viernes, 4 de noviembre de 2016

¿Dónde están tus difuntos?. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Posiblemente si esta pregunta la hiciéramos a alguna gente de Lugones seguro que más de uno sabría responder con exactitud el bloque, fila y número de nichos dónde reposan los restos de sus seres queridos. Porque lo que está en nuestro corazón ni se borra ni se olvida. Si las personas se empeñan en defender con uñas y dientes su sepultura, su cristal, su puerta, o que el jarrón de encima no manche el nicho de “mi padre”, es porque para nosotros el cementerio no es un lugar cualquiera sino un referente muy particular que aún con el paso del tiempo sigue desatando nuestras emociones, nostalgias y recuerdos, pues en la mayoría de los casos nos remite a las personas más especiales que desaparecidas ya a nuestros ojos Dios había puesto en nuestras vidas y que en muchos casos nos han ayudado a ser lo que somos.

Estos días vamos a limpiar, adornar y a recordar en sus sepulturas a los nuestros mientras la memoria silenciosa se hace en la faena lacrimosa, y afloran así en el pensamiento rebelde y racional las “últimas preguntas” sintetizadas en la que titula este artículo: ¿estarán en el cielo?; ¿estarán aún en el purgatorio?; ¿se habrá condenado aquél que era un cataplasma?... Nuestras abuelas, que ni sabían que es teología y que toda su filosofía la estudiaron en la “Universidad de la Vida”, sabrían sin la menor duda contestar mejor que nosotros: ¡Están con Dios!, donde ya no hay ni muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor (Ap.21,4)

San Pablo nos recuerda que es una piadosa costumbre orar por los muertos, para que lo que anticipamos en párrafo anterior sea una realidad y que en este año de la Misericordia deberíamos acentuar. Una de las obras de misericordia es enterrar a los muertos, pero no quiere decir esto que suplamos el oficio de los empleados de la funeraria. Cumplimos esa función de enterrar con misericordia a los muertos cuando consolamos de corazón a una familia que ha perdido un ser querido, cuando acompañamos a la persona que ha enviudado, cuando encomendamos el alma del que ha partido, y si rezamos o llevamos flores al que ya sólo las arañas se acuerdan al tejer su tela frente a su epitafio… Consolar es estar con el que está solo; acordarse del olvidado… En nuestra parroquia son varias las personas sensibles a esta realidad, las cuales encargan misas por las Animas del Purgatorio: ¿Por qué apuntar misas por muertos que desconozco, pudiendo hacerlo sólo por mi “abuelo”?... pues por misericordia, puesto que mi abuelo podría estar entre aquellas almas que no han completado su ciclo beatífico…

Recuerdo en una visita a Nápoles (Italia) que un amigo sacerdote me llevó a un cementerio ya clausurado y ubicado en una profunda cueva donde había permanecido la costumbre que gente anónima “adoptase” a los difuntos que reposaban en las sepulturas más deterioradas o abandonadas, comenzando entonces a cuidarlas y a rezar para que el alma del desconocido -o conocido- difunto que allí reposaba, pudiese llegar a Dios si es que por sus actos en vida aún no lo había logrado, y, para que llegado a Él, fuese igualmente intercesor de su “adoptante” en la “Comunión de los Santos”… me gustó esa piadosa y cristiana costumbre y le pregunté a mi amigo cuál era el origen de ésta: ¡La Misericordia!, me contestó.

Por último no quisiera terminar sin tener una referencia sobre la reciente Instrucción de la “Congragación para la Doctrina de la Fe” de la Santa Sede titulada: “Ad resurgendum cum Christo”, acerca de la sepultura de los difuntos y la conservación de las cenizas en caso de cremación. Algunos medios de comunicación han envuelto este documento en un  reduccionismo sensacionalista que no responde a la verdad que desarrolla el mismo y que sólo pretende el trato adecuado, piadoso y cristiano de los restos cinerarios de nuestros difuntos. Por ello lo sintetizamos aquí, al tiempo que incluimos la Instrucción completa en esta Hoja Parroquial de este mes para que cada cual saque sus conclusiones desde el texto original.

El texto está formado por ocho puntos:

Los dos primeros de una carga más bien teológica y el resto desde un enfoque más pastoral.
En el tercer punto se recomienda (no obliga) la inhumación.
En el cuarto se pide que siempre se respete la voluntad del finado.
En el quinto se aconseja la conservación de las cenizas en el cementerio o columbario
En el sexto señala que sólo en casos excepcionales han de conservarse las cenizas en el hogar
En el séptimo pide que no se permita la dispersión de las cenizas así como su trasformación en joyas etc.
En el octavo señala que cuando el finado haya pedido la cremación por ideas contrarias a la fe se le nieguen las exequias (funeral)

Cabe recordar que las directrices de la Iglesia sólo atañen a los que viven y practican la fe católica, por lo tanto está de más cualquier crítica o aspaviento de aquellos que sin ni siquiera ser cristiano se han apresurado en cargar tintas (como siempre) contra la doctrina eclesial que refrenda el Papa Francisco, al que, a conveniencia, algunos pretenden manipular.

Pienso que todo lo expuesto en este documento es de sobrado sentido común desde cuestiones muy sencillas de entender: ¿Cuántas veces las cenizas de un ser querido conservadas en casa han acabado dónde no debían al faltar la generación que lo conoció?; ¿cuántas veces las familias que han esparcido las cenizas luego se han arrepentido por no tener ni un lugar dónde llevarle flores?; ¿puede considerarse cristiano convertir las cenizas de “la abuela” en una pieza de joyería para llevar al cuello?...

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