La acción política de partido es un ámbito reservado a los laicos, al igual que lo es casarse y tener hijos (con las excepciones bien notables de aquellos que desde la secularidad se consagran a Dios). Pero el compromiso de una monja (como el de un monje o sacerdote) es exclusivamente con la Iglesia, en el marco de su congregación. La irrupción de monjas en la lucha entre partidos, que compiten entre ellos, crea una imagen distorsionada de su naturaleza religiosa, rompe la comunión eclesial, y deja en un segundo plano lo más trascendente en un mundo tan secularizado: la fuerza de la oración de quien se consagra con plenitud a ella, porque le ha sido conferido este don. Incluso el trabajo manual o intelectual que hacen en los monasterio gira en torno a la oración.
Hoy, en un mundo tan secularizado, hacer entender esto es muy difícil, porque sólo se ve lo que es material e inmediato. Esta es la razón de que, hoy más que nunca, sean tan decisivas para el mundo las vidas de oración, los monasterios. Interviniendo directamente en el conflicto partidista envían el mensaje contrario. Todo queda reducido a la acción en el orden temporal y material, y esto junto con la ruptura de la comunión eclesial, es muy grave.
Sor Lucía Caram y Teresa Forcades deben abandonar la falsa idea de que su claustro es el mundo. No, su claustro es el del monasterio de la congregación y regla religiosa que escogieron. Si quieren que sea el mundo, deben pasar a vivir y a trabajar en él, y dejar su compromiso de vida entregada a Jesucristo y a su Iglesia. Deben abandonar la protección de la Iglesia que las acoge, y alimenta, y bajar a pie de calle como hacemos todos cada día. Entonces, el vínculo entre su vocación política y su sentido religioso, sí tendrá sentido.
Josep Miró
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