martes, 30 de diciembre de 2025

Para 2026. Ya quisiera yo. Por Jorge González Guadalix

(De profesión cura) Me preguntan o me pregunto por el año nuevo. Deseos, esperanzas, anhelos… Sin pensar demasiado, lo que me salga. También pueden ustedes añadir sus sueños, que esperemos que sean más que eso. Ahí voy con lo mío.

- Que se acaben los sustos en la Iglesia universal. Pido que podamos vivir con normalidad, sin sobresaltos. Creo que vamos por buen camino.

- Me gustarían algunos relevos en la curia romana. Para mí sería buena noticia el relevo en Doctrina de la fe, que cese ya Parolin y que se pusiera orden en el de Vida consagrada.

- Espero que este 2026 nos traiga la normalización de la liturgia, en toda la Iglesia, y un acuerdo satisfactorio para la liturgia tradicional. Ya era hora.

- La vida religiosa lleva años viviendo una profunda crisis. No se soluciona poniendo bajo la lupa los institutos más tradicionales mientras otros llevan años y años haciendo de su vida un fracaso global. Apoyemos a los institutos con vida abundante.

- Confío en que poco a poco se abandone la senda del relativismo doctrinal y moral y la arbitrariedad en la normativa eclesiástica. Por favor, que vuelva el derecho canónico a ocupar su puesto.

- Es urgente poner coto a cualquier tipo de mafia rosa, lobbys gays o similares. Es un cáncer extendido en la Iglesia a todos los niveles.

- Que Cáritas y demás obras sociales de la Iglesia mantengan viva su identidad católica.

- Que se cuide especialmente a los pobres, recordando siempre que la mayor pobreza es no conocer a Jesucristo. No somos una ONG más.

- Transparencia económica y austeridad en obras y personas.

- Espero que perdamos el miedo a anunciar el Evangelio íntegramente. Ojalá el año 2026 sea el momento de reconocer, agradecer y valorar el sacrificio de tantos cristianos en el mundo, muy especialmente en África.

- Sería una buena noticia el fin del cisma de facto que se vive en Alemania y desde Alemania con la Iglesia universal.

- En España aguardo una solución para el Valle de los Caídos que respete en su integridad la basílica y el sentido del lugar desde la oración por la reconciliación, la justicia y la paz en España.

- En Madrid tenemos convocada una asamblea general sacerdotal para los días 9 y 10 de febrero. Que sea realmente un momento de gracia y renovación para todos.

- Y que Dios nos conceda a todos el anhelo de santidad y que un día lleguemos a la vida eterna.

Se pueden pedir muchas cosas. Con estas yo me doy por satisfecho.

Feliz 2026.

ATENTOS

lunes, 29 de diciembre de 2025

La eucaristía y la ''detonación metafísica''. Por Guillermo Juan Morado

(La Puerta de Damasco) Me ha llamado la atención una columna sobre la eucaristía publicada por un reconocido novelista en un periódico prestigioso, sobre todo en ciertos ambientes sociales y políticos. Se titulaba, dicho artículo, “Detonación metafísica”. La tesis que exponía, si he entendido bien, es que si en la eucaristía “cuando el sacerdote consagra la hostia y el vino, aquella se convierte literalmente en el cuerpo de Cristo y este en su sangre. No metafóricamente, no simbólicamente, no: de forma literal”, se produce entonces “una operación ontológica de primer orden, un cambio radical de sustancia”.

Si esto es lo real, lo metafísico, la apariencia, lo que se muestra es, a los ojos del escritor, algo diferente: “Pero entras en una iglesia y lo que ves es un hombre en casulla con gesto cansado, unos monaguillos distraídos y un puñado de fieles pensando en la lista compra”. Y, como solución ante la paradoja concluye: “Es posible que la Iglesia haya resuelto este asunto hace siglos con una pedagogía eficaz: creer sin sentir. La eucaristía como un rito vacío más que como detonación metafísica. Eso permite que el clérigo vuelva al desayuno sin convulsiones o que los comulgantes abandonen el templo intentando recordar dónde aparcaron. Una transubstanciación higiénica, sin efectos secundarios. Aunque quizá, por otra parte, el verdadero milagro sea ese: que la humanidad pueda asistir a un hecho extraordinario como el que ve Cifras y Letras”.

