martes, 12 de noviembre de 2019

Beatos Seminaristas Mártires de Oviedo. Por Rodrigo Huerta Migoya

''Una sangre rociada que habla mejor que la de Abel'' (Hb 12, 24). 


La Diócesis de Oviedo está viviendo, sin duda, unos años especiales de gracia con la beatificación de los Mártires de Nembra, de Luis Ormiers y de los Seminaristas Mártires. Con estas tres celebraciones la Iglesia asturiana se siente bendecida y llamada a lo que el Papa Francisco no deja de insistir: ''la santidad'', y es que en palabras suyas encontramos una magnífica definición de lo que supone: ''ser santos no es privilegio de unos pocos, sino una vocación para todos''.

Ahora que ya ha pasado un tiempo de la beatificación y que parece que todo está más tranquilo es un gran momento para interiorizar un poco más las enseñanzas que de lo que vivieron y nos enseñan los nueve intercesores que tenemos en el cielo, cuya memoria litúrgica celebramos el pasado día séis.

Martirios de Octubre del 34, cuando el ganado fue humano y los humanos …


En los muchos relatos que he leídos he leído de los episodios de la octubrada de mil novecientos treinta y cuatro con el llamado combate de San Lázaro, la concentración de la fuerza pública en Caño del Águila, las subidas y bajadas por la carretera del cementerio del Salvador aguardando a los mineros que venían hacia la capital... de los diferentes relatos que se entremezclan, con variación de horas por ejemplo sobre el asalto del seminario -aunque todas en torno al mediodía o primeras horas de la tarde- y demás primeros disturbios y fuga de los seminaristas en dirección a la estación del Vasco; una curiosidad que me llamó poderosamente la atención fue los primeros escondites de los seminaristas.

En concreto, cuando tantos se agolparon en un establo próximo al seminario donde se metían como podían bajo el vientre de los animales y entre sus piernas. Sin duda los animales son criaturas de una inteligencia que nunca deja de sorprender y en este caso lo demostraron con creces. Los seminaristas supervivientes relataban que llegaron a ser tantos allí -como ya comenté en otra ocasión- que muchos optaron por buscar otro escondite para no perjudicar a sus hermanos; ahora bien, hay un testimonio aún más llamativo, y es que los animales ni se inmutaron, ni se revolvieron ni dieron la menor patada. Y es que los seminaristas estaban tan nerviosos, tiritando de miedo y trasmitiendo su pavor, que hasta el mismo ganado demostró mayor humanidad que la de que harían gala sus verdugos. Siempre se ha dicho que un animal puede percibir cuando una persona está triste, enferma o asustada, y los seminaristas de 1934 encontraron en los animales de aquel establo el mismo calor y acogida que se encontró sin esperarlo en Belén la Sagrada Familia de Nazaret.

Ante el martirio asturiano, se palpó la unidad de la Iglesia


Otro aspecto que llama la atención fue la desbordante cercanía del resto de diócesis españolas con la Iglesia diocesana de Oviedo desde el primer momento de los martirios e incendios de 1934. Especial mención merece el Obispado de Lugo, entonces regido por Monseñor Rafael Balanzá y Navarro, que abrió las puertas de su Seminario para los seminaristas ovetenses que no tenían cabida en Valdediós.

Telegramas, cartas, ayudas de becas... los Seminarios de España entera mostraron su caridad para con el Seminario Ovetense y empezó ya sin pretenderlo el culto, la admiración y la devoción hacia los Seminaristas Mártires de Oviedo, los cuáles por igual eran queridos en seminarios de Cataluña, de Andalucía o de la La Mancha.

Tampoco puedo ni debo omitir a la Congregación de la Misión -Padres Paúles- que fueron junto con la diócesis los primeros preocupados en buscar una digna sepultura a los seminaristas asesinados. Divulgaron sus testimonios así como organizaron las primeras Eucaristías de sufragio por aquellos que, aunque no se les podía llamar públicamente bienaventurados, Dios ya los había llamado de tú a tú con el premio de la gloria.

