viernes, 26 de diciembre de 2025

AVISOS



Sacerdotes magos. Por Jaume Vives

(El Debate) En las últimas semanas, por circunstancias de la vida, he tenido que asistir a algunas celebraciones litúrgicas presididas por sacerdotes con complejo de magos.

El lector los reconocerá fácilmente, pues todos presentan los mismos rasgos: (1) Celebran la misa creyendo que es una actuación en la que su persona juega un papel importante, la misión de entretener al público para que no decaiga el ánimo. (2) No dudan en utilizar cierto tono graciosete, de algún modo tienen que hacerse perdonar el ser sacerdotes. Ellos, aunque lo sean, son normales y superguais. (3) Se revisten como les viene en gana, no como prescribe el Misal Romano, conforme a la dignidad que poseen, sino en función del público que tienen delante, para estar «más cerca del pueblo». (4) Para ellos el Misal Romano es solo una guía a la que suelen dar unas cuantas patadas, lo fían casi todo a la improvisación, que es mucho más sabia que siglos de Tradición. (5) La gente que acude a sus celebraciones litúrgicas sale, en el mejor de los casos, igual que entró y soltando algún chascarrillo sobre los esfuerzos del sacerdote por caer simpático. (6) En las homilías suelen hablar poco de Dios, sus palabras talismán son amor y solidaridad, y tampoco pierden la oportunidad de hablar de ellos mismos. Bromas no faltan, por supuesto.

La lista podría ser más larga, pero con estas pinceladas seguro que al lector ya le viene algún sacerdote a la cabeza. Bien, pues por ese es por quien hay que rezar.

Las causas que llevan a un sacerdote a vivir así su ministerio sacerdotal son múltiples: (1) El deseo de acercar, equivocadamente, la celebración litúrgica al pueblo, especialmente al que no cree. (2) El horror vacui, que lo empuja a no soportar el silencio y a dedicar demasiado tiempo a la palabrería barata. (3) La falta de fe que lo lleva a creer que el misterio celebrado en misa no es suficiente, y por ello lo viste a su manera. (4) La falta de trato con Dios, que lo lleva a creer (y así lo vive) que la misa es un símbolo que nos reúne para meditar un rato, pero que lo verdaderamente importante es lo material: procurar alimento, repartir mantas y organizar una comida contra el VIH.

Las consecuencias son también muy evidentes: (1) Cuanto más trata el sacerdote de acercarse al pueblo, más se alejan de Dios el pueblo y él mismo. (2) El egoísmo de esos sacerdotes preocupados solo por su imagen y por el espectáculo, priva y aleja al pueblo fiel del auténtico misterio que se actualiza en cada misa: Dios se hizo niño para morir por nosotros, y con su muerte abrirnos las puertas del cielo. (3) La liturgia encierra la belleza necesaria para revitalizar el corazón más frío. Despreciarla, además de una injusticia para con Dios y para con el pueblo, es un tormento que te deja incluso peor que tras una celebración laica. ¡Tan cerca y a la vez tan lejos del cielo!

Ni la misa tiene que ser entretenida –tampoco cuando es para niños–, ni el sacerdote tiene que amenizarla porque se quiere mucho a sí mismo o porque se quiere poco y necesita ser aplaudido. No se trata de un truco que deba permanecer oculto al espectador gracias a las bromas y distracciones del mago. Tampoco es un truco malo que necesite muchas florituras para que la actuación no quede deslucida y el público pida el reembolso de la entrada.

Es el misterio que hoy, 25 de diciembre, celebramos, el misterio de un Dios hecho Hombre que murió y resucitó por nosotros, misterio inabarcable para nuestro limitado entendimiento, misterio al que nos acerca la buena liturgia y también el sacerdote, in persona Christi, cuando él desaparece para que aparezca Él.

El hombre necesita de ese misterio, pero si un sacerdote mago le ofrece otra cosa, el misterio se esfuma y el hombre se queda en el mundo y se aleja de Dios.