Cuando algo complejo se reduce a algo demasiado simple es porque, muy probablemente, se ha producido, accidental o intencionalmente, algún cortocircuito. Ya no se sabe muy bien si el texto ensalza la transubstanciación eucarística o si, a un nivel más elemental, critica o satiriza lo que el autor considera que es la fe de los creyentes que acuden a misa. Los literatos se conceden muchas licencias estilísticas. Hablar de “detonación metafísica”, a mi juicio, contrapone un elemento que pertenece a la esfera de los fenómenos -una explosión, estallido, estampido, estruendo, disparo o tiro – a un ámbito que, propiamente, corresponde no a lo que aparece, sino a lo que es, más allá de la apariencia; es decir, a lo metafísico. Lo metafísico no tiene demasiado que ver con “detonaciones”, sino más bien con sentidos y significados.

El vocabulario cristiano une lo que “aparece” y lo que “es”, la física y la metafísica, con ayuda del término “sacramental”. Los signos visibles remiten y hacen presente una realidad invisible. En la transubstanciación eucarística, lo que se ve, los accidentes, permanecen; antes y después de la consagración la “apariencia” sigue siendo la misma: pan y vino. Lo que cambia, lo que no se ve, la realidad, sí se transforma. En palabras del papa Pablo VI “en la realidad misma, independiente de nuestro espíritu, el pan y el vino han dejado de existir después de la consagración, de suerte que el Cuerpo y la Sangre adorables de Cristo Jesús son los que están realmente delante de nosotros”.

Tiene que existir una cierta proporción entre objeto y sujeto, entre lo que aparece y lo que es, y entre lo que se percibe como aparente o se reconoce como real. Una detonación - explosión, estallido, estampido, estruendo, disparo o tiro – impresiona los sentidos de un modo muy diferente a la manera en que una convicción profunda impregna y abarca nuestra inteligencia, nuestros sentimientos y nuestra capacidad emotiva. La Biblia dice que no se puede contemplar directamente el rostro de Dios y seguir con vida, pero también enseña que Dios quiere acercarse al hombre, a la vez “desvelando” y “velando” su rostro para que el hombre pueda conocerlo y, de este modo, vivir auténticamente.

La eucaristía es signo y presencia de este Dios cercano que, en la humildad del sacramento, “vela” su rostro, para no causar nuestra muerte, sino para suscitar nuestro “asombro” y nuestra adoración. Como decía san Juan Pablo II: “Si ante este Misterio la razón experimenta sus propios límites, el corazón, iluminado por la gracia del Espíritu Santo, intuye bien cómo ha de comportarse, sumiéndose en la adoración y en un amor sin límites”. La eucaristía es el verdadero “pan cotidiano” que pedimos en el Padrenuestro. Un “pan” que nos despierta del letargo de pensar que nuestro horizonte se apaga en un programa televisivo.

Homilía en la Fiesta de la Sagrada Familia y Clausura del Año Santo Jubilar 2025

En este domingo de la infraoctava de la Navidad, la Iglesia celebra la fiesta de la Sagrada Familia. Es la escena habitual de estos días tan entrañables donde queda nuestra mirada metida en su encanto dulce y tierno de ver a una joven mujer primeriza mamá, junto a quien hace las veces de padre misteriosamente con discreta fidelidad, y entre ambos un bebé recién nacido que nos asombra por su identidad y significado: nada menos que el Mesías desde siglos esperado. Un pequeñín fue la respuesta inaudita de Dios a todas nuestras preguntas, no un guerrero pertrechado, ni un sabio sabihondo, ni un magnate adinerado… sino un pequeño bebé que no sabía hablar, aunque vino como Palabra, que no podía andar, aunque fue el camino y caminante junto a cada cual. Esta es la escena que en este domingo de Navidad nos cita en su fecha y nos concita la atención del corazón.

