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jueves, 29 de junio de 2023

Querida Pepita: Descansa en Paz.- Por Joaquín Manuel Serrano Vila

El pasado 18 de junio se iba al Padre Josefa Menéndez Prado: ''Pepita''. Nacida en Lugones, fue bautizada en la capilla del primitivo cementerio que estaba anexo al templo al estar la iglesia antigua destruida y la actual aún sin edificar. Toda su vida de fe estuvo vinculada a nuestra Parroquia en la que incluso fue catequista.

Con su marido José Manuel, natural de Sograndio, construyeron un hogar y una familia. Precisamente por ser ella de Lugones y él de Sograndio, se conocieron Juan y Rosi (la sacristana), cumpliéndose así el dicho de que de una boda sale otra.

Su vida no estuvo exenta de sacrificios, penas y dificultades; sin embargo, ella siempre supo vivir su realidad en clave de fe. Especial mención merece la enfermedad de su marido primero, y la de su hijo, después

La Pepita que yo conocí fue una auténtica madre coraje que cada día hacía lo que hubiera que hacer para subir a ver a su hijo a la residencia, hiciera frío o calor, o cayeran rayos y lloviera chuzos. Era una persona sensible que también amaba a los animales, por eso valoraba mucho la fiesta de San Antón en la Parroquia.

Una devoción muy querida por Pepita era la de Santa Gema, a la que fue fiel durante muchísimos años. Cada 14 de mes en el convento de las pasionistas de Fitoria ella y Juan -su vecino y esposo de Rosi- se encargaban de la recaudación de los donativos. El día de su despedida las Madres Pasionistas enteradas de esta triste noticia se unieron desde su clausura a nuestra celebración con sus plegarias, y así nos lo transmitieron.

Pepita con sus aciertos y errores dió lo mejor de sí; la recuerdo sus últimos años aquí en Lugones quedándose hasta muy tarde a la vela del Santísimo el Jueves Santo, o salir de funerales en Viella y verla esperando en la puerta de la iglesia a que amainara la lluvia para volver de nuevo a pie para su casa... Cuántas veces yo le decía que me avisara y no se pegara esas palizas para llevarla de vuelta a casa en mi coche, pues teníamos la misma ruta y casi la misma misión: rezar por los difuntos y acompañar a las familias. 

Los últimos años su cabeza empezó a fallar, pero sé que seguía acordándose de Lugones y de su Parroquia desde su residencia en Oviedo. La última vez que la visité, la tarde noche de reyes anterior a la pandemia, se convirtió en la persona más feliz del lugar al presumir orgullosa de que el cura de su pueblo la había venido a ver. La pandemia nos aconsejó -y aún se nos aconseja- que sólo la familia más directa visite los geriátricos; sin embargo, por medio de Rosi y de otras personas próximas a su familia he tenido siempre noticia de cómo iba o de cómo estaba, de sus mejoras o empeoramientos.

Cuando una persona sufre en sus últimos años una enfermedad tan compleja como la de Pepita también constatamos otra realidad no menos dura, que no nos morimos solamente cuando dejamos de respirar, sino que también cuando socialmente dejamos de estar en activo recorriendo las calles y haciendo nuestra rutina cotidiana. Estoy convencido que hay muchas personas que conocieron y apreciaron de corazón a Pepita que no se han enterado de su fallecimiento y del día que la despedimos, pero lo que nos importa es que a Dios no se le escapan los suyos ni lo que puede suponer morir de espaldas al mundo, pues ella se cuidó muy mucho de de vivir de cara a Él: Descansa en paz, Pepita.

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