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sábado, 31 de marzo de 2018

El Gólgota no ha terminado. Por Laureano Benítez Grande - Caballero

«Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo: no hay que dormir durante este tiempo»
Blas Pascal

El Gólgota no ha terminado, porque la Pasión de Cristo continúa en los sufrimientos que conforman la Pasión del mundo, la Pasión de la Iglesia, y la Pasión de los hombres, sufrimientos que completan lo que le falta a la Pasión que Cristo asumió desde Getsemaní hasta el Gólgota. Ésta es la conclusión final del libro Crucifixio, que publiqué en 2016, y que ya va por su segunda edición.

La fe cristiana encuentra su máxima expresión en el camino del sufrimiento redentor, en lo que podemos llamar «mística de la cruz», inaugurada por Cristo en su Pasión salvadora. En una carta escrita por León Bloy durante la guerra de 1870 hay un párrafo que sintetiza lo que se define como su «mística del dolor»: «Solamente cuando la Iglesia sufre se puede afirmar que triunfa, y ella siempre ha sufrido. El sufrimiento es su patrimonio, su dominio inalienable, su verdadero tesoro. Cada gota de la sangre de los mártires es una perla en el cofre de la Verdad. El cristiano sin el sufrimiento es un peregrino sin brújula. No llegará nunca al Calvario. Es necesario que la Pasión de Cristo, consumada en la inefable cabeza coronada de espinas, se cumpla también en los miembros. El dolor es la esencia misma, la columna vertebral de la vida moral del cristianismo. Si somos los “miembros de Jesucristo”, “los mismos miembros suyos”, es absurdo excluir el dolor de nuestra vida. El desterrado del paraíso puede exigir solo la felicidad de sufrir».

Desde el Gólgota, los sufrimientos de la humanidad conforman la «Pasión del mundo», porque Jesús tomó sobre sí la tremenda carga del sufrimiento humano, y, experimentándola en su plenitud, la convirtió en «su Pasión». Como dice Henry Nouwen, «no hay ningún sufrimiento -culpa, vergüenza, soledad, hambre, opresión o explotación, tortura, prisión o asesinato- que no haya sido padecido por Dios. No puede haber ningún ser humano que esté completamente solo en sus sufrimientos, porque Dios, y Jesús y a través de Él, se ha hecho Emmanuel, Dios con nosotros». Hemos de llegar al conocimiento interior de que la agonía del mundo es la agonía de Dios. La agonía de mujeres, hombres y niños a lo largo de las distintas épocas nos revela la profundidad inagotable de la agonía de Dios, que vislumbramos en el huerto de Getsemaní. El significado más profundo de la historia humana es la revelación progresiva del sufrimiento de Cristo. Mientras haya historia humana, aún no se habrá terminado de contar del todo la historia del sufrimiento de Cristo. Cada vez que conocemos una nueva forma en que los seres humanos sufren, conocemos más sobre la inmensidad del amor de Dios, que no quiso excluir nada humano de su experiencia de ser Dios. En efecto, Dios es Yahvé Rachamin, el Dios que lleva en su vientre al pueblo sufriente con la intimidad y la solicitud de una madre.

«Desde las cámaras de gas de Auschwitz; desde las aldeas arrasadas con niños torturados en Vietnam; desde los suburbios llenos de miseria de la India, de África, de Latinoamérica… desde todas partes, nos mira ese rostro lleno de sangre y heridas, cubierto de dolor y de burlas», afirma Benedicto XVI.

La Pasión de Cristo se perpetúa también en la Pasión de la Iglesia, ya que podemos establecer un estrecho paralelismo entre el sufrimiento crístico y la crisis de la Iglesia en los tiempos actuales, fruto también de una verdadera persecución realizada por fuerzas malignas que pertenecen al dominio de las tinieblas, al mismo reino del mal que llevó a Jesús al Gólgota. Este paralelismo que subrayamos tiene su fundamento evangélico en los numerosos textos en los cuales Jesús anuncia a sus discípulos futuras persecuciones por causa de su nombre, como queriendo hacerles ver que también ellos sufrirían su misma Pasión (Mc 13:13; Mt 5:11; Mt 10:24-25; Mt 24:9; Lc 21:12; 1 Pedro 4:13).

Según diversos estudios, en el siglo XX habrían sido asesinados unos 45 millones de cristianos. En cuanto al número de creyentes muertos anualmente por su fe, según una declaración hecha pública en junio de 2011 por Massimo Introvigne, representante de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) para la lucha contra la intolerancia y la discriminación contra los cristianos, se trataría de aproximadamente 105.000 muertos al año. En el año 2001, por ejemplo, el número de cristianos asesinados por motivos de su fe sería superior a 160.000. En el año 2010, de cada 100 personas que mueren al año por persecución religiosa, 75 fueron cristianos. Habría, según los datos de ese año, unos 200 millones de cristianos en situaciones de persecución.

Pero es cada vez más frecuente la intolerancia al cristianismo en Europa, donde existe una persecución subliminal en muchos países que, a pesar de pertenecer al ámbito cristiano, están sometidos a un laicismo frecuentemente belicoso e intolerante, ejecutado por la intolerancia secularista de la izquierda, que llega a amenazar la libertad religiosa.

Así como cuando todo parecía perdido a los apóstoles, en la Pasión de Cristo era cuando se gestaba la redención del género humano y la Glorificación del Padre en su Hijo unigénito, de la misma manera le sucederá a la Iglesia, cuando parezca como muerta y sepultada, más cercana e inminente estará la hora de su resurrección.

La continuidad del Gólgota opera también a una escala más pequeña, en el sentido de que también podemos decir que «Pasión del individuo, Pasión de Cristo», es decir, que Cristo no sólo redime el sufrimiento de manera global, sino que esa redención opera también a la escala microcósmica de la persona considerada en su individualidad.

El drama del Gólgota se sigue representando a cada momento en cada uno de nosotros, ya que los sufrimientos que por doquier nos asedian constituyen «la cruz nuestra de cada día», y nos «crucifican» en Gólgotas personales donde también Cristo se encarna para padecer con nosotros, puesto que para eso vino a este mundo de dolor.

En efecto, la redención se expresa también en el terrible combate que se opera dentro de cada uno de nosotros entre las fuerzas del bien y del mal, una lucha en la que la conciencia humana pugna desesperadamente -e inconscientemente muchas veces- para alcanzar su plenitud, accediendo a la dimensión trascendente donde pueda «religarse» con su Creador. Cristo sufre dentro de nosotros, pues lucha en las profundidades de nuestro espíritu por llevarnos a su Padre Celestial, ya que ésa es la misión que se le encomendó en este mundo. Y Cristo seguirá sufriendo su Pasión en el mundo y dentro de cada ser humano hasta que el devenir de este planeta culmine en la parusía, hasta que se establezca en él el Reino de Dios, esa «nueva creación» donde ya no habrá dolor, ni sufrimiento… donde ya terminarán los «Gólgotas» de este mundo.

Giovanni Papini, el gran converso italiano de nuestro tiempo, tradujo y publicó unas Cartas a los hombres del que él llamaba Papa Celestino VI, quien vivió, nos dice, en una época aciaga muy parecida a la nuestra. Desde luego, tal Papa nunca existió, sino que se trata de una personificación de él mismo. Estas cartas constituyen su «testamento espiritual», una sobrecogedora llamada a los cristianos a tomarse en serio su fe, a tomar conciencia de que la Pasión de Cristo continúa: «Demasiados cristianos creen con excesiva facilidad que, con el sacrificio de Cristo en la cruz, la obra redentora está terminada», dice Papini en su carta a los teólogos: «Pero vosotros sabéis que eso no es verdad en absoluto. No solamente, como afirmó Pablo, debemos suplir con nuestro dolor lo que falta en la Pasión de Cristo, sino que debemos recordar cada día que la redención no puede tener pleno efecto si no es aceptada, comprendida, continuada por el hombre».

Madre de Soledad

Dame tu mano, María,
la de las tocas moradas;
clávame tus siete espadas
en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
tarde negra y amarilla.
Aquí, en mi torpe mejilla,
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata,
esa lágrima que brilla.

Déjame que te restañe
ese llanto cristalino
y a la vera del camino
permite que te acompaña.
Deja que en lágrimas bañe
la orla negra de tu manto
a los pies del árbol santo,
donde tu fruto se mustia.
Capitana de la angustia:
no quiero que sufras tanto.

Qué lejos, Madre, la cuna
y tus gozos de Belén:
"No, mi Niño, no. No hay quien
de mis brazos te desuna".
Y rayos tibios de luna,
entre las pajas de miel,
le acariciaban la piel
sin despertarle. ¡Qué larga
es la distancia y qué amarga
de Jesús muerto a Emmanuel!

¿Dónde está ya el mediodía
luminoso en que Gabriel,
desde el marco del dintel,
te saludó: "Ave, María"?
Virgen ya de la agonía,
tu Hijo es el que cruza ahí.
Déjame hacer junto a ti
ese augusto itinerario.
Para ir al monte Calvario,
cítame en Getsemaní.

