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Santoral del día: San Andrés Apóstol

(COPE) El Señor, para cuya Venida estamos vigilantes, quiso escoger a un grupo de hombres que difundiesen su Mensaje de Salvación y de Paz. Terminamos el mes de noviembre, precisamente, con la Fiesta del Apóstol San Andrés. Oriundo de Betsaida es hermano de Simón Pedro. Fue discípulo de Juan Bautista en un primer momento y cuando Cristo es bautizado en el Jordán, el Bautista se le muestra a él y al Apóstol San Juan, hijo de Zebedeo, como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

A estas palabras, los dos discípulos siguen al Señor y pasan con Él aquella tarde después de preguntarle dónde vive, y de decirles Jesús que vayan y vean. Los Evangelios según San Mateo, San Marcos y San Lucas le presentan como uno de los miembros del Colegio Apostólico, de oficio pescador como su hermano, hasta que siguieron a Cristo, dejando las redes a orillas del Lago Genesaret o Mar de Tiberíades.

También informó al Maestro de la presencia de un joven con comida antes de realizar el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, y le presentó a unos griegos que deseaban verle antes de la Fiesta de Pascua, cuando hicieron escala en la Subida hacia Jerusalén. Fue testigo de la Pasión, la Muerte y La Resurrección del Señor junto con los otros diez discípulos. Igualmente recibió el Espíritu Santo en Pentecostés.

Una vez recibido el encargo de predicar el Evangelio, marchó a Grecia a anunciar la Buena Nueva, muriendo mártir en Acaya, donde fue crucificado en una Cruz con forma de aspa, según cuenta la Tradición. Goza de gran veneración en el cristianismo de Oriente. En el plano del ecumenismo y del acercamiento de posturas entre la Iglesia Católica y los cristianos orientales -ortodoxos- los Papas han hecho mucho hincapié en el encuentro entre Pedro y Andrés, ambos hermanos y Apóstoles del mismo Cristo, Señor de todos.

Imagen del Apóstol San Andrés que se venera en la Parroquia de Pola de Allande 

Santoral del día: Beato Bernardo de Hoyos

(gecoas.com) Se considera que el Padre Bernardo es el principal apóstol de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús en España.

Nació en Torrelobatón el 20 de agosto de 1711, pero como toda su familia era de Hoyos, se le conoce como Padre Bernardo de Hoyos.

El Beato Bernardo fue educado por unos padres católicos, que decidieron llevarle a un colegio jesuita a los 10 años de edad. Su padre, secretario del ayuntamiento de Torrelobatón murió cuando Bernardo sólo tenía 13 años. Un año más tarde, entró en el noviciado de los jesuitas, y a los 17 años empezó con los estudios de filosofía para hacerse sacerdote.

Con 23 años recibió el Sacramento del Orden Sacerdotal (a pesar de que no tenía edad para ello). Y sólo un año más tarde enfermó de Tifus y murió tras haber recibido la Unción de Enfermos.

Devoción al Sagrado Corazón

El Beato Bernardo jamás había oído hablar del culto del Sagrado Corazón hasta los 21 años de edad, cuando tuvo el encargo de copiar fragmentos de un libro titulado “De cultu Sacratissimi Cordis Iesu”. Entonces, empezó a leer el origen de esta devoción y, según dice, sintió algo que jamás había sentido, un sentimiento con el que se encontraba muy a gusto, se sentía amado.

Al día siguiente, estando adorando al Santísimo Sacramento, Jesús mismo le dijo que quería que él fuese el medio por el cual se extendiese en España esta devoción. Más tarde le aconsejó que tratara este tema con el Padre Juan de Loyola (tiene cierta similitud con la aparición a Santa Margarita María de Alacoque, ya que ella lo tenía que tratar con el Padre la Colombière).

Entonces, el Padre Bernardo de Hoyos se puso en contacto con Juan de Loyola, que se hizo su director espiritual. Bernardo de Hoyos le contó todas sus experiencias místicas y Juan de Loyola comenzó a escribir su biografía que la publicaría cuatro años después de su muerte.

Más tarde, se le apareció a Bernardo de Hoyos el arcángel San Miguel. Éste, le dijo cómo debía difundir la devoción al Sagrado Corazón en España y le recordó que a pesar de que hubiera multitud de dificultades, al final vencería. Esto mismo se lo confirmó el Sagrado Corazón de Jesús cuatro días más tarde cuando le dijo que reinaría en España con más veneración que en muchos otros lugares.

¿Cómo se extiende la devoción?

Desde el padre Bernardo de Hoyos, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús ha ido comprendiéndose mejor. Lo primero que hizo Bernardo de Hoyos fue hablar con Juan de Loyola para que le aconsejara. Más tarde le comunicaron su deseo de expandir la devoción al Sagrado Corazón al entonces rey de España Felipe V. Este, a diferencia de su primo, el rey de Francia, promulgó la devoción y escribió una carta al Papa Benedicto XIII pidiendo Misa y Oficio propio del Sagrado Corazón para todos sus reinos y dominios.

El Papa Benedicto XIII aceptó la propuesta de Felipe V promulgando así la devoción. Sin embargo, desde la muerte de Bernardo de Hoyos hasta principios del siglo XX no se produjo ningún cambio a pesar de que la devoción creciera por momentos.

Otro hecho importante fue cuando el día 30 de mayo de 1919, el rey Alfonso XIII consagró España al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles. Pero la devoción no ha ido a menos desde entonces, ya que en 2009 se hizo la renovación a esta consagración.

Además de estos hechos, se pueden mencionar otros muchos que demuestran lo expandida que está esta devoción en España como por ejemplo: consagraciones de ciudades como Toledo, San Sebastián, Pamplona, Valladolid, etc.

Por otra parte, la devoción continua extendiéndose a través de instituciones como la fundación Balsemiana y Schola Cordis Iesu.

Por último, el Papa Benedicto XVI ha querido mostrar la importancia de esta devoción consagrando a todos los jóvenes del mundo al Corazón de Cristo en las JMJ que tuvieron lugar en Madrid.

La Europa de Weiler. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

El Papa entregará, el próximo 1 de diciembre, el Premio Ratzinger 2022 a Michel Fédou (1952-) y a Joseph Weiler (1951-). El primero nació en Lyon y es patrólogo. Tras su entrada e inicial formación en la Compañía de Jesús, dirigió sus estudios hacia la teología del escritor cristiano y alejandrino Orígenes (184-253).

Fédou es profesor en el Centro Sèvres de París y autor de varias obras sobre cristología, patrística y diálogo interreligioso, aunque solamente hay un libro suyo traducido al español: “Las religiones según la fe cristiana”.

El segundo, Joseph Halevi Horowitz Weiler, nació en Johannesburgo y es constitucionalista y experto en derecho comunitario europeo. Estuvo vinculado a las universidades de Michigan, Harvard y Nueva York, así como a algunas instituciones académicas para asuntos jurídicos y de integración europea. Es doctor “honoris causa” por las universidades de Navarra y CEU San Pablo.

Desciende de una familia de judíos que residieron en Gerona en la Edad Media y observa religiosamente los preceptos de la torá y las tradiciones del judaísmo. Defendió a Italia ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos cuando el matrimonio Massimo Albertin y Soile Lautsi y sus hijos reclamaron de ese Tribunal que hiciese valer su derecho a que no hubiera un crucifijo en las aulas en las que estudiaban éstos. Es conocido como “el caso Lautsi contra Italia”.

