domingo, 6 de abril de 2025

''Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Nos vemos ya en el domingo V de Cuaresma con el que iniciamos la Semana de Pasión o Dolores, como popularmente llamamos en España a la semana previa de la Semana Santa. La liturgia de este día, como no podía ser de otro modo, nos anima a aprovechar esta recta final, este último "sprint" hacia la meta de la Pascua. Quizá no hayamos aprovechado el tiempo cuaresmal como deberíamos, pero aún estamos a tiempo de sacarle partido y de volver al Señor y a los hermanos, y de experimentar el don de la misericordia descubriendo que Dios no se cansa de perdonarnos: ¿Cómo puedo yo entonces negar a alguien mi perdón?. Esto es lo que nos va a pedir el Señor concretamente en este día, que sigamos trabajando nuestro corazón, que deje de ser de piedra para empezar a ser de carne, que deje de ser minúsculo para ensancharse. 

Las lecturas de este día son además de bellas y profundas, impactantes y esperanzadoras. En primer lugar la profecía de Isaías suena a auténticos imposibles: ¿Cómo se van hacer caminos en el desierto o corrientes en el yermo?... Dios lo puede todo, por eso el autor trae a colación cuando el Señor abrió el mar rojo para salvar a su pueblo que cruzó sin problema, mientras los carros y caballos de los egipcios que los perseguían caían sin poder continuar. Para el pueblo elegido ese hecho es la constatación de que Dios no los abandonó, que los liberó y salvó de las garras poderosas de sus opresores. Nosotros en lo que queda de Cuaresma podemos seguir preguntándonos: ¿de qué Egipto necesitamos ser rescatados; cuál es el pecado que más nos esclaviza y que necesitamos dejar atrás en el paso de esta Pascua?... Por eso la noche de la Vigilia Pascual se proclama ese relato de liberación de Egipto, y es que tiene un simbolismo bellísimo ese paso por el mar: los judíos a un lado era esclavos y al otro libres, igual que nosotros por el bautismo dejamos atrás el pecado original para iniciar la vida nueva en Cristo. También al renovar las promesas bautismales en la noche de Pascua queremos renacer de nuevo, y ahí las palabras de Isaías son preclaras: ''mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?"... Dispongamos el corazón para volver a nacer a la gracia en esta Pascua ya tan cercana.

El salmo también presenta un momento de dolor y esclavitud, cómo fue el cautiverio del pueblo judío cuando fueron deportados desde Judá por el rey Nabucodonosor II. Fue una experiencia tan dura que ya creían que jamás regresarían a su tierra, por eso el salmo lo describe tan bien: ''Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sion ,nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares''. Y esto es lo que los católicos sentimos al salir de confesarnos, vivimos la experiencia de que ''El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres''. Pero claro, para sentir esa necesidad de querer estar cerca de Cristo, de que la barrera del pecado no me aleje cada día más he de preguntarme: ¿Quién es Jesús para mí? San Pablo nos dice en su carta a los cristianos de Filipo quien es Jesús para él: ''Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él''. El Apóstol nos regala esta confesión tan íntima, que debe interpelarnos, pues estamos hablando de alguien que pasó de ser el mayor perseguidor al mayor incondicional de Jesucristo, pasó de ser un hombre de leyes y frías imposiciones a ser un hombre de fe, de pecador a apóstol incansable del Evangelio.

El evangelio de este domingo nos habla del conocidísimo pasaje de la mujer sorprendida en adulterio que es llevada ante Jesús. La ley judía, como recoge el libro del Levítico, manda condenar a muerte a los adúlteros, no porque Dios haya querido nunca la muerte del pecador, sino más bien por imposición del contexto social y la cultura dominante del momento: ¿Quiénes son los que llevan a Jesús a aquella mujer pecadora?... El evangelista San Juan nos dice que fueron los escribas y fariseos, seguramente para ponerle en apuros a Él como tantas veces. Sin embargo, Jesús no dice nada, no se posiciona contra la ley sino que guarda silencio. Y el autor del evangelio describe un detalle maravilloso: ''Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo''... Cuántas veces pasa desapercibido este gesto en este famoso relato y, sin embargo, qué riqueza tiene. En la cultura romana -bajo cuya dominación estaba la tierra de Jesús- era costumbre en un juicio público que quien actuara de juez escribiera la sentencia para sí antes de darla a conocer a todos: ¿estaría Jesús dictando ya la inocencia de la acusada?... Muchos padres de la Iglesia como San Agustín, San Jerónimo o San Ambrosio creen que Cristo se estaba remitiendo de algún modo a la profecía de Jeremías: “Señor, esperanza de Israel, quienes te abandonan fracasan; quienes se apartan de ti quedan inscritos en el polvo por haber abandonado al Señor, la fuente de agua viva” (Jr 17,13). 

