pudieran servir de ayuda para acercarnos a la gran figura del Beato Luis Antonio:

1º Cercano a toda pequeñez. 

Como seminarista del Seminario Conciliar de su diócesis de Carcassonne, destacó desde el primer momento por su sensibilidad a la hora de prestar ayuda a compañeros que iban más rezagados en los estudios, por lo que antes de ser ordenado sus superiores ya le designan como profesor de los seminaristas de los primeros cursos. Era un hombre inteligente; sin embargo, jamás presumió de nada ni se creyó nada. Vivía su colaborar y estar atento a sus hermanos como mera respuesta al mandato del Señor. Luis A. Ormieres había sido un niño feliz, y en cierta medida mantuvo su corazón de niño grande lo que le permitía entenderse muy bien con la infancia. Más en ese mundo hubo otras relevancias que tocaron el corazón: los pequeños en salud, en fuerza, en alimento, en salario, en esperanza... En aquella Francia de su niñez y juventud, aún tan marcada por las cicatrices de la Revolución Francesa, hizo verdad la premisa evangélica de la preferencia del Señor por los últimos. Como el grano de mostaza ''de todas las semillas es la más pequeña, cuando ha crecido es la mayor de las hortalizas y se hace árbol, de modo que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas'' (Mt 13, 32). Ahora que nosotros nos encontramos inmersos en una pandemia, cabe recordar también el trabajo del P. Luis en la crisis sanitaria vivida en Francia entre 1838 y 1845 en las renombradas epidemias de Cólera.  

2º Su preocupación por los niños

Tras ser ordenado sacerdote en 1833 vive más de cerca la realidad cruda y dramática de aquella Francia rural sumida en la pobreza y totalmente desesperanzada. Lo que más le duelen son los niños, que no sólo no saben leer ni escribir, sino qué, además, carecen de las nociones mínimas de urbanidad y civismo, y comienzan a trabajar muy pronto para poder echar una mano en casa. Ante aquel panorama descorazonador el P. Ormieres cae en la cuenta de que no basta con tener ángeles en el cielo, sino que hacen falta ángeles de carne y hueso que miren por estos desamparados. Trata de responder así a la enseñanza del Maestro Divino: ''El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado'' (Lc 9,48). A partir de entonces toma cuerpo el carisma concreto, el cual con la ayuda de la Madre San Pascual se concretará en la fundación de las Hermanas del Ángel de la Guarda. Será un educador ejemplar y sus mayores lecciones serán las que imparte fuera del colegio. Fue un maestro en su forma de vivir haciendo el bien, cuidando los detalles del día a día, esmerandose en ser útil y aportando siempre su propia entrega, carisma y personalidad. 

3º Supo hacerse pequeño 

El P. Ormieres tenía de alma de niño. Los testimonios que nos han llegado de las personas que le conocieron de cerca y le trataron le definen como un sacerdote alegre, soñador, curioso, cercano y amigo que contagiaba su alegría. Llevó a cabo una obra de evangelización impresionante a través de las fundaciones de las Hermanas y, sin embargo, jamás quiso aplausos, reconocimientos ni vivió aislado en una burbuja, sino que le gustaba conocer las realidades mejores y peores con las que sus "hijas" se iban encontrando. Como San Juan Bautista, el Beato Luis tuvo muy claro que convenía que él menguara para que Cristo pudiera crecer en él. Gastó su vida entre las hojas del breviario y las cuentas del rosario, sigiloso y prudente; hizo suyo que para ser primero ''hay que hacerse servidor de todos'' (Mt 23, 11).

Que el Beato Luis Ormieres, pequeño con los pequeños, nos enseñe a seguir sus pasos e interceda por todos nosotros, por nuestra parroquia de Lugones y por sus hermanas del Santo Ángel de la Guarda. 

Joaquín, Párroco

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