Se les dio la razón. Solo que cuando Weiler recurrió y salió a defender la presencia del crucifijo en las aulas estatales fue tan convincente que el Tribunal de Derechos Humanos empezó a reconsiderar su posición. Acabó por reconocer que, en Europa, el crucifijo en un aula no vulnera el derecho de ningún librepensador que no quiera ver a Cristo ante él, ni tampoco el de los adeptos de las demás religiones, distintas de la católica. «Defiendo el crucifijo en las escuelas por pluralismo», confiesa el judío Weiler.

Participó también en un libro editado en Italia y traducido a nuestro idioma con el título “Dios salve la razón”. En la versión española colaboró el profesor Gustavo Bueno. Es una obra breve y de gran interés, en la que varias personalidades comentan, y corroboran, el famoso discurso pronunciado por Benedicto XVI, el 12 de septiembre de 2016, en el Aula Magna de la Universidad de Ratisbona. Recuérdese que la mención de un pensamiento del emperador bizantino Manuel II Paleólogo levantó un enorme revuelo.

Hay dos libros de Weiler en español: “Europa fin de siglo” y “Una Europa cristiana. Ensayo exploratorio”. El autor ha volcado en ellos su parecer, muy bien fundado, sobre la situación en la que se halla nuestro continente, que, tras haber alcanzado, por una parte, unas altas cotas de progreso y bienestar, está sumido, por otra, en una crisis espiritual.

En efecto, Weiler la califica así: espiritual. Lo explica pormenorizadamente en el que lleva por título “Una Europa cristiana” y ha sido objeto de reflexión en una sesión cultural celebrada hace unos días en la Librería Diocesana de Oviedo.

Y es espiritual a causa de estos factores: la secularización, la cristofobia, la falsa neutralidad de los gobiernos respecto a la presencia de la religión en los espacios públicos y la idea ya generalmente asumida por los creyentes de que la religión es cosa del ámbito privado.

Según Weiler, si Europa obvia sus raíces y su identidad cristiana, será un ente de naturaleza meramente comercial, defensiva y tecnológica, y nada más, sin proyecto de futuro, sin horizonte de sentido, sin “telos”. Todo esto que señala nuestro autor me recuerda a aquello que decía Paul Ricoeur: «Vivimos en una época en la que la bulimia de los medios corresponde a la atrofia de los fines».

En fin, que la Europa cristiana, tal como la entiende el nuevo Premio Ratzinger es «una Europa que respeta por igual de forma plena y completa a todos sus ciudadanos, creyentes y laicos, cristianos y no cristianos. Una Europa que, incluso celebrando la herencia noble de la Ilustración humanista, abandona su cristofobia, y no le causa miedo ni embarazo reconocer el cristianismo como uno de los elementos centrales en el desarrollo de su propia civilización».

Hay que agradecerle al profesor Joseph Weiler el que haya señalado con tanta precisión, en sus análisis como experto en derecho europeo, lo ventajoso que es para Europa el que se mantenga fiel a su ser cristiana y lo letal que puede resultar para ella, como si de un suicidio se tratase, porque la conduciría a la descomposición, avergonzarse de sus raíces cristianas, renunciar a su condición de cristiana y denostar cuanto provenga del cristianismo o se identifique con él.

Será la primera vez que se otorgue el Premio Ratzinger a un judío. Y es preciso reconocer que Joseph Weiler se lo ha ganado a pulso y que bien merecido tiene el que se lo den, por el gran servicio que ha hecho en favor de la verdad y la justicia. De ahí el que no quepa otra cosa más que decirle, y lo haré en hebreo, la lengua de sus antepasados, y de todo corazón: ¡todá rabá! ¡muchas gracias!

domingo, 27 de noviembre de 2022

''Estad en vela''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Iniciamos el nuevo año litúrgico y nos adentrarnos en este santo Tiempo del Adviento; un momento de gracia en el calendario cristiano. Decimos coloquialmente que es "un tiempo fuerte", un tiempo para vivir con mayor intensidad nuestra vida creyente, nuestra práctica sacramental, nuestra identificación con el evangelio que no hemos de vivir sólo de palabra, sino con obras. Tenemos por delante unas semanas hermosas para prepararnos a la venida del Señor, no es algo repetitivo; vivamos esta realidad como si en verdad esta fuera nuestra última navidad de nuestra vida existencia -podría serlo- lo cual nos hará saborear y aprovechar estos benditos días.

I. Es hora de despertar 

En las semanas previas -las últimas del año litúrgico- la Palabra de Dios nos ha presentado una temática que no abandonamos, pues forma parte importante de la esencia del adviento, como es la dimensión escatológica. Y es que la reflexión sobre el final no es sólo para fechas concretas, sino que ha de ser una constante en nuestra existencia, pues podemos olvidar a veces que somos ciudadanos del cielo. Hablamos de esa hora desconocida, esa que sólo Dios conoce y por la que somos invitados a estar en vela. El pueblo de Israel esperó durante siglos la salvación prometida por Yahvé... Hoy nosotros somos invitados a actualizar la verdad que nos esponja el corazón: saber que somos salvados en la esperanza. No estamos ante una experiencia desconocida, se nos da todo hecho y aun así, tantos no son capaces de creer. Aquí no caben de dudas de si realmente vendrá el Señor a salvarnos, ya lo ha hecho; ya nos ha salvado, pero nos toca retornar a su amor primero como el hijo que vuelve a su casa, y prepararnos para su segunda venida recordando aquella primera. Por eso San Pablo en este fragmento de su carta a los Romanos nos llama a comportarnos reconociendo el momento en que vivimos, un tiempo complejo ciertamente, pero no más que el que vivieron los primeros cristianos que hicieron florecer la Iglesia con su fidelidad hasta incluso el derramamiento de su sangre. Vivimos aletargados, despistados, dormidos... He aquí que las palabras del Apóstol son una llamada de atención para nosotros: ''ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe''. Es hora de dejar la noche para abrazar el día, de dejar atrás la oscuridad para disfrutar la luz, de apartarnos de lo mundano para enriquecernos de lo divino. 

II. Subamos al monte del Señor 

El texto de Isaías que hemos escuchado en la primera lectura nos muestra realidades muy próximas a nosotros, el profeta también tiene la percepción de que Dios ya no pinta mucho para bastantes de sus coetáneos en pleno siglo VIII a.C., por lo que dice: ''Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos''. El autor siente especialmente que no se ha acabado de comprender el sentido espiritual del monte Sión, que no es sólo un recuerdo de la presencia de Dios en medio de su pueblo, sino qué, además, es un símbolo de unidad, de libertad y de paz. Es por esto que exclama esta invitación: ''Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob''; volvamos a Dios, que Él dará sentido a nuestras vidas y nos mostrará el camino que hemos de seguir. Se vivía en aquel momento como también hoy, un contexto de división, enfrentamientos y guerras, por eso el oráculo presenta ese mañana idílico: ''De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas'' que sólo se logrará si subimos al monte del Señor; esto es, cuando todos volvamos a Dios. 