Finalmente lo que Jesús hace es poner en evidencia a los acusadores, animando a que comience a apedrearla aquel que estuviera libre de pecado; lograba así salvar a aquella pobre mujer sin necesidad de hacer un debate sobre la ley judía. La cuestión de fondo en realidad es lo que tantas veces se vive en toda religión, que las normas, las leyes y directrices de nada sirven sin el alma, sin caridad, sin corazón ni entrañas... Pudiera parecernos que el Señor quiere pasar a hurtadillas en este caso, pero todo lo contrario, con sus silencios y sus pocas pero tajantes palabras lo vemos profético en una denuncia clara a toda moral y ética que se queda en palabras frías que evidencian la dureza y frialdad del alma y del corazón. Si nuestro Dios es el rico en misericordia: ¿Cómo iba a aprobar un puritanismo tan inhumano e hipócrita permitiendo esa injusticia? Pidámosle también nosotros al Señor que nos toque y cambie el corazón y que nos lo ablande. Santo Tomás de Aquino comentando este evangelio afirmaba: ''la antigua ley fue escrita en tablas de piedra, pero que Jesús, para señalar la dulzura y la delicadeza de la nueva ley, escribe en la tierra, que es delicada''.

Evangelio Domingo V de Cuaresma

Lectura del santo Evangelio según San Juan 8, 1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.

Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.

Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.

Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».

Ella contestó:
«Ninguno, Señor».

Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

Palabra del Señor

Qué verde era mi valle y qué bella su cruz

No es el paisaje costumbrista de la novela de Richard Llewellyn en la zona minera del sur de Gales. En este valle nuestro hay una cruz enhiesta entre las colinas verdes de sus montañas. Domina con dulzura y su perenne mensaje toda aquella naturaleza desde la colina en la que se levanta. Preside una historia dolorosa como siempre sucede cuando los hermanos se declaran la guerra haciéndose tanto daño en una confrontación civil y fratricida. Pero esa inmensa cruz, la más alta que hay en el universo mundo con sus 152’5 metros, no es enseña de bandería, no responde a ninguna sigla política, ni es tutora de ideología alguna. Este fue el significado que San Juan XXIII dio a aquel lugar al inaugurar la Basílica menor e instalar allí una comunidad benedictina. Como aquella primera cruz cristiana con Jesús clavado en ella, esta tiene también su mensaje bondadoso de lo que supone dar la vida por los que abrazas en sus heridas, sus preguntas, sus contradicciones y pecados. Así hizo Cristo con cada uno de nosotros. Así se entienden las palabras del Papa en aquel momento: «se eleva el signo de la Redención humana excavado en la inmensa cripta, de modo que en sus entrañas se abre un amplísimo templo, donde se ofrecen sacrificios expiatorios y continuos sufragios por los Caídos en la guerra civil de España, y allí, acabados los padecimientos, terminados los trabajos y aplacadas las luchas, duermen juntos el sueño de la paz, a la vez que se ruega sin cesar por toda la nación española».

Puede ser que haya quienes se sientan molestos por esa referencia al amor y la verdad, cuando se vive y maquina en la insidia y la mentira. El alarde de un calculado ataque a esa cruz tan visible y significativa se hace en aras de una falsa equidistancia para no irritar a los que no son cristianos, enarbolando la neutralidad religiosa desde un impositivo laicismo que erradica nuestra historia, tergiversa nuestros símbolos y censura nuestra presencia eclesial aspirando a enmudecer nuestra palabra cristiana. La Cruz y la Abadía benedictina en el Valle de los Caídos, nacieron como un espacio de encuentro y reconciliación tras el conflicto bélico entre hermanos que tantas vidas se llevó por delante. De hecho, allí reposan en paz (hasta que algunos han querido perturbar ese sagrado descanso para jalear esa memoria en beneficio propio), personas que cayeron detrás de los dos bandos, bajo las dos banderas, en medio de ambas trincheras. Pasar página y levantar acta de ese ejercicio de paz fraterna, hija del perdón sincero y generoso como expresión de una sociedad reconciliada fue un regalo no suficientemente agradecido ni reconocido.

