En mi casa nos acostábamos temprano y, durante el curso escolar, y especialmente en tiempo de exámenes, mi madre nos despertaba a las cinco o cinco y media de la mañana para que hiciéramos los deberes de clase y aprendiésemos de memoria las lecciones que ella, a tales horas, nos preguntaba.
Así, contándoselas, quedarían bien fijadas en nuestra mente. Eran esas las mejores horas, decía, para, con una cabeza descansada y despejada, comprender, retener y repetir. El método, desde luego, funcionaba. Era “matutina cognitio”.
Entiendo perfectamente, dada esa circunstancia personal y familiar mía, a los escritores que madrugan para, en las dos o tres horas que anteceden a la del amanecer, en las que las musas se muestran obsequiosamente propicias, componer su obra literaria. Es “matutina cognitio”.
De “matutina cognitio” calificaron san Agustín y santo Tomás de Aquino, en sus comentarios al libro bíblico del Génesis, al superior modo de conocimiento de los ángeles, ilustrados por el Creador mismo de todo cuanto existe.
“Matutina cognitio” es la de los científicos estudiosos del universo y de los fenómenos astrofísicos, cuando, al dirigirse por la mañana a los observatorios y laboratorios en los que trabajan, en el umbral de la puerta de casa, al pisar la calle o en el coche, sin instrumentos, ni bibliografía, ni apuntes, se extasían momentáneamente en la contemplación de las últimas estrellas que escintilan en la bóveda celeste, de los colores del firmamento al amanecer y de las siluetas de las montañas estarcidas en el horizonte.
“Matutina cognitio” fue el abrírsele los ojos a María Magdalena cuando Cristo la llamó, en la gloriosa mañana de Pascua, por su nombre, «María», pues no lo había reconocido al principio cuando se le apareció resucitado. Pensó que era un hortelano. Y eso que ella formaba parte del grupo de sus más señalados seguidores.
“Matutina cognitio” es, de entre los recuerdos de la infancia, el de la mañana del domingo de Pascua, de la Misa con velón nuevo, flores de fragancia y agua bendecida en una gran caldera de cobre; del rosco relleno de almendra, circundado de merengue, adornado con cerezas confitadas, fruta escarchada, pollitos amarillos, plumas de colores y flores de oblea, con el que el padrino y la madrina nos recordaban que un día fuimos bautizados en la Iglesia.
“Matutina cognitio” es la de las realidades y vivencias que nos constituyen, sobre las que estamos fundados y a las que retornamos cuando nos percibimos desorientados. Es la de la luz del primer día de la Creación por la palabra de Dios. Es la de la luz de aquel primer día de la semana judía en el que Cristo, eterna Sabiduría, resucitó de entre los muertos y nos abrió el camino hacia la Vida y el conocimiento de la Verdad plena.
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