III. Cuando venga el Hijo del hombre

Hemos dejado atrás el ciclo C para iniciar el ciclo A en la liturgia de la Palabra; si el año pasado nos acompañó los domingos y festivos el evangelio de San Lucas, este año será el evangelista San Mateo, tan querido en Oviedo. Este pasaje del capítulo 24 constituye uno de los últimos discursos de Jesús que recoge el autor en su evangelio, un texto apocalíptico que viene a enseñarnos también cómo Cristo llega a nosotros cuando todo parece estar perdido. Si os fijáis, siempre que se decora el nacimiento, el portal donde colocamos a la Sagrada Familia es un edificio pobre, ruinoso, con los tejados como caídos... Es un reflejo de ésto, que el Señor viene a un mundo derruido, arruinado, herido y maltratado. Nuestro mundo vive de espalda a Dios, por eso hay tanto odio, tantas luchas, tantas personas desesperanzadas, en la penumbra, en la injusticia o el dolor. "Como en el tiempo de Noé", donde lo viejo quedó bajo el agua y el Señor salvó lo que debía salvar para empezar algo nuevo. También Jesucristo viene a instaurar algo nuevo, el reino de la verdad y de la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz   -como cantaba la liturgia del domingo pasado-. Somos llamados a prepararnos, y se nos dice de forma muy clara: ''estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor''; somos invitados a la conversión auténtica del corazón, a volver a empezar, a preparar en nuestra alma y corazón la cuna del Mesías que está al llegar. 

Evangelio Domingo I de Adviento y meditación del Arzobispo

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 24,37-44.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.
En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».

Palabra del Señor

Seréis como dioses. Por Rodrigo Menéndez Piñar

─Por favor, ¿podría indicarme el camino para salir de aquí?─ preguntó Alicia.
─Eso depende en gran medida de adónde quieras ir─ dijo el Gato.
─No me importa demasiado adónde ir─ respondió Alicia.
─Entonces ─replicó el Gato─ nada importa el camino que tomes.

Avanzamos ya el mes de los difuntos y todavía parece que esa conjunción íntima y singular de zozobra y esperanza, nacida de haber visitado la tumba de nuestros amados, no deja de afectarnos. Los cipreses que nimban nuestros cementerios señalan una meta para que nosotros no perdamos el camino correcto. Apuntan hacia arriba, al Cielo, hacia donde se quedaron embobados los Apóstoles tras haber contemplado la Ascensión: ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo (Hch 1, 11). Ahora ellos debían marchar por todos los horizontes a convertir a las naciones ─¡Y vaya si lo hicieron!─ mas nunca cambiar la dirección de sus acciones, que no puede ser otra que la de la Eternidad.

A nuestro mundo hodierno que no sabe adonde quiere ir le ocurre lo que a Alicia en el País de las Maravillas: no le importa el camino que tome. Pero el cristiano sabe que es falso el verso tan manido de Machado: «caminante no hay camino, se hace camino al andar»; porque hay uno que es el Uno ─que Es, sencillamente─ y que ha dicho: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6).

El deseo latente de infinito en el corazón humano hace que al cumplirse la sentencia aristotélica, «el bien es lo que todos apetecen», tenga siempre y en cualquier caso una meta, un fin, que es un bien supremo que no se apetece por otro bien, sino por sí mismo. Este bien supremo es la felicidad. El problema viene al tratar descubrir cómo alcanzar esa felicidad y, sobre todo, cómo conservarla perpetuamente. Por eso, ha sido preocupación constante de la civilización la búsqueda de la inmortalidad para no perder los bienes que han sido conquistados en esta vida.

En las mitologías paganas se pretendía alcanzar esa inmortalidad en la eterna juventud mediante algún artificio, o proyectada en los dioses, categoría que podrían alcanzar con su renombre los grandes héroes al realizar hazañas recordadas por todos de generación en generación. Pero la inmortalidad podía ser también una terrible condena, como el castigo que impuso Zeuz a Prometeo, cuyo padecimiento cruel está precisamente en ser inmortal y regenerar constantemente su hígado, que vuelve una y otra vez a ser devorado por el águila. De esta manera, en la antigüedad, se ensalzaba la conquista de lo intemporal, a la vez que se intuía que puede convertirse en la más pesada carga, así como le pesaba su vida y el mundo entero a Atlas después de la derrota en la Titanomaquia.

La modernidad padeció también las dos líneas de una misma cosmovisión, aunque deformadas por la ideología inmanentista que la permea toda. La fianza en el progreso de la ciencia hasta los extremos transhumanistas pretende vencer y superar los límites de la propia naturaleza humana. Una mentalidad horizontalista que, al negar el pecado original, coloca como bien supremo de felicidad la pseudosalud, en virtud de la cual es «responsable» y necesario asesinar la propia libertad ─siempre «por tu bien», convenciendo a las masas borreguiles─. Pero al encabritarse con la terca realidad enfermiza y senil de nuestros cuerpos, y no soportarla, resuelve el problema con una opción muy acorde a sus deseos sanitarios: la solución final eutanásica ─una muerte «digna» por el «bien» de la persona que sufre─.

El gran error de fondo en estas visiones es confundir eternidad e inmortalidad y pretender el paraíso en la Tierra. Empecemos por lo segundo. Si los sueños del cientificismo se cumplieran y pudiera ensayarse una alcanzada inmortalidad en este mundo, un mundo en el que la muerte fuera suprimida por completo (por enfermedad, por vejez, incluso por accidente al ser capaz de revertirse) y el hombre pudiera permanecer para siempre en sus fuerzas naturales ─a costa de no reunirse nunca con Dios─, habríamos llegado a conquistar los anhelos del inmanentismo moderno. El bien de la salud estaría siempre en posesión de la humanidad y no le escaparía la vida de entre las manos, como nos ocurre en la realidad. Al fin, sería el paraíso en la Tierra. Al fin, se cumpliría la promesa satánica: no, no moriréis...seréis como dioses (Gn 3, 4-5). Pero entonces, ¡ay!, los hombres acabarían deseando la muerte como una liberación de la tediosa vida que llevarían. Es la trama de la obra Vous serez comme des dieux (1959) del gran Gustave Thibon. Aquí puso, según su propio testimonio maduro al final de su vida, «lo mejor de mí mismo». En esta obra, el personaje Amanda entra en el proceso irreversible de desesperación porque al mundo y a ella, aun habiendo conquistado todos los logros científicos y sanitarios, aun teniendo vida inmortal, sin amenaza alguna de destrucción y teniendo todo lo que se quiere al alcance de sus fuerzas, le falta lo esencial: ese bien supremo que es la felicidad y que se identifica con la posesión de Dios. Acaba suspirando por la muerte porque solo ella le puede dar lo que el mundo no puede y solo ella la puede liberar de todo lo que el mundo le ofrece y que ha llegado a ser insoportable ─no porque no sean bienes, sino porque tomados en su conjunto y perpetuamente, no son sino una falsedad monumental, un constructo artificial que, al fin y al cabo, no da lo que el hombre en verdad desea─.

