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miércoles, 20 de marzo de 2024

Inteligencia artificial y sabiduría del corazón. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

Paolo Benanti es un fraile franciscano de la Tercera Orden Regular y profesor de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, en la que dirige cursos sobre inteligencia artificial (IA) y ética. Su especialización en ese campo lo ha llevado a ser el asesor del Vaticano en cuestiones de IA, a sentarse en la mesa constituida por la ONU para evaluar los riesgos, las consecuencias y las oportunidades de la IA en la política internacional, y a presidir una Comisión, vinculada a la Presidencia del Consejo de ministros de Italia, sobre IA e información.

La inteligencia artificial es el futuro, no cabe la menor duda, pero comienza a dar muestras de poseer unos rasgos tan sumamente animales -¿o humanos?- que es como para estar preocupados. Su voracidad es insaciable. Parece que se traga unos 4.3 GW de energía en todo el mundo, que son, según dicen, los niveles de consumo de varios países pequeños juntamente, y se prevé que, en 2028, devore entre 13.5 y 20 GW. Para echarle de comer, la empresa Microsoft está pensando en construir reactores nucleares modulares.

La tragona de ella es, además, dipsómana. No de alcohol, sino de agua. Cuando Meta anunció que iba a crear un “datacenter” en las inmediaciones de Talavera de la Reina cundió el pánico entre los residentes en la zona, porque, con la sequía que hay, la empresa dijo que necesitaría 665 millones de litros de agua potable al año. Luego resultó que podían arreglarse con menos.

Según el informe “Global Cloud Computing Energy and Water Impact”, realizado por la Universidad de Nuevo Méjico, un centro de datos puede consumir entre 1.7 y 2.2 millones de litros de agua por día, principalmente para la refrigeración. De modo que, a ese paso, la IA acabará bebiéndose los océanos.

Pero lo más gordo es que tiene pulsiones criminales. Un equipo de científicos le pidió que tomara decisiones en situaciones de alto riesgo en una serie de simulaciones de juegos de guerra y la IA se decidió por la solución más efectiva: el empleo de armas nucleares. «¿Las tenemos? Pues úsense, ¿para qué andar con rodeos, negociaciones diplomáticas y componendas?», vino a decir. Y se quedó tan fresca.

Es, pues, comprensible que el Papa haya dedicado a las diversas formas de Inteligencia artificial su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2024, en el que advierte:

«La búsqueda de tecnologías emergentes en el sector de los denominados “sistemas de armas autónomas letales”, incluido el uso bélico de la inteligencia artificial, es un gran motivo de preocupación ética. Los sistemas de armas autónomos no podrán ser nunca sujetos moralmente responsables. La exclusiva capacidad humana de juicio moral y de decisión ética es más que un complejo conjunto de algoritmos, y dicha capacidad no puede reducirse a la programación de una máquina que, aun siendo “inteligente”, no deja de ser siempre una máquina. Por este motivo, es imperioso garantizar una supervisión humana adecuada, significativa y coherente de los sistemas de armas».

De no seguir el rumbo correcto, al final, dice el Papa, el que acabará siendo «artificial» será el corazón del hombre.

Y de inteligencia artificial y sabiduría del corazón va el mensaje pontificio para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2024:

«No podemos esperar esta sabiduría de las máquinas. Aunque el término “inteligencia artificial” ha suplantado al más correcto utilizado en la literatura científica, “machine learning”, el uso mismo de la palabra “inteligencia” es engañoso. Sin duda, las máquinas poseen una capacidad inconmensurablemente mayor que los humanos para almacenar datos y correlacionarlos entre sí, pero corresponde al hombre, y sólo a él, descifrar su significado. No se trata, pues, de exigir que las máquinas parezcan humanas; sino más bien de despertar al hombre de la hipnosis en la que ha caído debido a su delirio de omnipotencia, creyéndose un sujeto totalmente autónomo y autorreferencial, separado de todo vínculo social y ajeno a su creaturalidad».

Así pues, fray Paolo Benanti tiene por delante una tarea inmensa. Seguramente se quedará solo defendiendo sus ideas y principios de antropología cristiana en un entorno al que todo eso debe de importarle bastante poco, o nada, pero, por su cualificación en los dominios de la inteligencia artificial, se ve que goza de reconocimiento internacional y su trabajo contribuirá, sin duda, a que la humanidad del mañana logre que la inteligencia artificial y la sabiduría del corazón corran de la mano en la apasionante misión de forjar una sociedad nueva, que, a día de hoy, no sabemos con certeza por qué derroteros va a transitar.

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