Estamos en la recta final del año litúrgico, por ello las lecturas de este domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, así como de los próximos domingos, nos acercarán a la idea que anualmente la Iglesia nos pide reflexionar. El final del Tiempo Ordinario suele coincide con el mes de "los difuntos", por lo que todo invita a interiorizar sobre el futuro, el final de los tiempos; sí, pero especialmente el nuestro propio. La primera lectura del profeta Malaquías es de claro tono apocalíptico, lo que nos invita no sólo a imaginar cómo será el fin del mundo, aunque realmente es más bien una llamada a vivir en el santo temor de Dios. Vivir así no implica ser medievales, no significa llevar una existencia marcada por el miedo, sino sencillamente hacer mi día a día con normalidad pero sin perder el respeto y reverencia hacia mi Creador, sin vivir de espaldas a Él, o sustituyéndolo por diosecillos mediocres. Quien vive el santo temor de Dios no vive con pánico ante un posible castigo, más bien vive sencillamente en el cuidado de no fallar ni ofender a quien en su grado máximo le ama, como es Dios mismo. La profecía de Malaquías algo de esto nos ha pedido: ''Pero a vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a su sombra''. También la idea del horno ardiente nos viene muy bien en este tiempo de oración por los difuntos, y es que tenemos un problema grande en España, pues en los últimos cincuenta años los sacerdotes hemos dejado de hablar del purgatorio y el infierno, por lo que somos en buena parte culpables de que se haya extendido la creencia de que todos los difuntos por el hecho de morir van al cielo, se convierten en estrellas o conceden lo que se les pide como el genio de la lámpara maravillosa. Necesitamos recuperar la escatología puramente católica, pues sólo así entenderemos lo que necesitan nuestros seres queridos difuntos de nuestra ayuda. Siempre hemos imaginado a las almas del purgatorio entre llamas, pero hay que entenderlo bien, lo que experimentan es un fuego de purificación; no es tanto un castigo, sino un paso de limpieza, y es que en ese fuego interno del amor de Dios son quemadas todas las imperfecciones del alma. También la antífona del salmo 97 completa el enfoque apocalíptico de los textos del Antiguo Testamento: "El Señor llega para regir la tierra con justicia".
Igualmente en esta línea va el fragmento de la segunda carta de San Pablo a los cristianos de Tesalónica, y es que como nos suele ocurrir a todos en algún momento de la vida nos pasamos o nos quedamos cortos... Así les ocurrió en las primeras comunidades cristianas, los hubo que interpretaron correctamente este anuncio y vivieron cada una de sus jornadas con fidelidad y esperanza, pero hubo también malas interpretaciones y grupos de cristianos como algunos tesalonicenses que pensaban que ese final era inmediato, que la segunda venida de Jesús era cuestión de muy pocos días, por lo que decidieron dejarlo todo. Dejaron el trabajo, el cuidado del hogar y se pusieron a prepararse espiritualmente para el final sin pensar en nada más. Es por esto que San Pablo les amonesta y reprende: ''No vivimos entre vosotros sin trabajar, no comimos de balde el pan de nadie, sino que con cansancio y fatiga, día y noche, trabajamos a fin de no ser una carga para ninguno de vosotros''. El Apóstol tiene noticias de que la comunidad cristiana se está fracturando, pues unos están de brazos cruzados pensando en la vida eterna y el resto trabajando y manteniendo a los que no tenían otro pensamiento en mente que el final. Es en este contexto es en el que San Pablo acuña la sentencia que hemos escuchado y que forma parte de nuestro lenguaje coloquial de que "el que no trabaje que no coma". Por un lado, porque cada cual ha de ganarse con su sudor el pan de cada día, y por otro, por el pecado que implicaba el abuso de vivir unos a costa de los otros.