Y la razón es lo primero que decíamos. Las ansias de eternidad, reducida y confundida con mera inmortalidad. La eternidad es, según definición clásica de Boecio, interminabilis vitae tota simul et perfecta possesio (posesión total, simultánea y completa de una vida interminable). En la locura naturalista sólo hay vida interminable. No hay posesión total, ni simultánea ni completa de la vida, porque no hay Dios vivo, completo y perfecto Bien, que se posea todo Él en cada instante. Es la diferencia del paraíso en la Tierra al paraíso en el Cielo. Aquí la intuición profunda del libro santo al expulsar a nuestros primeros padres del Edén: Y el Señor Dios dijo: «He aquí que el hombre se ha hecho como uno de nosotros en el conocimiento del bien y el mal; no vaya ahora a alargar su mano y tome también del árbol de la vida, coma de él y viva para siempre» (Gn 3, 22). Ciertamente la muerte es un castigo por el pecado original. Es la pérdida de los dones sobrenaturales de la amistad divina y de los preternaturales, entre los que se encontraba la inmortalidad. Pero es castigo medicinal que, sin dejar de serlo, acaba por convertirse en un don. Si la naturaleza humana en su estado caído actual pudiese comer del árbol de la Vida y vivir para siempre, entraría en el proceso desesperanzador que intuyeron los antiguos en su literatura: una vida inaguantable. El hastío consumiría sus almas hasta devorarlas y desear partir al otro lado del Mar, como les ocurre a los elfos de Tolkien en la Tierra Media, consumidos por la pena que el tiempo hace crecer, pues, aun inmortales que no padecen senilidad ni enfermedad, sino madurez de sabiduría y plenitud de fuerzas, están atados al envejecimiento del mundo que los carcome. Ellos no comprenden cuál es el destino que tiene Eru preparado para los hombres: mortales, breves en tiempo, enfermizos... les causa extrañeza. Pero saben que la muerte, sacándolos de los círculos del Mundo, es el Don de Illuvatar, el Creador, y por obra de los hombres, según su designio, «todo habría de completarse, en forma y acto, hasta en lo último y lo más pequeño» (El Silmarillion, Del principio de los días).

Fue un Hombre quién pasó por ese castigo, venciéndolo con su Resurrección, y la muerte, asociado a ésta como paso previo, quedó partícipe del Don de Dios por antonomasia ─en el analogatum princeps de la felicidad, según santo Tomás de Aquino─: la Bienaventuranza eterna del Cielo. Y es este Hombre el Pontífice Santo que «une el Cielo con la Tierra, lo humano y lo divino» (Pregón Pascual), cuyos brazos en Cruz adornan las lápidas de nuestros cementerios para recordarnos siempre cuál es el Camino, qué es la Verdad y hacia dónde está la Vida: en la dirección apuntada por los cipreses.

(Infocatólica)

viernes, 25 de noviembre de 2022

Remembranza del Sínodo Diocesano de 1886. Por Francisco José Rozada Martínez

- (Usos y costumbres eclesiásticos vigentes en Asturias hasta no hace muchas décadas) -

Los días 1, 2 y 3 de septiembre de 1886 se celebró en Oviedo un sínodo diocesano con la finalidad de revisar doctrinas, fijar criterios y uniformar teorías y opiniones.

Un sínodo era la asamblea del clero de una diócesis convocada y presidida por el obispo para tratar temas relacionados con la misma.

En la actualidad la representación en el mismo es muy diferente y, así, en el último sínodo de la Iglesia de Asturias -celebrado entre 2007 y 2011- fueron 300 los participantes, quienes recogieron el trabajo de 438 grupos que -a su vez- reunieron a unos 4.ooo asturianos y que formularon unos 18.000 propuestas. Éste ha sido el número 47 de todos los celebrados en nuestra diócesis a lo largo de los siglos.

El primero se considera que fue el convocado por el obispo Pelayo en el año 1115. El último había tenido lugar en 1923, de modo que hora era de poner al día la diócesis, con un concilio renovador celebrado hace ya 50 años.

Obispos hubo que llegaron a convocar hasta 13 sínodos en sus pontificados, como hizo Bernardo Caballero de Paredes entre 1642 y 1669.

Centrémonos hoy en el de 1886 celebrado bajo los auspicios del obispo Fray Ramón Martínez Vigil, dominico e impulsor de la construcción de la Basílica de Covadonga.

Este Conde de Noreña -título nobiliario que los obispos utilizaron desde 1383 hasta 1951, cuando se prohibió a los prelados usar títulos nobiliarios civiles- declaró que a partir del 1.º de octubre de 1887 eran obligatorias en toda la diócesis las constituciones sinodales que habían sido aprobadas “con el aplauso de todos los Padres allí presentes”.

Nada se dejaba atrás en estas magnas asambleas, de modo que hasta 52 son los capítulos sobre los que se dan normas y preceptos. Desde la prensa hasta los hospitales y desde las casas rectorales hasta los cementerios, sin olvidarse de los sacramentos, procesiones o todo lo relacionado con templos, arciprestes, párrocos, ecónomos, coadjutores, tribunales, ayunos o funciones religiosas; todo se pasaba por la lupa que acrisolase las posibles desviaciones surgidas desde el anterior sínodo.

Veamos algunos ejemplos espigados de entre los cientos de los emanados en aquella asamblea de hace 136 años; nos mentalizarán de cómo vivían nuestros abuelos y bisabuelos ciertos aspectos controlados por la Iglesia.

Quedaba prohibido a todos cuantos perteneciesen a la Iglesia -tanto escritores como publicistas, sacerdotes o laicos- que interpretasen, comentasen o explicasen en la prensa las encíclicas o constituciones que el Papa dirigiese a los obispos, puesto que sólo a éstos últimos les correspondía ese derecho, ya que “fueron puestos por el Espíritu Santo para regir la Iglesia de Dios”.

Asimismo, afirman que cualquiera que fuese la forma que rija el Estado debía inculcarse en el ánimo de los lectores que todos los individuos, fuesen reyes, presidentes, ministros, diputados, militares, empleados o particulares, estuviesen sujetos a la autoridad de la Iglesia, así como que huyesen “de la hidra del liberalismo político que pretenda someter la Iglesia al Estado o intente separar una institución de la otra. Lo mismo que defiendan las honestas y legítimas libertades de los que intenten violar los concordatos o emancipar la enseñanza pública de la dirección y vigilancia de la Iglesia”.

Se afirmaba que los niños que muriesen sin bautizar quedarían para siempre privados de la vista y posesión de Dios, pero se presionaba a los curas excesivamente ortodoxos en esta materia para que se abstuviesen de afirmar nada acerca de las penas que estos niños pudiesen padecer en el otro mundo “puesto que la Iglesia nada ha definido sobre esa materia”.

No se podían imponer nombres a los bautizados que no se hallasen en el Martirologio Romano, como “aquellos que abundan en las comedias, romances y novelas”.

Referente a la confesión, los curas ordenados como tales debían acudir los seis años siguientes a su ordenación a examinarse de teología moral, a fin de que el obispo pudiera cerciorarse anualmente de la idoneidad de aquellos para administrar el sacramento de la penitencia, si así no lo hacían quedaban ipso facto suspendidos para oír confesiones.

Las mujeres debían confesarse en horas diurnas y en caso de que alguna fuese sorda lo haría en la sacristía, pero con la puerta entreabierta.

Estos curas debían, asimismo, acudir al obispado con dos sobres cerrados en uno de los cuales su arcipreste o párroco informaba de la vida y costumbres del interesado y en el otro testimonio firmado y sellado por su propio confesor, señalando la frecuencia de confesiones que hacía el portador de la carta.

Las rejas de los confesionarios debían ser de madera o de chapa de metal tan tupidas que no cupiese un dedo por ellas. Una novedad respecto a sínodos anteriores era que el obispo se declaraba único que podía oír en confesión ciertos pecados como los homicidios, incestos, sodomías, violaciones y otros. Referente a la comunión:

“Corrijan y amonesten a los negligentes que no comulguen al menos una vez al año y dennos cuenta de los que se obstinen en no acercarse al banquete de los Ángeles, ni aún en el tiempo que la Iglesia lo prescribe”.

