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martes, 10 de enero de 2023

Morir como Don Quijote. Por Javier Morán

El Quijote fue referencia utilizada varias veces por el teólogo Joseph Ratzinger, después Benedicto XVI, tanto para examinar el postconcilio Vaticano II como para describir cuál era su ideal cristiano en la misma hora de la muerte.

Demostrando ser un profundo conocedor de la obra de Cervantes, consideró que lo sucedido tras la cita conciliar fue el equivalente al "donoso escrutinio" ejecutado en la biblioteca del hidalgo por el cura y el barbero: Cervantes hace que esos personajes destruyan los viejos libros de caballerías, marcando así un cambio de era (como sucedió en el catolicismo con los viejos libros de teología), pero a medida que avanza la novela, y más en su segunda parte, el Manco de Lepanto se va encariñando con su loco hidalgo como si descubriera valores en los viejos relatos que se debieran conservar en la forma de un caballero guiado por el honor o la justicia. Así pues, Ratzinger se adhería a la interpretación de don Quijote/Cervantes, no como cristiano crítico y erasmista, sino como convencido católico bajo los ideales cristianos.

Todo ello desemboca en que al final de la obra, el hidalgo manchego ha recuperado la cordura y ya próximo a la muerte la espera con lucidez, rodeado de los suyos, con palabras para cada cual en su despedida. Don Quijote había adoptado el camino de "ser casto en los pensamientos, honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos, y finalmente, mantenedor de la verdad, aunque le cueste la vida defenderla", escribe Cervantes. Salvando el hecho de que Ratzinger nunca se demenció, su final fue el que había deseado en vida.

Los comunicados del Vaticano sobre las últimas jornadas y horas de Benedicto XVI insistían precisamente en la lucidez y consciencia del Papa emérito. Y así hasta las tres de la mañana de día 31 de diciembre de 2022, cuando un enfermero le escuchó decir: "Señor, te quiero". A las 9.34 horas Ratzinger expiraba.

Durante las últimas fechas de su vida Joseph Ratzinger pedía a sus acompañantes "perdón" por darles un trabajo extra. Privado desde hace tiempo de toda familia directa, al lado de su cama estuvieron su íntimo secretario desde hace lustros, el arzobispo Georg Gänswein, dos médicos, dos enfermeros, las cuatro mujeres consagradas de la congregación Memores Domini que le cuidaban desde su retiro papal (Carmela, Loredana, Cristina y Rossella), y sor Birgit Wansing, su secretaria alemana, perteneciente a la congregación de Schoenstatt.

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