Han sido hermosas las palabras que esta mañana pronunciaba el Papa León en la oración del Ángelus: «mientras contemplamos con asombro y gratitud este misterio, pensemos en nuestras familias y en la luz que ellas también pueden aportar a la sociedad en la que vivimos. Lamentablemente, el mundo siempre tiene sus “Herodes”, sus mitos del éxito a cualquier precio, del poder sin escrúpulos, del bienestar vacío y superficial, y a menudo, sufre las consecuencias con la soledad, la desesperación, con las divisiones y conflictos. No dejemos que estos espejismos sofoquen la llama del amor en las familias cristianas. Al contrario, protejamos en ellas los valores del Evangelio: la oración, la frecuencia a los sacramentos —especialmente la confesión y la comunión—, los afectos sanos, el diálogo sincero, la fidelidad, el realismo sencillo y hermoso de las palabras y los gestos buenos de cada día. Esto las convertirá en luz de esperanza para los entornos en los que vivimos, escuela de amor e instrumento de salvación en las manos de Dios… Pidamos entonces al Padre del Cielo, por intercesión de María y san José, que bendiga a nuestras familias y a todas las familias del mundo, para que, siguiendo el modelo de la familia de su Hijo hecho hombre, sean para todos un signo eficaz de su presencia y de su amor sin fin»

Pero estando como estamos al final de una andadura natural como representa el fin del año, hacemos recuento de los meses que nos quedan ya en el ayer de nuestras espaldas. Tantas cosas han quedado escritas en el tablón de nuestra memoria, y no pocas de ellas fueron una sorpresa que no tuvieron el decoro de avisarnos de su llegada. Pero acontecieron, como quien se cuela en la vida con su imprevista llamada que nos dejó su enojo malencarado o su graciosa esperanza.

Sí, han sido meses intensos, llenos de tantas sorpresas con sus nombres y sus fechas.

Fin de año que, sin embargo, no acaba. Pasan los meses y los años, y nosotros escribimos nuestra historia con los eventos que van jalonando nuestras biografías. Al término de este año 2025 cerramos también un período lleno acontecimientos varios con su impronta imborrable. Sería ahora prolijo poder reseñar todos los momentos que en estos doce meses han dejado su mensaje. Ha sido un año santo jubilar con motivo del dos mil veinticinco aniversario del nacimiento de Jesús. Ha estado marcado por la esperanza, como rezaba ya el lema: “La esperanza no defrauda” (Rom 5,5). Es un evidente contraste con tantos momentos y situaciones donde nos sentimos defraudados por tantas cosas (la política, la salud, el círculo de amistades y compañeros de andadura, el deporte, la vida y la muerte…). Ponemos el corazón en personas y en proyectos, en ilusiones y ensueños que luego no siempre se cumplen según nuestras expectativas añoradas. Todos tenemos la larga experiencia de sentirnos defraudados por algo o por alguien.

Decía el papa Francisco al convocar el año santo que el Jubileo sería una ocasión para reavivar la esperanza: «Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad».

Quizás nos resulta difícil hacer la lista de las cosas que contradicen a diario este horizonte que dibuja la esperanza, y resulta enojoso el elenco de cuanto nos deja sin aliento y nos acorrala. Esto mismo se preguntaba San Pablo cuando en la carta a los Romanos hizo ese listado provocativo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?… Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rom 8,35.37-39).