Es lógico preguntarse, viendo cómo han envejecido esos sacerdotes magos, si tuvo sentido consagrar toda una vida no se sabe muy bien a qué.

Conviene rezar mucho por esos sacerdotes, con el mismo afán con que hay que evitar asistir a sus celebraciones. Pero, de vez en cuando, las circunstancias de la vida nos colocan ante uno de ellos y, aunque desesperante, nos recuerda que sigue siendo urgente no olvidarlos en nuestras oraciones.

jueves, 25 de diciembre de 2025

Navidad 2025

Felicitación de Navidad de S.S. el Papa León XIV:

Felicitación de Navidad del Santo Padre 

Felicitaciones a la Curia Romana

Felicitaciones a los empleados de la Curia Romana, de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano y del Vicariato de Roma, junto con sus familiares -

Homilía de la Misa de Medianoche:

Santa Misa de Nochebuena y Natividad del Señor 

Homilía de la Misa de Navidad:

Natividad del Señor - Santa Misa 

Bendición Urbi et Orbi:

Natividad del Señor - Bendición Urbi et Orbi 

Felicitación de Navidad del Presidente de la Conferencia Episcopal Española:

Mensaje de Navidad de Mons. Luis Argüello

Felicitación de Navidad del Arzobispo de Oviedo:

Felicitación de Navidad 2025 Mons. Jesús Sanz Montes

Entrevista al Arzobispo de Oviedo con motivo de la Navidad:

 "Jesús viene para deshacer nuestros nudos y enderezar entuertos"

Felicitación de Navidad de nuestra Parroquia y de las Hermanas del Santo Ángel:

Parroquia de San Felix de Lugones.

Felicitación personal de Don Joaquín:

Facebook

Reflexión de nuestro Párroco para el día de Navidad:

''Hemos contemplado su gloria''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

''Hemos contemplado su gloria''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Las primeras palabras en este día no pueden ser otras: ¡Feliz Navidad! Y desearnos esto implica de algún modo pedir que no sea un tiempo mediocre, sino una oportunidad para que el mundo se llene de Dios, para que todos tratemos de ser como este Niño que contemplamos en su cuna: inocentes, íntegros, serenos, pacíficos, pacientes, puros, sencillos... Dichosos los que en la próxima fiesta del bautismo del Señor puedan decir "este año sí que he vivido la Navidad", en vez de volver a lamentar que otra más hemos perdido la oportunidad de vivir estos días muy cerca del Señor.

Como hemos escuchado en la primera lectura, el Profeta Isaías advirtió que este día habría de llegar: "Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, porque el Señor ha consolado a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén". Así es; el Dios de la promesa permanece fiel y vuelve a su pueblo, a los que le dimos la espalda, y lo hace no con enfados, reproches y caras largas, sino en la indefensión y vulnerabilidad de un recién nacido, en la sonrisa de un bebé, y la pobreza de un establo. Viene a consolarnos, y ese consuelo está en descubrir que teniéndole a Él, lo tenemos todo, que si le seguimos estamos salvados. Nace Dios en la tierra, viene a nosotros. Como dice la plegaria II para las misas de niños: "Él vino para arrancar de nuestros corazones el mal que nos impide ser amigos y el odio que no nos deja a ser felices". Ahora está de nuestra mano, y es libertad nuestra decir no al mal y al odio de nuestra vida. Abramos los ojos; algo pasó en aquella noche santa: el nacimiento de un Niño cambió nuestra historia y nuestra suerte. Su Natividad no es una leyenda bonita, ni sólo un hecho histórico sin más: Dios ha querido insertarse en nuestro mundo, restaurar la ruptura, poner fin a la distancia entre los hombres y Él, y acabar con la indiferencia. Es Él quien toma la iniciativa y da el primer paso. Y esto no es una idea abstracta que el profeta proclamó sin más, sino que nosotros lo vemos cumplido en este Niño nacido en la gruta de un establo de Belén. 

