domingo, 25 de mayo de 2025

''Y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Nos reunimos como comunidad peregrina en este domingo VI ya del tiempo de Pascua, donde al igual que en el pasado domingo hay dos evidencias muy presentes: la cercanía de la Ascensión y de Pentecostés, la marcha del Resucitado al cielo y la venida del Espíritu Santo. No son recordatorios baladíes, son constataciones que nos llevan a prepararnos interiormente para esos días grandes que celebraremos en la próxima semana y la siguiente. En esta línea se presentan las lecturas, la primera del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos habla precisamente de cómo actuaba el Espíritu Santo tras volver Jesús al Padre y después de la efusión del Espíritu. La Iglesia se pone en marcha en su misión de evangelizar, pero se encuentran problemas, dudas e interrogantes. Y así tiene lugar el primer concilio de la historia: el de Jerusalén, en que los apóstoles abordaron esa incógnita de la circuncisión que en realidad era algo más que una duda sobre un rito, sino la novedad que se les presentaba con la conversión de los paganos ya que hasta entonces todos los bautizados venían del judaísmo. Es una escena bellísima de cómo la Iglesia se reúne en comunión presididos por Pedro, discerniendo a la luz del Espíritu Santo. También hoy en la Iglesia seguimos experimentando esta realidad, la más reciente en el cónclave pasado donde todos auguraban muchos días para poner de acuerdo a tantísimos cardenales desconocidos entre ellos la mayoría, con la dificultad de que un alto porcentaje de los mismos ni siquiera hablan italiano, inglés ni español y, sin embargo, en apenas 24 horas estaba elegido el Papa esperado y deseado por todos. 

El tiempo de Pascua es un tiempo de gracia muy especial en que somos llamados los creyentes a acercarnos con el corazón dispuesto a los sacramentos, ya que por medio de estos nos asociamos al triunfo de Jesucristo resucitado. En estos días se celebran en muchos lugares la "unción de enfermos", y es que en este sexto domingo del tiempo pascual tiene lugar la llamada Pascua del enfermo. Son los que sufren tanto en el cuerpo como en el alma los que más necesitan consuelo y fortaleza, los que más saben de vivir la fe, la Pascua y la esperanza. Son los que postrados con sus cruces no les preocupa la muerte, sino la vida eterna. La unción de enfermos no es el principio del fin, es bálsamo para dar fortaleza y el sacramento de vida. La Iglesia siempre ha tenido una sensibilidad muy especial hacia todo sufriente, por eso quiere acompañarlos siempre al tiempo que ellos oran y enriquecen a la Iglesia con el ofrecimiento de sus dolores. Todos estamos llamados a vivir a la luz del resucitado, a la luz de la Pascua, la luz de la nueva Jerusalén de la que nos ha hablado esa visión de San Juan en la segunda lectura del Apocalipsis. Una luz que no viene de otro, sino del mismo Cristo: ''Y la ciudad no necesita del sol ni de la luna que la alumbre, pues la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero''. Una luz que se nos ofrece para llevarla a los demás y se cumpla así la súplica del salmista ''que todos los pueblos te alaben''. 

El evangelio de este domingo continuación del llamado "discurso de despedida de la última cena", que como todos los textos joánicos tiene un contenido totalmente teológico. Si la semana pasada nos deteníamos en los versículos previos donde nos hablaba de la ley nueva del amor, hoy la temática continúa en la misma línea: ''El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él''. No se puede amar a Jesús y despreciar su Palabra, no se puede amar al Padre y no reconocer a Jesús... Se nos está diciendo que el Padre y el Hijo son el mismo junto con el Espíritu Santo que será quien asista al pueblo de Dios, una vez que Jesucristo regrese a la diestra del Creador. Y afirma Jesús nos dice algo duro: ''El que no me ama no guarda mis palabras''. ¿Quiénes son los que no le aman? Pues los que viven según las normas del mundo y no según el evangelio, dado que la enseñanza de Jesús va por otros derroteros: amar siempre, incluso a los enemigos; tender la mano incluso a los que no nos quieren bien, bendecir a los que nos maldicen y calumnian... Y puntualiza el Señor que este es el sentir de Dios, que esto es lo que espera de nosotros: ''Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió''. El evangelio de hoy un espejo al que asomarnos y donde auto examinarnos de cómo amamos a Dios, de cómo guardamos su Palabra y qué morada ofrecemos a Dios en nuestro corazón. 

Y he aquí que Jesús avisa sobre su marcha: ''Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado'', para más adelante pedir: ''Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde''... Cuántas veces nos da la impresión de que el Señor se esconde en nuestra vida; no es que se haya ido, sino que quiere que le busquemos con más atención. Ahí tenemos esas palabras enigmáticas:  “Me voy y vuelvo a vuestro lado”, que es como decir ¡me voy, pero quedándome para siempre! Esto lógicamente entristece y disgusta a los suyos que pensarían que con su marcha se acababa todo, por eso Jesús les dice: ''Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo, os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis''. ¿Qué les está diciendo? Pues que nada se acabará con la Ascensión, sino al contrario, empieza su peregrinar sin Jesús físicamente pero más presente que nunca, pues desde el cielo junto el Padre podrá ayudarles más que estando con ellos. Y para terminar de tranquilizarles les promete la venida del Espíritu Santo: ''pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho''. Aunque el Espíritu Santo no puede venir a nosotros si no estamos en condiciones de recibirlo, pues sólo podrá hacer morada en nosotros si de verdad guardamos sus palabras. Nos vemos, por tanto, ante el misterio de la Santísima Trinidad que se nos revela, y cuya solemnidad celebraremos también dentro de poco. Podríamos preguntarnos: ¿en qué nos afecta saber que Dios es Uno y Trino? ¿para que nos ha revelado estas cosas el Señor? Pues para que sean un referente para nosotros, pues si Dios mismo es una comunidad de amor: ¿cómo no vamos a colaborar con nuestra actitud a construir una parroquia, una diócesis, una Iglesia donde el amor no sea el signo de nuestra identidad?... En la cultura oriental es propio saludar y despedirse con deseos de paz, como así hace Jesús resucitado: ''La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo''. ¿Qué diferencia hay entre la paz del mundo y la que nos da Jesús? Pues que para nosotros la paz es ausencia de violencia, de luchas y guerras, pero la paz de Jesús va más allá; no es una paz únicamente física, sino espiritual, una paz en plenitud que es la que pedimos para nuestro mundo dividido. No deseemos tan sólo que Rusia y Ucrania, Israel y Palestina, y tantos lugares enfrentados dejen las armas, sino que además de esto lleguen a amarse unos a otros. Empecemos nosotros llevando la luz de la pascua, la paz del resucitado y el evangelio del amor a aquellos a los que no amamos y el Señor nos reclama empezar a querer. 

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