A ti, doncella graciosa,
hoy maestra de dolores,
playa de los pecadores,
nido en que el alma reposa,
a ti ofrezco, pulcra rosa,
las jornadas de esta vía.
A ti, Madre, a quien quería
cumplir mi humilde promesa.
A ti, celestial princesa,
Virgen sagrada María.

viernes, 30 de marzo de 2018

Reflexión de Viernes Santo. Por Rodrigo Huerta Migoya


I. Fuera en un árbol vencido

En el prefacio de la Fiesta de la Exaltación de la Cruz se presenta el paralelismo entre el día en que el maligno aparentemente gana la batalla, y el grandioso momento de su fracaso. En una sóla oración contrapone el pecado de Adán con el triunfo de Cristo: ''para que donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la vida''. Del árbol del pecado original al árbol bendito de la cruz como manifestación del triunfo y el poder de Dios, al igual que aquella zarza ardiente que se encontrara Moisés, marcándole el camino de la salvación.

Bendita puerta de la gloria; ''por el madero ha venido la salvación al mundo entero''. Ahora bien, no ha sido fácil; se ha pagado muy caro el rescate, y aún así, muchos rechazan su camino, pues la cruz, aunque es "la entrada",  no es agradable de entrada, por eso los hay que quieren a Jesús pero sin la cruz, sin entender ni el mensaje ni el camino. Nos decía San Pablo: ''nada me propuse saber entre vosotros más que a Jesucristo, y éste crucificado''.

En el recorrido del relato de la Pasión de San Juan somos testigos de la humanidad del Señor, de su flaqueza, de la tentación de "abandono" ante la inminente hora de subir al leño. Ya había subido a Jerusalén, pero ahora tocaba subir a la cruz para dar plenitud a su misión.

Desde el mismo momento de su nacimiento estaba predestinado al patíbulo, primero aceptando la humillación de nacer en un establo, para concluir luego aceptando la vergüenza de morir como un delincuente ajusticiado. He aquí la grandeza de nuestro Señor, que por amor se hizo humilde entre los humildes, el siervo entre los siervos y el pobre entre los pobres.

II. La misericordia de Longinos

Jesús ha dicho ya sus siete últimas palabras, ya entregó el espíritu e inclinó la cabeza; sin embargo, uno que no era de los suyos, un soldado de los que se encontraban en el lugar -y al que la tradición apodó con el nombre de Longinos- quiere tener un gesto con el Señor. Es consciente de lo mucho que ha sufrido; axfisiado, desangrado, molido, deshidratado... Teme que aún siga con vida y sufriendo a pesar de verle con los ojos cerrados, y así, en un acto de clemencia para librarle de una posible agonía prolongada, le atraviesa el pecho con una lanza buscando a buen seguro detener su corazón y sus dolores.

Este humilde soldado quizás no conocía con detalle quién era realmente ese llamado "rey de los judíos", sin embargo, la contemplación minutos antes de la expiración del Señor del Orbe entero en agonía y "el trueno de Dios" rasgando el velo del templo y las piedras del monte, le había sobrecogido y despertado su temor. Como éste, otros muchos que subieron al Gólgota como simples curiosos, bajaron como creyentes haciendo suya la exclamación del soldado: ''verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios''.

Es el preámbulo de la Iglesia que nace junto a la Cruz en la fuente que brota del costado de Cristo; que nos mostró en la "hora Nona" su corazón: ¿Acaso hay amor más grande que dar la vida por los amigos?...

San Longinos, más allá de ser el primer promotor de la devoción al Corazón del Señor, es el instrumento del que Dios se vale en la hora de su "propia muerte" para mostrarnos su secreto: que Él es el agua viva, la fuente del sediento, la vida que se da a borbotones: ¿Cómo vamos a enterrar al que es la vida?...

III. Hambrientos

No podemos hacer fiesta, pues el novio no está con nosotros; no podemos celebrar la Eucaristía -que es la cena del Señor- porque Él no está. Abrazamos hoy el luto uniéndonos al silencio de la Iglesia Universal que enmudece al contemplar el infame sacrificio de este cordero inocente y sin mancha cuya sangre -al igual que pasara en Egipto- servirá para salvar la vida de muchos, aunque no la de todos.

El altar desnudo, el sagrario vacío, la falta de flores, el silencio de las campanas... todo nos recuerda que es Viernes Santo. Hoy también guardamos el ayuno y la abstinencia; buscamos sentir hambre no sólo para mortificar nuestro cuerpo mediante este pequeñisimo sacrificio, sino sobre todo para sentir hambre y necesidad de Dios; hambre de su Cuerpo y hambre de su Pascua.

Himno a la Cruz
























Cantemos la nobleza de esta guerra,
el triunfo de la sangre y del madero;
y un Redentor, que en trance de Cordero,
sacrificado en cruz, salvó la tierra.
con un peso tan dulce en su corteza!

Dolido mi Señor por el fracaso
de Adán, que mordió muerte en la manzana,
otro árbol señaló, de flor humana,
que reparase el daño paso a paso.

Y así dijo el Señor: "¡Vuelva la Vida,
y que el Amor redima la condena!"
La gracia está en el fondo de la pena,
y la salud naciendo de la herida.

¡Oh plenitud del tiempo consumado!
Del seno de Dios Padre en que vivía,
ved la Palabra entrando por María
en el misterio mismo del pecado.

¿Quién vió en más estrechez gloria más plena,
y a Dios como el menor de los humanos?
Llorando en el pesebre, pies y manos
le faja una doncella nazarena.

En plenitud de vida y de sendero,
dió el paso hacia la muerte porque él quiso.
Mirad de par en par el paraíso
abierto por la fuerza de un Cordero.

Vinagre y sed la boca, apenas gime;
y, al golpe de los clavos y la lanza,
un mar de sangre fluye, inunda, avanza
por tierra, mar y cielo, y los redime.

Ablándate, madero, tronco abrupto
de duro corazón y fibra inerte;
doblégate a este peso y esta muerte
que cuelga de tus ramas como un fruto.

Tú, solo entre los árboles, crecido
para tender a Cristo en tu regazo;
tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo
de Dios con los verdugos del Ungido.

Al Dios de los designios de la historia,
que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza;
al que en la cruz devuelve la esperanza
de toda salvación, honor y gloria.

"Yo, para esto he venido". Por Jose Luis Aberasturi

Si no fuera verdad -terrible y hermosísima verdad: terrible por lo que le ha costado; hermosa por lo que supone para nosotros los hombres-, nadie podría haberse inventado una cosa así. Imposible. Pero es la simple y la más pura verdad; porque habla el Logos, la Palabra, que solo es tal cuando es verdadera: “Yo soy la Verdad", nos revelará. Y el Camino. Y la Vida. “¡Es el Señor!", dirá Juan; y lo hemos de decir todos si queremos tener parte con Él, y salvarnos.

Sí. Jesús bajó a la tierra, tomó carne como la nuestra “del seno de la Santísima Virgen María, por obra del Espíritu Santo", y se hizo uno de nosotros, “semejante en todo a nosotros menos en el pecado”, precisamente para “cargar sobre sí con nuestros pecados” y “hacerse obediente hasta la muerte y muerte de Cruz”. Así es como podemos rezar en el Credo: “por nosotros, y por nuestra salvación, bajó del cielo".

Y todo con la libertad que da el Amor. Esa “locura de Amor” en favor nuestro -por todos y por cada uno- es realmente el “mysterium amoris” que nos trae -nos revela-, la Escritura Santa: el “misterio del amor de Dios por nosotros".

Por eso, además de dejarnos claro aquel “para ésto he venido”, llamará “¡Satanás!”a todo el que pretenda apartarle de “su” Camino; por ejemplo, al mismo Pedro: ¡Apártate de Mí, Satanás, que me escandalizas! Tendrá prisa por subir por última vez a Jerusalén: así lo relatan los evangelistas. Y en la hora agónica de su Oración en el Huerto de los Olivos, se identificará plenamente, totalmente, con la Voluntad de su Padre-Dios, reiterando: “Padre mío, si es posible pase de Mí este Cáliz; pero no se haga Mi voluntad sino la Tuya”.

Ciertamente, existe otra cara de la moneda: la que ponemos nosotros. Frente al “mysterium amoris” se alza -soberbio, desafiante, engreido, loco y altanero- el “mysterium iniquitatis", el PECADO: la maldad de la criatura que se alza contra su Creador; la maldad del hombre que se revuelve contra Dios, en un intento, tozudo pero inútil, por ser más que Él, por independizarse de quien depende de un modo absoluto: para nacer, para vivir, para morir y para alcanzar la verdadera felicidad, la que anhela íntimamente aún sin querer reconocerlo, y que sólo está en Dios: la Vida Eterna en el Cielo.

El Crucifijo, el Crucificado, es la respuesta -real, innegable, sublime- a la pregunta sobre el Amor de Dios por nosotros y sobre la realidad del pecado.

El Amor de Dios por nosotros: “Tanto amó Dios al mundo, que nos entregó a su propio Hijo". Por eso Juan, al comienzo del capítulo 13, donde nos va a narrar al por menor toda la Pasión y Muerte del Señor -incluyendo su larga “oración sacerdotal": el único que la recoge así- escribe esta entradilla como la clave de interpretación de todo lo que va a escribir a continuación: “Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiese amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó -"nos” amó- hasta el fin”. Y no es un fin teórico sino real: hasta dar su Vida por nosotros. San Juan sabe de lo que escribe porque ha sido testigo directo: ha estado allí, junto a Jesús, al pie de la Cruz -y antes en todo su Via Crucis-, porque la Santísima Virgen se lo ha cogido y lo ha llevado con Ella todo el rato.

La realidad del pecado. Se lee en Camino: “A Jesús le cosen al madero no tres clavos sino tus pecados y los míos". Y el mismo autor reiterará en varios escritos suyos que “el pecado es hacerle repetir a Cristo toda su Pasión y Muerte": es volver a crucificar a Jesús.

