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jueves, 29 de marzo de 2018

Reflexión de Jueves Santo. Por Rodrigo Huerta Migoya

I. Día Sacerdotal por excelencia

El jueves siempre es día sacerdotal y eucarístico, y eso se lo debemos al Jueves Santo en que el Señor instituyó el orden presbiteral. Acabada la mesa, comenzó el camino de la misión de sus apóstoles; no sólo ofreció el pan y el vino, sino que en estas ofrendas se ofreció así mismo.

Así, desde aquel atardecer hasta nuestra actualidad, la Iglesia ha permanecido renovando este misterio por medio de los sacerdotes, perseverando en esa innumerable cadena de eslabones el legado actualizado por el sacramento del Orden y la imposición de manos de los Obispo, sucesores directos de los apóstoles, a sus colaboradores.
Esto ha posibilitado en el tiempo que el pueblo fiel no se quedase sin el alimento de la Palabra y de la Eucaristía, así como de la reconciliación para el perdón de los pecados, instituido igualmente ese día.

II. Amor y servicio 

Hoy es un día de amor y de servicio, de Eucaristía, sacerdocio y reencuentro; y es que el Amor de los Amores es la Eucaristía, y el servicio de los servicios: el sacerdocio, el cual le hace presente y reconcilia al mundo con él.

Jesús tiene que resumir la predicación de tres años en apenas una idea, y así nos deja el mandamiento de ''amarnos''. Esta petición última del Señor es inherente a todo el que aspira alcanzar su reino; no hay cristiano, ni misa, ni sacerdocio sin amor. San Pablo incidirá en ello: ''si me falta el amor, no me sirve de nada''.

Por eso en este día se llevan a cabo dos gestos con los que la Iglesia quiere ejemplificar quienes son sus predilectos: los pobres y los que sufren. Para los primeros se destina la colecta del día, durante la cual se acostumbra cantar en las iglesias occidentales el himno ''Ubi caritas'', que se interpretaba durante el lavatorio de los pies. Para los enfermos, especialmente los que hoy sufren en su cuerpo y no han podido participar de la celebración, se les acerca la Sagrada Comunión para que el tesoro que en este día nos regaló Cristo llegue también a sus almas. Muchos sacerdotes colocan ya sobre el corporal los portaviaticos para que la comunidad tenga presente a aquellos que por su situación personal se están configurando ya a la pasión y la cruz del Señor.

III. La Eucaristía, obra de la Trinidad

La antífona de entrada de esta Misa ''in Coena Domini'', que hemos cantado parece que nos precipita al oficio del Viernes, pero no, está elegida por un motivo muy claro y evidente, y es que la Eucaristía no sólo es acción de gracias sino que es de forma especialísima ''sacrificio''. ¿Cómo no hablar hoy de Cruz si toda la última cena del Señor transcurrió bajo su sombra?. La Cruz sobre el altar es un reclamo de atención para los ministros y los fieles, de cómo el Mesías sigue entregándose por la humanidad cada vez que se oficia este santo sacramento.

Ahí, sobre el ara del Altar, se actualiza su pasión y muerte redentora; una tradición que no ha "inventado" la Iglesia  sino que procede directamente del Señor y que a su vez se nos ha transmitido.

La Eucaristía es obra de la Trinidad, en cuyo nombre transcurre en su totalidad toda la celebración y para cuya gloria se lleva a cabo siempre la misma. Igual que en aquella "sala con divanes" nuestro Salvador presentó a Dios Padre el pan y el vino bajo la acción del Espíritu Santo y la repartió luego como su cuerpo y su sangre, así también ahora el sacerdote -actuando en la persona de Cristo- pide al Padre Eterno que acepte la ofrenda presentada para que por medio de su Espíritu se transustancie en el Cuerpo y Sangre de Cristo para nuestra salvación y el perdón de los pecados de "muchos"...

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