(COPE) La popularidad de mcuhos Santos pone de relieve la religiosidad popular con que el Pueblo fiel ha mantenido su devoción a cuantos nos han precedido con el signo de la Fe y duermen ya el sueño de la paz. Un claro ejemplo lo tenemos en este día. Porque hoy nos trasladamos a la más remota antigüedad para celebrar a Santa Lucía de Siracusa. Su vida transcurre en torno a finales del siglo III y principios del IV.
Huérfana de padre a temprana edad, su madre se hará cargo de su educación, dándole una impronta cristiana. Fruto de esta simiente de Fe, ella decide consagrarse del todo a Dios, algo que aceptará su madre después de que ambas marchen al sepulcro de Santa Águeda para que se cure de unas hemorragias que sufría. Cuando ella comunica a su madre dicha decisión, ella le respeta, pero no su prometido, que le falta tiempo para ir y denunciarle ante el Procónsul Pascasio.
Arrestada en plena persecución de Diocleciano, es obligada a apostatar de la Doctrina de Cristo, prohibida por el Imperio. Sin embargo, las amenazas del juez no asustan a la joven, dispuesta a soportarlo todo por el Reino de los Cielos. Entonces sufrirá mucho. Ante los diversos suplicios que le aplican, no hace sino ponerse más en las manos del Señor, alegando al Tribunal que nada le apartará del Amor que viene del Dios Único y verdadero.
Intentando llevarla a un lugar de pecado, una Fuerza Sobrenatural impedirá que sufra tal humillación, porque el Señor es quien protege y salva a los justos. El mismo poder de lo Alto que no permitirá que sea quemada. Finalmente será decapitada, dando testimonio de su Fe. El culto a la abogada de la vista, se extendió muy pronto. El nombre de Santa Lucía, virgen y mártir, se incluye en el Canon Romano, la Plegaria Eucarística I del Misal.
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