Pero querer utilizar a los muertos para ganar batallas perdidas reabriendo las heridas que tanto nos costaron cerrar como hermanos, es algo que responde a una maldad irresponsable, que insidia la convivencia en nuestra sociedad española y que tan fácilmente excita la confrontación indeseada. Puede ser una cortina de humo más cuando son otros los quebraderos de cabeza y judiciales que en torno la corrupción de gente muy cercana con sus vínculos familiares, prevaricaciones calculadas, malversación de fondos públicos, dilapidación del necesario equilibrio en la división de poderes en un Estado de Derecho (legislativo, ejecutivo y judicial). Sin excluir estas armas de “distracción” masiva, se ve que hay una fijación ideológica beligerante contra la memoria cristiana en torno a esa Cruz en esa Abadía, que aboga por la reconciliación entre los pueblos, para favorecer otra memoria sesgada y mal llamada “democrática”, imponiendo el resentimiento en el trasiego fraterno y sereno construyendo una historia de paz entre españoles.

La comunidad benedictina en ese lugar eleva su plegaria para pedir ese don que Dios sólo concede, como dice el salmista: “la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan” (Sal 85). La Cruz nos lo recuerda, los monjes lo cantan.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

sábado, 5 de abril de 2025

Vivir la Semana Santa como Unidad Pastoral. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


La Iglesia nos pide: ''Las celebraciones del Triduo sacro háganse en las iglesias catedrales y parroquiales, y solamente en aquellas en las que puedan desarrollarse dignamente, esto es, con asistencia de fieles, con número suficiente de ministros y con posibilidad de cantar al menos algunas partes'' (Praenotanda del Misal Romano). Aunque la parroquia de Santa María de Viella hacía ya muchos años que no cumplía esos mínimos exigidos, por el bien de la feligresía se ha ido manteniendo en el tiempo lo que buenamente se ha podido. Actualmente, al ser ya una Unidad Pastoral constituida a tal efecto el pasado mes de diciembre, experimentamos una nueva realidad que nos lleva a centralizar todo el Triduo Pascual en la parroquia principal o cabecera de la Unidad -en este caso Lugones- como así se nos ha indicado a los sacerdotes para que ayudemos a los fieles a ir asumiendo esta realidad que se impone. Por tanto, este año los cultos de Semana Santa en la parroquia de Santa María de Viella será únicamente las eucaristías del domingo de ramos y del domingo de pascua a las diez de la mañana. 

La Santa Sede ya había incidido sobre esto en un documento del año 1998 en el que se subrayaba: ''Es muy conveniente que las comunidades religiosas, clericales o no, así como las comunidades laicales, participen en las celebraciones del Triduo pascual en las iglesias más importantes. Igualmente no se celebren los oficios del Triduo Pascual en aquellos lugares donde falte el número suficiente de participantes, ministros y cantores; y procúrese que los fieles se reúnan para participar en las mismas en una iglesia más importante. También cuando un único presbiterio es responsable de diversas parroquias, conviene que los fieles de las mismas, en cuanto sea posible, se reúnan en la iglesia principal para participar en estas celebraciones''. (nº 43 Carta Circular de la Congregación para el Culto Divino sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales, Vaticano 1998)

Cabe recordar también que las celebraciones del Triduo Pascual no son de precepto: ¿significa esto que no hay obligación de ir? Es mucho más sencillo; esta es la prueba del algodón por antonomasia, pues son las fechas del año en que cada cual desde su libertad, ética y conciencia de católico elige si acompañar al Señor en esas horas santas o aprovechar esos días no laborables para el ocio. No es necesario marcarlas como días de precepto, pues sin vivir la liturgia de estos días santos poco o nada nos podrá decir la vivencia del resto de domingos del año que en sí mismos son un eco pascual. La Conferencia Episcopal Española resalta esta necesidad de unificar comunidades para la vivencia de la liturgia de estos días santos, como señala en las notas de su Calendario litúrgico-pastoral (Epacta), dado que no tienen sentido días sueltos, o unas celebraciones sí y otras no. El Triduo Pascual sólo tiene razón de ser en una comunidad si se vive entero. Sin embargo, los sacerdotes hacen esfuerzos en dichas fechas por encima de sus capacidades y obligaciones por mantener viva la llama de la esperanza en tantísimas parroquias de nuestra geografía. En estos días no vale atrincherarse negándonos a participar en otra parroquia que no sea la propia; son días para vivir más intensamente la caridad, que pasa por hacer comunidad de comunidades viviendo la unidad. Hay localidades pequeñas que se reúnen para rezar el rosario algunos días de Semana Santa en sus templos, algo que siempre es loable, pero si esto se utiliza como pretexto para no acudir a la parroquia vecina tratando de mantener lo que ya no se puede y autoconvencerse de que así cumplen con la Pascua, se equivocan. 