Para facilitar el conocimiento de quiénes cumplían con este precepto anual, sólo podían comulgar en la propia parroquia y el cura les daba una papeleta de examen de doctrina cristiana al finalizar la confesión, la cual debían entregar y devolver al sacristán en el momento de comulgar. Advierte el obispo que dicha papeleta debía estar firmada con pluma y no con lápiz, para que no fuese fácil falsificarla, constando además el nombre del interesado y la palabra “confesó”.

En los numerosísimos días festivos que había a lo largo del año cesaba toda ocupación y trabajo mecánico y servil como arar, sembrar, coser, mover carros cargados y estaba prohibido abrir las tiendas -excepto boticas, barberías y puestos de comestibles- concurrir a mercados y hacer viajes largos sin legítima necesidad. Se exhortaba a las “personas timoratas” a que no entrasen en las tiendas en días festivos. Aquellos que trabajasen u obligasen a sus dependientes y oficiales a hacerlo eran castigados con la privación de la absolución cuando fuesen a confesar y hasta que no diesen pruebas de enmienda.

Curiosísima la anotación que -después de enumerar las muchas fiestas religiosas a guardar anualmente- este sínodo de 1886 señala -por boca de su obispo Fray Ramón Martínez Vigil- en el sentido de que “no son fiestas de guardar las de los patronos de los pueblos, por más que haya costumbre contraria”.

Se aconsejaba a los párrocos que desterrasen el abuso que convertía las tardes de las grandes solemnidades de la iglesia en fiestas profanas, con pasatiempos peligrosos y hasta con bailes y borracheras.

Por ello se procuraba que “las gaitas que tocan por la mañana en las iglesias y sirven después para profanar la fiesta debieran ser desterradas”. Y esto último no sólo es consejo y práctica de hace 136 años, sino que lo hemos visto y sufrido en las Arriondas de hace tan sólo 42 años, cuando a las bandas de música que acompañaban a la muy celebrada Sta. Rita se les prohibió acudir a su misa y procesión por la misma razón antes apuntada.

Hablando de procesiones, quedaba prohibido pedir permiso a las autoridades civiles para celebrarlas por las calles y plazas públicas, y si así se les solicitaba debían ser personas particulares y en nombre propio las que pidiesen el permiso, pero nunca en nombre de la Iglesia.

La costumbre de la separación de sexos dentro de las iglesias ha llegado hasta pocas décadas atrás. Los niños ocupaban la parte delantera izquierda, los hombres detrás de ellos y las niñas se situaban en la parte delantera derecha, con las mujeres detrás, vistos desde la nave o naves de la iglesia, porque vistos desde el presbiterio o altar mayor quería decir que los varones ocupaban la parte derecha o del evangelio, que era la preferente; mientras a las mujeres y a las niñas el cura las veía a su izquierda, la de la epístola, secundaria en el -llamemos- protocolo eclesial.

Se dictaron normas para la celebración de entierros y funerales, prohibiéndose a los curas utilizar los cementerios para dar sepultura a “infieles, herejes, apóstatas y cismáticos, a los excomulgados y a los que mueran en lugar entredicho”.

En cuanto a los suicidas solía también hacerse prohibición de sepultura dentro del camposanto, aunque había excepciones para algunos casos dudosos en los que quien se quitaba la vida lo hacía por una especie de desesperación sobrevenida y no meditada. Difícil decisión -en cualquier caso- andar haciendo suposiciones de lo que pasa por tantas mentes humanas.

No podían enterrarse en los cementerios parroquiales los muertos en duelo o de heridas resultas en el mismo, aunque hubiesen recibido después los sacramentos fuera del sitio de combate. Si un cura facilitaba o participaba en un entierro civil era inmediatamente suspendido de sus funciones.

Bello y sugerente es el nombre de necrópolis (ciudad de los muertos) aplicado a algunos cementerios, como bien apunta el diccionario de la Real Academia Española, refiriéndose a los de gran extensión con abundantes monumentos fúnebres.

Había -hasta no hace tanto- entierros de primera, segunda y tercera clase, según los aranceles a percibir, curas a celebrar las exequias, número de velas encendidas, etc.

Un entierro tenía lugar de forma procesional, acudiendo el cura o curas celebrantes hasta la casa del fallecido y acompañándolo hasta la iglesia donde tenían lugar las exequias.

Se aconsejaba a los curas que no se fiasen del juez municipal, que se cerciorasen de que el difunto había muerto realmente, y que esperasen 24 horas tras una muerte ordinaria y 48 en caso de muerte repentina, o en la de las mujeres de parto.

En los funerales, aniversarios y sufragios sólo se podía cantar gregoriano, sin música de órgano, aunque podía utilizarse el armonio o el bajón si lo hubiese.

Cuando la extensión o importancia del cementerio lo permitiese, debían hacerse separaciones dentro del mismo.

El lugar preferente era para los eclesiásticos fallecidos; después para los niños bautizados que muriesen antes del uso de razón; el tercer lugar estaba reservado para los adultos de pago con zonas de primera, segunda y tercera clase; iban en cuarto lugar las sepulturas de pobres y -por último- un espacio no bendecido para enterrar niños, hijos de padres católicos, que hubiesen fallecido sin bautizar. Excepto los muy ricos que tuviesen panteones privados, los demás se inhumaban en el suelo, en fosas de metro y medio de profundidad.

No conviene alargar más este resumen de las muy amplias y pautadas constituciones sinodales que la diócesis de Oviedo tuvo vigentes desde el 1.º de octubre de 1887 hasta al menos 1923, cuando se celebró el siguiente sínodo en el que -en esencia- pocas cosas cambiaron respecto al anterior, y así hasta bien avanzado el siglo XX.

Carta semanal del Sr. Arzobispo

Corredores de hospitalidad

Quedan lejos las islas que con todo acierto llamamos preciosas. Es una tierra amable y bendecida por su clima y belleza, por sus gentes bondadosas y alegres, por una comunidad cristiana muy comprometida. Y de aquellos lares nos han llegado noticias no solamente de volcanes que entran en erupción y arrasan, sino también de cómo la Iglesia acoge a jóvenes que salen de sus infiernos huyendo queriendo dejar atrás las llamas de la guerra, de la violencia, del hambre, de los abusos por parte de las potencias mundiales que los esquilman en su dignidad, en su libertad, en sus recursos naturales. 

Hemos celebrado en estos días la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal. En ese foro donde la Iglesia en España nos juntamos a través de los obispos que la representamos en nuestras diversas diócesis, no sólo hemos orado con una liturgia cuidada, también hemos reflexionado con hondura y seriedad, pero además hemos compartido tantas cosas de nuestras iglesias más particulares. Y es cuando los obispos canarios quisieron acercarnos una problemática que tiene rostro, que tiene edad, y que tiene también los tejemanejes de una política que muchas veces hace trampas. 

Los menores de edad llegan en patera a través de mil avatares tras días de travesía sorteando no pocos peligros marítimos con los que se encuentran, como si tuvieran que sortear piratas de tantas guisas. Pero tocando tierra canaria son acogidos en centros tutelados oficiales. Es curioso que cuanto propone y ofrece la Iglesia a través de Cáritas y otras instituciones cristianas, no suele contar, sencillamente se desprecia, por provenir precisamente de un compromiso que aprende a amar mirando el ejemplo supremo de la caridad del mismo Dios. No obstante, aunque el ministro de turno tenga sus listados de preferencias y exclusiones, y se escojan las ONG favorecidas con gustosas subvenciones por alguna afinidad política, los cristianos no van a dejar de ofrecer lo mejor de ellos mismos, de su tiempo, de sus recursos y dinero, para acoger con los brazos abiertos a estos jóvenes que al cumplir los dieciocho años, son puestos en la calle. 

