ADIÓS, MIS QUERIDOS; QUERIDÍSIMOS “MURCIÉLAGOS”, ¡ADIÓS!
Aunque con
repetición de artículo -no cabe otra y se
impone- nos vemos de nuevo este mes de Mayo en el zafarrancho de “las
comuniones”. Mininovias y almirantitos, emocionadas abuelas, pimpiretas madres
y orgullos padres que presumirán de sus guapísimas y elegantísimos “murciélagos”
(el que no conozca “la parábola” que
pregunte; y, sino, la hubiese conocido viniendo a misa).
Con el Realismo
del cuento de Clarín, “Adiós Cordera”,
otro año más se acerca esta Parroquia a la cruda realidad que nos
sobrepasa cada curso cuando después la Primera (y para muchos la última) Comunión, nos tenemos que despedir de
“nuestros niños”, donde tras del bodorrio y la tontería, tendremos que decirles
adiós a la mayoría, secuestrados por unos padres en muchos casos más inmaduros
e incoherentes que la inocencia de sus propios hijos.
Tras tres años
de “cate”, el párroco, las catequistas y la gente que les ha acompañado regularmente
en la misa de los domingos, nos veremos privados -una vez más- de sus caritas con sonrisas alegres e ingenuas, de su
espontaneidad y nobleza, de la amistad y el cariño que el tiempo ha forjado cada
domingo “tomados de la mano” y buscando asirnos a la del Buen Pastor.
Y, salvo
algunas excepciones (también cada vez
más, gracias a Dios) perderemos la pista de nuestros queridos “murciélagos”,
muchos de los cuales tendrán finalmente rubor, por la mala conciencia impuesta por algunos de sus padres, para
saludarnos por la calle o en casuales o fortuitos encuentros.
Se irán como “la
Cordera” de Rosa y Pinín al matadero
de la vida, en un tren sin retorno y a toda velocidad, con un billete pagado
por sus modernísimos padres y se olvidarán pronto de los que les hemos querido
y acompañado, desgastados felizmente por ellos en sus ilusiones de cada
domingo. Y quizá, si Dios quiere, nos los tropezaremos de nuevo más tarde
cualquier día en algún rincón del instituto a la hora del recreo, marcados por su
efervescente adolescencia reflejada en el acné de su cara y atentos a la
llamada de la selva, mientras tonteando con su chica/o, verán pasar al cura y
recodarán -por un instante y con cierta vergüenza- lo bien que lo
pasaron en “el cate” o el Campamento Parroquial, antes de ser secuestrados por
sus tolerantes y modernos padres para batirse el cobre, ya sin remedio, en la más
dura y dramática supervivencia de “Darwiniana” de la vida.
A Dios gracias -repito- cada vez son más los que nos
quedan y siguen creciendo “nuestros” y de Jesucristo…
¿Estará empezando a imperar el sentido común
cuando la crisis más nos aprieta el zapato y empezaremos a pensar lo que
realmente es importante…?
Joaquín (Párroco)
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