Y es que no caben dudas; San Pablo nos lo dice claramente en su epístola a los Hebreos: ''En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo''. Se cumple el designio de Dios, no hay espacio aquí para el azar; detenernos a reflexionar sobre aquella primera Navidad nos lleva a caer en la cuenta de cómo al nacer en la noche el que es la Luz, podemos decir en verdad que la noche es tiempo de salvación. Pero no podemos perder de vista que las maderas del pesebre nos hablan ya del madero de la Cruz. Ese será el culmen de su misión; como dirá San Maximiliano Kolbe: “En el pesebre comienza la victoria del amor sobre el pecado”. Hay una dura parábola de Jesús que nos explica en sus propias palabras la misión del que ahora vemos como Niño. Me refiero a la de los viñadores malvados, aquellos que tenían arrendada una propiedad y el amo les reprocha que no están tratando bien a los siervos y empleados, y el dueño de la viña envía a su hijo, el cual muere en manos de aquellos desalmados. Esta es nuestra historia: Dios nos deja el mundo, le traicionamos actuando mal cayendo en el pecado, y Él no nos envía un mensaje cualquiera, unas letrillas o un recado; nos manda a su Hijo, al que daremos muerte. Qué símil tan llamativo, que naciera en Belén, tierra famosa porque allí se criaban los corderos inmaculados para sacrificar en el templo. Allí el Hijo de Dios daría su vida en rescate por nosotros como Cordero Inmaculado en el altar de la cruz. 

El evangelio de este día es solemne y complejo, teológicamente inabarcable, como el misterio mismo de la encarnación de Dios que San Juan aborda de una forma única en este prólogo. Es un texto con el que nos hemos familiarizado, que nos emociona y nos embarga el sentimiento cada navidad por ver con qué finura nos habla del Verbo encarnado. Su Verbo, su Palabra, es creadora, liberadora, salvadora, eterna... Y es esta Palabra la que se hace carne en la entrañas purísimas de la Santísima Virgen. Y esto no es solamente una idea piadosa; el evangelista es tajante: ''y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad''. Así es, el Señor ha querido hacerse visible, por eso cantamos hoy con el salmo: ''Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios''. La Navidad no es un sentimentalismo publicitario y comercial o unas fiestas sin más, sino la Pascua del nacimiento de Cristo. Y por eso hay fiesta en el cielo y el canto de los ángeles resuena de modo especial en estos días, pues es el canto por antonomasia de las fiestas navideñas: ¡''Gloria a Dios en el cielo''!... La liturgia nos acerca el misterio que celebramos en cada momento del año y, por tanto, no somos nosotros los que hacemos fiesta, sino que es Dios mismo quien a través de estos misterios viene a nosotros y nos abre el cielo de par en par, concediéndonos la gracia de recibirle. 

Evangelio de la Natividad del Señor

Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 1-18

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.

Él estaba en el principio junto a Dios.

Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.

En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.

No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.

El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.

En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.

Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.

Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.

Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».

Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.

Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Palabra del Señor

miércoles, 24 de diciembre de 2025

Felicitación de Navidad de la Parroquia

 

"Éste es el tiempo de la inocencia, de la pureza, de la amabilidad, de la ternura, de la alegría, de la paz. Es un tiempo en el que toda la Iglesia aparece vestida de blanco, con su traje bautismal, con aquellas resplandecientes y luminosas vestiduras que llevará en el monte santo".

(San John Henry Newman)

¡GLORIA A DIOS EN EL CIELO Y EN LA TIERRA PAZ!

Desde esta Parroquia de Lugones, y en nombre de toda la Comunidad cristiana que conforma esta feligresía de San Félix Mártir queremos desearos que la celebración de la Pascua Navideña sea ante todo un tiempo para la comunión, que no es sino la unión común. Navidad es un tiempo privilegiado para redescubrir que siempre es más lo que nos une, que lo que nos separa. Decía un anciano sacerdote que era una dicha especial acudir a la misa de medianoche el 24 de diciembre a comulgar, recordando aquella noche única en la que de algún modo Dios comulgó también con toda la humanidad.