Es más: nuestros pecados tienen mucha más malicia que el que cometieron los que le entregaron y los que materialmente le mataron. Por una muy directa razón: porque nosotros SÍ SABEMOS lo que le han costado -y le cuestan- nuestros pecados, y aquellos otros sujetos, no. Y, aún así, preferimos -elejimos- pecar.

¿Quién no se estremecerá ante estas dos realidades, tan distintas -muy distintas- pero inseparables en la práctica: el Amor que Dios nos tiene y la maldad del pecado?

Para ésto celebra nuestra Madre la Iglesia la Semana Santa: para que nos entre hasta por los ojos estass cosas. Para que no sea algo “inimaginable", sino bien visible. Es lo que ponen delante de nuestra vista primero, y de nuestro corazón después, esas espléndidas Procesiones -cada una con su “espíritu” propio-, especialmente las del Viernes Santo, que han cuajado a lo largo del tiempo desde lo más hondo del corazón de los hombres: desde el de los artistas que tallaron todos esos tesoros del arte religioso, hasta el de los que les pagaron sus buenos dineros, pasando por el de la gente sencilla y alta, rica y pobre, pecadora y santa, religiosa o menos, creyente y alejados… Hay personas que, a lo largo del año, es casi lo único que las mantiene “unidas” al Señor, a la Virgen, a la Iglesia y a la Fe.

No perdamos esta oportunidad, porque bien puede ser “la” oportunidad de nuestra vida. El Viernes Santo es Jesús que pasa frente a nosotros diciéndonos -mostrándonos-: “Yo te quiero así. ¿Y tú?"

Porque seremos juzgados por nuestra respuesta personal al Amor que Dios nos tiene: a lo que hemos hecho con Jesús, que nos quiere “hasta el fin".

Amén.

jueves, 29 de marzo de 2018

Reflexión de Jueves Santo. Por Rodrigo Huerta Migoya

I. Día Sacerdotal por excelencia

El jueves siempre es día sacerdotal y eucarístico, y eso se lo debemos al Jueves Santo en que el Señor instituyó el orden presbiteral. Acabada la mesa, comenzó el camino de la misión de sus apóstoles; no sólo ofreció el pan y el vino, sino que en estas ofrendas se ofreció así mismo.

Así, desde aquel atardecer hasta nuestra actualidad, la Iglesia ha permanecido renovando este misterio por medio de los sacerdotes, perseverando en esa innumerable cadena de eslabones el legado actualizado por el sacramento del Orden y la imposición de manos de los Obispo, sucesores directos de los apóstoles, a sus colaboradores.
Esto ha posibilitado en el tiempo que el pueblo fiel no se quedase sin el alimento de la Palabra y de la Eucaristía, así como de la reconciliación para el perdón de los pecados, instituido igualmente ese día.

II. Amor y servicio 

Hoy es un día de amor y de servicio, de Eucaristía, sacerdocio y reencuentro; y es que el Amor de los Amores es la Eucaristía, y el servicio de los servicios: el sacerdocio, el cual le hace presente y reconcilia al mundo con él.

Jesús tiene que resumir la predicación de tres años en apenas una idea, y así nos deja el mandamiento de ''amarnos''. Esta petición última del Señor es inherente a todo el que aspira alcanzar su reino; no hay cristiano, ni misa, ni sacerdocio sin amor. San Pablo incidirá en ello: ''si me falta el amor, no me sirve de nada''.

Por eso en este día se llevan a cabo dos gestos con los que la Iglesia quiere ejemplificar quienes son sus predilectos: los pobres y los que sufren. Para los primeros se destina la colecta del día, durante la cual se acostumbra cantar en las iglesias occidentales el himno ''Ubi caritas'', que se interpretaba durante el lavatorio de los pies. Para los enfermos, especialmente los que hoy sufren en su cuerpo y no han podido participar de la celebración, se les acerca la Sagrada Comunión para que el tesoro que en este día nos regaló Cristo llegue también a sus almas. Muchos sacerdotes colocan ya sobre el corporal los portaviaticos para que la comunidad tenga presente a aquellos que por su situación personal se están configurando ya a la pasión y la cruz del Señor.

III. La Eucaristía, obra de la Trinidad

La antífona de entrada de esta Misa ''in Coena Domini'', que hemos cantado parece que nos precipita al oficio del Viernes, pero no, está elegida por un motivo muy claro y evidente, y es que la Eucaristía no sólo es acción de gracias sino que es de forma especialísima ''sacrificio''. ¿Cómo no hablar hoy de Cruz si toda la última cena del Señor transcurrió bajo su sombra?. La Cruz sobre el altar es un reclamo de atención para los ministros y los fieles, de cómo el Mesías sigue entregándose por la humanidad cada vez que se oficia este santo sacramento.

Ahí, sobre el ara del Altar, se actualiza su pasión y muerte redentora; una tradición que no ha "inventado" la Iglesia  sino que procede directamente del Señor y que a su vez se nos ha transmitido.

La Eucaristía es obra de la Trinidad, en cuyo nombre transcurre en su totalidad toda la celebración y para cuya gloria se lleva a cabo siempre la misma. Igual que en aquella "sala con divanes" nuestro Salvador presentó a Dios Padre el pan y el vino bajo la acción del Espíritu Santo y la repartió luego como su cuerpo y su sangre, así también ahora el sacerdote -actuando en la persona de Cristo- pide al Padre Eterno que acepte la ofrenda presentada para que por medio de su Espíritu se transustancie en el Cuerpo y Sangre de Cristo para nuestra salvación y el perdón de los pecados de "muchos"...

Carta semanal del Sr. Arzobispo

Historia de amor en tres actos

Triduo para una historia de amor. Así son los tres días santos que llenan la semana más importante del año para los cristianos. El Jueves Santo celebramos un memorial inmenso. El amor que se hace entrega, entrega que se hace cena, cena que concluye en lavatorio para santificar en la verdad. Toda una dinámica amorosa por la que Dios nos muestra en su Hijo lo mucho que nos ha querido y amado. Penden en aquella sobremesa los recuerdos apretados de tres años intensos, de los casi treinta que como un largo noviciado los prepararon. Ahí queda esa biografía de salvación, tejida de tiempos y de espacios, de nombres y circunstancias, de lágrimas de dolor y de sonrisas de esperanza. Ha llegado la hora, nos dirá solemne el evangelio de San Juan. No se detiene el tiempo, sino que se concentra y culmina tras haber ido transcurriendo toda una eternidad atrás. La hora del amor por parte de quien no dejó de amar a los que se le confiaron, la hora de un paso por el que Jesús regresa al Padre con su humanidad en la que no hizo alarde de ser Dios, la hora más extrema y desmedida para amar hasta el extremo como nos ama Dios. Ojalá que lo que somos y tenemos, lo que recordamos, vivimos y esperamos se ajuste a la Hora de Cristo que siempre nos llega, y que sin adelantarnos ni retrasarnos avancemos concordes con la salvación que marcan los pálpitos de su Corazón.

El Viernes Santo será siempre de profundo respeto. Todo es silencio lleno de graves preguntas donde nos rodean tantos porqués. Aquella vía Dolorosa señala el callejero de tantos horrores en el vaivén de nuestras desdichas humanas que nos golpean y desangran. ¡Cuántas vías Dolorosas hemos urbanizado los hombres en los pueblos y ciudades del tiempo que viene y va! Hoy nos fijamos en aquella vía Dolorosa de hace dos mil años donde es Dios quien arrastra el árbol de la vida para dejarse clavar en él con los clavos de la muerte. Fue una noche larga de infamia que comenzó en el Huerto con olivas sin aceite. Allí un beso se ofreció tomado prestado el gesto que nunca menos como entonces fue expresión del amor. El besante fue comprado con engaño, y él pagó desesperadamente el pago infinito de su traición. La vía Dolorosa tuvo estas premisas sobre el cuerpo llagado de Cristo para subir a lo más alto de aquella Jerusalén a la que se dirigió en aquellos tres años de entrega filial. Fueron siete las palabras que Jesús pronunció en su agonía, como siete plegarias que rezaba su entraña abierta ante Dios y los hermanos. Y entregando su espíritu en las manos de su Padre, expiró… Viernes Santo. Día apasionado para escuchar conmovidos el bendito relato que me tiene a mí como destinatario: el precio que Dios mismo pagó en su Hijo, para que yo sea su hermano.

Pero la última palabra no terminó en aquel viernes. Jesús con su resurrección ha quitado a la muerte su última palabra: ni el vacío, ni la tristeza, ni el desamor, ni la injusticia, ni el sin sentido… ni la muerte, son ya algo fatal, definitivo y postrero. A la luz de la resurrección de Jesús cobran sentido todas sus Palabras y su Proyecto: Las bienaventuranzas; el amor al amigo y al enemigo, al próximo y al lejano; el perdón sin condiciones; la paz sin traición; la gracia gratuita; la misericordia entrañable… ​Su resurrección es el triunfo de la luz sobre todas las sombras, la esperanza viva cumplida en la tierra de todas las muertes. No hay espacio ya para el temor, porque cualquier dolor y vacío, cualquier luto y tristeza, aunque haya que enjugarlos con lágrimas, no podrán arañar nuestra esperanza, nuestra luz y nuestra vida.. Porque Cristo ha resucitado, y en Él, como en el primero de todos los que después hemos seguido, se ha cumplido el sueño del Padre Dios, un sueño de bondad y belleza, de amor y felicidad, de alegría y bienaventuranza. El sueño bendito que Él nos ofrece como alternativa a todas nuestras pesadillas malditas. Es el aleluya de nuestro mejor canto. Feliz Pascua.

miércoles, 28 de marzo de 2018

La Procesión del Santo Entierro de Lugones en la Tele

Este Viernes Santo en la TPA retransmitirán parte de nuestra procesión en el programa Conexión Asturias - Especial Semana Santa. 

