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viernes, 11 de julio de 2025

16 de julio, Día de las gentes del Mar. Mensaje del obispo promotor de Apostolado del Mar

Queridas hermanas, queridos hermanos: 

A final del pasado año, el papa Francisco, unido a toda la Iglesia, abría el jubileo del año 2025 con el lema «La esperanza no defrauda» (Rom 5,5). En la bula de convocación nos recordaba que «en el corazón de cada persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. La imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos contrapuestos: de confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda» (SNC 2). Incluso con estos sentimientos, el papa nos animaba a que este año fuese ocasión para reavivar la esperanza, porque «la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rom 5,1-2.5). La esperanza nace del amor y se funda en el amor que brota del cora zón de Jesús traspasado en la cruz y, como nos dice san Pablo, la es peranza cristiana no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino (Rom 8,35.37-39). He aquí por qué nuestra esperanza no cede ante las dificultades: «porque se fundamenta en la fe, se nutre en la caridad, y de este modo hace posible que sigamos adelante en la vida» (SNC 3). El apóstol sabe muy bien que la vida humana está hecha de alegrías y penas, de dificultades y gozos, pero sabe también que el amor se pone a prueba cuando aumentan las dificultades y la esperanza pare ce derrumbarse frente al sufrimiento. En tales ocasiones, en medio de la oscuridad se percibe una luz que brota de la cruz y resurrección de Cristo. En este contexto del año jubilar, tiempo de gracia y renovación, tiempo de espera y esperanza, celebramos la fiesta de las gentes del mar, la fiesta de la Virgen del Carmen, una ocasión entrañable en la que, como cada año, elevamos nuestra oración y mirada a María; oramos con vosotros y por vosotros.

Queremos proclamar con especial fuerza, en este tiempo, a María, guía y esperanza nuestra. Vosotros, que conocéis de cerca la incertidumbre de las travesías, la fuerza de las mareas y la fragilidad de la vida en el mar, sabéis también lo que significa confiar en una presencia que acompaña, protege y sostiene. María, la Madre del Señor, ha sido des de siempre faro en la noche, estrella que guía a los navegantes, consuelo en la soledad y fortaleza en las dificultades, regazo tierno de amparo y compañía en la distancia. La esperanza cristiana no es ingenuidad ni evasión: es certeza de que Dios no abandona nunca a su pueblo; el mar no es solo prueba, también es promesa. En cada red lanzada, en cada larga jornada laboral, en la inseguridad en medio de tantos conflictos, en la precariedad laboral, en las duras condiciones de trabajo o en la distancia… está también presente la acción silenciosa de aquel que calmó la tempestad y que navega con nosotros en la barca de la vida tendiéndonos una mano. El papa Francisco nos recuerda que estamos llamados a «redescubrir la esperanza en los signos de los tiempos que el Señor nos ofrece» (SNC 7) y a «escrutar a fondo esos signos e interpretarlos a la luz del Evangelio» (GS 4). También nos urge a ser nosotros «signos tangibles de esperanza». Hay muchos retos en el mundo del mar, que tantos vivís en el día a día, que tantas familias sufren, y que como Iglesia queremos vivir y acompañar: el problema de la salud mental de los trabajadores del mar; la regulación y seguridad de los marineros y pescadores; la mejora de las embarcaciones; la siniestralidad… Aquí nos toca levantar la voz, proféticamente, para recuperar a la persona como centro de todo, buscando su dignidad personal, laboral y familiar, antes que cualquier ganancia o búsqueda exacerbada de productividad, y salir al encuentro de las gentes del mar en todas sus vertientes. Al mismo tiempo, es urgente una conversión ecológica para cuidar la casa común y enfrentarse a los retos que esta nos pide a toda la sociedad, trabajando juntos para construir el bien común, y así ser signos tangibles de esperanza. En este año jubilar, la esperanza encuentra en María, la Madre de Dios, su testimonio más alto. En ella, vemos que la esperanza no es un mero optimismo, sino un don en el realismo de la vida. A lo largo de su vida, como madre y creyente, como discípula fiel de su Hijo, en los gozos y en las oscuridades, María repite el sí dado a Dios en la anunciación, sin perder la esperanza y la confianza en el Señor. Ella es la Stella Maris que confía y espera en todo acontecimiento de la vida por muy escabroso que sea, y viene en nuestro auxilio, sostiene e invita a confiar y a seguir esperando en todo momento y en toda realidad. A quienes trabajáis en el mar, a vuestras familias, a quienes velan por vuestra seguridad, y a todos cuantos ofrecéis apoyo espiritual, social o humano en los puertos, os recordamos y felicitamos en esta fiesta de la Virgen del Carmen, agradeciendo todo vuestro trabajo diario y vuestro esfuerzo e interés en la promoción, cuidado y mejora de las gentes del mar. Sois signos tangibles de esperanza en medio de nues tra Iglesia y de nuestro mundo. Que María nos sostenga a todos en la esperanza, cobije en la dificultad y nos acerque siempre a su Hijo Jesús, puerto de salvación. Feliz día de las gentes del mar, feliz día de la Virgen del Carmen. Vuestro amigo y hermano, 

 Antonio Valín Valdés 
Obispo de Tui-Vigo 
Promotor del Apostolado del Mar

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