Señalan los obispos canarios que sin más plazas de acogida ni posibilidad de abrir más centros o pisos tutelados a corto plazo, la situación en las islas es cada vez más desesperada. Desde las dos Diócesis insulares se favorecen varios recursos para la acogida, el acompañamiento y la inclusión social de jóvenes ex tutelados o no, que se encuentran en situación o grave riesgo de exclusión social. El objetivo es ofrecerles oportunidades que contribuyan a superar los obstáculos, para su plena inclusión social y laboral. 

La Iglesia en las Islas Canarias constata con preocupación este gran desafío, agravado por el factor insular y de frontera europea del archipiélago, que puede ser utilizado como cárcel sin muros donde contener a jóvenes migrantes a los que no se les facilita el tránsito a la Península o a otros países de Europa para proseguir su proyecto de vida; sea por su falta de recursos o por las trabas burocráticas a distintos niveles de las administraciones públicas. Por eso, se insta a los gobiernos y administraciones públicas concernidas, a poner los medios para retomar las derivaciones de menores o jóvenes migrantes ex tutelados o en situación de emergencia, a programas de inserción en otras Comunidades Autónomas. Igualmente, se apela a la solidaridad eclesial impulsando desde Canarias con el apoyo de la Conferencia Episcopal, el proyecto Corredores de Hospitalidad, que derive en la acogida integral de jóvenes ex tutelados. Nosotros en Asturias queremos abrir nuestras puertas a estos hermanos. Resuena lo dicho por Jesús: tuve hambre, estuve desnudo, fui extranjero... y vosotros vinisteis a mi encuentro (Mt 25). Es la divina solidaridad que se hace gesto fraterno de acogida con caridad e inteligencia. El amor a Dios y al hombre, siendo diferentes, son inseparables. 

+ Jesús Sanz Montes, 
Arzobispo de Oviedo

La necrópolis tardorromana de Paredes (Lugones)

Parque Principado antes de la construcción.

Así eran las tumbas halladas en la excavación de Parque Principado: fosas con “cubierta capuchina”, ataúdes de roble y ofrendas de joyas y comida para el más allá

La población a la que se vincula la necrópolis tardorromana de Paredes (Siero) veneraba a sus muertos y les honraba con celebraciones conmemorativas en fechas señaladas como la del nacimiento o el fallecimiento

Zona donde se ubica la reproducción de la tumba, en una de las zonas de aparcamiento.

(lne) En la zona de aparcamiento de Parque Principado, frente al gran supermercado que acoge el centro comercial, se eleva un túmulo cubierto de hiedra sobre el que se aprecia una especie de gran escultura metálica en forma de cubo. De lejos, el lugar da la impresión de ser solamente un elemento decorativo del espacio. Para las miles de personas que transitan a diario el concurrido complejo, este punto pasa desapercibido. O al menos muy pocos saben cuál es su origen y su finalidad: recuerda la necrópolis tardorromana hallada en el entorno cuando se iniciaron las obras de construcción de la gigantesca área comercial y reproduce una de las más de treinta tumbas encontradas. Fue 1997 el año en que se produjo un hallazgo que también permitió localizar junto a los enterramientos decenas de piezas que conformaban los ajuares funerarios, tales como jarras de vidrio, vasijas de cerámica, utensilios diversos como un par de rudimentarias tijeras, abalorios y collares o restos de tachuelas del calzado de la época.

Detalle de la reproducción del enterramiento, con ofrendas cerámicas y el fallecido cubierto con paño.

En realidad, el túmulo tiene en uno de sus extremos un camino de acceso y un recorrido de paneles explicativos que van conduciendo hasta la reproducción de una de las tumbas. Pero rara vez se ve a alguien acceder al pequeño montículo, pese a que lo que muestra merecería ser más conocido. La réplica del enterramiento que se puede visitar está realizada a escala, dentro de una gran urna metálica y de cristal, sobre la que se refleja la gran escultura que preside este punto. Dentro se aprecia cómo eran las sepulturas que se preparaban para los enterramientos: una fosa forrada con mampostería de ladrillos y cubierta de regula con una especie de tejado a dos aguas. Esta modalidad, precisa la información que se ofrece en los paneles, es conocida como “cubierta capuchina”. En el interior se replica también una figura humana con el rostro cubierto con un paño. “Todo difunto pasaba por un meticuloso proceso antes de ser enterrado. Era vestido y calzado, se le introducía en una caja de madera de roble con clavazón metálica, el ataúd se depositaba en el interior de una fosa y, en la mayoría de casos, se cubrían con regula (teja plana) e ímbrica (teja curva) formando un tejadillo”, describen los textos explicativos en el lugar. La acidez del suelo no permitió que se conservaran restos óseos, pero los estudios realizados con el material documentado en la excavación hicieron posible concluir que el rito funerario utilizado era la inhumación.

Reproducción a escala de una de las tumbas, que puede verse en una de las zonas de aparcamiento de Parque Principado.

Las ofrendas halladas en los enterramientos se depositaban con la creencia de que “impulsaban al difunto a cruzar el camino y le ayudaban en su nueva vida”. “Una de las tradiciones más comunes era depositarlas en el interior de las tumbas. De este modo se expresaba el dolor de las familias. La mayoría de las veces se ofrecían vasijas y jarras de cerámica y vidrio con provisiones para que el muerto pudiera comenzar su vida en el más allá”, explica la información que puede leerse en el recorrido. Muchas de estas piezas, algunas de vidrio, de gran finura en el diseño y en la talla, están expuestas en el Museo Arqueológico de Asturias, en Oviedo. Entre las ofrendas también se aportaban utensilios relacionados con la profesión del difunto. Así, se hallaron tijeras en las tumbas numeradas como 29 y 32, aunque solo en la primera la pieza estaba completa. Se trata de útiles tipo “pinza” y “representan el ajuar de pequeños profesionales de las comunidades rurales bajorromanas, carpinteros o herreros, oficios imprescindibles en las sociedades campesinas”. También se acompañaba a los fallecidos de perfumes o productos cosméticos o alimentos como “gachas, legumbres, productos cárnicos o en salazón, huevos, etcétera”. En cuanto a la indumentaria y objetos de adorno personal de los muertos, se documentaron collares de pasta vítrea, anillos y las tachuelas del calzado de la época, “constatando el uso de las botas ‘clavetea’ identificadas en ocho de los enterramientos”.


En lugar ya había sido objeto de intervención arqueológica durante los años 70, dirigida por
 José Manuel González, que identificó restos de herramientas líticas del Paleolítico Inferior.

¿Pero qué más información fue posible obtener a partir de los hallazgos de la necropólis? Incluso, a través de los análisis de restos de polen en muestras de terreno de este punto, se pudo hacer un esbozo de cómo sería el paisaje y las condiciones ambientales de la zona en los siglos IV y V después de Cristo. Se concluyó que se daban “unas condiciones más o menos templadas”, actividad humana en el lugar y se constató “la existencia de un paisaje relativamente abierto, con pinos, robles y castaños”, donde el “componente arbusto es escaso y el estrato herbáceo variado, no pudiendo hablarse de ningún elemento dominante, aunque los porcentajes de leguminosas resultan algo más elevadas que el resto”. Hace ya más de 21 años que se inauguró el gran complejo comercial que atrae a asturianos de todos los municipios de Asturias –abrió sus puertas un 23 de abril de 2001- pero, pese a que el lugar del hallazgo esté dignificado, la mayoría de los visitantes desconoce esta parte de la historia que se desenterró gracias a las obras del centro, ubicado a escasa distancia del punto donde se identificó la villa romana Monte les Muries, el núcleo de población al que se supone que podría estar vinculada la necrópolis. Sus moradores no olvidaban a sus fallecidos: en los aniversarios de nacimiento y muerte los familiares “se reunían en el lugar de enterramiento y adornaban las tumbas” y “también durante las conmemoraciones anuales oficiales, en febrero (parentalia) y mayo (lemuria), cuando se creía que los espíritus de los muertos volvían a casa y debían ser agasajados, se hacían sacrificios en las tumbas, se celebraban comidas y en ocasiones se depositaban en los enterramientos alimentos y vino a través de conductos en la tierra”.


