Quisiera hacer una sencilla reflexión a raíz de la celebraciones dominicales emitidas en varios canales de televisión en España, donde fijé mi atención en algún que otro aspecto que, aunque sin mayor trascendencia, no dejó por menos de sorprenderme.
Es el caso de la ''praeparatio donorum'' (presentación de los dones) la cuál tiene en la Santa Misa una estructura ya concebida, aunque en ocasiones parece que se olvida. Quizás partiendo de un mero reduccionismo, se ha llegado a hábitos que deforman la belleza y profundidad del misterio que se está celebrando.
Partiendo de la percepción excusada, bien por tratarse de una eucaristía "de diario", por parecer simple; o una "solemne", por insinuarse excesiva, acaban por ser el pretexto para motivar dichas omisiones. De diario o de solemnidad, la Santa Misa jamás es ni más ni menos, pues en todas ellas se vive exactamente el igual de grande el excelso misterio de la transustanciación.
En dicho momento, con el que iniciamos la segunda parte celebrativa llamada ''liturgia de la eucaristía'', el celebrante no ha de limitarse a elevar rapidamente los vasos sagrados sino que ha de pronunciar las palabras para ello propiamente indicadas. No voy a entrar en otro punto muy discutido sobre si es más conveniente que se rece en secreto o "ad populum", pues sobre esa cuestión haremos referencia más adelante.
No hace falta decir el terrible asunto de las invenciones y "adaptaciones" que algunos hacen, sin olvidar de forma especial algunas abreviaciones muy extendidas en los últimos años. Quizás el punto de inflexión esté en el momento en que el sacerdote se acerca al altar una vez concluida la primera parte de la celebración que llamamos ''liturgia de la Palabra'' (donde el sacerdote preside y predica desde la sede -salvo la proclamación del Evangelio que lo hace desde el ambón-). Nos situamos pues en el momento en que el sacerdote, concluida la oración de los fieles, abandona la sede para acudir al altar.
Los que tiene la piadosa y buena costumbre de tener el altar despejado (esto es sin el misal ni nada hasta ese momento) suelen hacerlo de memoria, y como son fieles en lo poco, seguro que en este aspecto y en otros más serios no fallarán. Sin embargo, los sacerdotes que no sólo inician el ofertorio ya con el misal sobre el altar y atalajes varios, sino que además presiden toda la celebración desde el mismo, suelen fallar en algo tan sencillo y elemental.
En dicho momento, tras situar el misal en la "Mesa del Sacrificio", debería estar abierto por el apartado del "Ordinario de la Misa" donde se recuerda -por si la memoria falla- las palabras exactas a ser empleadas. Quizá la fórmula más inapropiada -por pragmática y sintética para algunos- de las que por ahí circulan es ''Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan y este vino, frutos de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad, y ahora te presentamos; ellos serán para nosotros, comida y bebida de Salvación''.
Por muy recurrida y usada que sea entre parte del clero la Iglesia no la reconoce, pues no ha sido tenida en cuenta como tal cuando se preparó la actual edición del Misal en España, vigente desde la pasada cuaresma. Si consultamos sus indicaciones, nos encontramos como deja perfectamente claro y sin lugar a dudas, la presentación por un lado el pan y por otro el vino, con sus fórmulas independientes. Ya el "Ordo Misae" promulgado a partir de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, distingue por un lado el "offerimus del pan", y por otro el "offerimus del vino"; pero en ningún caso de ambos dones a la vez.
Aprovechamos para incidir en la cuestión tan debatida sobre el verdadero nombre de este momento de la "Santa Synaxis", y no Ofertorio. Prueba de ello nos lo dan los propios liturgistas que trabajaron en la renovación o, mejor dicho, en la adaptación conciliar, los cuales evitaron y suprimieron todo término vinculado al concepto ''ofrenda''.
En la Misa tradicional, por el contrario, si aparece esta idea. En el Misal de San Pío V se hablaba de ofrenda del pan, y el sacerdote, por ejemplo, rezaba: "...quam ego indignus fámulos tuus òffero tibi Deo meo vivo et vero...'' (el presbítero llamándose a sí mismo indigno siervo presenta la ofrenda al Dios vivo y verdadero).
Ni qué decir tiene lo bien traida que está la bonita oración del ''Bendito seas Señor'' que, siendo judía en un principio, hoy se emplea aquí. Ella nos recuerda también de dónde venimos, ya que la primera Eucaristía fue en verdad la Pascua judía que el Señor actualizó en sí mismo para nosotros.
A lo largo de este más de medio siglo de trabajo en la renovación litúrgica de la Iglesia, este ha sido uno de los puntos más debatidos por los expertos. El P. Miguel Delgado en sus comentarios sobre la O. G. M. R. ya habló en su momento del riesgo que supone que el pueblo fiel terminara por entender que su participación en la misa tuviera su peso fuerte en ese erróneo ofertorio, y no en la Sagrada Comunión como en verdad es. Este es un problema que se dio y se sigue dando, a pesar de que el Concilio Vaticano II estudiando este aspecto encontró la clarividencia perfecta en la Apología de San Justino. El filosofo mártir detalla cómo desde los primeros cristianos se venía orando antes de la fracción del pan por los pobres y por las necesidades de la comunidad, pero sin llegar a ser ningún tipo de ''offere'' explícita.
En algunas parroquias se ha vuelto habitual las "presentaciones de ofrendas" donde se hacen ofrecimientos de objetos simbólicos a la par que el pan y el vino. Esta costumbre es propia de la liturgia vaticana; es decir, de las celebraciones presididas por el Romano Pontífice. No es un problema que en celebraciones puntuales especiales se lleve a cabo, el problema se da cuando se abusa de este gesto, incluso como si formara parte de la liturgia dominical. ¿Que tiene de malo?, pues que se consigue y en cierto modo se desvirtúa exactamente aquello que desde un principio se ha querido salvaguardar: la esencia más fiel del banquete que Jesús nos pidió hacer en memoria suya.
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