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jueves, 2 de noviembre de 2023

Conmemorando a los fieles difuntos. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Al acercarnos esta tarde al camposanto venimos con la actitud de fe de aquellos primeros seguidores del Señor que acudían a descubrir que sólo Él tiene la vida eterna, la que pedimos también para los nuestros que están en el sepulcro y para nosotros mismos, que un día seremos devueltos al polvo del que surgimos. Aquí en el cementerio, ante nuestros seres queridos queremos profesar solemnemente: "Señor yo creo que tú eres la resurrección y la vida"; yo creo que tú eres el "primogénito de entre los muertos", el único que ha vuelto con vida del sepulcro para decirnos que no tengamos miedo. Por eso ponemos la cruz sobre los féretros, en las esquelas, en las lápidas... No para marcar donde hay uno o varios difuntos, sino como símbolo de que aquí no hay un muerto, sino un seguidor de Cristo Jesús que desde su bautismo se glorio en la cruz del Señor que le llama a la vida en el bautismo de la resurrección.

Y lo que los creyentes deseamos para nuestros seres queridos difuntos no es que la tierra les sea leve, como dicen los ateos; nosotros deseamos que descansen en espera de que el Señor vuelva para llamarlos por su nombre. O como dice la liturgia: "los que han sido asociados a una muerte como la suya, serán también asociados a una resurrección como la del suya". Hoy hay muchos que no quieren ver la cruz, que les estorba o les causa rechazo; prefieren un símbolo político, deportivo, cultural... Como si más allá de la muerte hubiera distinción alguna de todo eso. Lo mundano en el mundo se quedará, algo que no ocurre con la cruz que es la llave que nos abrió las puertas del cielo. En el madero Redentor fuimos redimidos, perdonados y salvados... Un instrumento de tortura  y muerte se ha convertido para nosotros en la puerta de la vida sin fin.

De nuestros mayores hemos heredado esta hermosa tradición de dedicar el mes de noviembre a orar intensamente por las benditas ánimas del purgatorio, por los creyentes que aún no gozan de la claridad beatífica del rostro del Señor, pues la muerte les sorprendió alejados de Él o de los hermanos. Es una buena oportunidad en estos días para ayudarles con nuestras oraciones para que su tiempo de purificación sea más breve gracias a las misas que aplicamos por ellos, las oraciones y los sacrificios que realizamos en su beneficio. Ayudemos a llegar al cielo a aquellos que están más lejos de Él, más necesitados de su misericordia. No perdamos tampoco de vista las enseñanzas de nuestras abuelas, que sabían muy bien cómo había que comportarse en el cementerio: manteniendo siempre el clima de silencio y procurando hablar muy bajo, pues aquí descansan en espera de su Pascua nuestros difuntos; tengamos en cuenta no sólo a los propios, sino evitando perjudicar a las familias que tienen a sus seres queridos debajo de mi nicho o al lado. Y lo más hermoso, acercándonos a los sacramentos de la reconciliación y la eucaristía para ganar la indulgencia Plenaria que la Iglesia concede cada año en estas fechas.

No son fechas y números sin más, son miles de historias que aunque nos parezca que el paso del tiempo borra, permanecen inamovibles en el corazón del Señor. Es un mes para reflexionar sobre nuestra finitud aquí y tomar conciencia de que puede estar cerca mi hora sin yo saberlo, y no tengo la cintura ceñida ni encendida la lámpara de la espera del que ha de llegar. Es buen momento para buscar la forma de arreglar lo estropeado, de acortar la lista de enemigos y de tratar de irnos con los deberes hechos no sólo en paz con los demás sino especialmente con Dios. Pues aquí ante las sepulturas, cada cual ha de preguntarse si realmente la vida termina aquí, o si realmente creemos en la vida que no acaba y que sólo Jesucristo resucitado nos ofrece... Qué dicha tenemos los creyentes de vivir a la luz de la fe que nos permite acudir al cementerio no en clave de derrota, sino con el gozo y la esperanza de saber que "si con Él morimos, viviremos con Él".

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