Ubicación del túmulo (zona verde) donde está la reproducción de las tumbas. Se ve su situación respecto 
a dos centros comerciales conocidos, en el complejo de Parque Principado en Siero, Asturias.

FUENTE: PAULA TAMARGO. Publicado por La Nueva España el 05·12·21. Ver enlace.

Romanos en el centro comercial

Actualmente puedes acceder cómodamente al túmulo con paneles explicativos que explican el yacimiento. 
Además, se ha hecho una reproducción de una de las tumbas que se puede ver a través de un acristalamiento.

La necrópolis de Paredes estrenó paneles cuando se cumplieron diez años de su descubrimiento

La tumba recreada es la número 1, que se reconstruyó parcialmente, incorporando elementos originales de la 
tumba, con reproducciones de objetos y de las ofrendas, así como del cuerpo amortajado que se depositó en su
 interior y que no se conservó por la acidez del suelo.

Algunos yacimientos arqueológicos son para el común de la gente como textos escritos en un idioma ajeno. Verlos no aporta nada sin alguien que traduzca su contenido. La necrópolis tardorromana de Paredes (Siero-Asturias), que se alza en un túmulo en el aparcamiento del centro comercial Parque Principado, fue descubierta en 1997, cuando se empezaron a hacer las labores de desbroce para la construcción del gran complejo. En el año 2007, se instalaron en el túmulo varios paneles que explican lo que se encontró en él. Es un conjunto de tumbas de los siglos IV y V después de Cristo, sobre una superficie de unos 400 metros cuadrados. Según consta en el informe de la investigación, las tumbas están construidas con ladrillo y «tegula» (teja) romana, que en su mayoría presentan un estado de conservación no muy bueno. Incluso se ha apreciado que algunas fueron saqueadas hace varios siglos. En total, aparecieron 37 enterramientos, en ataúdes de madera de roble. Además, se hallaron 30 piezas de vidrio, jarras y vasos. La encargada en su día de dirigir las excavaciones, Otilia Requejo, dijo entonces que se conocía la existencia de restos romanos en esta zona, algunos de los cuales habían aparecido durante el proceso de construcción de la autopista «Y».

Pese a que se encontró en 1997, los trabajos de restauración del túmulo se demoraron mucho, y no comenzaron hasta entrado el año 2005. En el retraso debió de influir la sustitución del proyecto inicial por uno nuevo. Pasado el tiempo, el túmulo se había rehabilitado, pero faltaban los paneles explicativos. Sin ellos, la visita tenía poco sentido, ya que la mayoría de los restos hallados ya no está en los terrenos. En su lugar, hay sólo un sendero, unos dibujos con piedras en el sitio exacto donde había tumbas, una reproducción, cubierta con un vidrio bajo un alero, de una de las tumbas encontradas, y tres grandes cajones que, según aseguraron los técnicos, protegen zonas donde podrían proseguirse las excavaciones en un futuro. Ahora, los visitantes tienen la oportunidad de conocer las costumbres de la vida y la entrada en la muerte de sus antepasados, y sorprenderse de lo que ha cambiado el mundo al comparar los usos y herramientas de entonces con lo que se llevarán poco más tarde, al salir del centro comercial.

Planta de la tumba nº16.

FUENTE: MANUEL NOVAL MORO. Publicado por La Nueva España el 02-10-2007. Ver enlace.

Nuevo Colegio de Arciptestes

El Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz Montes, ha procedido a nombrar nuevos Arciprestes en la Diócesis de Oviedo:

Arciprestazgo de Oviedo
Arcipreste: Rvdo. Sr. D. Joaquín Manuel Serrano Vila

Arciprestazgo de Siero
Arcipreste: Rvdo. Sr. D. Eduardo Solís Fernández

Arciprestazgo de El Fresno
Arcipreste: Rvdo. Sr. D. Arturo García Rodríguez

Arciprestazgo de El Caudal
Arcipreste: Rvdo. Sr. D. Miguel del Campo Sánchez

Arciprestazgo de El Nalón:
Arcipreste: Rvdo. Sr. D. Luis Ricardo Fernández Sánchez

Arciprestazgo de Gijón
Arcipreste: Rvdo. Sr. D. Iván González Collado

Arciprestazgo de Covadonga
Arcipreste: Rvdo. Sr. D. Diego Macías Alonso

Arciprestazgo de Villaviciosa
Arcipreste: Rvdo. Sr. D. Jesús Domingo García Valle

Arciprestazgo de Llanes
Arcipreste: Rvdo. P. Aurelio Burgos González, FDP

Arciprestazgo de Avilés
Arcipreste: Rvdo. Sr. D. José Manuel Viña Gómez

Arciprestazgo de Villaoril
Arcipreste: Rvdo. Sr. D. Adán Fernández García

Arciprestazgo de El Acebo
Arcipreste: Rvdo. Sr. D. Juan José Blanco Salvador

Además, la Diócesis de Oviedo pasará a tener doce Arciprestazgos, y no catorce, como hasta ahora, ya que el Arciprestazgo de El Eo pasa a estar integrado dentro del Arciprestazgo de Villaoril, y el de Pravia, en el Arciprestazgo de Avilés.

Las lugoninas, un dulce de chocolate, nuez, almendra, naranja, nata y azúcar

Son la joya de la corona de la confitería XocolaT

(RTPA) No existía un dulce típico de Lugones / Llugones, y en el obrador-cafetería XocolaT, tras mucha demanda y preguntas de los clientes, se animaron y crearon las lugoninas.

Las hay de chocolate negro, con leche y blanco, y actualmente son la joya de la corona de la confitería. Su producto estrella al tratarse de una creación propia.

A diferencia de otros dulces que elboran específicamente para las fiestas locales del Carbayu o Santa Isabel, las lugoninas se venden durante todo el año. Tienen mucho éxito como regalo o detalle, para finalizar una comida especial.

Hace solo tres años que Aitor y Paula comenzaron a elaborar este dulce de chocolate, nuez, almendra, naranja, nata y azúcar. Cada vez se conoce más, y empieza a ser muy común no irse de Lugones sin comprar lugoninas.


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Las cajas de las pastas típicas de Lugones incorporan la imagen de la iglesia de San Félix

El obrador XocolaT encargó al pintor local Ismael Domínguez el nuevo diseño para promocionar la venta de las "lugoninas"

(lne/ Luján Palacios) Lugones tiene desde hace cinco años un dulce propio, las "lugoninas", creadas y elaboradas con mimo en la cafetería y obrador XcolaT. Desde la semana pasada, estas deliciosas pastas bañadas en chocolate se comercializan con uno de los iconos de la localidad: la iglesia parroquial de San Félix. El templo ha sido el motivo elegido por Paula Manjón y Aitor Rodríguez para vender sus dulces en cajas bien reconocibles, para regalos y de cara al turismo que quiera llevarse un recuerdo.

