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martes, 2 de abril de 2024

Vio y creyó. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Celebramos el Domingo de Pascua con la emoción aún viva de haber participado esta noche santa en la Vigilia Pascual. Nos encontramos ante el día por excelencia de nuestra fe: la solemnidad de todas las solemnidades, pues al resucitar Jesucristo todo cobra sentido y, al mismo tiempo, nace la Iglesia así como igualmente el Domingo. Por este motivo, los seguidores del Nazareno nos reunimos desde hace siglos cada semana el séptimo día, que fue en el que actuó el Señor para "nuestra alegría y nuestro gozo", como cantamos en el salmo. Esto nos lo recordó el Concilio Vaticano II buscando recuperar la dimensión pascual de nuestra vida litúrgica y pastoral, pues «La Iglesia, por una tradición apostólica que tiene su origen en el día mismo de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el llamado día del Señor o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la Palabra y participando en la eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús» (SC 106).

Cada semana la liturgia nos recuerda lo que es el Domingo por antonomasia: ''día en que Cristo venció a la muerte y nos hizo partícipes de su vida inmortal''. Todos los domingos del año tienen su sentido original por este día; todas las celebraciones son una continuidad y actualización de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor que contemplamos en esta mañana feliz de modo bien diferente. No hay vida realmente cristiana sin saborear la Pascua; no hay seguimiento auténtico de Jesucristo sin celebrar su triunfo. La Iglesia desborda de gozo, los creyentes nos vestimos de fiesta, pues ya no somos criaturas destinadas a la finitud, sino que hacemos nuestra la certeza que unidos al Señor por el bautismo seremos asociados a esta vida sin ocaso por la resurrección que Él ya ha conquistado y de la que esperamos confiados ser dignos merecedores de ella. 

El evangelio de este día nos presente en primer lugar a la Magdalena, de la que el evangelista nos dice ''fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro''. En otros textos se nos dice incluso lo que iba pensando por el camino: que la piedra estaría colocada, el sepulcro cerrado y que no sabría cómo arreglárselas para poder entrar a la sepultura para perfumar el cadáver... En la actitud de María hay mucho que decir: en primer lugar su fidelidad; quizá no entendía mucho de lo que había ocurrido, pero estuvo al pie de la Cruz; no huyó, no se ocultó ni negó al Señor. Por otro lado, vive una lucha interna, por una parte piensa que es absurdo ir al sepulcro pues en la intención ya encuentra trabas; piensa que hace un viaje en balde pues las mujeres no tienen la fuerza suficiente para mover la piedra que cierra el sepulcro; sin embargo, aunque hay cierto pesimismo revoloteando en su cabeza, sus pies no se detienen; va al sepulcro a bien temprano a pesar de todo en lugar de esperar otra oportunidad más adelante, cuando algún hombre amigo les pudiera ayudar. Llega al sepulcro y se encuentra ya la losa quitada; esto nos ocurre muchas veces: ponemos la tirita antes de haber herida, consideramos que hacemos algo en balde y luego resulta que es el mismo Señor quien nos despeja el camino, quien nos sorprende y nos recuerda que está vivo. 

La noticia de que el Señor no estaba en su tumba pronto se extendió entre sus seguidores y llegó a oídos de los apóstoles, quienes saldrían de sus "escondrijos" para ir corriendo a ver qué había ocurrido. Y hay aquí unas palabras reveladoras sobre lo que experimentó uno de aquellos discípulos al entrar al sepulcro abierto y vacío: ''vio y creyó''... No vio a Jesús Resucitado, no vio ángeles cantando, vio sólo una tumba vacía: ¿Qué le ocurrió para creer?... El texto nos dice que al entrar en la tumba Pedro ''vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte'', y esto, a mí que por desgracia he visto muchos difuntos, tumbas, sudarios, inhumaciones y exhumaciones, me hace pensar lo siguiente: las vendas y el sudario estaban tiradas en el suelo, pero evidentemente se distingue cuando alguien se viste de cuando a alguien se le viste, como se diferencia cuando a un cadáver le quitan el sudario y las vendas que lleva encima, a cuando es el que llevaba todo aquello encima el que se despoja de ello. Sólo esto hace que los apóstoles no necesiten más pruebas, que de pronto entiendan todo lo que no habían entendido y les había ido anunciando. Únicamente por ver cómo estaba el sudario y las vendas dentro del sepulcro vacío entienden la anunciada resurrección. Es aquí donde cobra sentido nuestra vida y nuestra fe viendo lo mucho que Dios nos ha amado creándonos por puro amor y, como añade San Agustín: ''pero más admirablemente aún nos ha redimido''...

Feliz Pascua florida hermanos, que logremos mostrar al mundo con nuestra vida y nuestras obras que Jesucristo ha resucitado y vive y nos llama a la vida en plenitud y hasta la eternidad.

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