Finalmente, el evangelio de este domingo, tomado del capítulo 21 del evangelio de San Lucas nos regala esta conocida escena de Jesús en el templo, con su llamado discurso escatológico. La sentencia del Señor es clara «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Hay que adentrarse en la mentalidad judía del momento, y es que el templo de Jerusalén era el edificio más valioso y querido, y ya vemos que la profecía de Jesús no iba desencaminada, aún quedan algunas piedras: un muro, pero muy poquito se mantiene de aquel templo, y lo poco que queda desaparecerá algún día como todo lo que conocemos. Para los coetáneos de Jesús aquello sonaba imposible, e incluso a blasfemia, pero la lección que nos aporta es muy importante. El templo no hace la religión; apenas quedan ruinas de aquello y, sin embargo, el judaísmo sigue vivo, sigue siendo un lugar especial para ellos, y es que no acabamos de hacernos a la idea de que lo bueno de verdad no lo encontraremos en esta vida por muchos adornos que pongamos, atesoremos o compremos. También para nosotros los templos son importantes, pero como os decía el domingo pasado hay comunidades parroquiales que no tienen templo, y templos que ya no tienen comunidad parroquial. Es innegable que cuando vemos un templo hermoso, un basílica, una catedral... nos quedemos admirados, y esa belleza nos lleva a la oración y a reconocer que si es grande esa obra hecha por manos humanas, cuánto más la gran obra de la creación de Dios... Pero también llegará el día que no quede piedra sobre piedra: aquí en Asturias, donde la persecución religiosa de los años treinta destruyó tantísimos y tan bellos templos y capillas lo sabemos bien. También de esto va el evangelio de hoy, y es que San Lucas de algún modo con la forma de redactar el texto prepara el corazón ante las persecuciones. Hay que recordar que en los primeros siglos los cristianos se reunían en las catacumbas y en casas particulares para celebrar la eucaristía, no podían tener templos propios pues el cristianismo era ilegal. Recientemente hemos celebrado a los mártires asturianos, entre ellos a nuestros Beatos Seminaristas Mártires; parece una dedicatoria para ellos estas palabras del evangelio de hoy: ''Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida. Entonces les decía: «Se alzará pueblo contra pueblo»''. Esto es lo que vivieron en primera persona nuestros mártires del siglo XX: ruido de revolución, de guerra y, sin embargo, ellos se quedaron con lo que se tenían que quedar: con Jesucristo. En nuestros Mártires se cumple el evangelio: ''os echarán mano, os perseguirán, entregándoos... a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio''. Ellos entendieron perfectamente que la felicidad plena aquí no la iban a encontrar, por ello entre vivir sin Cristo o morir por Él tomaron la mejor decisión de todas que les llevó al cielo por la puerta grande, pues con su perseverancia salvaron sus almas.
A veces también nos ocurre como aquellos fariseos, queremos saber la fecha de cuando va ser el final, alguna pista o alguna señal; unos lo querrían saber con buena intención para prepararse bien, mientras que otros seguro que ya pensaban hasta cuándo y cómo podrían "estirar" su vida mediocre para intentar prepararse en el último momento. Pero Jesús no responde a la duda de cuándo va a suceder, aunque sí advierte de un peligro: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos". Atención a esto: la Iglesia siempre ha mirado al mañana en clave de trascendencia, pero nunca en tono apocalíptico, eso es propio de las sectas... Cuidado con los falsos profetas, con los susurros del maligno que busca confundirnos. Cuántas veces actuamos convencidos de que estamos haciendo la voluntad de Dios y, en realidad, hemos caído en la trampa del demonio, por eso el Señor nos alerta hoy de nuevo sobre que no nos engañen. Por último, quisiera dedicar una palabra a esta Jornada Mundial de los Pobres que se celebra en este día, para que crezca nuestra sensibilidad hacia los más necesitados de todo tipo. Y en esta semana que hemos celebrado a San Martín de Tours, hagamos como él y sepamos partir nuestra capa con el pobre, que no es otro que el mismo Cristo.