Presentado por María Blanco, Conexión Asturias es uno de los programas más veteranos en la parrilla de la televisión pública asturiana, habiendo iniciado su andadura en el año 2006. Todos los días, de lunes a viernes, el programa nos acerca a la actualidad de Asturias a través de crónicas, reportajes, entrevistas y conexiones en directo desde distintas ciudades, pueblos o lugares del conjunto de la geografía asturiana.

Tradición y traición. Por Guillermo Juan Morado

A veces las palabras se parecen enormemente unas a otras y esta semejanza obedece, en definitiva, al parecido de lo real. La ley de la analogía rige en el lenguaje y en las cosas. Las palabras se parecen entre sí y las realidades designadas mediante ellas, también. No siempre hay una gran diferencia entre analogía y ambigüedad. De ahí que sea fácil la confusión o las malas interpretaciones.
Las palabras “tradición” y “traición” son casi gemelas. Proceden de la misma madre, “traditio” – “entrega” – y designan, ambas, un acto de donación, de consigna, de entrega. La tradición es la entrega, la transmisión de lo recibido, y la traición consiste en entregar a alguien a sus enemigos. En una oración por el Papa se le pide a Dios: “non tradat eum in animam inimicorum eius”, que no lo entregue a la voluntad de sus enemigos.

Dios y Judas “entregan”, pero sus respectivas entregas son muy diferentes por su motivación y por su respectiva finalidad. Dios nos entrega a su Hijo, nos lo da, salvando con la potencia de su misericordia lo que, a ojos de los hombres, parecería una imprudencia. La entrega – tradición - que Dios nos hace está movida por el amor y tiene como meta nuestro rescate.

La entrega de Judas, su traición, se parece mucho, pero solo superficialmente, a la entrega de Dios. También Judas se parecía mucho, aunque solo superficialmente, a los demás apóstoles. Quizá, en un primer momento, era muy semejante a ellos. Jesús se había fijado en él, lo había llamado, lo había introducido en su círculo más próximo. Pero, sumando, una tras otra, pequeñas traiciones, Judas llega a ser alguien muy distinto a quien era y, sobre todo, alguien muy diferente a quien podría llegar a haber sido.

Judas, al final, ya no era “uno de vosotros” (Jn 13,21). Lo era solo de cara a la galería, pero ya no lo era en realidad. En Judas, la máscara, el “prósopon”, se convirtió en la persona; la ficción en la triste realidad, como en el retrato de Dorian Gray cuando llega la hora en la que el teatro se acaba y aquel rostro, joven y bello, refleja ya sin velos el horror del mal. San Agustín apuntó, a propósito de Judas: “`Uno de vosotros’, por el número, no por el mérito; en apariencia, no en realidad”.

Solamente Dios – y Jesús es Dios – es inmune desde siempre a la seducción del engaño, al camelo de la mentira. Por eso Jesús se turba “en su espíritu”. Jesús se deja afectar. Jesús quiere padecer. Su turbación es su amor, su misericordia. No hay espíritu más sensible que el de Dios, que el Espíritu de Jesús, entregado desde la máxima turbación de la Cruz.

Jesús conoce y asume la traición de los amigos. Es como si dijese, en esa turbación suya tan elocuente: “Eres tú, mi compañero, mi amigo y confidente, a quien me unía una dulce intimidad” (Sal 55,14-15). Si a nosotros, que somos malos, nos duele la traición de los amigos, ¿cuánto más le dolerá al más noble y perfecto de los hombres?

Ya Salustio dejó dicho que la corrupción de lo mejor es lo peor. La corrupción de Judas es lo peor. Estando cerca de Jesús se aleja poco a poco de Él y de los demás apóstoles. Se sumerge en la soledad y en la noche. Convierte su grandeza – ser apóstol, encargado de la tradición, de transmitir a otros lo recibido de Jesús - en traición, en entrega del Señor a la voluntad de sus enemigos. Se hace cómplice de Satanás, experto en acusaciones y traiciones.

¿Qué pudo haberle pasado a Judas para llegar a odiar tanto? Quizá ese odio lo condena y a la vez podría haberlo redimido. Al menos no era indiferencia. Pero no sirvió para redimirlo porque era puro odio, sin mezcla ya de amor. La fe muerta, la fe del hombre en pecado, necesita aspirar al menos al amor de Dios para poder salvarle de la muerte. Judas era un cadáver ambulante. Su fe ya no era fe. Ni viva ni muerta.

Posiblemente Judas, más que a Jesús, se odiaba a sí mismo. Quizá su vida, su seguimiento aparente del Señor, se le fue tornando paulatinamente insoportable y por eso denuncia a Jesús. Por desencanto. Por eso también se suicida. No quiso, o no pudo, confiar en el Señor, en alguien tan distinto a Él. No pudo, porque no quiso, ni siquiera aspirar al perdón. Judas fracasa: su traición, al final, cumple, a su pesar, la tradición, la entrega de Jesús por parte del Padre para la salvación del mundo.

En comparación con Judas, las negaciones de Pedro – que Jesús sabe ver, pues conoce nuestro barro- nos conmueven. Pedro es débil, cobarde, pero no está empecinado en el mal. Pedro peca pero no se complace diabólicamente en el pecado. No se niega al arrepentimiento ni al perdón. Jesús lo sabe y esa debilidad de la Roca, pese a todo, quizá alivie su turbación.

La tentación de Judas es la tentación de los “buenos”, de aquellos que, en algún momento, han seguido a Jesús, pero se han sentido defraudados. Han querido enmendarle la plana y fabricar una salvación diferente, un Evangelio alternativo, un reino de este mundo. Y por eso, en lugar de comunicar lo que habían recibido del Señor, prefieren, por considerarlo mejor para los hombres, la traición.

Todos podemos ser Judas. Ojalá que, en el peor de los casos, seamos como Pedro. Capaces de lo peor, por nuestra debilidad, pero también de lo mejor, por nuestro arrepentimiento.

El papa Francisco felicita la Pascua a Benedicto XVI

(InfoCatólica) «El Santo Padre, como hace en diversas ocasiones, fue en la tarde a visitar a Benedicto XVI para darle sus saludos por Pascua», informó el Vaticano.

Es habitual que el papa argentino visite al papa alemán para felicitarle en fechas señaladas para la Iglesia como la Navidad o la Semana Santa.

martes, 27 de marzo de 2018

Homilía en la Misa Crismal 2018

Andamos ya metidos en la Semana Santa acompañando a nuestras comunidades en este tramo final de un camino cuaresmal que se culmina en la Pascua. Y dentro de este marco especial de unos días especiales, tiene lugar esta celebración en donde el Pueblo de Dios se reúne con su obispo para celebrar juntos la Misa Crismal. Aquí estamos las tres vocaciones cristianas que conformamos la Iglesia del Señor: los sacerdotes y diáconos, los consagrados y los laicos. Todos en la Iglesia Madre de la Diócesis.

Este encuentro litúrgico nos permite vivirnos como miembros de la Iglesia del Jesús, mutuamente referidos, complementariamente vocacionados, cada uno con su nombre, su don y sus talentos, cada uno como bautizado al que Dios le ha asignado un precioso destino. Somos hermanos porque con el Padre común que nos ha creado, con el Hermano mayor que nos ha redimido, y con el Espíritu Santo que nos ha santificado, formamos esta comunidad eclesial que Dios pone como levadura de evangelio en la masa de la historia humana en este recodo del camino que juntos estamos escribiendo.
En esta celebración van a ser consagrados los santos óleos y el crisma. Los gestos de Jesús y la progresiva conciencia de la Iglesia fueron señalando estos signos salvadores y sacramentales que acompañan nuestro nacimiento y crecimiento como cristianos. El fruto del olivo tiene una resonancia grande en nuestra cultura humana y en nuestra tradición religiosa. En primer lugar, el aceite tiene esa virtualidad fortalecedora que ya empleaban los antiguos en sus pugnas y desafíos, encontrando precisamente en el óleo un elemento que ponía tersura y fortaleza en sus músculos, en sus huesos, en sus heridas. Pero también el olivo como árbol da frutos en sus ramas que son símbolo de la paz tras los diluvios inoportunos que amenazan con ahogar nuestra historia y nuestros sueños. En tercer lugar, el olivo es un árbol que ha sido final de perdición para quien ahorcó en él sus traiciones inauditas y donde secó sus llantos desesperados, o comienzo de salvación cuando en él se clavó la muerte que fue vencida para siempre hasta hacerlo florecer eternamente bendito. Todo eso significa el olivo en su árbol y en su fruto. El aceite es un óleo que nos acerca el bálsamo que nos hace fuertes en las batallas de la vida, que nos suaviza asperezas cuando nos confrontamos hasta el enfrentamiento que zahiere dejándonos heridos, que nos restaña la vulnerabilidad por la que se nos desangra la esperanza. De todo esto nos hablan los óleos santos que vamos a consagrar para poder luego sacramentar los signos de salvación que Cristo confió a su Iglesia.

