Comenzaré con una palabra en inglés y luego tal vez otra en italiano.
El Evangelio que acabamos de escuchar, en este domingo del Buen Pastor, dice: «Mis ovejas oyen mi voz, yo las conozco y me siguen» (Jn 10, 27).
Pienso en el Buen Pastor, especialmente en este domingo, tan significativo del tiempo pascual. Al celebrar el inicio de esta nueva misión, el ministerio al que la Iglesia me ha llamado, no hay mejor ejemplo que Jesucristo mismo, a quien entregamos nuestras vidas y de quien dependemos. Jesucristo, a quien seguimos, es el Buen Pastor y Él es quien nos da la vida: «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).
Así que celebramos este día con alegría y agradecemos vuestra presencia aquí.
Hoy es el día de la madre. Creo que sólo hay una madre presente: ¡Feliz Día de la Madre! Una de las expresiones más hermosas del amor de Dios es el amor que derraman las madres, especialmente hacia sus hijos y nietos. Este domingo se llama especial por varios motivos: uno de los primeros que mencionaría es el de las vocaciones. Durante los recientes trabajos de los Cardenales, antes y después de la elección del nuevo Papa, hemos hablado mucho sobre las vocaciones en la Iglesia y lo importante que es para todos nosotros cuestionarnos juntos. Ante todo, dando ejemplo con nuestra vida, con alegría, viviendo la alegría del Evangelio, no desanimando a los demás, sino buscando caminos para animar a los jóvenes a escuchar la voz del Señor, a seguirla y a servir en la Iglesia. “Yo soy el buen pastor” (Jn 10,11), nos dice Jesús.
Ahora añado también una palabra en italiano, porque esta misión que llevamos adelante ya no se dirige a una sola diócesis, sino a toda la Iglesia: este espíritu universal es importante. Y lo encontramos también en la primera lectura que hemos escuchado (cf. Hch 13,14.43-52). Pablo y Bernabé van a Antioquía, van primero a los judíos, pero ellos no quieren escuchar la voz del Señor, y así comienzan a anunciar el Evangelio a todo el mundo, a los paganos. Se embarcaron, como sabemos, en esta gran misión. San Pablo llega a Roma, donde finalmente lo cumple. Otro ejemplo del testimonio de un buen pastor. Pero en ese ejemplo hay también una invitación muy especial para todos nosotros. También lo digo de manera muy personal: para proclamar el Evangelio al mundo entero.
¡Coraje! ¡Sin miedo! Muchas veces en el Evangelio Jesús dice: “¡No tengáis miedo!”. Debemos ser valientes en el testimonio que damos, con nuestras palabras y sobre todo con nuestra vida: dando la vida, sirviendo, a veces con grandes sacrificios, para vivir esta misma misión.
Leí una pequeña reflexión que me hace pensar mucho, porque también sale en el Evangelio. En este sentido, alguien preguntó: “Cuando piensas en tu vida, ¿cómo explicas dónde has llegado?” La respuesta que dan en esta reflexión es en cierto sentido también mía: con el verbo “escuchar”. ¡Qué importante es escuchar! Jesús dice: «Mis ovejas escuchan mi voz» (Jn 10,27). Y creo que es importante que todos aprendamos cada vez más a escuchar, a dialogar. En primer lugar con el Señor: escuchar siempre la Palabra de Dios. Luego también escuchar a los demás: saber tender puentes, saber escuchar para no juzgar, para no cerrar puertas, pensando que tenemos toda la verdad y nadie más nos puede decir nada. Es muy importante escuchar la voz del Señor, escucharnos a nosotros mismos en este diálogo y ver hacia dónde nos llama el Señor.
Caminemos juntos en la Iglesia, pidamos al Señor que nos dé esta gracia: saber escuchar su Palabra para servir a todo su pueblo.
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