En el saludo y felicitación de Navidad a los trabajadores de la Curia Romana, el Papa León XIV hacia una bellísima reflexión utilizando las figuras del belén que decía así: "En el belén, la imaginación popular ha insertado a menudo muchas figuras tomadas de la vida cotidiana, que pueblan el espacio alrededor de la gruta. Así, además de los inevitables pastores, protagonistas del acontecimiento según el Evangelio, podemos encontrar figuritas que representan diferentes oficios: el herrero, el posadero, la posadera, la lavandera, el afilador, etcétera. Por supuesto, se trata de oficios de antaño: algunos de ellos han desaparecido o se han transformado por completo. Sin embargo, conservan su significado dentro del belén. Nos recuerdan que todas nuestras actividades, nuestras ocupaciones cotidianas, adquieren su pleno sentido en el designio de Dios, que tiene su centro en Jesucristo. Es como si el Niño Jesús, desde el pesebre en el que yace, bendijera todo y a todos". Os invitamos desde la Parroquia a dejaros bendecir por el Enmanuel, y a que en estos días nuestros labios bendigan también a todo semejante nuestro en el que Dios también nace. En el belén de nuestra vida también hay pastores cojos, soldados, mercaderes despistados y Herodes nada amigos, que seamos capaces también nosotros de mover las figuras de nuestro belén viviente, que los que tenemos por malos los pongamos con los buenos, pero que los buenos no pasen tampoco a ser malos.

Le pedimos al Niño de Belén que sepamos contemplarle en estos días, que todo lo que nos ofrecen los días de Navidad no sean distracción que nos impidan vivir la auténtica Natividad del Señor. Dónde hay ideologías no hay Navidad, donde hay excesos no hay Navidad, donde hay odios no hay Navidad... Vaciamos el corazón de tanto que nos sobra y que impide a Cristo encontrar su cuna en nuestro interior. Son días para la felicidad "Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre:  «Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre de eternidad, Príncipe de la paz»" (Is 9, 5).

De corazón: Feliz, dichosa y Santa Navidad con Jesús, María y José. Le hemos dicho en este tiempo de Adviento "Ven Señor ". Ahora en Navidad le decimos "Aquí estamos, esperándote, con lo poco que somos y tenemos, con nuestras flaquezas y pecados, para que viéndote recién nacido nos conmovamos y convirtamos".

Joaquín Manuel Serrano Vila,
-Párroco- 


Felicitación de Navidad del Sr. Arzobispo de Oviedo

(Iglesia de Asturias) La Navidad es «una fiesta que pone ternura en nuestros duros momentos, que enciende luz en no pocas penumbras, que asoma horizontes posibles cuando sufrimos sin salida tremendos callejones. Una palabra que supera nuestros mutismos, y una alegría que da razones a nuestra algazara», afirma el Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz Montes, en su felicitación de Navidad para este año. 

«Queremos saber los motivos de esta alegría nuevamente reestrenada. Ocurrió hace dos mil años. Pongámonos por un momento en el trance de aquel momento, porque no tiene tiempo, ni siquiera espacio, y cualquiera de otra época u otro lugar tiene en ese Belén de antaño su cita sin igual».

«Aquello tuvo lugar –explica– cuando un silencio todo lo envolvía y la noche estaba a la mitad de su carrera. Y aquí y ahora estamos nosotros, testigos dos mil años después. Y lo somos en medio de nuestros apagones, de nuestros fríos y nuestro estrés. No sólo vino Dios entonces, sino que viene ahora y después, para poner su luz que nadie puede apagar, su ternura cálida como la gracia, y su paz que llena de sosiego nuestra alma y nuestra agenda».