Y hemos de decir que todos y cada uno de nosotros necesitamos este bálsamo de Dios. No sirven los ungüentos alternativos que nos dejan como estábamos sin poder sanar nuestro tiempo, nuestras labores, nuestras ilusiones, nuestros cansancios. Sólo sirve un bálsamo que nos abrace en nuestra pequeñez e impotencia, no un ungüento que nos engañe una vez más. Son muchas las heridas que en estos tiempos se nos infligen causando de mil modos una múltiple debilidad. El Señor quiso ser Él mismo ese bálsamo de luz y de ternura, cuando en su propia carne malherida nos ofreció lo que bella y dramáticamente nos anunció el profeta Isaías como hemos escuchado en la primera lectura: sus heridas nos curaron. Esta es la paradoja que nos salva: que las heridas de Dios, de ese Dios que por amor se hizo vulnerable, son el bálsamo que limpia y sutura todas las nuestras. Podemos decir que son muchas las heridas por las que hoy nuestra humanidad se está desangrando, tanto metafórica como realistamente hablando. Heridas por las que tantos inocentes son mutilados y asesinados muriendo en guerras y atentados terroristas, particularmente los cristianos que en estos momentos sufren el acoso y derribo del ataque más cruel y asesino; heridas menos públicas y menos publicadas, que están quizás escondidas y maquilladas, pero que nos hacen daño y nos arañan la felicidad: el miedo que nos acorrala y nos arrebuja en la desconfianza, el agotamiento de nuestros amores cuando es el capricho frívolo quien señala su fecha de caducidad, el cansancio en el bien y la connivencia fácil con la mediocridad, el individualismo egoísta de quien no tiene más horizonte que su lujo o comodidad, y las hambres, todas las hambres del cuerpo y del alma que nos hacen siempre mendigos de la verdad. Son algunas de las heridas que describen nuestra condición menesterosa, las que nos hacen débiles y pobres por más que juguemos en cada ocasión con un oportuno disfraz.

Los sacerdotes somos ministros de ese crisma y esos óleos, y con nuestras manos ungidas los acercamos a aquellos que en la Iglesia el Señor nos ha confiado. Es el bálsamo divino que manifiesta la ternura misericordiosa del Señor que sigue a nuestro lado, y así testimoniamos que al Señor le importa nuestro destino y nuestra felicidad, un Dios que se desvela ante nuestras pesadillas y que quiere bendecirnos con el regalo de su gracia y de su paz dando cumplimiento a nuestros sueños que nacen de su Corazón.

Es en esta Misa Crismal donde los sacerdotes haremos renovación de nuestras promesas. Fuimos ungidos con el santo crisma y este óleo no tiene fecha de caducidad ni se corrompe, aunque pueden haberse hecho impermeables nuestras manos y nuestro corazón a la gracia que recibimos en el día de nuestra ordenación. Como en toda historia de amor, la nuestra con Jesucristo sabe conjugar una humilde petición de perdón y una confiada renovación de nuestra entrega, y esto es lo que haremos dentro de unos instantes al volver a pronunciar el sí de nuestra pertenencia a Jesús en el camino vocacional que Él nos ha regalado en su Iglesia, cuando poniendo nuestro nombre en sus labios nos dijo sencillamente aquel ¡ven! que nos unió para siempre a su sacerdocio.

Somos llamados a amar a Dios sobre todas las cosas, amando todo lo que Él ama y como lo ama Él. Esta es siempre la síntesis de la ley y los profetas, como tantas veces dijo Jesús (Mt 22, 37-40), porque amar a Dios en cuyo corazón no cupiesen sus hijos, o entregarse a los hermanos sin aprender el gesto en el Padre Dios, seria vivir un espiritualismo abstracto o plantear una militancia de trinchera. Dios y los hermanos, para los cuales hemos sido llamados como ministros del Señor.

Queridos hermanos sacerdotes, doy gracias al Señor por cada uno de vosotros. No siempre es fácil hacer juntos un camino, no siempre los intereses y las actitudes se acompasan con la disponibilidad de aquel día en que fuimos misacantanos, y se introducen otras causas y poses que nos secuestran y acorralan en torno a la comodidad que nos hace intocables, a la falsa seguridad del dinero, y a la llantina de sentirnos preteridos sin que nadie nos haya excluido ni apartado. Pero en todo esto hemos de ayudarnos para hacer juntos este camino de verdadero servicio, que es lo que significa la palabra ministerio unido a nuestra vocación de sacerdotes.

Es bueno sabernos pedir perdón cuando el perdón nos aguarda ante el obispo o ante cualquier otro hermano del presbiterio. No siempre es fácil mirarnos como nos mira Dios, pero a esto -y no a otra cosa- estamos cotidianamente llamados. Es el perdón que nos pone de nuevo ante la gran misión que recibimos el día en que fuimos ordenados y que por mil razones hemos ido descuidando, olvidando o traicionando. Pero el perdón que acerca la gracia que de Dios proviene y que se brinda por la Iglesia y los hermanos no quiere tanto reprochar lo que nuestra humana condición, nuestro cansancio, nuestro pecado tantas veces nos impiden reestrenar, sino invitarnos gozosamente a volver a la gracia que recibimos el día de la imposición de las manos que nos hizo el obispo. Tal y como nos ha recordado el Evangelio: el Señor nos ha ungido para ser enviados con una buena noticia a todos los que sufren, para vendar los corazones desgarrados y llevar la libertad a los prisioneros de todo tipo de cautividad. Somos sacerdotes del Señor y ministros de su perdón, su gracia y misericordia. Esto nos permite reestrenar la lozanía ilusionada de aquello a lo que fuimos llamados, para lo que fuimos consagrados, y para lo que se nos envió.

Quiero daros las gracias por vuestra asistencia, tan numerosa un año más. Me conmueve con inmensa gratitud poder concelebrar esta Misa Crismal con todos vosotros. Os agradezco vuestro trabajo en un día a día con soles y lluvias, con fríos y sopores, con reconocimiento o incomprensiones, tantas situaciones climáticas en la temperatura interior con las que lleváis adelante vuestro ministerio a diario. Y tendremos presentes a los sacerdotes que desde la última Misa Crismal nos han dejado por haber sido llamados por el Señor. No pocos de ellos estaban el año pasado concelebrando con nosotros sin que nadie supiera, excepto Dios, que sería su última Misa Crismal antes de ser llamados. Sabemos sus nombres y luego los recordaremos pausadamente como un gesto de homenaje fraterno junto a nuestra plegaria sincera por su eterno descanso. Hace un año sus manos se extendieron en esta concelebración, o se unieron a la misma desde sus lechos enfermos. Hoy no están con nosotros, pero pedimos que nos acompañen en esa antesala de la espera del cielo prometido, para que sus manos sean plegarias fraternas en la misa del cielo.

Queridos hermanos todos pidamos al Señor que nos bendiga con nuevas vocaciones sacerdotales. Que los fieles recen por nosotros, y que juntos sigamos edificando la Iglesia del Señor como una buena noticia para la humanidad a la que en su nombre servimos. El Señor os bendiga y os guarde. Que nuestra Madre la Santina en este su año jubilar nos acoja y acompañe cada día. Gracias.

+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Martes Santo, 27 marzo 2018
Santa Iglesia Catedral. Oviedo

lunes, 26 de marzo de 2018

Cosas que uno aprende del prosés. Por Jorge González Guadalix

Por supuesto que esto no es un blog de política y mucho menos de políticos, aunque tendrán que reconocerme que hasta de la política aprende uno cosas para la vida, los principios y hasta la fe.

Una de las cosas más sorprendentes de todo el proceso este que todos conocen por el “prosés”es el poco convencimiento que tienen del mismo sus principales impulsores y, sobre todo, la incapacidad de sacrificarse ni un mínimo por aquello en lo que creen en conciencia. Ha bastado ver la prisión en lontananza y los más aparentemente comprometidos han sido los primeros en bajarse las calzas, masculinas o femeninas, renunciar a sus actas, desdecirse de lo dicho y largarse fuera de España.

Hablo de esto únicamente por lo que tiene de significativo en esta sociedad nuestra. Nos quejamos de que la gente no viene a la iglesia, de la ausencia de vocaciones, del relativismo que nos ahoga, de la poca perseverancia de niños y jóvenes en su camino de fe. Es verdad que tal vez en la Iglesia no hemos sabido comunicar la fe, educar convenientemente, lo que quieran. En el fondo nos hemos amoldado a una sociedad débil, egoísta, interesada tan solo en el propio yo.

Decimos que la gente rechaza lo religioso. No es del todo así. Estamos en una sociedad, la española sin ir más lejos, en la que, con el cuento, sí el cuento, de la democracia y de la libertad, no hay más valores que lo que me interesa a mí, más principios que mi propio provecho ni más objetivo que hacer lo que me da la gana. Sociedad en la que los principios no existen o son cambiantes, Groucho marx dixit, y en la que el sacrificio parece algo para los demás.

Lo más vergonzoso del prosés es que se sustente en unos personajes que no aguantan ni el primer asalto. Gallitos ayer para votar a un candidato a presidente del todo imposible. Gallinas que acaban la sesión y renuncian a sus actas antes de presentarse ante el juez o que incluso se van del país. Gallitos que aplauden la posible república y gallinas que se desdicen ante el juez. Gallitos que sacan pecho en el parlamento catalán pero que ruegan con lágrimas al juez su libertad alegando que todo era poco menos que un paripé.