Martirios durante la guerra

De los seminaristas asesinados durante la guerra en el caso que nos ocupa, tres de los nueve beatificados no fueron encontrados sus cuerpos. Se pudo recuperar el de Luis, que le dieron en un primer momento tierra en el Cementerio del ''Sucu'' de Ceares. Y no se encontraron los de Sixto, del cual unos dijeron haber sido troceado y tirado al río mientras otros que fue sepultado en algún lugar de la jurisdicción territorial de Sobrefoz (Ponga).

Y finalmente Manuel, cuyo cuerpo tampoco apareció nunca y que del que no hay claridad sobre su posible paradero. Unos apuntaron que se encontraría en una de las fosas comunes del Cementerio Municipal del Salvador de Oviedo mientras que otros dicen que permanece en la cuneta de una caleya de San Esteban de las Cruces.

No hay cunetas de ningún color; quién nos dice que no esté Manuel entre tantos anónimos que hoy siguen sin tener su tumba identificada con un nombre y una flor. De un bando o de otro (ellos no eran de ninguno), con un pensamiento o una creencia distinta, todos fueron en definitiva víctimas de la sin razón humana, cuyo animal es el único que consciente e intencionadamente tortura y devora a sus congéneres. Más hay algo relevante al respecto, y es que, por ejemplo, el Beato Manuel Olay fue asesinado por la espalda tras semanas de trabajos forzados y de mal comer, y sin haber salido de su boca jamás una queja o mala palabra para sus torturadores.

Los mártires sólo nos legan y enseñan todo lo bueno, no es comprensible que creyentes y no creyentes muestren tanta negativa a aquellos que ejemplifican la "suma cum laude" de la existencia humana; aquellos que considera el bien por encima de su propia vida.

Otros Mártires para Dios, sin derramamiento de sangre

Conocemos con exactitud gracias al minucioso trabajo de eruditos sacerdotes como D. Ángel Garralda, los detalles no sólo de los martirios de los seminaristas, religiosos y sacerdotes, sino también las numerosas odiseas que los hijos de la Iglesia de aquellos años tuvieron que padecer. Leer los relatos llevan a uno a pensar que ciertamente hay muchos que aunque no murieron asesinados si murieron martirizados.

Más de uno y de diez sacerdotes del presbiterio diocesano murieron -literalmente- de miedo; trastornados, perseguidos y ridiculizados de forma continua y desprestigiados. Presbíteros que por su edad, mala salud o su forma de ser tranquila y piadosa, sufrieron el permanente escarnio público y social que les llevó a la tumba.

Pienso por ejemplo en D. Saturnino, el cura de Ruedes (Gijón) que siendo ya muy anciano los "valientes" rebeldes se divirtieron torturándole, diciéndole cómo le iban a sacrificar. Y viendo que el pobre apenas se tenía en pie no le remataron por pena, más su familia testificó que lo que le quedó de vida lo pasó en cama tiritando de pánico y que aquella tortura psicológica que ejercieron con él le llevó a la muerte. O el propio cura de mi pueblo, por aquel entonces D. Fermín Moro, del que decían que los milicianos le hicieron cavar una fosa diciéndole que era para él y que después de golpearle y tirarle a la fosa viendo como lloraba y tiritaba hecho casi un despojo humano le perdonaron la vida porque consideraban que gastar balas en matar "aquello" era más inútil que dejarlo vivir para que muriera de miedo. El cura que le sustituyó, Don Joaquín González, testificó que ciertamente murió al poco siendo un pobre hombre.

Sangre martirial, la mejor campaña vocacional

Las persecuciones religiosas vividas en Asturias, primero en la revolución de Octubre y después durante los meses de dominio del bando republicano sobre el territorio asturiano, hizo a la Diócesis -como siempre dijeron los antiguos- dos veces mártir. Y es que si ya habían sido muchos los sacrificados en el primer periodo de pre-guerra, ya dentro del período histórico de la contienda civil el número de mártires tampoco se quedó corto.