"En Lugones tampoco hay muchos lugares representativos para identificar la localidad, así que pensamos que la iglesia es lo que más conoce la gente y lo que más puede animar a comprar", indica Paula Manjón, al frente del negocio con Aitor Rodríguez desde hace nueve años.

Los comerciantes recurrieron a uno de sus clientes fieles, Ismael Domínguez, vecino de la localidad que se dedica a la pintura y el dibujo. "Estuvo encantado de colaborar y nos hizo un ilustración muy bonita que queda muy bien en el envoltorio", explica una encantada Manjón con una de las cajas en la mano. En la tapa luce una reproducción al detalle del templo local que ha hecho las delicias de unos vecinos, que, según afirma, "ya han venido a preguntar todos estos días para hacerse con el nuevo diseño". Las primeras cajas para el empaquetado de las "lugoninas" llegaron el pasado miércoles.

Parte del éxito de este nuevo envoltorio ha sido del párroco, Joaquín Serrano. Porque él, en deferencia por llevar la iglesia como motivo, fue el primero en recibir una caja de estos dulces típicos de Lugones en su nueva presentación. El sacerdote no dudó en compartirlo en las redes sociales de la parroquia. "Gracias a ello, hemos tenido mucha gente ya interesándose por ellas", subraya Manjón.

El nuevo formato con la ilustración del templo es la culminación de una idea que nació de la necesidad de "contar con un dulce propio, porque no había nada típico de aquí que se pudieran llevar los visitantes que vienen a Lugones", sostiene Paula Manjón. Así que idearon una pasta que se vende en tres formatos de chocolate: con leche, negro y blanco.

Las piezas están elaboradas, además, con nuez, almendra y naranja. Una delicia que "gustó mucho y se vendió muy bien", pero a la que le faltaba algo más, "algo que invitara a los turistas a llevarlas de regalo y de recuerdo", señala Manjón. De ahí el nuevo diseño, en cajas de medio kilo, que ha conseguido dar la mejor imagen a la versión más dulce de San Félix.

lunes, 21 de noviembre de 2022

21 de Noviembre: Presentación de la Virgen María

(COPE) Si todos tenemos que estar conectados a la Salvación de Dios, Nuestra Madre del Cielo especialmente, es la que más unida que nadie se encuentra al Plan Divino. Cada uno de los momentos de su vida están interconectados a la Divina Providencia. Hoy, precisamente, conmemoramos la Presentación de la Virgen en el Templo. Siguiendo la Ley como cualquier otra niña del Pueblo Hebreo, María es presentada por sus padres Joaquín y Ana.

La Sagrada Escritura no menciona este hecho, pero es la Tradición la que lo avala. En “el Protoevangelio apócrifo de Santiago” se relata este momento en la Niñez de Nuestra Señora. También se añade que se la confiaron a los Maestros del Lugar Santo para que le instruyesen con un grupo de niñas. En el año 543 se levanta una Basílica en el Monte Sión, junto a la explanada del Templo, en honor de Santa María, La Nueva. A esto se une el inicio de dicha celebración en las Iglesias Orientales.

Estas siempre han tenido una extraordinaria sensibilidad a las fiestas marianas. En esta reflexionan asegurando que María, aunque es Purísima, sin embargo cumple con todos los ritos judíos porque no quiere llamar la atención de nadie. En esa misma parte de Oriente, concretamente en Bizacio llaman a la Virgen, ante este Misterio "la fuente perpetuamente manante del amor, el templo espiritual de la santa gloria de Cristo Nuestro Señor".

Esto tiene lugar en el siglo VI hasta que el Emperador Miguel Comeno en 1166 la incluye entre las celebraciones oficiales. Durante el Destierro de Avignón el rey de Chipre envía un legado suyo a hablar con el Pontífice sobre algunos temas de relevancia y le cuenta la trascendencia de las grandes fiestas celebradas en honor de la Presentación en Grecia cada 21 de noviembre. Gregorio XI la instaura en tierras francesas y Sixto V la incluirá en la Iglesia Universal.

El marco. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

La gravedad de los actos vandálicos perpetrados contra varios cuadros expuestos en diversos museos europeos ha sido aminorada por el hecho de que las pinturas estaban protegidas por un cristal y los atacantes solamente dañaron, al pegarse a ellos, los marcos. A los grafitos en las paredes se les ha quitado importancia, porque éstas, al fin y al cabo, podrán ser repintadas.

La verdad es que, cuando vi los garabatos y las improntas de las manos en la pared, pensé: «Ahora tendrán que pintar toda la sala». Con los tonos de los colores que eligieron para que luciesen los cuadros, no creo que se arregle el desaguisado dándole un brochazo por encima. Tendrán que repasar, si no la galería entera, al menos todo el paño de pared de la que cuelgan las obras de arte. Menuda broma.

En cuanto a lo de restar importancia a los marcos de los cuadros, hay que hacer algunas precisiones. Porque no son elementos ajenos a la pieza. El marco es el traje del cuadro. Uno no está desnudo cuando recibe a alguien en casa o a un cliente en el trabajo. Los cuadros tampoco. El marco reviste la tabla y oculta las cacarañas que grapas y clavos le han infligido, así como aquellos rasgos estructurales que es mejor que nos estén a la vista.

Hay, por otra parte, marcos que poseen valor artístico y no son meros aditamentos que puedan ser reemplazados inopinadamente. Los de las majas de Goya, en el Museo del Prado, no son los de cuando estaban en la Real Academia de San Fernando; sin embargo, los actuales tienen más de cien años y fueron hechos expresamente para esas obras. Han de ser cuidados, protegidos y apreciados.

Una cuestión diferente es la del gusto en la elección de la moldura, aunque una decisión de ese tipo se toma siempre tras una ardua deliberación interior, hasta que se llega a la conclusión de que es ese marco en concreto el que le conviene al cuadro para su ornato y realce.

Y si una persona elegante es aquella que cuando sale de una reunión nadie se acuerda de qué ropa llevaba puesta, con los cuadros sucede lo mismo. Si está bien elegido el marco, nadie reparará en cómo es. Cumplirá elegantemente su función: conferir protagonismo a la obra de arte, relegándose él mismo a una posición secundaria y aparentemente irrelevante.

Dicho lo cual, invito al lector a que levante sus ojos por un instante del periódico y observe los marcos de los cuadros de su casa y, si es que nunca antes se había detenido a admirarlos ni ve la posible relación existente entre éstos y el asunto pictórico que enmarcan, puede deberse a que los marcos armonizan y dialogan bien con las obras que encuadran o a que el lector no tiene, al respecto, ni idea ni criterio.

Si es por la segunda razón, cabe pensar que pertenece al grupo de los que no le dan especial importancia a que alguien estropee con cola y salsa de tomate los de los museos. Se pone otro. Y en paz. También se pude deber a que nadie le enseñó a apreciar la invisible visibilidad de un marco.

Pero no. El marco es en el cuadro lo que el muro del “períbolo” en un templo: señala su delimitación, lo sustrae del reino de lo común, establece en su interior un espacio exento, lo protege, lo hace intemporal y a la vez de todos los tiempos, lo sublima y, si se trata de un cuadro de asunto religioso, es dentro de la línea perimetral trazada por el marco desde donde irradian las luces de comunicación teologal que nos aproximan a Dios.