Esta es nuestra sociedad. No es que no haya vocaciones para religiosos o sacerdotes. No hay vocaciones para la vida religiosa, ni para el sacerdocio, ni para la política si es que el seguirla pudiera causar el más mínimo incomodo.Fácil ser político cuando no se arriesga nada y se cobra, abundantemente, a fin de mes. Otra cosa es cuando las ideas políticas, las que proclamas, las que defiendes, tus principales valores, te pueden llevar a prisión. Ahí se demuestra la calidad de las personas. El político de talla, la persona de talla, es quien tiene unos principios y los defiende aún a costa de su fama, su dinero y su vida, como los mártires.

El político que ante las dificultades renuncia, se esconde, se desdice y se larga no es más que un reflejo de una sociedad débil incapaz de cosas tan imprescindibles como la fidelidad, el sacrificio, la entrega.

En esta sociedad débil y acomodaticia, no es fácil encontrar vocaciones para todo aquello que signifique compromiso, entrega y sacrificio. Ya lo ven. Hay para políticos mientras sea cobrar, pero no si hay que dar la cara. No hay para la vida religiosa, el sacerdocio o el matrimonio.

Necrológica Diocesana

En el día de ayer 25 de marzo falleció en el Hospital Monte Naranco de Oviedo el sacerdote diocesano Rvdo. Sr. D. José Luis Varela Cereijo, Párroco de Vegadeo, Seares y Abres.
Tenía 78 años de edad.

Había nacido en Piedrafita - Chantada (Provincia y Diócesis de Lugo) el 25 de mayo de 1939

Ingresó en el Seminario Diocesano de Lugo dónde concluyó sus estudios y en cuya diócesis se ordenó sacerdote el día 5 de junio de 1964 de manos del entonces prelado lucense Monseñor Antonio Ona de Echave.

Se incardina en la diócesis de Oviedo dónde desempeñará las siguientes encomiendas pastorales:

–Coadjutor de Santiago Apóstol de Boal (1972-1978)

–Encargado de San Juan Bautista de Ronda - Boal (1972 - 1978)

–Encargado de San Blas de Vega de Ouria - Boal (1972- 1978)

–Encargado de Santa María de Bullaso - Boal (1977-1978)

–Encargado de Santa Cecilia de Seares - Castropol (1978-2018)

–Ecónomo de San Juan de Moldes - Castropol   (1978 -1996)

- Párroco de Nuestra Señora de la Asunción de Vegadeo (1995-2018)

–Párroco de Santiago de Abres - Vegadeo (1997-2018)

Fue también Arcipreste de Boal, Teniente-arcipreste de Vegadeo, Arcipreste de Vegadeo y miembro de la Comisión de sacerdotes para los Asuntos Económicos.

El funeral tuvo lugar en Vegadeo, hoy lunes, 26 de marzo, a las 12.00 h. Posteriormente se trasladará a Chantada donde se celebrará otro funeral a las 16.00 h, donde recibirá cristiana sepultura.

D. E. P. 

‘’no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo’’ (Sal 23)

Reflexión del Domingo de Ramos. Por Rodrigo Huerta Migoya

I. Simbología 

Con el Domingo de Ramos inauguramos la Semana Santa, donde nos acercamos a los últimos días de la vida del Señor, sin embargo, seguimos aún en tiempo de cuaresma, el cual finalizará para adentrarnos en el Triduo Pascual con la Misa de la Cena del Señor.
El Santo Padre Francisco, en su homilía el mismo día del pasado año en la Plaza de San Pedro, incidía en el carácter dulce y amargo de esta celebración. El Papa decía: ''nuestro corazón siente ese doloroso contraste''; el del alma de Jesús que entra en Jerusalén sobre mantos y entre palmas pero hacia la tumba.

No repetimos las cosas por rutina, sino que renovamos en estas fechas los acontecimientos centrales de nuestra fe, conscientes de que Dios renueva su amor para con nosotros. El verdor de las palmas cortadas recientemente invitan a ver esa renovación de la Alianza.

Por otro lado es muy significativa aquí la figura del animal "hijo de acémila". Jesús, muy próximo a las puertas de la ciudad de Jerusalén, pide a sus discípulos que le buscaran un borrico. Con esto el Señor pretende mostrarnos tres evidencias:

-No sólo se revela, sino que encarna las escrituras a los ojos del pueblo judío.

-Subraya la humildad  y la servidumbre, pues no entra en brioso corcel sino en un animal de carga.

-Desde la humildad manifiesta su realeza a los gentiles; el asno que le dió calor en el pesebre le ayuda ahora a anticipar la victoria que llegará pasado el suplicio de la muerte.

El color litúrgico rojo del día, nos hablan de la entrega. El Mesías, entre túnicas púrpura y palmas se manifiesta como primicia de los mártires, Maestro bueno, cuyas huellas en el camino continúan siguiendo tantos.

II. Liturgia de la Palabra

Si en el primer rito de la bendición de los ramos nos alegrábamos con el pasaje de cómo el Señor era recibido entre vítores, ahora la Palabra de Dios nos hace bajar de la nube para meditar la terrible realidad que le aguardaba al Salvador. Ahí lo tenemos: el fragmento del siervo sufriente de Isaías; el salmo con la cuarta palabra de Cristo; la epístola... Nos anticipamos al Viernes Santo, buscamos meternos en la piel del Dios hecho hombre que encara ya su recta final.

La profunda carta de San Pablo que se proclama en este día es explícita: ''Se despojó'', ''asumió'', ''pasó por uno de tantos''... he aquí lo que los teólogos han venido a denominar ''la Kénosis'' donde Dios "se vacía" por nosotros. Se deja pisar con el filial convencimiento de que cada vez que se abaja, el Padre Eterno sube; y éste no le olvida sino que lo levanta sobre-todo-nombre.

III. Ramos en la Pasión

En los programas de los Oficios de toda la Semana aparece este día con un nombre que nos pone en antecedente. Lo importante no son las palmas, es la lectura de la Pasión la que nos ayudará a entrar en la sintonía de todos estos días santos y que requieren la buena disposición del cristiano para vivirlos con provecho para la vida y en especial para el alma.

¿Y a qué fin entonces las palmas?: las palmas, laureles y ramos de olivo los llevamos a bendecir. En Asturias tenemos -como en otros lugares- la bonita tradición de regalarlas a los padrinos; y algo bendecido no se tira, se guarda con cariño. En concreto las palmas de "Ramos" que guardamos en casa son el recordatorio y la memoria de la entrega del Señor por la cual -si acertamos en seguir el camino recto- renunciamos al mal que Jesucristo ha venido a vencer. También así nosotros seremos recibidos entre las palmas de la misma Gloria de Dios por ese coro de los justos y los mártires que nos relata el Libro del Apocalipsis.

domingo, 25 de marzo de 2018

Del Oficio del Día

De las Disertaciones de San Andrés de Creta, obispo (Disertación 9, Sobre el domingo de ramos: PG 97, 990-994)

BENDITO EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR, EL REY DE ISRAEL.

Venid, subamos juntos al monte de los Olivos y salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy desde Betania, y que se encamina por su propia voluntad hacia aquella venerable y bienaventurada pasión, para llevar a término el misterio de nuestra salvación.

Viene, en efecto, voluntariamente hacia Jerusalén, el mismo que, por amor a nosotros, bajó del cielo para exaltarnos con él, como dice la Escritura, por encima de todo principado, potestad, virtud y dominación, y de todo ser que exista, a nosotros que yacíamos postrados.

Él viene, pero no como quien toma posesión de su gloria, con fasto y ostentación. No gritará -dice la Escritura-, no clamará, no voceará por las calles, sino que será manso y humilde, con apariencia insignificante, aunque le ha sido preparada una entrada suntuosa.

Corramos, pues, con el que se dirige con presteza a la pasión, e imitemos a los que salían a su encuentro. No para alfombrarle el camino con ramos de olivo, tapices, mantos y ramas de palmera, sino para poner bajo sus pies nuestras propias personas, con un espíritu humillado al máximo, con una mente y un propósito sinceros, para que podamos así recibir a la Palabra que viene a nosotros y dar cabida a Dios, a quien nadie puede contener.

Alegrémonos, por tanto, de que se nos haya mostrado con tanta mansedumbre aquel que es manso y que sube sobre el ocaso de nuestra pequeñez, a tal extremo, que vino y convivió con nosotros, para elevarnos hasta sí mismo, haciéndose de nuestra familia.

Dice el salmo: Subió a lo más alto de los cielos, hacia oriente (hacia su propia gloria y divinidad, interpreto yo), con las primicias de nuestra naturaleza, hasta la cual se había abajado Impregnándose de ella; sin embargo, no por ello abandona su inclinación hacia el género humano, sino que seguirá cuidando de él para irlo elevando de gloria en gloria, desde lo ínfimo de la tierra, hasta hacerlo partícipe de su propia sublimidad.

Así, pues, en vez de unas túnicas o unos ramos inanimados, en vez de unas ramas de arbustos, que pronto pierden su verdor y que por poco tiempo recrean la mirada, pongámonos nosotros mismos bajo los pies de Cristo, revestidos de su gracia, mejor aún, de toda su persona, porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo; extendámonos tendidos a sus pies, a manera de túnicas.

Nosotros, que antes éramos como escarlata por la inmundicia de nuestros pecados, pero que después nos hemos vuelto blancos como la nieve con el baño saludable del bautismo, ofrezcamos al vencedor de la muerte no ya ramas de palmera, sino el botín de su victoria, que somos nosotros mismos.

Aclamémoslo también nosotros, como hacían los niños, agitando los ramos espirituales del alma y diciéndole un día y otro: Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel.

RESPONSORIO Jn 12, 12. 13; Mt 21, 8. 9

R. Cuando la multitud se enteró de que Jesús llegaba a Jerusalén, salió a su encuentro. Un inmenso gentío iba tendiendo sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y alfombraban con ellas el camino y gritaban: * «¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»
V. La muchedumbre que lo precedía y también la que iba detrás gritaban:
R. «¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»

ORACIÓN.
Dios todopoderoso y eterno, que quisiste que nuestro Salvador se anonadase, haciéndose hombre y muriendo en la cruz, para que todos nosotros imitáramos su ejemplo de humildad, concédenos seguir las enseñanzas de su pasión, para que un día participemos en su resurrección gloriosa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

Domingo de Pasión - Ramos + Ciclo B

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos        (15,1-39):

C. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Él respondió:
+ «Tú lo dices.»
C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo:
S. «¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti.»
C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó:
S. «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»
C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
S. «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?»
C. Ellos gritaron de nuevo:
S. «¡Crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha hecho?»
C. Ellos gritaron más fuerte:
S. «¡Crucifícalo!»
C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio –al pretorio– y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:
S. «¡Salve, rey de los judíos!»
C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos.» Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: «Lo consideraron como un malhechor.» Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:
S. «¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.»
C. Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo:
S. «A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.»
C. También los que estaban crucificados con él lo insultaban. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, jesús clamó con voz potente:
+ «Eloí, Eloí, lamá sabaktaní.»
C. Que significa:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
S. «Mira, está llamando a Elías.»
C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:
S. «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.»
C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:
S. «Realmente este hombre era Hijo de Dios.»

Palabra del Señor

El vía crucis del arciprestazgo, bajo techo en los Santos Apóstoles










(lne/ Ángel Fidalgo) 

El vía crucis del arciprestazgo de Oviedo no pudo ayer, Viernes de Dolores, salir de la iglesia parroquial de los Santos Apóstoles para llegar, como manda la tradición, hasta el santuario del Cristo de las Cadenas. Un fortísimo viento dio paso en escasos minutos a una intensa lluvia.

No obstante, y con la presencia del arzobispo, Jesús Sanz Montes, que estuvo acompañado en el acto religioso por siete sacerdotes, el vía crucis que abre la Semana Santa ovetense se celebró en el interior del templo, que estaba abarrotado de fieles. Y de fondo, la música procesional de la Agrupación Musical de San Salvador de Oviedo para darle aún mayor solemnidad al acto con sus trompetas y tambores.

El Arzobispo, ante la inesperada lluvia, tuvo que cambiar rápidamente su hábito de franciscano, con el que desde que llegó a Oviedo le gusta realizar el camino de las catorce estaciones, por el tradicional de prelado.

El vía crucis no fue lo mismo, pero como comentaba Margarita Arias, que junto a cuatro amigas vive la Semana Santa, "la fe es la misma, aunque la solemnidad del largo recorrido de aproximadamente dos horas de duración hasta llegar al Cristo nos la hizo perder la dichosa lluvia".

Este año las catorce estaciones del vía crucis, con las que se recuerda secuencialmente la pasión de Cristo desde el huerto de Getsemaní hasta la resurrección, tuvieron una singularidad muy especial, ya que fue el camino de Jesús hacia la cruz contado por su madre, la Virgen María.

Recogimiento y devoción de los fieles, cumpliendo con la celebración penitencial que comenzó con la primera estación: "Jesús es condenado a muerte". Ante el cambio inesperado del vía crucis por la climatología se pidieron voluntarios entre los asistentes para llevar la cruz y los dos cirios en las distintas estaciones. No hubo falta decirlo dos veces.

El anfitrión, que no fue otro que el párroco, José Luis Pascual, agradeció a los asistentes su presencia llena de fe en este singular e inesperado vía crucis.

El socialista Francisco Vázquez: «La Semana Santa es reflejo de las raíces cristianas de España»

(Rel.) El exalcalde de La Coruña y exembajador de España ante la Santa Sede, Francisco Vázquez, pronunció este jueves el Pregón de la Semana Santa de Candas, realizando un recorrido por los recuerdos de su niñez. Igualmente, puso en valor el sentido religioso y mariano de esta conmemoración, a través de las procesiones que recorren las calles de varias ciudades españoles, señala el diario ABC. 

Vázquez aseguró que la Semana Santa es el reflejo de las raíces cristianas de España: “Nada, aquí en Candas, como en el resto de España, nada, ni cultura, ni tradiciones, puede resultar ajeno a nuestras raíces cristianas, la fe que, junto a la lengua común, nos identifica y nos singulariza a los españoles como nación, entre todas las otras naciones”.

“Es nuestra Semana Santa -dice Vázquez- una celebración, sobre todo mariana, en la que sus imágenes y sus procesiones rinden culto, piedad, devoción, tradición y homenaje a las Vírgenes, las Marías, las Madres del Salvador”.

Vázquez recordó como estos días se reunía la familia, al ser “tiempos de Pasión y Pascua, que tan bonitos y familiares recuerdos trae de mi infancia. Cuando el jueves santo, siendo monaguillo en la Iglesia de los Padres Redentoristas en mi Coruña natal, sustituíamos después del último toque de Gloria, las campanillas por carracas”.

El exalcalde coruñés subrayó que “es justo reconocer que nuestras tierras gallegas y asturianas del noroeste peninsular no gozan de la honda tradición y riqueza que tienen las más populares y conocidas semanas santas de Andalucía, Murcia o Castilla la Vieja. Pero también es cierto que nos honramos en ser cuna de las personas a las que, en gran medida, se debe el conocimiento y la divulgación del rito y la liturgia de la Pasión, tal y como se oficiaba en Tierra Santa, y que sirvió como modelo para extender su devoción”.

viernes, 23 de marzo de 2018

Pregonero de la Semana Santa 2018

M. I. Sr. D. Alejandro González Alonso

Natural de Lugones y vecino de la Calle "Luis Braille" de toda la vida, se crió en estas calles y entre los muros de esta Parroquia. Desde muy niño acudía con su familia a la Misa dominical; recibió su primera Comunión, se confirmó y vivió la adolescencia y juventud con las dudas y rebeldías propias de todo joven.

Entre sus muchas experiencias no podemos omitir su trabajo en la Casa Sacerdotal Diocesana de Oviedo, cuidando, ayudando y conviviendo con los sacerdotes mayores y enfermos. Allí su vocación maduró a pasos agigantados.

Cursó estudios de Filosofía y Teología en el Centro de Estudios Teológicos San Melchor de Quirós’’ con sede en el Seminario Metropolitano de Oviedo. Obtuvo el grado en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca, a la que está afiliado dicho Centro.

En sus años de formación colaboró (además de en esta nuestra propia Comunidad) en las Parroquias de San Melchor de Vallobín–Oviedo, Santa Olaya del Natahoyo–Gijón y San Lázaro del Camino–Oviedo.

Recibió la ordenación como Diácono en la Iglesia Parroquial de San Nicolás de Bari de Avilés el 30 de Junio de 2013 de manos del entonces Obispo Auxiliar de Oviedo y Titular de "Nasai", Monseñor Juan Antonio Menéndez, actual Obispo de Astorga.
En dicho verano predicó la Festividad del Santo Patrono de nuestra Parroquia, así como acompañó al Sr. Arzobispo en la Visita de las Reliquias de San Juan de Ávila que en el mismo mes también estuvieron en Lugones.

Fue destinado a la Misión diocesana de Bembereké, en Benín, donde permaneció de Septiembre a Diciembre de 2013.

Desde Enero de 2014 hasta el mes de Junio, fue nombrado diácono adscrito a la Parroquia de Santiago Apóstol de Sama de Langreo, aunque se le encargó también la colaboración en la Unidad Pastoral del "Alto San Martín" (Parroquias de San Martín de Sotrondio, Nuestra Señora de las Nieves de Blimea y Santa Bárbara de San Martín del Rey Aurelio) ayudando igualmente según sus posibilidades, en diferentes parroquias del Arciprestazgo del Nalón.

En la Santa Iglesia Catedral Basílica Metropolitana de San Salvador de Oviedo, el día 8 de Junio de 2014 -Solemnidad de Pentecostés- recibió la ordenación sacerdotal de manos del Sr. Arzobispo, Monseñor Sanz Montes. Pocos días después celebraría una primera misa en la intimidad familiar en la Capilla de Nuestra Señora del Buen Suceso del Carbayu, cumpliendo así una promesa; y el sábado día 21 de Junio -víspera de Corpus- celebró su primera Misa Solemne en la Iglesia Parroquial de San Félix de Lugones.

A los pocos días recibió su primer destino como Vicario Parroquial de Cangas de Onís y Párroco de la Unidad Parroquial de Amieva–Ponga, formada por las Parroquias de Santa María de San Juan de Beleño, San Lorenzo de Abiegos, San Martín de Argolibiu, San Esteban de Carangas, San Juan de Casielles, Santa María de las Nieves de Cazu, Santa María de Mian-Sames, San Ignacio de Ponga, San Juan de Amieva, San Román de Amieva, Santa María de Sebarga, San Pedro de Sobrefoz, Santa María de Taranes y Santa María de Viegu. Tomó posesión de las Parroquias el Sábado 23 de Agosto en la Iglesia Parroquial de Sames, en presencia del Vicario de Gijón–Oriente y acompañado por el párroco y varios feligreses de Lugones.

El 24 de Junio del pasado año 2017 se hacía público su nombramiento como Canónigo Capitular del Real Cabildo–Santuario de Covadonga. El 3 de Agosto tuvo lugar su toma de posesión como canónigo, lo que trajo aparejado su cese como Vicario Parroquial de Cangas de Onís. También colaboró entre 2014 a 2017 en las Parroquias de San Pedro de Villanueva, San Juan de Parres y San Pedro de Dego.

Actualmente su principal ocupación está en el Santuario, el cual vive en estas fechas el "Año Jubilar Mariano", al cumplirse cien años de la Coronación Canónica de la Santina de Covadonga. Don Alejandro sigue atendiendo desde el Real Sitio, las catorce parroquias de los concejos de Amieva y Ponga que le siguen encomendadas.  

Carta semanal del Sr. Arzobispo

De nuevo por nuestras calles


Tienen muchos nombres y son diversos sus atavíos. Con distinta semblanza Jesús Nazareno y María Dolorosa nos dan cita en la Semana Santa que está a la vuelta de la esquina. Los cristianos celebramos la solemne liturgia del triduo pascual que culminará en el domingo de gloria con Jesús Resucitado, pero hay una religiosidad popular que saca a la calle toda esa fe celebrada precisamente estos días. La mirada de un pueblo queda llorosa ante el espectáculo agrio y bronco de la muerte más injusta. Aquellos treinta años de silencio y discreción le permitieron crecer junto a María y a José, entre las virutas artesanas de aquel taller carpintero. Le vieron acudir a la sinagoga cada sábado para escuchar la palabra de los profetas contenidas en la Biblia que de mil modos hablaban de Él. Era Jesús, el de Nazaret, el hijo de María. A ambos los cuidaba con amor y generosidad José el carpintero haciendo las veces de padre para él, y esposo fiel para ella, con una bellísima postal de lo que era aquella sagrada familia.

Pero de Nazaret salió un día un Jesús adulto, treintañero. No hubo lágrima que Él no enjugara con un consuelo que del cielo venía. Ni tampoco sonrisa que no hiciera suya compartiendo la alegría de la gente sencilla. Vio jugar a los niños con la inocencia infantil. Vio rezar arrepentido al publicano en el rincón más oscuro del templo dándose golpes en el pecho, como también se fijó en quien con altanería presuntuosa iba a cobrar del Altísimo el pago de sus limosnas y plegarias. También tomó nota de quienes esquilmaban a los demás con cargas, impuestos y fanfarrias vacías, y puso de ejemplo a la anciana que fue con sus canas a dejar en el templo la preciosa ofrenda de todo lo que tenía.

Y de aquí para allá fue encontrando enfermos, tullidos, cojos, ciegos, mudos y sordos, leprosos… todos ellos con su dolencia en el cuerpo y con su tragedia en el rostro, que encontraron en aquel Jesús Nazareno una mano tendida que acercaba la gracia del bálsamo de una curación como bendición inmerecida. Pero también otros dolores, más íntimos y no menos dolorosos, que son los que infligen el pecado, el desprecio, la traición, el abuso y el robo: también para todos ellos hubo una luz que ofrecer, una gracia que repartir, unos brazos que acogían con misericordia.

Jesús Nazareno sigue la procesión de la vida allí por donde la vida pasa. Y esto es lo que nuestras parroquias viven con esmero en estos días semanasanteros. Como las cofradías y hermandades sostienen con la devoción de sus cofrades, el talento de sus pasos y el compromiso de sus caridades. Resulta bello constatar la solidez de nuestras cofradías que cuentan con el apoyo y el afecto de niños y jóvenes, adultos y ancianos poniendo lo mejor de sí mismos transmitiendo la memoria viva en los pasos de Jesús y de María.

Hoy son otros los llantos y otras las sonrisas. También cambian las circunstancias de los dolores que nos arrugan, los pesares que nos doblan, y los pecados que no logramos echar fuera por más que sepamos de su chantaje y engaño. Pero en las calles de nuestras ciudades, villas y pueblos Jesús Nazareno sigue adentrándose por los mil vericuetos y callejones sin salida. Su paz, su bondad, su verdad, se hacen bálsamo y sabiduría, apoyo y consuelo, para que la vida siga adelante mientras construimos celosos un mundo nuevo, renovado, para dejar en preciosa herencia a la generación venidera. Esta memoria viva, es lo que con tanta diligencia y acierto llevan adelante nuestras cofradías y hermandades. Dios sea bendito en sus cofrades y que se siga escribiendo esta hermosa historia que nos asoma al Señor que se pasea por nuestras vidas dándonos su paz, su consuelo y su gracia.

+Fray Jesús Sanz Montes O.F.M.
Arzobispo de Oviedo

miércoles, 21 de marzo de 2018

Cosas que ahora estará descubriendo Hawking. Por Enrique Álvarez

(Rel.) El muy admirable, aclamado y simpático Stephen Hawking ha dejado este mundo. Ya no está entre nosotros, aunque nos queda su recuerdo luminoso, su ejemplo sin par, y sobre todo, su legado de conocimientos sobre la historia del universo, que tal vez durante un siglo o dos permanecerán vigentes entre los estudiosos de la ciencia que llaman Astrofísica.
Hawking ya no existe. Su prodigioso cerebro ha cesado de funcionar y, si todo lo que confiere ser a la persona humana emana estrictamente de ese órgano, no solo su cuerpo se descompondrá de modo inexorable sino que se habrá apagado para siempre esa luz que fue su conciencia. Hawking vuelve a ser lo que era ochenta años atrás, cuando su madre y su padre todavía no se había ayuntado: nada.

¿Nada? Cuando el organismo físico de un hombre perece, ¿se extingue también la voluntad del hombre, se extinguen sus deseos y sentimientos, su esfuma su anhelo de justicia, se aniquila su anhelo de conocer tantas cosas bellas y misteriosas que le fueron ocultas? ¿Se agota la fuente de sus sueños? La fuerza con la que amó o con la quiso amar y hacer el bien, ¿no ha quedado a la postre sino como alimento de fantasmas y de gusanos? ¿Todo es "vil materia, podredumbre y cieno", como escribió hace ciento cincuenta años el poeta romántico español?

Nosotros sabemos muy poco de las cosas de la materia y del cosmos, pero sabemos que Hawking un día fue niño, y, como cualquier otro niño del mundo, lo más probable es que fuera amado extraordinariamente por su madre y su padre. Y ese amor materno-filial es, como todas las cosas humanas, juguete del tiempo. Sus padres murieron tal vez muy pronto y ese amor desapareció, o Hawking no maduró tal vez como buena persona y ese amor se redujo. He dicho tal vez. No sé casi nada de la biografía de Hawking. Es indudable que amó a algunas mujeres, y que ellas dejaron de amarlo. Digo esto porque he leído que Hawking consideraba que las mujeres eran "un completo misterio", y quien dice tal cosa es porque ha probado el sabor incomparablemente amargo del rechazo o desdén femenino. Sólo sé que hubo un momento en su vida, un momento más o menos largo, en que Hawking fue objeto y sujeto de un amor extraordinario, tan extraordinario como el de los padres de ese niño almeriense, Gabriel, asesinado por la mano extraordinariamente malvada de una mujer. ¿Por qué tan gran amor para nada? ¿Por qué el odio estúpido de una mujer, o de un hombre, puede destruir a un niño inocente?

Hawking, como muchos de los científicos, no gustaba de este tipo de preguntas. Los físicos más encumbrados rechazan que queramos interrogarnos sobre las causas últimas. El mundo se creó él solo, según dicen, y no preguntemos por qué ni para qué, por qué hubo un big bang, por qué hay cosmos en vez de no haber nada, para qué el ser, para qué la existencia. Entrar en ese juego es de necios, de cavernícolas. Los científicos reprueban las cuestiones metafísicas, es decir, desacreditan a quienes quieren ir más allá de la física. Pero ya escribió Heidegger que ateo es el que no piensa. Y quizá cabría añadir: "Ateo es el que no piensa ni sueña". Si no piensas de verdad, si no sueñas en serio, tu visión de la vida es chata y plana, por muy inmenso que sea el alcance de tu inteligencia para entender el origen del universo.

El muy admirable, aclamado y simpático Stephen Hawking ha despertado al fin del sueño de este mundo y ha visto de pronto que las preguntas seguían ahí. Que la vida es un misterio en el más allá como lo era en el más acá; que sin misterio no hay dicha humana posible. Sólo que ahora para él el misterio es mucho más envolvente, mucho más fascinante y también mucho más iluminador. Es un misterio que devuelve transfigurada toda la vida vivida, todos los amores y los odios, todas las dulzuras y los desdenes, todos lo que dimos y todo lo que negamos. Un misterio que nos abre para siempre a la libertad del amor, si al morir hay en nosotros un átomo de caridad, o que nos entrega para siempre a la perdición, si solo hay en nosotros egoísmo y arrogancia. Un misterio que llena al fin de música "el silencio aterrador de los espacios infinitos", como dijo Pascal, ese genial matemático y físico, pero también pensador, que no se privó de escribir: "Quien pretenda que los hombres son sólo entes corporales debe reconocer que es imposible conocer nada del universo; significaría afirmar que la materia es capaz de conocerse a sí misma, sin intervención del espíritu, y nada es más imposible que esta empresa"

Tengo para mí que los científicos ateos dedican tanto esfuerzo a investigar el universo que no suelen dedicar ni un minuto a contemplarlo. Y de ahí procede su escepticismo.

Pero, si en el momento de morir Stephen Hawking había en su alma esa átomo de caridad, es seguro que ahora mismo estará conociendo de verdad el universo, descubriendo que resulta ser mucho más bello y pleno de sentido de cuanto su ciencia e investigación pudieron mostrarle.