Nos encontramos en el domingo XXI del Tiempo Ordinario, y la Palabra de Dios vuelve a invitarnos a la introspección de nuestra alma en el camino que atraviesa el estío, como tiempo de descanso y sosiego propicio también para reflexionar sobre nuestra vida. Los textos de este día llevan nuestra mirada a San Pedro, recordándonos que nuestra fe está cimentada sobre los Apóstoles.
Si nos fijamos en la primera lectura de Isaías, encontramos cómo el Señor concede a Eliacín un poder especial. Afirma el profeta: ‘’Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá’’. Dios le concede unas llaves terrenales; ahora bien, en el evangelio de San Mateo proclamado, la concesión es mucho mayor y trascendente: ‘’Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo’’.
Jesús reconoce públicamente a Pedro como el principal, como el cabeza de los apóstoles, lo que en la Iglesia se llama la Primacía Petrina. El Señor nos dejó un guía visible: ‘’tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará’’. Pedro hoy se llama Francisco, y en este pasaje evangélico vemos con claridad cómo la Iglesia no es un invento de hombres ni un enmarañado ajeno a Cristo. Fue el Señor quien quiso que el obispo de Roma fuera la máxima autoridad sobre el resto de comunidades cristianas. Por ello es tan importante para nosotros amar al Papa, orar por él, sentirnos unidos a su ministerio y hacer nuestras sus enseñanzas. He aquí el sentido de las llaves del Reino que le son confiadas a Simón, al que el Señor llamó Pedro.
Es muy interesante también la primera parte del evangelio antes que Jesús reconozca su primado. El Señor ante los suyos pregunta: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?». Nosotros podíamos actualizarlo y encarnarlo en nuestro tiempo, vida y circunstancias: ¿Qué dicen por ahí de la Iglesia, del Papa, los curas, de la Parroquia, de los obispos, de la fe…? Jesucristo es consciente de que muchos hablan, que muchos critican, que muchos desprecian; pero a Él las habladurías y chismorreos no le preocupan ni importan, y les hace -nos hace- la pregunta realmente importante y directa: ‘’Y VOSOTROS, ¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?’’. Es muy fácil repetir lo que dicen los demás: unos hablan bien, otros mal, otros ni fu ni fa… «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Pero la interpelación va directamente a nosotros: ¿quién decís que soy?... Quizás daríamos respuestas bonitas y elaboradas, aunque siempre teóricas, pero, ¿sabríamos dar una respuesta de experiencia personal, de conocer realmente al Señor, de sentirlo vivo y continuamente presente en mi vida?...
Él no deja de sorprendernos, de querer contar con nosotros, de anhelar formar parte de nuestra vida. Incluso muchos sin querer saber nada de Cristo se lo han encontrado cara a cara. Esto le pasó a San Pablo que relata en su epístola a los romanos el acontecimiento canta: ‘’¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios!; ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!’’ Pero cuidado amigos, no nos quedemos únicamente con el Jesús teórico, sólo con el personaje histórico, con el Jesús idealizado al que veo en el siglo I pero que no siento vivo en mi aquí y en mi ahora; reducir a Jesucristo simplemente al personaje histórico ensombrecerá por completo nuestra fe. Cristo vive hoy entre nosotros, nos invita a navegar en la barca de la Iglesia que preside Pedro con las llaves del cielo y de la tierra, rumbo al puerto de la eternidad.
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