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sábado, 31 de marzo de 2018

El Gólgota no ha terminado. Por Laureano Benítez Grande - Caballero

«Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo: no hay que dormir durante este tiempo»
Blas Pascal

El Gólgota no ha terminado, porque la Pasión de Cristo continúa en los sufrimientos que conforman la Pasión del mundo, la Pasión de la Iglesia, y la Pasión de los hombres, sufrimientos que completan lo que le falta a la Pasión que Cristo asumió desde Getsemaní hasta el Gólgota. Ésta es la conclusión final del libro Crucifixio, que publiqué en 2016, y que ya va por su segunda edición.

La fe cristiana encuentra su máxima expresión en el camino del sufrimiento redentor, en lo que podemos llamar «mística de la cruz», inaugurada por Cristo en su Pasión salvadora. En una carta escrita por León Bloy durante la guerra de 1870 hay un párrafo que sintetiza lo que se define como su «mística del dolor»: «Solamente cuando la Iglesia sufre se puede afirmar que triunfa, y ella siempre ha sufrido. El sufrimiento es su patrimonio, su dominio inalienable, su verdadero tesoro. Cada gota de la sangre de los mártires es una perla en el cofre de la Verdad. El cristiano sin el sufrimiento es un peregrino sin brújula. No llegará nunca al Calvario. Es necesario que la Pasión de Cristo, consumada en la inefable cabeza coronada de espinas, se cumpla también en los miembros. El dolor es la esencia misma, la columna vertebral de la vida moral del cristianismo. Si somos los “miembros de Jesucristo”, “los mismos miembros suyos”, es absurdo excluir el dolor de nuestra vida. El desterrado del paraíso puede exigir solo la felicidad de sufrir».

Desde el Gólgota, los sufrimientos de la humanidad conforman la «Pasión del mundo», porque Jesús tomó sobre sí la tremenda carga del sufrimiento humano, y, experimentándola en su plenitud, la convirtió en «su Pasión». Como dice Henry Nouwen, «no hay ningún sufrimiento -culpa, vergüenza, soledad, hambre, opresión o explotación, tortura, prisión o asesinato- que no haya sido padecido por Dios. No puede haber ningún ser humano que esté completamente solo en sus sufrimientos, porque Dios, y Jesús y a través de Él, se ha hecho Emmanuel, Dios con nosotros». Hemos de llegar al conocimiento interior de que la agonía del mundo es la agonía de Dios. La agonía de mujeres, hombres y niños a lo largo de las distintas épocas nos revela la profundidad inagotable de la agonía de Dios, que vislumbramos en el huerto de Getsemaní. El significado más profundo de la historia humana es la revelación progresiva del sufrimiento de Cristo. Mientras haya historia humana, aún no se habrá terminado de contar del todo la historia del sufrimiento de Cristo. Cada vez que conocemos una nueva forma en que los seres humanos sufren, conocemos más sobre la inmensidad del amor de Dios, que no quiso excluir nada humano de su experiencia de ser Dios. En efecto, Dios es Yahvé Rachamin, el Dios que lleva en su vientre al pueblo sufriente con la intimidad y la solicitud de una madre.

«Desde las cámaras de gas de Auschwitz; desde las aldeas arrasadas con niños torturados en Vietnam; desde los suburbios llenos de miseria de la India, de África, de Latinoamérica… desde todas partes, nos mira ese rostro lleno de sangre y heridas, cubierto de dolor y de burlas», afirma Benedicto XVI.

La Pasión de Cristo se perpetúa también en la Pasión de la Iglesia, ya que podemos establecer un estrecho paralelismo entre el sufrimiento crístico y la crisis de la Iglesia en los tiempos actuales, fruto también de una verdadera persecución realizada por fuerzas malignas que pertenecen al dominio de las tinieblas, al mismo reino del mal que llevó a Jesús al Gólgota. Este paralelismo que subrayamos tiene su fundamento evangélico en los numerosos textos en los cuales Jesús anuncia a sus discípulos futuras persecuciones por causa de su nombre, como queriendo hacerles ver que también ellos sufrirían su misma Pasión (Mc 13:13; Mt 5:11; Mt 10:24-25; Mt 24:9; Lc 21:12; 1 Pedro 4:13).

