Queridas Ahinoa y Aitana, padre, hermanos y familiares de Dámaso. Sr. Deán y Cabildo Catedral, y hermanos sacerdotes concelebrantes. Autoridades civiles y militares y muy estimados compañeros de la Guardia Civil:
Ante todo aclarar que mi agradecida presidencia de este funeral, se debe a la inevitable ausencia del Sr. Arzobispo, Don Jesús, el cual aun habiendo querido estar presente, por fuerza mayor le ha sido imposible al encontrarse fuera de Asturias, tal y como le informaba ayer trasladándole sus más sentidas condolencias al Sr. Coronel de la Zona de Asturias, y que hoy también dirijo yo en su nombre a su familia y a todos los aquí presentes.
A quienes conocíamos a Dámaso y le teníamos por amigo, se nos heló la sangre en la tarde del sábado cuando nos llegó la fatal noticia de su fallecimiento en acto de servicio. Él formaba parte de muchos y diversos grupos de amigos, donde todos convenían que su primera y principal característica era su sonrisa y una visión positiva y siempre optimista de la vida. Su estilo coloquial y dicharachero, que emanaba de la esencia y la alegría andaluza de su Bailén natal, ha sido para todo y en todo su principal carta de presentación siempre.
La otra, es un binomio absolutamente común a todo un Cuerpo Benemérito que hoy está de luto, cuyos hombres y mujeres han “mamado” del Duque de Ahumada y de sus mandos el honor y el servicio abnegado. Algo que también últimamente han tratado de ensombrecer en estos tiempos de penitencia los fariseos y sanedrines de turno. La muerte de Dámaso es el ejemplo -uno más- de lo que la Guardia Civil hace todos los días silenciosa y eficazmente en todos y cada uno de sus miembros, y en todos y cada uno de los rincones de España por pura vocación y servicio a la Patria: “Todo por la Patria”. Así de claro lo ha dejado Dámaso.
Acompañando como un “centauro brioso” -como canta el Himno de la Agrupación- una prueba deportiva que daba cobertura de seguridad a unos chavales ciclistas, evitó una gran tragedia que gracias a Dios y a él, no estamos lamentando hoy con muchos más féretros aquí presentes. Los que conocemos bien los riesgos de las carreteras y particularmente los de una prueba ciclista con niños, comprendemos perfectamente lo que es anticiparse al riesgo e interponerse conscientemente entre un descerebrado y unos críos… Habiéndole conocido, no me cabe la menor duda que lo tuvo claro y no lo pensó dos veces, prescindiendo de cálculo personal alguno, ni importarle las consecuencias. Dámaso era un enamorado de su profesión como guardia civil, pero realmente su actuación no resulta novedosa para los que estamos aquí, pues estas acciones son conocidas y son cotidianas en todos los miembros de la Agrupación de Tráfico. No en vano, como tantos otros, Dámaso acumulaba felicitaciones, reconocimientos y condecoraciones por hechos similares.
La Semana de Pasión en la que nos adentramos se ha anticipado para Dámaso, para su esposa, hija, familiares y amigos y para todo el Cuerpo, y en particular para el Subsector de Asturias. Pero la profunda y antropológica llamada a la vida que llevamos en nuestros tuétanos, y que nos hace revelarnos ante una muerte descarnada y prematura nos recuerda igualmente -como proclamamos en nuestras despedidas- que ésta no tiene la última palabra, que “no es el final del camino; que aunque morimos no somos carne de un ciego destino”… Nos revelamos contra la muerte que nos hiere y nos humilla a cualquier edad y circunstancia, porque hay alguien -no “algo”- que nos llama más allá tras los ramos de la pasión a la pascua florida de la resurrección.
Para el mundo la muerte de Cristo es un fracaso aparente en todos los aspectos; morir sin más en el patíbulo de una cruz sería racionalmente un sinsentido y una tomadura de pelo, si no fuera porque lo que da sentido a nuestra fe y hace razonabilísima nuestra esperanza es el tercer día, el sepulcro vacío, la Pascua anunciada y anticipada en el Tabor y en la resurrección de Lázaro -que hemos escuchado en el evangelio- o la de la hija de Jairo. Por eso recordamos vivos a los que han partido y decimos que nuestro Dios no es un Dios de muertos: Sería estúpido y macabro celebrar la muerte de nadie. De ahí que la convocatoria de esta mañana a pesar del dolor y del desgarro que nos embarga, es una respuesta valiente mirando a la parca cara a cara; es la respuesta de nuestra esperanza, la respuesta que le ha dado un amigo como Dámaso y que le dan y han dado a lo largo de la historia de este Benemérito Instituto sus hombres y mujeres de verde. Es la respuesta sin parangón que se refleja en el poema del malogrado sacerdote de José Luis Martín descalzo ya en el umbral de su partida ante el dolor físico del final, pero que hoy quiero aplicar al dolor del alma de los que aquí estamos y al rechinar de dientes de su esposa, de su hija y de toda su familia:
Nunca podrás, dolor, acorralarme.
Podrás alzar mis ojos hacia el llanto,
secar mi lengua, amordazar mi canto,
sajar mi corazón y desguazarme.
Podrás entre tus rejas encerrarme,
destruir los castillos que levanto,
ungir todas mis horas con tu espanto.
Pero nunca podrás acobardarme.
Puedo amar en el potro de tortura.
Puedo reír cosido por tus lanzas.
Puedo ver en la oscura noche oscura.
Llego, dolor, a donde tú no alcanzas.
Yo decido mi sangre y su espesura.
Yo soy el dueño de mis esperanzas.
“Que el Señor de la vida y la esperanza, fuente de salvación y paz eterna, te otorgue la vida que no acaba, en feliz recompensa por tu entrega”.
Que la Patrona de Bailén, la Virgen de Zocueca, interceda por ti, amigo Dámaso, como ya se lo pedimos a la de pequeñina y galana de Covadonga.
Descansa en Paz.
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