No es un brindis al sol, ni la irresponsable quimera de quien mira distraído o inhibido para otro lado, sino la experiencia viva de lo que supone reconocer en Jesús la gran respuesta esperanzada a nuestras cuestiones desesperadas. Y señaló el papa Francisco los distintos rostros de esa esperanza que no defrauda: la paz entre los pueblos en guerra, la vida cuando se la censura desde el aborto o la eutanasia, los pobres y los emigrantes que sufren los estragos en carne propia, los presos que pagan la pena por sus delitos deseando aprender de sus errores y comenzar una nueva vida, los jóvenes que no logran asomarse al horizonte del mañana cuando el trabajo o la familia se les presenta con todos sus retos insalvables, los ancianos y abuelos que transmiten la gran sabiduría aprendida en el libro de la vida, los enfermos en sus situaciones precarias cuando la falta de salud desafía la serena confianza, los nómadas sin techo donde cobijar sus intemperies…


Junto a la Palabra de Dios, hemos nutrido también estos meses jubilares con los sacramentos (especialmente la Eucaristía y la Confesión penitencial) y las expresiones de religiosidad popular como las peregrinaciones a lugares significativos donde celebrar la gracia del año santo. Termina así el Jubileo, pero la vida sigue con sus derroteros, y ahí seguimos siendo peregrinos de la esperanza que no defrauda jamás con todos los desafíos que tenemos por delante cuando pensamos en el acompañamiento de los niños y los jóvenes, en la cercanía a las familias y el apoyo a los enfermos y los pobres con todos sus rostros y situaciones, el reto de seguir formando a nuestros numerosos seminaristas y de soñar con la vocación misionera de nuestra comunidad diocesana en tierras lejanas a las que llevar el Evangelio. Por este motivo pasamos la página de estos meses, dejamos en las manos de Dios lo que vivimos con premura y agitados o con serenidad y sosiego, para continuar escribiendo nuestra historia inacabada. Con aquellos que el Señor puso a nuestro lado, en medio de las encomiendas que la divina Providencia nos ha confiado, seguimos nuestro relato de la vida como testigos de la Buena Noticia cristiana. Habrá contradicciones y borrones, habrá apagones y sobresaltos, pero también la humilde escritura del libro de la vida con su ilusión y su esperanza.

Ahí estamos todos implicados, con la guía paterna del papa León, con la ayuda del Señor, de Santa María y de todos nuestros Santos como una bondadosa parábola de la Sagrada Familia. Feliz Navidad, hermanos.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

28 diciembre de 2025
S.I.C.B.M. El Salvador (Oviedo)

domingo, 28 de diciembre de 2025

Sagrada Familia de Nazaret. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Celebramos dentro de esta Octava de Navidad, el día grande que se alarga durante ocho jornadas: el domingo de la Sagrada Familia de Nazaret. La primera palabra en este día debe ser de denuncia, pues al igual que nos quieren robar la Navidad y la Familia, también nos quieren manipular e ideologizar a la Sagrada Familia de Jesús, María y José. La Familia Santa de Nazaret no es un guiño ni a Palestina ni a Israel; no es tampoco un estandarte político para cuestiones migratorias o sociales, sino que es un icono de cómo la iglesia doméstica -que diría el Concilio Vaticano II- ha de ser escuela de santidad y de valores católicos ante las embestidas del modernismo neoliberalismo que ven en el modelo familiar cristiano un enemigo a batir. No nos dejemos arrastrar ni por los de fuera que no protegen a la familia, ni por los de dentro que nos venden ideas tendenciosas de la verdadera misión de la Sagrada Familia en la historia de la salvación.

El Señor nos ha mandado honrar "padre y madre", y hay que reconocer guste o no, las épocas de mayor catolicidad en España han coincidido con los momentos más boyantes en la salud de la institución familiar. Hoy las estadísticas nos dicen que la fe no cotiza al alta en España y en Europa, y al mismo tiempo, la familia afronta una crisis social profunda como vemos en la realidad cotidiana. Las noticias diarias delatan que no vamos por buen camino: geriátricos llenos de personas mayores olvidadas en no pocos casos como trastos inservibles, personas que son encontradas muertas en sus pisos tras años y años sin haberse notado su ausencia ni entre los suyos más próximos, padres y madres ancianos asesinados por sus hijos como aún a ocurrido esta semana en Infiesto... Y ante esto, la palabra de Dios nos interpela con esa sentencia clara del libro del Eclesiástico: "Porque la compasión hacia el padre no será olvidada y te servirá para reparar tus pecados". Así es, nuestro mundo tiene sus prioridades y prisas, prisa por ganar en calidad de vida, y esto viene del pecado, del egoísmo de pensar en mi beneficio antes que en mi salvación y la de los míos. Yo me alegro de que crezca la sensibilidad hacia los animales, la naturaleza y toda cuestión ecológica, pero un matrimonio joven que dice no a la vida, que no está dispuesto a tener hijos como antídoto para no tener gastos u obligaciones, para tener libertad de movimientos y vivir sin ningún compromiso, está incumpliendo el mandato de Dios de "creced y multiplicaos".