Según diversos estudios, en el siglo XX habrían sido asesinados unos 45 millones de cristianos. En cuanto al número de creyentes muertos anualmente por su fe, según una declaración hecha pública en junio de 2011 por Massimo Introvigne, representante de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) para la lucha contra la intolerancia y la discriminación contra los cristianos, se trataría de aproximadamente 105.000 muertos al año. En el año 2001, por ejemplo, el número de cristianos asesinados por motivos de su fe sería superior a 160.000. En el año 2010, de cada 100 personas que mueren al año por persecución religiosa, 75 fueron cristianos. Habría, según los datos de ese año, unos 200 millones de cristianos en situaciones de persecución.

Pero es cada vez más frecuente la intolerancia al cristianismo en Europa, donde existe una persecución subliminal en muchos países que, a pesar de pertenecer al ámbito cristiano, están sometidos a un laicismo frecuentemente belicoso e intolerante, ejecutado por la intolerancia secularista de la izquierda, que llega a amenazar la libertad religiosa.

Así como cuando todo parecía perdido a los apóstoles, en la Pasión de Cristo era cuando se gestaba la redención del género humano y la Glorificación del Padre en su Hijo unigénito, de la misma manera le sucederá a la Iglesia, cuando parezca como muerta y sepultada, más cercana e inminente estará la hora de su resurrección.

La continuidad del Gólgota opera también a una escala más pequeña, en el sentido de que también podemos decir que «Pasión del individuo, Pasión de Cristo», es decir, que Cristo no sólo redime el sufrimiento de manera global, sino que esa redención opera también a la escala microcósmica de la persona considerada en su individualidad.

El drama del Gólgota se sigue representando a cada momento en cada uno de nosotros, ya que los sufrimientos que por doquier nos asedian constituyen «la cruz nuestra de cada día», y nos «crucifican» en Gólgotas personales donde también Cristo se encarna para padecer con nosotros, puesto que para eso vino a este mundo de dolor.

En efecto, la redención se expresa también en el terrible combate que se opera dentro de cada uno de nosotros entre las fuerzas del bien y del mal, una lucha en la que la conciencia humana pugna desesperadamente -e inconscientemente muchas veces- para alcanzar su plenitud, accediendo a la dimensión trascendente donde pueda «religarse» con su Creador. Cristo sufre dentro de nosotros, pues lucha en las profundidades de nuestro espíritu por llevarnos a su Padre Celestial, ya que ésa es la misión que se le encomendó en este mundo. Y Cristo seguirá sufriendo su Pasión en el mundo y dentro de cada ser humano hasta que el devenir de este planeta culmine en la parusía, hasta que se establezca en él el Reino de Dios, esa «nueva creación» donde ya no habrá dolor, ni sufrimiento… donde ya terminarán los «Gólgotas» de este mundo.

Giovanni Papini, el gran converso italiano de nuestro tiempo, tradujo y publicó unas Cartas a los hombres del que él llamaba Papa Celestino VI, quien vivió, nos dice, en una época aciaga muy parecida a la nuestra. Desde luego, tal Papa nunca existió, sino que se trata de una personificación de él mismo. Estas cartas constituyen su «testamento espiritual», una sobrecogedora llamada a los cristianos a tomarse en serio su fe, a tomar conciencia de que la Pasión de Cristo continúa: «Demasiados cristianos creen con excesiva facilidad que, con el sacrificio de Cristo en la cruz, la obra redentora está terminada», dice Papini en su carta a los teólogos: «Pero vosotros sabéis que eso no es verdad en absoluto. No solamente, como afirmó Pablo, debemos suplir con nuestro dolor lo que falta en la Pasión de Cristo, sino que debemos recordar cada día que la redención no puede tener pleno efecto si no es aceptada, comprendida, continuada por el hombre».

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