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sábado, 13 de enero de 2018

Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado

Escribe la Hna. Alicia María Fernández Pérez, directora el Secretariado de Pastoral de Migraciones

Dicen que nos estamos volviendo ciegos y sordos. Y no es de extrañar: podemos ir por la calle absortos en nuestro teléfono móvil, o escuchando música, “a nuestro rollo”, y no enterarnos de lo que pasa alrededor, ni mirar a la cara a quienes caminan a nuestro lado. ¿Sordos, individualistas o indiferentes?
Da igual: vivimos demasiado encerrados en nuestro pequeño mundo. El Papa Francisco nos lo recuerda con frecuencia cuando habla de “la globalización de la indiferencia”.

Hace 3.100 años no había teléfonos móviles. Un niño llamado Samuel (que en hebreo significa “aquel que escucha a Dios”) estaba a punto de dormir y oyó algo. Se levantó, corrió, preguntó e insistió… Y al final descubrió que era Dios quien lo llamaba y le encargaba una misión. Qué bonito ejemplo para nosotros: hay llamadas que solo se perciben cuando estamos en silencio, con los ojos y los oídos bien abiertos.

Hoy, la Iglesia nos hace caer en la cuenta de algo que es más que evidente: la movilidad humana. Muchas personas están desplazadas dentro de su propio país a menudo por conflictos bélicos o por el cambio climático. Y otros 280 millones de personas viven fuera del país de origen, incluidos los mas de 60 millones de refugiados y solicitantes de asilo. Esto es un gran desafío para la humanidad y un “signo de los tiempos” para los creyentes, una llamada a ser Iglesia Católica, Iglesia Universal.
El Papa Francisco nos invita este año a responder a cuatro verbos. La invitación es para nosotros los cristianos, pero también para todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y para los gobiernos de distintos estados.

1. Acoger, “para que los emigrantes y refugiados puedan entrar de modo seguro y legal en los países de destino”. 

2. Proteger, en el origen, en el viaje y en el destino. Especialmente a los niños, a los más vulnerables.

3. Promover, que “se les dé la posibilidad de realizarse como personas en todas las dimensiones que componen la humanidad querida por el Creador”.

4. Integrar, es decir “favorecer la cultura del encuentro. con el otro”.

El Señor Jesús nos necesita para esta misión. Nos sigue llamando, como hizo con Andrés y Juan, con los Doce. ¿Qué les convenció? ¿Sus discursos? No, especialmente su vida: “Venid y veréis”.
Los Doce vieron en Jesús la coherencia y el testimonio de alguien que hablaba del amor de Dios y lo traducía en una acogida universal. La Iglesia hoy seguirá siendo creíble, seguirá hablando de Dios, en la medida que sea católica, universal; en la medida que acoja, proteja, promueva e integre.
En conclusión: ¿Cómo resuenan en mi corazón estas cuatro actitudes en relación con la persona inmigrante o refugiada con la que me encuentro en la parroquia, trabajo, ocio, estudio, etc.? ¿Me implico en alguna acción o proyecto que comprenda el contenido de estos cuatro verbos: Acoger, proteger, promover e integrar a quienes viven la experiencia de la emigración?

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