También en nuestro proyecto de vida ha de estar presente el temor de Dios, sabiendo que la vida no es tan propia como pensamos, que nos ha sido regalada por el Señor, y a Él he de rendir cuentas de ella. Por ello el salmista alaba a los que viven en esta santa actitud: "dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos". Es decir, bienaventurados los que piensan en hacer lo que agrada a Dios por encima de lo que a mí me apetece. En esta línea va también la epístola de San Pablo a los Colosenses: "Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro"... Dios ha nacido, viene a cambiarlo todo y, por tanto, no podemos seguir anclados en una vida mediocre. Si Dios ha dado el paso de venir a nosotros cuando fuimos nosotros quien le dimos la espalda, ¿cómo podemos permanecer instalados en el odio, el rencor y la enemistad?. El Apóstol es directo: "El Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo". Y esto es necesario en la vida de familia, sea en el hogar con los de la propia sangre, en la familia parroquial, en la familia de comunidad o congregación, o en la familia del presbiterio... Ha venido a nosotros el Príncipe de la Paz, pero si no reina su paz en nuestro corazón de nada sirve vestirse de gala, cenar grandes manjares, hacer regalos espléndidos, llenar el interior de la casa de adornos y el exterior de luces; si no nos hemos reconciliado con Dios ni nos acercamos al hermano del que estamos alejados, nuestra podredumbre y miseria no la podrá tapar una celebración vacía y fría en una Navidad sólo de cara a la galería.


En el evangelio de este domingo nos presentan los sueños de San José, en concreto en relación a la conocida como huida a Egipto. No nos relata un hecho a través de datos, sino que el hilo conductor son los sueños de José, y es que Dios nos habla de las formas que menos esperamos. Que Cristo tuviera que exiliarse en Egipto es un detalle precioso que nos recuerda el exilio del pueblo elegido bajo la esclavitud del faraón, así como el peregrinar por el desierto, todo un guiño a cómo el Mesías hace suyo el largo peregrinar de su pueblo. El evangelista San Mateo le da un papel central a San José, y es que su papel de custodio del Redentor no fue algo anecdótico ni accesorio. La revelación de Dios para que José regresara a su tierra nos revela cómo él fue el instrumento del Señor para que en su Hijo Adoptivo se cumplieran las antiguas profecías. Hoy el evangelio nos recuerda dos: "De Egipto llamé a mi hijo", que es algo anunciado por el profeta Oseas. Y la segunda, llama aún más la atención sobre que se llamaría "Nazareno". Si lo pensamos bien, a Jesús no le vinculamos con su pueblo natal, no decimos el de belén o el belemita, sino el de Nazaret. Jesús hace suyo el pueblo de José y María, crece bajo su autoridad en una familia, la de José, por eso se sentía orgulloso de ser reconocido como "el hijo del carpintero". En los años setenta estaban de moda las predicaciones que nos hablaban de "Jesús obrero", "el hijo de un obrero" procedente de una familia pobre... Siempre me pareció muy atrevido afirmar lo que desconocemos, y más grave aún querer que la Sagrada Familia de Nazaret sea el tipo de familia que yo quisiera que fuera para hacer banderas reivindicativas como ha pretendido la llamada "teología de la liberación". En esta Jornada tan entrañable pedimos a la familia Sagrada por nuestra familias, en especial las que pasan dificultad. La Sagrada Familia es referente, modelo y guía para nuestras familias de hoy. El Papa León XIV afirmaba recientemente que «Podemos entender la familia como un don y una tarea. Es crucial fomentar la corresponsabilidad y el protagonismo de las familias en la vida social, política y cultural, promoviendo su valiosa contribución en la comunidad. En cada hijo, en cada esposa o esposo, Dios nos encomienda a su Hijo y a su Madre, como hizo con San José, para ser, junto a ellos, base, fermento y testimonio del amor de Dios en medio de los hombres. Para ser Iglesia doméstica y hogar donde arda el fuego del Espíritu Santo, difunda su calor, aporte sus dones y experiencias para el bien común y los convoque a todos a vivir en esperanza».