Son días para la misericordia, la oración, los gestos de caridad, teniendo el Viernes Santo como jornada por excelencia para el ayuno, la penitencia y la abstinencia. El Código de Derecho Canónico nos regala un punto de vista muy evangélico para vivir la Semana Santa con el siguiente recordatorio: ''Todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por ley divina a hacer penitencia; sin embargo, para que todos se unan en alguna práctica común de penitencia, se han fijado unos días penitenciales, en los que se dediquen los fieles de manera especial a la oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia, a tenor de los cánones que siguen'' (Canon 1249). Qué gran "slogan" para afrontar la realidad de nuestras unidades pastorales: ''negándonos a nosotros mismos''; es decir, que alomejor no voy a tener los oficios en el templo que tengo delante de casa, pero si Cristo cargado con nuestros pecados subió al Calvario, ¿tanto nos puede costar desplazarnos un par de kilómetros para participar de los días centrales de nuestra fe?... Seguro que no; es más, con agrado felicito a los que así lo entienden y a los que ya lo vienen haciendo desde hace años. Preparemos pues el corazón para los días santos que se acercan: 

Cardenal Rouco: «Juan Pablo II confirmó a la Iglesia en la fe tras la gran crisis del 68»

(The Pillar/InfoCatólica) En vísperas del vigésimo aniversario del fallecimiento de san Juan Pablo II, el cardenal Antonio María Rouco Valera, arzobispo emérito de Madrid, ha ofrecido una entrevista a The Pillar en la que desgrana el legado del Papa polaco, al que describe como un pontífice «único en la historia moderna» por su modo personalísimo de ejercer el magisterio y por su firmeza en la transmisión de la fe en tiempos de confusión.

La respuesta a una crisis sin precedentes

Rouco, que fue profesor de Derecho Canónico en Múnich y Salamanca antes de iniciar su ministerio episcopal en 1976, sostiene que el pontificado de san Juan Pablo II fue una respuesta providencial a la gran crisis de fe que siguió al Concilio Vaticano II. «El desorden en la vida religiosa, en el sacerdocio y también entre los laicos en el mundo libre, tenía su raíz en una crisis profunda de fe», afirma. «Esa crisis era también una crisis antropológica, no solo teológica o moral, y tuvo su estallido en el año 1968».

El cardenal recuerda que fue testigo directo de aquella convulsión cultural mientras vivía en Alemania: «La frase “prohibido prohibir” lo resume todo: se rechazaba la autoridad, la tradición, la razón, el bien objetivo». En ese contexto, valora que Juan Pablo II respondiera con un magisterio profundamente cristológico, cuya secuencia doctrinal comenzó con la encíclica Redemptor hominis, seguida por Dives in misericordia, Dominum et vivificantem y Redemptoris Mater.

Un magisterio sólido y coherente

A lo largo de los años noventa, el Papa dirigió su atención a cuestiones morales y filosóficas: Veritatis splendor, Evangelium vitae y Fides et ratio son, para Rouco, expresiones de una teología sistemática y coherente que culminó con Ecclesia de Eucharistia, encíclica que considera «hermosa y profunda». «Todo su pontificado es una gran confirmación en la fe», añade.

Importancia del cardenal Ratzinger

No obstante, el cardenal insiste en que no se puede entender a san Juan Pablo II sin reconocer el papel de quien fue su colaborador más estrecho durante más de dos décadas: Joseph Ratzinger. «Doctrinalmente son inseparables», afirma. «Se reunían todos los sábados, salvo que el Papa estuviera de viaje». A su juicio, Ratzinger aportó profundidad teológica y fidelidad inquebrantable al magisterio. «Su designación como arzobispo de Múnich en 1977 fue una sorpresa; su posterior nombramiento como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, una bendición para la Iglesia».
Santiago de Compostela, la juventud con el Papa

En la conversación también hay espacio para los recuerdos personales. Rouco rememora con especial emoción las visitas del Papa a España, en particular la Jornada Mundial de la Juventud de 1989 en Santiago de Compostela, de la que fue principal organizador. «Había que buscar un lugar donde cupieran decenas de miles de jóvenes», cuenta. «Conseguimos un terreno en las afueras de la ciudad, organizamos una semana previa de catequesis, vigilias, confesiones y actividades culturales. Fue la primera vez que se celebró una vigilia de oración con el Papa en una JMJ».

Recuerda cómo, durante el discurso, los jóvenes aplaudían tanto que apenas dejaban hablar al pontífice. «Tuve que decir por el micrófono: “¡El Papa quiere hablar!”». Y evoca la frase que marcó a una generación: «No tengáis miedo de ser santos».

