(COPE) Lo más hermoso de Dios es que pudiendo escoger a lo que cuenta, coge lo que no cuenta. Claro ejemplo son los Santos Apóstoles Pedro y Pablo que celebramos hoy con toda Solemnidad y que son las Columnas de la Iglesia. Simón fue llamado Pedro -que se traduce “piedra”- por el Maestro. Oriundo de Cafarnaum era de oficio pescador y hermano del también discípulo Andrés. Este les presentó a los dos y tras una noche en oración, el Señor les escogió para que estuviesen con Él y fuesen sus testigos.
Cuando confiesa en Betsaida a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios Vivo, es puesto como su Vicario y los Papas son sus Sucesores en el tiempo. Forma parte de los tres apóstoles más predilectos que subieron al Tabor para ver la Transfiguración y estuvieron muy cerca de Él en Getsemaní. Tras la negación en la Pasión y su posterior arrepentimiento después de la Resurrección, confiesa su amor al Maestro siendo restablecido en su cometido de Piedra sobre la que se dificará la Iglesia de Dios.
Después de Pentecostés marcha hasta Roma a predicar el Evangelio. Autor de las tras Cartas que llevan su Nombre en el Nuevo Testamento, muere crucificado cabeza abajo porque no se considera digno de morir como su Señor. Saulo, por su parte, es de Tarso de Cilicia. De oficio curtidor es muy culto y se ha educado en la Escuela del fariseo Gamaliel, hombre muy flexible con los cristianos. Cuando Saulo tiene parte en la lapidación de San Esteban, desde su condición de estricto observante de la Ley, marcha a Damasco para detener cristianos.
Entonces se encuentra con Cristo y se cambia su nombre por el de Pablo. Empezando a predicar a los judíos se ve rechazado por lo que se dedica a los alejados y ahí se centra su misión como “Apóstol de los Gentiles”. Funda muchas comunidades a las que refuerza con su Cartas que recoge la Escritura. En sus viajes le acompañarán San Marcos, San Lucas, Silas y Bernabé. Arrestado por seguir al Nazareno, apela al César siendo condenado a morir decapitado.
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