Evangelio en el Domingo de la Sagrada Familia

Lectura del santo evangelio según san Mateo 2, 13-15. 19-23

Cuando se retiraron los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo:

«Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo».

José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo».

Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo:

«Levántate, coge al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño».

Se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a la tierra de Israel.

Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes tuvo miedo de ir allá. Y avisado en sueños se retiró a Galilea y se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo dicho por medio de los profetas, que se llamaría nazareno.

Palabra del Señor 

Fin de año que no acaba. Por Monseñor Jesús Sanz Montes O. F. M.



Pasan los meses y los años, y nosotros escribimos nuestra historia con los eventos que van jalonando nuestras biografías. Al término de este año 2025 cerramos también un período lleno de sorpresas y acontecimientos varios que nos han dejado su impronta imborrable. Sería ahora prolijo poder reseñar todos los momentos que en estos doce meses han podido llegar con su mensaje. Ha sido un año santo jubilar con motivo del dos mil veinticinco aniversario del nacimiento de Jesús. Ha estado marcado por la esperanza, como rezaba ya el lema: “La esperanza no defrauda” (Rom 5,5). Es un evidente contraste con tantos momentos y situaciones donde nos sentimos defraudados por tantas cosas (la política, la salud, el círculo de amistades y compañeros de andadura, el deporte…). Ponemos el corazón en personas y en proyectos, en ilusiones y ensueños… que luego no se cumplen según nuestras añoradas expectativas. Todos tenemos la larga experiencia de sentirnos defraudados por algo o por alguien.

Decía el papa Francisco al convocar el año santo en su Bula señalando el Jubileo como una ocasión para reavivar la esperanza, apoyándonos en la Palabra de Dios como ayuda para encontrar las razones de nuestra espera: “Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad”.

Quizás no nos resulta difícil hacer la lista de las cosas que contradicen a diario este horizonte que dibuja la esperanza, y puede resultar enojoso el elenco de cuanto nos acorrala, nos aplasta y nos deja sin aliento. Esto mismo se preguntaba San Pablo cuando en la carta a los Romanos hizo ese listado provocativo: “¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? [...] Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8,35.37-39).

No es un brindis al sol, ni tampoco una irresponsable quimera de quien mira distraído o inhibido para otro lado, sino la experiencia viva de lo que supone reconocer en Jesús la gran respuesta esperanzada a nuestras cuestiones desesperadas. Y señaló el papa Francisco los distintos rostros de esa esperanza que no defrauda: la paz entre los pueblos en guerra, la vida cuando se la censura desde el aborto o la eutanasia, los pobres y los emigrantes que sufren los estragos en carne propia, los presos que pagan la pena por sus delitos deseando aprender de sus errores y comenzar una nueva vida, los jóvenes que no logran asomarse al horizonte del mañana cuando el trabajo o la familia se les presenta con todos sus retos insalvables, los ancianos, abuelos y abuelas que transmiten la gran sabiduría aprendida en el libro de la vida, los enfermos en sus situaciones precarias cuando la falta de salud desafía la serena confianza…

Junto a la Palabra de Dios, hemos nutrido también estos meses jubilares con los sacramentos (especialmente la Eucaristía y la Confesión penitencial) y las expresiones de religiosidad popular como las peregrinaciones a lugares significativos donde celebrar la gracia del año santo. Termina así el Jubileo, pero la vida sigue con sus derroteros, y ahí seguimos siendo peregrinos de la esperanza que no defrauda jamás.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo