Llenos de alegría celebramos esta Solemnidad que dedicamos en todo el orbe católico para honrar al Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor, algo que todos los días del año a excepción del viernes santo se nos da como alimento al transustanciarse sobre el altar el pan en carne y el vino en sangre. Misterio que desde el Jueves Santo en que fue instituido por el mismo Cristo acompaña la vida de la Iglesia siendo nuestro mayor alimento, fuerza y mejor tesoro, pues no es algo puramente simbólico o meramente ritual; estamos ante la presencia real de Jesucristo en medio de nosotros oculto en las especies sacramentales. En aquella cena de la pascua judía Jesús instituyó esta Pascua nueva y eterna, donde Él mismo es el cordero que se inmola en sacrificio por nuestra salvación.
Celebrar la Solemnidad del Corpus es de algún modo detenernos para dar gracias al Señor por aquel Jueves Santo bendito, por esto el día propio de esta Solemnidad era también de Jueves, y aunque por adaptarnos al calendario civil hoy la mayoría de parroquias lo celebramos en Domingo sigue siendo un día "que reluce más que el sol" como decían nuestros mayores. Nos cansamos de preguntarnos dónde estará el Señor, como si estuviera ausente de nuestro mundo, y resulta que no podemos tener más identificado el lugar donde Él está verdaderamente y que suele ser el lugar más visible del templo, el más adornado, el más iluminado y destacado con una lampara o vela roja encendida que nos está indicando ¡Aquí está Jesús! Y sin embargo muchas veces pasamos de largo, lo dejamos sólo, no venimos a visitarle... Quizá pensamos que con lamerse uno las heridas en su rincón de casa como el gato ya llega, pero no; sólo el que descubre este secreto es quien sabrá vivir la vida en otra clave: la clave de Dios. Podemos dedicar horas a acariciar o mirar imágenes que son ciertamente hermosas y nos ayudan a orar pero, a fin de cuentas, son madera, escayola, pasta... Pero ponerse delante del Sagrario, arrodillarse ante Jesús Sacramentado, hacer la genuflexión o la inclinación de cabeza ante el Tabernáculo o la custodia, es la mejor oración que podemos hacer, pues simplemente pasar tiempo ante Jesucristo Eucaristía es como cuando la gente quiere ponerse morena en invierno y se hace los "rayos uva"; rezar ante el Sagrario es lo mismo para el alma, nuestro interior toma color, madura, se embellece...
Esta es la herencia que Jesús nos dejó y nos pidió que continuásemos haciendo en conmemoración suya. Y al ser esto verdad, al tratarse de algo real y no de una historia romántica o sentimiento, ocurre que no dejan de llegarnos por este medio gracias, milagros y dones que reciben sólo los que se acercan a este misterio con un corazón puro; los que se ponen a la fila para comulgar habiendo confesado primero, e incluso con el maligno susurrando dudas en nuestra mente, recibimos a Jesús diciéndole: ¡Señor yo creo, os adoro, os espero y s amo! ¡Os pido perdón por los que no creen, no os adoran, no os esperan, y no os aman!. En estos días en que celebramos la novena al Sagrado Corazón, a quien está dedicado el mes de junio, he aquí una muestra total de su amor por nosotros, no sólo se dejó partir en la Cruz, sino que se hace contemporáneo nuestro por medio de este sacramento admirable. Esto es una realidad que nos supera a todos: cómo Jesucristo sigue haciéndose obediente hasta el punto de hacerse presente en altar por las palabras que los sacerdotes pronunciamos actualizando de aquella cena bendita. Por algo llegó a decir el Santo Cura de Ars que los sacerdotes somos el amor del corazón de Jesús, y uno lo reflexiona y cae en la cuenta de cuánto nos quiere nuestro Salvador, que se pone incluso a las órdenes de hombres frágiles, pecadores y limitados como nosotros para seguir dándose sin reservas.
Celebrar el Corpus implica reconocer que creemos que Cristo está presente en la eucaristía, y esta gran verdad es lo que da sentido y ha inspirado a arquitectos, pintores, orfebres... Todo el arte de nuestros templos, de cada Sagrario, de cada custodia o copón, de cada cáliz o baldaquino, de cada palio o alfombra floral, en el fondo están diciendo lo mismo: que Jesús se sigue haciendo cercano, que se nos da como alimento y se queda entre nosotros para ser luz en nuestros momentos de tiniebla y abrazo en los momentos de alegría. La celebración del Corpus, esta jornada para honrar a Jesús Sacramentado, para exponerlo y llevarlo en procesión, surge en Europa en un momento muy difícil de la historia de la Iglesia inmersa en cruzadas y muy alejada del Evangelio. Nace esta fiesta así en el año 1208 por medio de la religiosa: Santa Juliana de Lieja o de Cornillon quien recibió una revelación del Señor que le pedía que fuera potenciada la devoción eucarística. Para muchos aquel hecho fue una fecha clave para la vida espiritual de la vieja Europa. Pensemos que si el primer Corpus se celebra en 1208 poco después nacerán ordenes religiosas que predicarán por todas partes: los franciscanos, dominicos, agustinos... Esta celebración se convirtió rápidamente por todos los rincones del catolicismo como una profesión de fe para que permanecemos fieles a esta verdad; le decimos al mundo que somos católicos, y que esta es la joya de nuestra corona: la caridad de Cristo que se nos da en el altar, que reservamos en el Sagrario y del cual tomamos la fuerza necesaria para ir a los pobres no sólo con alimento, ropa o limosna, sino principalmente con Jesucristo. Ojalá descubramos a Jesús vivo y que hoy saldrá por nuestras calles a peregrinar junto a nosotros como lo hizo con los discípulos de Emaús; ojalá no estemos despistados sino muy atentos para poder reconocerlo en los pobres, en el Sagrario, en quien tengo a mi lado, y muy particularmente cada domingo al partir al pan eucarístico.
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