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jueves, 29 de marzo de 2018

Carta semanal del Sr. Arzobispo

Historia de amor en tres actos

Triduo para una historia de amor. Así son los tres días santos que llenan la semana más importante del año para los cristianos. El Jueves Santo celebramos un memorial inmenso. El amor que se hace entrega, entrega que se hace cena, cena que concluye en lavatorio para santificar en la verdad. Toda una dinámica amorosa por la que Dios nos muestra en su Hijo lo mucho que nos ha querido y amado. Penden en aquella sobremesa los recuerdos apretados de tres años intensos, de los casi treinta que como un largo noviciado los prepararon. Ahí queda esa biografía de salvación, tejida de tiempos y de espacios, de nombres y circunstancias, de lágrimas de dolor y de sonrisas de esperanza. Ha llegado la hora, nos dirá solemne el evangelio de San Juan. No se detiene el tiempo, sino que se concentra y culmina tras haber ido transcurriendo toda una eternidad atrás. La hora del amor por parte de quien no dejó de amar a los que se le confiaron, la hora de un paso por el que Jesús regresa al Padre con su humanidad en la que no hizo alarde de ser Dios, la hora más extrema y desmedida para amar hasta el extremo como nos ama Dios. Ojalá que lo que somos y tenemos, lo que recordamos, vivimos y esperamos se ajuste a la Hora de Cristo que siempre nos llega, y que sin adelantarnos ni retrasarnos avancemos concordes con la salvación que marcan los pálpitos de su Corazón.

El Viernes Santo será siempre de profundo respeto. Todo es silencio lleno de graves preguntas donde nos rodean tantos porqués. Aquella vía Dolorosa señala el callejero de tantos horrores en el vaivén de nuestras desdichas humanas que nos golpean y desangran. ¡Cuántas vías Dolorosas hemos urbanizado los hombres en los pueblos y ciudades del tiempo que viene y va! Hoy nos fijamos en aquella vía Dolorosa de hace dos mil años donde es Dios quien arrastra el árbol de la vida para dejarse clavar en él con los clavos de la muerte. Fue una noche larga de infamia que comenzó en el Huerto con olivas sin aceite. Allí un beso se ofreció tomado prestado el gesto que nunca menos como entonces fue expresión del amor. El besante fue comprado con engaño, y él pagó desesperadamente el pago infinito de su traición. La vía Dolorosa tuvo estas premisas sobre el cuerpo llagado de Cristo para subir a lo más alto de aquella Jerusalén a la que se dirigió en aquellos tres años de entrega filial. Fueron siete las palabras que Jesús pronunció en su agonía, como siete plegarias que rezaba su entraña abierta ante Dios y los hermanos. Y entregando su espíritu en las manos de su Padre, expiró… Viernes Santo. Día apasionado para escuchar conmovidos el bendito relato que me tiene a mí como destinatario: el precio que Dios mismo pagó en su Hijo, para que yo sea su hermano.

Pero la última palabra no terminó en aquel viernes. Jesús con su resurrección ha quitado a la muerte su última palabra: ni el vacío, ni la tristeza, ni el desamor, ni la injusticia, ni el sin sentido… ni la muerte, son ya algo fatal, definitivo y postrero. A la luz de la resurrección de Jesús cobran sentido todas sus Palabras y su Proyecto: Las bienaventuranzas; el amor al amigo y al enemigo, al próximo y al lejano; el perdón sin condiciones; la paz sin traición; la gracia gratuita; la misericordia entrañable… ​Su resurrección es el triunfo de la luz sobre todas las sombras, la esperanza viva cumplida en la tierra de todas las muertes. No hay espacio ya para el temor, porque cualquier dolor y vacío, cualquier luto y tristeza, aunque haya que enjugarlos con lágrimas, no podrán arañar nuestra esperanza, nuestra luz y nuestra vida.. Porque Cristo ha resucitado, y en Él, como en el primero de todos los que después hemos seguido, se ha cumplido el sueño del Padre Dios, un sueño de bondad y belleza, de amor y felicidad, de alegría y bienaventuranza. El sueño bendito que Él nos ofrece como alternativa a todas nuestras pesadillas malditas. Es el aleluya de nuestro mejor canto. Feliz Pascua.

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