Lógicamente, el elevado número de muertes, tanto en el presbiterio como en el Seminario repercutió notablemente en la diócesis, la cual tuvo que enfrentarse años después a un auténtico renacer como el ave fénix: Rehabilitación de la Iglesia Madre de la diócesis -la Catedral-, del Palacio Episcopal, construcción del nuevo Seminario, conventos, parroquias... Tal fue la situación de Asturias que de otras diócesis españolas empezaron a llegar ayudas para facilitar la pronta recuperación de una diócesis en ruinas. Limosnas, vasos sagrados y ornamentos, y hasta sacerdotes y seminaristas de otros puntos de España tuvieron que venir a incardinarse en Asturias para socorrer a esta Iglesia que había quedado sin templos, sin pastores ni seminario.

Además de los seminaristas y sacerdotes que vinieron voluntarios, hubo otros que vinieron obligados -principalmente vascos y navarros- de los cuales se decían entonces que venían desterrados a curar su mentalidad pro-nacionalista. Algunos de ellos fueron sacerdotes con una preparación más que notable y dejaron en esta diócesis una memorable huella en diferentes campos disciplinares.

Luego estaban los niños y jóvenes de Asturias que respondieron en no poca medida a la gran campaña vocacional que se llevó a cabo en 1.940. Una inmensa caravana empezó a llegar a Valdediós; cientos de niños que años después serían ordenados sacerdotes en las promociones más numerosas de presbíteros. Pasó así la diócesis de seis sacerdotes diocesanos ordenados en 1944 a la cifra de cuarenta y seis en 1952. Y es que la sangre de los mártires que regó el suelo asturiano -como Santa Eulalia con la suya en el bello relieve de la puerta de la Catedral- no quedó infecunda.

Los que soñaron llegar al 9 de marzo de 2019 y no llegaron

No fueron pocos los que soñaron que llegara el día de la beatificación y ya no lo pudieron celebrar aquí en la tierra. Familiares y amigos, profesores y condiscípulos; testigos y personas que trabajaron en la Causa de Beatificación... Tantos sacerdotes venerables de la Diócesis que toda su vida defendieron la inocencia y santidad de aquellas juventudes truncadas para el mundo pero renacidas para Dios.

El día de la Beatificación tuve muy presentes en mi oración ante los nuevos beatos a los sacerdotes que ya partieron y anhelaron siempre estar presentes y que llegara esa celebración, por ejemplo Don Porfirio Gutiérrez, Don Pedro Castaño, Don Alfredo Barral, Don Rosendo Riesgo, Don Gervasio González, Don José Manuel del Valle, Don Luis Arena, Don Manuel Suárez, Don Rafael Somoano, Don Heliodoro Méndez, Don Laudino Huerta...

Un sacerdote me dijo: “hoy no puedo olvidar a D. José, el Cura de Villayana, que toda la vida predicó que a sus compañeros seminaristas los persiguieron y mataron peor que a conejos”'. Y es que tantísimos soñaron con este día que era inevitable no celebrarlo por todo lo alto uniéndonos en torno del altar los que lo gozamos con los pies en la tierra y los que ya lo gozaban ya en el Cielo.

Me "prestó" y emocionó mucho ver a Don Ángel Garralda con su bonete, siguiendo desde su silla de ruedas cada detalle de la celebración a pesar de no estar en un lugar desde el que lo viera bien. Al terminar la eucaristía me acerqué a él y le dije: “felicidades Don Ángel, y gracias, pues si usted no hubiera sacado a los mártires del olvido, hoy no estaríamos aquí”.


Una bendición para la diócesis

Los nuevos beatos son la mejor bendición para la diócesis, para las familias y para que surjan muchas y santas vocaciones; para la necesaria renovación de las parroquias... Los santos y beatos son el mejor "Plan Pastoral" y la mejor catequesis, pues ellos son los testigos fieles, los que han sabido salir al encuentro de Dios y a los que Él llama ''amigos''.

Igual que todos los caminos llevan a Roma, toda vida de santidad lleva al amor de Dios que siempre está vivo en el Sagrario.

En un "tweet" el Papa decía que “la santidad exige cada día la entrega con sacrificio, y los beatos Seminaristas Mártires de Oviedo dieron pruebas de ello con creces”.

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