Oración y entrega

El Papa se alojó en la residencia del arzobispo, y según cuenta Rouco, se pasó la noche en vela, probablemente en oración. «A las cinco de la mañana ya estaba completamente despierto y preparado. Esa fuerza interior era algo que impresionaba». También relata un episodio anterior, de 1982, cuando un sacerdote le sorprendió de madrugada completamente postrado en la capilla de la nunciatura en Madrid. «Le dijo: “Padre Santo, tenemos que empezar a las seis”, y el Papa le respondió: “Quédate aquí conmigo”. Y rezaron juntos».

Una huella imborrable en la Iglesia española

Para Rouco, el legado de san Juan Pablo II en España es incuestionable. «Nos devolvió el orgullo de nuestra historia católica y el impulso misionero», afirma. En su último viaje a España en 2003, a pesar de su enfermedad, canonizó a cinco santos españoles y dirigió un mensaje vibrante a los jóvenes en Cuatro Vientos. «Les dijo que dar la vida por el Señor es lo mejor que uno puede hacer», recuerda el cardenal. «Les animó a ser testigos de Cristo no imponiendo, sino proponiendo».
Juan Pablo II ya dio magisterio sobre lo que hoy se discute

Interpelado sobre la reapertura de debates como el diaconado femenino o la ordenación sacerdotal de mujeres, Rouco señala la claridad del magisterio de Juan Pablo II: «Hay que releer Mulieris dignitatem, y también Pastores dabo vobis y Ecclesia de Eucharistia. Las respuestas están ya dadas. Lo que falta es que se lean más».

España y la necesidad de una nueva evangelización

Finalmente, preguntado sobre cómo aplicar hoy su enseñanza en una España cada vez más secularizada, Rouco responde con convicción: «Volver a lo esencial. Proclamar el Evangelio con palabras y con la vida. En ciudades como Madrid, la Iglesia está viva, hay deseo de evangelizar. Y, sobre todo, no debemos usar la historia para imponer ideologías, sino para buscar la verdad, como hacía Juan Pablo II».

Y concluye con una imagen que, en su opinión, resume toda la vida del Papa polaco: «Su lema Totus tuus no era una simple frase, sino una entrega total a Cristo y a la Virgen. Y eso es lo que todos estamos llamados a vivir».

viernes, 4 de abril de 2025

Reflexión del Arzobispo de Oviedo para la V semana de Cuaresma

 

Nuevo Vicario Episcopal de Avilés – Occidente

El Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz Montes, ha nombrado nuevo Vicario Episcopal de Avilés – Occidente al sacerdote D. Reinerio Rodríguez Fernández, párroco de la Unidad Pastoral de Santo Tomás de Sabugo, en Avilés.

D. Reinerio llega al Consejo Episcopal en sustitución de D. Jesús Emilio Menéndez Menéndez, párroco de la Unidad Pastoral de Luarca, que llevaba ejerciendo esta responsabilidad desde el año 2016.

Reseña

D. Reinerio Rodríguez Fernández

Nacido en Pola de Lena en 1975. 

Cursó sus estudios eclesiásticos en el Seminario Metropolitano de Oviedo. como alumno afiliado a la Universidad Pontificia de Salamanca. 

Fue ordenado diacono por manos de Monseñor Gabino Díaz Merchán en 2001, ejerciendo su diaconado el curso pastoral 2001- 2002 como diácono adscrito a San Martín de Moreda - Aller. 

Fue ordenado sacerdote por Monseñor Osoro en 2002 (Domingo de Pentecostés) y su Primera Misa Solemne tuvo lugar en su Parroquia natal de San Martín el Real de Pola de Lena.

Su primer destino pastoral fue como Vicario Parroquial de Santa María Magdalena de Cangas del Narcea, Santa María de Carceda, San Martín de Besullo, San Pedro de las Montañas, Santa María de Limés, Santa María Magdalena de Linares de Acebo, San Cristóbal de Entreviñas y San Juan de Araniego - Parajas (2002 - 2013)

Especial mención merece su dedicación sacerdotal en el Hospital El Carmen - Severo Ochoa de Cangas de Narcea, en el Santuario de Nuestra Señora del Acebo o en los templos del Carmen de Ambasaguas o Santa Bárbara de Trones en esos once años en el suroccidente asturiano.

En el año 2013 fue destinado a la parroquia de Santo Tomás de Cantorbery (Sabugo), en Avilés. En 2017 asumió la encomienda de Consiliario de la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad de Sabugo. Desde 2023 atiende también la Parroquia - Santuario de Nuestra Señora de las Mareas de Avilés. Entre 2013 a 2024 también trabajó en la pastoral del Colegio Santo Tomás de Cantorbery.